29 de marzo de 1966: la historia nos recuerda como hace medio siglo la “columna vertebral” de la patria, como llaman ahora algunos altos oficiales retirados a las Fuerzas Armadas, jorobaron al país durante la Dictadura de la Junta Militar de los años sesenta del siglo pasado.
29 DE MARZO DE 1966: FIN DE LA DICTADURA MILITAR[1]
Oswaldo
Albornoz Peralta
El 11 de julio de
1963, pese a que había cedido a la presión yanqui y roto las relaciones
diplomáticas con la república de Cuba, Carlos Julio Arosemena es derrocado por
orden perentoria de la Embajada de los Estados Unidos.
Una junta militar ha
usurpado el poder.
Sus miembros no son
deliberantes: obedecen dócilmente los dictados de Washington. La línea política
que deben seguir está trazada desde allí y no pueden apartarse ni siquiera un milímetro.
Esta línea tiene dos rasgos fundamentales:
1)
Un anticomunismo
cerrado y cerril, y
2)
Una orientación
económica de tipo reformista, acorde con la doctrina de la Alianza para el Progreso, inventada para apartar a los pueblos de América del camino señalado por la gloriosa Revolución Cubana.
Obedientes y no deliberantes, como hemos
dicho, saben cumplir a carta cabal su cometido.
Inmediatamente es
puesto fuera de la ley el Partido Comunista del Ecuador y sus dirigentes y
militantes sañudamente perseguidos. Su Secretario General, Pedro Saad y nuestro
gran novelista Enrique Gil Gilbert son apresados y conducidos al Panóptico de
Quito. Y a Newton Moreno, un abnegado luchador y un gran talento, se le niega
atención médica oportuna y le dejan morir callada y lentamente. Su muerte indigna a todos los sectores
democráticos, y Jorge Adoum, inspirado poeta llenándose de esa indignación dice
esta estrofa:
Lo han matado… me lo han muerto
a golpes, a frío y a golpes de oficial, dejándole
migas de sol cada tres días, pateándole por dentro
a Maldoror antiburgués y justo, golpeándolo
como a una puerta contra las paredes de cuarteles,
hospitales, tumbas.
……………………………………..
Pero, carajo, también se resucita por capricho.
Entre las “reformas”
que la Junta Militar realiza, la más notable –pues hay otras de menor
envergadura, como esa de la nacionalización de las nieves eternas de los Andes– es la llamada Ley de Reforma Agraria. Mediante
ella se deja indemne el latifundio y solamente se entrega los huasipungos a los
indios a cambio de los salarios no pagados durante muchos años, es decir,
vendiendo, al propio dueño. Con esto se persigue la aceleración de la
introducción del capitalismo en el campo propugnado por los yanquis, pero
transformando a los mismos terratenientes en capitalistas agrarios, es decir,
siguiendo la vía junker que no
menoscaba sus intereses. Lenin decía: “Es posible eliminar el feudalismo mediante
la lenta transformación de las haciendas de los terratenientes feudales en
haciendas burguesas de tipo junker, mediante la conversión de la masa de
campesinos en desheredados y knechts, manteniendo por la violencia el miserable
nivel de vida de las masas… Los terratenientes ultrareaccionarios y su ministro
Stolypin han emprendido precisamente este camino”[2]
En definitiva, lo que hace la Junta Militar es imitar en pequeño a Stolypin,
pues, al desarraigar del feudo a los huasipungueros se les obliga a convertirse
en proletarios y semiproletarios –ya que se sabe que la producción del huasipungo
es insuficiente para su manutención– proporcionando de esta forma mano de obra
barata para los latifundistas que quedan liberados de todas sus antiguas
obligaciones, como las de proporcionar pastos y leña a los trabajadores. Hay
que decir que muchos de los gamonales más perspicaces habían seguido ya desde
antes este camino por su propia cuenta, por resultarles beneficioso en algunos
aspectos. Veremos luego, como los demás gobiernos tampoco se apartan de esta
vía tan provechosa para los hacendados, pero onerosa para los campesinos. Los
últimos, transformados en desheredados como dice Lenin, emigrarán en busca de
pan a las ciudades, inclusive abandonando sus estériles parcelas, como ha
sucedido en varias partes. Otros, se quedarán junto a la tierra ajena, para
sufrir la insufrible suerte del obrero agrícola.
La política
internacional de la Junta Militar es desastrosa y llega hasta la traición.
Gobernantes impuestos por el imperialismo, no pueden menos que cumplir órdenes
y satisfacer sus apetitos, entregando nuestras riquezas a los monopolios y
enajenando nuestra independencia. Se pone el petróleo del Oriente en las fauces
de la Texaco Gulf mediante una concesión de 1’500.000 hectáreas. Mediante
Acuerdo de 5 de octubre de 1963, el Banco Interamericano de Desarrollo es
convertido en agente financiero internacional del gobierno, quedando en sus
manos la obtención del crédito externo y fuera del control nacional.[3] Y se llega “a un modus vivendi secreto, por
el cual el Ecuador renunciaba su soberanía sobre las 200 millas de mar
territorial”.[4]
La CIA (mural de la Asamblea Nacional), Oswaldo Guayasamín |
Desde luego, que por
todo esto, el Departamento de Estado se muestra agradecido. Dice que los
militares ecuatorianos tienen “sentido de misión”, agregando luego “que ahora
el Ecuador será capaz de avanzar rápidamente hacia el fortalecimiento de la
democracia”. Fácil receta para transformarse en “misionero democrático”, vender
y traicionar a la patria.
Esta infame política
está avalizada por toda la oligarquía que bate palmas y rodea a los
usurpadores. Empezando por la Iglesia, cuyo papel resultó relevante en la
desestabilización del régimen de Arosemena Monroy, que piensa que el país está
salvado del comunismo y que, como premio a esta labor, logra el nombramiento de
la Virgen de las Mercedes como Generalísima de nuestro Ejército. Los conservadores, por medio de su máximo
dirigente, también ofrecen su colaboración, no sin antes reclamar jugosos y
remunerativos cargos. Y el “demócrata”
Galo Plaza, convertido en vocero máximo de la Junta, manifiesta su plena
confianza en ella y pondera sus realizaciones.
Para la clase obrera
el régimen militar, es un período de inusitada violencia. Si bien es cierto que
no se atreve a ilegalizar a la CTE, ésta y sus filiales tienen que actuar en
plena clandestinidad, sobre todo, en los primeros tiempos. Sin embargo, los
trabajadores, tanto de la ciudad como del campo, dando prueba de fortaleza y
conciencia clasista resisten con honor la persecución y el despotismo. Pese a
que se halla suspendido el derecho de huelga y las reuniones tienen que
realizarse bajo el control de las fuerzas armadas, los sindicatos en ningún momento cesan sus
actividades y realizan numerosos paros en todo el país, siendo los más notables
los que tienen lugar En Atuntaqui, Guayaquil y Quito. La CTE, desde un principio
y valientemente -en carta dirigida en
noviembre de 1963 al Ministro de Previsión Social y Trabajo y a los organismos
sindicales- denuncia “que el actual
gobierno, más que ningún otro. Ha servido a los patronos y ha cometido horrendos atropellos contra los
trabajadores”.[5] Y
en agosto de 1965 dirige un manifiesto, señalando las terribles condiciones de
vida de las masas populares y llamando a luchar por una plataforma de
reivindicaciones que contiene doce puntos, hallándose entre los principales los
siguientes: aumento de sueldos y salarios en un 50%, estabilidad en el trabajo,
restitución del derecho de huelga y una auténtica y radical reforma agraria.[6]
La realidad es tal
como la pintan los trabajadores. Los precios de los artículos de primera
necesidad han subido inconmensurablemente restando poder adquisitivo a la
moneda, es decir, rebajando de hecho los salarios. Y mientras tanto,
industriales y empresarios, pueden duplicar y triplicar sus capitales en un
año, según indican las mismas estadísticas fiscales.[7]
A causa de esto el
malestar es inmenso y cada día crecen las manifestaciones de repudio popular.
Los mismos oligarcas, al ver que se retarda el paso del poder a sus manos y
resentidos por algunas medidas de la junta, ahora que la nave se hunde,
desvergonzadamente, pasan a la oposición. La situación de los dictadores,
entonces, se hace insostenible. Hasta que empujados por un paro nacional, caen
estrepitosamente el 29 de marzo de 1966.
Protesta popular en la ciudad de Guayaquil |
La oligarquía ya
tiene el mando tan anhelado una “Junta de notables”, encabezada por Camilo Ponce Enríquez y Galo Plaza, con una velocidad
pasmosa encargan el poder a uno de sus hombres. Este convoca a una Asamblea
Constituyente que nombra presidente provisional a Otto Arosemena que, como buen
banquero, demuestra sus habilidades para los juegos de bolsa, pues solo con dos
representantes de su pseudo partido, puede alzarse con el santo y la limosna.
[1]
Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Historia
del Movimiento obrero ecuatoriano, Editorial LetraNueva, Quito, 1983, pp.
78-82.
[2] V.
I. Lenin, El Programa Agrario de la
Socialdemocracia en la primera revolución rusa de 1905 – 1907, Moscú 1944.
[3] Gonzalo
Abad Ortiz, El proceso de la lucha por el
poder en el Ecuador, Quito, 1970.
[4]
Idem.
[5] El Pueblo N° 365, noviembre de 1963.
[6] El Pueblo N° 458, agosto de 1965.
[7] El Pueblo N° 365, noviembre de 1963.