El otro lado de la historia de la corrupción: la calumnia, el desprestigio y la descalificación, arma de la derecha ecuatoriana desde hace más de un siglo contra todo lo que afecta a sus intereses. Alfaro ya fue su víctima. Lee y saca tus propias conclusiones.
Oswaldo
Albornoz Peralta
Los grandes reformadores, sobre
todo los que se preocupan y hacen suyas las aspiraciones de las masas
populares, siempre son perseguidos por ese reptil rastrero e implacable: la
asquerosa sierpe de la calumnia.
Un ejemplo: Robespierre, el
defensor de los sans-culottes. Uno de
sus biógrafos, David Jordán, dice:
La víctima es presentada
de cuerpo entero y sus actos más despreciables emanan de un alma depravada y
corrupta. A Robespierre no se le deja ningún resto de decencia, de talento o de
humanidad. Es un monstruo cuyo impacto sobre los contemporáneos y la Revolución
no se explica, sino que se condena.[2]
Así proceden los realistas, y
luego sus asesinos, los termidorianos. Y para la posteridad, a éstos siguen un
montón de biógrafos, cada cual más envenenado. Hasta Michelet no teme caer en
las aguas turbias de la denigración.
Junto con Robespierre la sierpe
de la calumnia se extiende a sus partidarios, a los jacobinos, esos hombres de
La Montaña que luchan porque los frutos de la revolución, aunque sean gotas,
lleguen hasta el pueblo. Y también, enroscándose en las sinuosidades de los
años, logra perdurar en el tiempo e incrustarse en las páginas de la historia.
Igual que Robespierre, esos
héroes de la Comuna de París, que quieren alcanzar un cielo proletario con sus
vidas. Igual Lenin, el artífice de un mundo de bienestar y de justicia. Igual,
acosados y perseguidos, muchos revolucionarios más.
Aquí en el Ecuador, Eloy Alfaro,
nuestra figura histórica máxima, es sin duda el más deshonrado y calumniado.
Caricatura de la época: calumnias de los conservadores contra el general Alfaro |
La sierpe se atreve en ocasiones,
a vestir el traje de la poesía en una soez deformación titulada “A una boca”:
De
Corinto do estaba mansamente
devorando
en silencio su tocino
por
azares secretos del destino
fue
traída al Poder liberalmente.
Y
llegó de cansancio emocionada
el
perdón y el olvido tarareando,
honores
y riquezas codiciando,
y
del hambre y las deudas acosado.
Pero
más me fastidia, más me inflaman
por
su fuerza, perfil y contextura
tus
jetas ¡ay! que pura m...el derraman
al
abrirse y mostrar su dentadura.
Canasto,
quitasol, boca bajío,
ejido
de Tacunga sempiterna,
boca
arnés, boca buey, boca taberna,
boca
que ¡en vano definir porfío![3]
Son 71 estrofas de esta laya, que
como se ve llevan a la poesía hasta el más sucio estercolero. Su autor es el
periodista Vicente Nieto.
Después de estos versos
cenagosos, la prosa cubierta de roña.
El mismo Nieto, abandonando su
torpe lira, publica en Quito un periódico titulado Fray Gerundio, donde prosigue su carrera de calumniador desaforado.
Si en verso es tan burdo, ya se puede imaginar lo que es en prosa.
En Cuenca se publica un pasquín
denominado El Diablo dedicado,
preferentemente, al insulto de los radicales de esa tierra. Pero, tampoco se
olvida de Alfaro. Se dedica un artículo –“Beso de muerte”‒ a su gobierno,
donde se dice:
La Manta Negra ha
cubierto la propiedad de huérfanos y viudas, talando la industria, asolando la
familia; y la bárbara confiscación, robo oficial en forma de ley, nos saca a la
vergüenza pública ante las naciones vecinas que nos contemplan en el
calvario... y se dictan leyes de presupuesto, que nos reducen a la miseria,
mientras los ministros diplomáticos y los gobernadores de provincia regordean
con el pan del infeliz pueblo.[4]
Escriben el periodicucho, en
comandita, clérigos y curuchupas sin sotana, que esconden sus nombres en el
anonimato. También tienen un vate, el académico Tomás Rendón, autor de coplas
procaces, parecidas a las de Nieto.
El diario El Comercio no se queda a la zaga:
Bien se sabían los
Alfaros ‒dice‒ que en Panamá se les iba a conceder la más completa libertad
para conspirar contra nuestra Patria, cuando prefirieron trasladarse a esa
Republiquita, en lugar de ir a gozar de los caudales que saquearon a la Nación
en los grandiosos países de Europa o en la América del Norte.[5]
De la prensa la calumnia pasa y
se cuela en la boca de los difamadores. Miguel Valverde, un protegido de
Alfaro, es uno de ellos. Se mueve en los
círculos liberales y esparce la mentira. A Gagliardo le dice que el Viejo
Luchador ha salido millonario de la presidencia y que sólo en los almacenes de
Guayaquil había comprado más de cien mil sucres en joyas para su familia.
Justamente indignado Alfaro
cuenta esta historia a Abelardo Moncayo en carta de 8 de febrero de 1903. Dice
que mira con lástima a ese desgraciado.
Y para que la duda no quede flotando, pues aprecia como ninguno la limpieza de
su nombre, se da el trabajo de enumerar todas sus compras de alhajas realizadas
durante su paso por la presidencia. Esta la lista:
1896. Un
par de aretes de brillantes (solitarios)......... ….…..S/. 400
1897. Un
prendedor compuesto de una perla con brillantes.… 350
Una sortija
(marquesa)...............................……………… 150
1898.
Una pulsera y un prendedor de........................………... .. 500
1899. Un
anillo con un solitario..........................…………….... 320
Un mil setecientos veinte sucres..................……………...
1.720 [6]
La diferencia entre S/.100.000 y
S/.1.720, es la proporción de la mentira.
Más tarde, de difamador, Valverde
se convertirá en propugnador y panegirista del asesinato de los Alfaro.
La calumnia, como se puede
apreciar por lo expuesto, se encamina ‒repta mejor‒ no sólo a sembrar sombras
sobre la honradez de Alfaro, sino que cayendo en la bajeza extrema, se llega a
calificarle de ladrón. Y quienes así se expresan, en la mayoría de las veces,
son los que menos deben pronunciar esa palabra.
Alfaro no es un adorador del
Becerro de Oro. Hombre de gran fortuna en una época, todo lo gasta en beneficio
de la revolución liberal, la meta de su vida. Esta meta, que significa el
progreso de la patria, está por encima de sus intereses personales.
A este respecto, Pío Jaramillo
Alvarado, manifiesta lo siguiente:
Puede registrarse en
Panamá, en el archivo de uno de sus hijos, los libros de la contabilidad
comercial del general Alfaro, en la época en que se dedicó a estas actividades.
Pasa de un millón de pesos anual el monto de las operaciones con que giraba
bajo su firma. Es también constante que después de su primera presidencia, y
cuando se recluyó silenciosamente con su familia en Guayaquil, era tal su
angustia económica, que un grupo de amigos suscribió una cuota mensual para
salvar de su penuria al señor general Alfaro.[7]
Y Roberto Andrade, en su vibrante
folleto titulado Moscas, agrega:
Antes y después del
Mensaje ‒se refiere al Mensaje escrito como Jefe Supremo de Manabí y Esmeraldas
en 1883‒ en cosa de cinco o seis lustros, Alfaro ha empleado en la libertad del
Ecuador cuanto dinero ganó en su trabajo en Panamá. Montalvo no hubiera
verificado sus viajes a Europa, ni publicado sus obras sin Alfaro.[8]
La acusación de robo, sobre todo,
está vinculada a su obra magna: la construcción del Ferrocarril del Sur. ¿Por
qué?
Sus enemigos ‒tanto conservadores
como liberales de derecha‒ piensan que la terminación de la gran obra puede
constituir un alto triunfo para el caudillo manabita y consolidar el alfarismo
que puede, y eso temen, proseguir en su camino de reformas. Para impedir eso,
hasta se quiere pagar a Harman para que desista del contrato, tal como asegura
Mora López en su Historia del Ferrocarril
Trasandino, afirmación confirmada por Alfaro en carta que dirige a ese
contratista en 1902. Para impedir eso, ¡nada mejor que la calumnia!
Lizardo García |
Uno de los calumniadores es un ex‒ministro
suyo: Lizardo García. Este banquero en carta dirigida a un conservador de
Ambato, manifiesta que está gestándose un monstruoso
negociado entre Alfaro y Harman, para cuya realización necesita que su
sucesor en la presidencia sea una persona condescendiente
que no dificulte la malversación planeada. El acusado como está limpio de
culpa, según expone en una de sus Narraciones
Históricas, castiga así al gratuito detractor:
Mi venganza consistió en
mandar litografiar la carta‒libelo, hacerla circular, y dar orden al Gobernador
del Guayas para que pusiera a disposición de don Lizardo García todo el
servicio de cablegramas con el señor Archer Harman, en los cuales se suponía
encontrar el hilo de sus conjeturas criminales, y además los documentos
públicos y privados en relación con la Compañía del Ferrocarril y arreglo de la
Deuda Externa.[9]
Aunque no se crea, el detractor
García es el responsable de ese feo episodio que ha pasado a nuestra historia
con el significativo título de El
peculado de Londres. José Peralta en su estudio Porrazos a porrillo, relata con detenimiento este suceso y
demuestra que el perjuicio para la nación asciende a doscientos setenta y ocho
mil dólares. Se trata, pues, de una defraudación que no solamente se “está
gestando”, sino que efectivamente se gesta.
Otra acusación, y muy reiterada,
es la que Alfaro es accionista de la compañía que construye el ferrocarril.
La Cámara del Senado, en 1902,
resuelve dar un voto de felicitación al general Alfaro por ser el principal y
más decidido propulsor de esa obra. Empero, algunos legisladores se oponen a
ese voto porque se ha propalado, maliciosamente, la noticia de que es
accionista por varios millones de sucres de la empresa “Guayaquil and Quito
Railway Company”. Se asegura que en la oficina de la compañía en Nueva York se
exhibe su retrato como uno de los más importantes socios.
Alfaro se indigna al conocer la
calumnia e inmediatamente emprende una campaña para desvirtuar la falsedad
divulgada. Escribe varias cartas al senador José María Borrero, uno de los que
le niegan el voto, por haber creído en la especie perversamente vertida. Y
luego se dirige al presidente de la compañía ‒carta de 12 de marzo de 1903‒
para que certifique que nunca ha tenido la calidad de accionista. “Yo salí de
la Presidencia pobre cual había entrado a ella, pues las economías que pude
hacer durante el sextenio de mi administración, no alcanzaron para atender a
los modestos gastos de mi familia”,[10]
dice.
La respuesta requerida es
terminante y dice así:
New York Abril 17 de
1903.- General Eloy Alfaro.- Guayaquil.- Ecuador.- Mi querido Señor:- Nos
permitimos informar a usted que su nombre no figura en la lista de los
accionistas de la "Compañía del Ferrocarril de Guayaquil a Quito".
Nuestros archivos demuestran que usted nunca ha sido ni es partícipe en nuestra
Compañía, y que usted no tiene interés fiduciario de ninguna clase en nuestro
Ferrocarril.- De usted muy atento.- T. H. Powers Farr, Vicepresidente.- Sam H.
Lever, Secretario Tesorero.[11]
Según informaciones que recibe,
como consta en carta que escribe a Abelardo Moncayo el 5 de agosto de 1903, los
propaladores de esta calumnia son Miguel Valverde, el doctor Serafín Whiter, el
general Fidel García y el presidente Leonidas Plaza. Otra vez Valverde. Su
enemistad con Alfaro es bastante vieja: ya como cónsul en la ciudad de Nueva
York, cargo que obtiene por sus antiguos servicios a la causa liberal, se
transforma en agente de los conspiradores antialfaristas y se dedica a sembrar
la desconfianza entre los accionistas del ferrocarril, razón por la que es
cancelado. Esto consta en la Historia del
Ferrocarril de Guayaquil a Quito que el general Alfaro, antes de su
inmolación en el Ejido, entrega al coronel Carlos Andrade.
El doctor Serafín Whiter
es un periodista guayaquileño que acompaña al general Alfaro en la campaña de
1895 que culmina con su entrada a Quito. Desempeña el cargo de ministro de
Hacienda durante su primera administración. Está casado con una hermana del
general Plaza, durante cuya administración cobra a la compañía del ferrocarril
elevadas sumas de dinero por gestiones administrativas.
El general Fidel García participa
en la lucha contra Veintemilla y Alfaro le nombra ministro de Guerra y Marina
como Jefe Supremo de las provincias de Manabí y Esmeraldas. Está presente en
las campañas de 1895 y desempeña importantes cargos durante el primer gobierno
liberal.
Leonidas Plaza Gutiérrez |
De Plaza Gutiérrez no hay
necesidad de hablar, Todo el mundo conoce sus acciones y la extensión de su
ingratitud con el Viejo Luchador.
Una cosa queda clara: todos los
difusores de la vil calumnia son protegidos de Alfaro, que sin él, nunca
hubieran llegado a lo que llegan. Queda claro también, la deserción de gran
parte de sus colaboradores, casi siempre, por causas non sanctas.
Pero esta calumnia ‒la de ser
accionista del ferrocarril‒ tiene una significación que la convierte ‒si la
maledicencia y la difamación pudieran ser clasificadas por su gravedad‒ en la
más baja y cobarde de ellas. Esto porque los detractores conocen que si Alfaro
hubiera sido deshonesto, que si hubiera tenido su apego a los bienes materiales
y al dinero, en verdad hubiera podido ser accionista. Saben que cuando se le
ofrece un porcentaje de acciones de la compañía ‒costumbre con que los
capitalistas extranjeros consiguen favores de mandatarios corruptos‒ las
rechaza para él y las cede para beneficio de la nación. ¡Saben, y calumnian!
Pío Jaramillo sobre lo arriba
expuesto, dice esto:
Es un hecho histórico que cuando en conformidad con el
contrato de construcción del ferrocarril suscrito en 1897, se verificó la
emisión de siete millones de dólares en la denominación de “Bonos Comunes” en
beneficio de la empresa promotora de la obra, y cuando le fue ofrecido al
general Alfaro el 49 por ciento de dicho
valor en su utilidad personal, pues la compañía constructora tomaba el 51 por
ciento, y con estas acciones la administración del ferrocarril, el general
Alfaro rechazó noblemente el ofrecimiento de la Compañía e hizo inscribir ese
porcentaje no estipulado en el contrato, en beneficio del gobierno del Ecuador.
Este acto del general Alfaro ha permitido con el tiempo adquirir ese 51 por
ciento de la Compañía o sea de los herederos del promotor Harman y nacionalizar
el servicio administrativo, antes de amortizar los bonos principales,
correspondientes a los prestamistas extranjeros del dinero para la construcción
del ferrocarril, en el que el Erario ecuatoriano no ha invertido sino exiguas sumas.
Sin embargo, la
malevolencia ha hecho críticas acerbas acerca del contrato del ferrocarril de
Guayaquil a Quito, no comprendido todavía, y el odio y la envidia y
las bajas pasiones de la política ruin, imputó al
general Alfaro peculados,
siendo como fue puro en sus costumbres y sin ambición de riqueza.[12]
Esta verdad demuestra
con luz meridiana toda la ruindad de los calumniadores. Pero sobre todo
demuestra que ese contrato firmado por Alfaro, no sólo es beneficioso para el
progreso económico del país al ampliar su mercado interno y promover el
movimiento de los factores productivos, sino que es uno de los pocos contratos
realizados con empresas extranjeras que no lesiona los intereses nacionales ni
contiene odiosos privilegios, norma generalizada en esta clase de negocios. Un
contrato limpio, en fin, que no ha sido debidamente valorado.
Esta limpieza, nada común, tanto
ayer como hoy, ayuda para que la compañía pueda incrementar su capital y
hacerse efectivo el contrato. La negativa para aceptar la comisión ‒o soborno‒
que según se le informa es corriente en operaciones financieras de esta índole,
causa profunda impresión al proponente:
Harman ‒dice Pareja
Diezcanseco‒ había hablado de la rectitud de Alfaro. Ni un centavo empleado en
gratificaciones; era incomprensible. ¿Adónde está ese país?, preguntaron los
señores millonarios. Y se empezaron a suscribir los capitales. Era una nueva
experiencia en sus negocios de propulsores imperialistas.[13]
Como aditamentos de esta
calumnia, que por decirlo así constituye el centro de la malevolencia, se
agregan otras mentiras y otras infamias. Se dice, para citar un solo ejemplo,
que Alfaro es socio de Harman. Constantemente el probo mandatario, tiene que
protestar y enfrentar a sus calumniadores. En sus cartas y en su Historia del ferrocarril de Guayaquil a
Quito deja constancia de su indignación. Su alma lacerada está impresa en
esas páginas.
Vamos a terminar.
Dijimos al inicio que lo
más grave, lo peor de la calumnia, es que se prolonga, larga, larguísimamente,
hasta más allá del sepulcro.
Así ha sucedido con Alfaro.
Wilfrido Loor |
Sus enemigos ideológicos, con
sobra de mala fe, se han aprovechado de esas viejas calumnias para combatir al
doctrinario liberal. Y todavía en nuestras historias, a un siglo de la
revolución que comandó, las siguen repitiendo. A la par que propaganda contra
una revolución progresista, es quizás, una venganza póstuma.
Unos más, otros menos, pero
siempre sin ningún decoro, los historiadores de derecha se esmeran por echar
sombras sobre la honradez de Alfaro, especialmente, en lo relacionado con el
ferrocarril del Sur. Es el caso, por ejemplo de Robalino Dávila y Wilfrido
Loor. El primero en forma taimada, siguiendo sin duda la pauta de su paradigma,
Thiers, responsable de la sangre derramada por los comuneros de París. Y el
segundo, ya sin ningún pudor, se atreve a tacharle de ladrón, tal como sus
cofrades de la vieja cruzada conservadora. Razón tiene César Peralta Rosales ‒Un centenario y una infamia[14]‒
de calificar a éste de plumario reptante.
Nada más por ahora.
[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia ecuatoriana, t. II, Editorial de la Casa de
la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, Quito, 2007, pp. 41-52.
[2] David P. Jordán, Robespierre, el primer revolucionario,
Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1985, p. 28.
[3] En Wilfrido Loor, Eloy Alfaro, t. III, Editorial Moderna,
Quito, 1947, pp. 710, 716 y 720.
[4] El Diablo Nº 3, s.e., s.l., s.f.
[5] Cfr. Olmedo Alfaro, El asesinato del Sr. General Eloy Alfaro,
Tip. Moderna, Panamá, 1912, p. 38.
[6] Oswaldo Albornoz Peralta
(comp.), Cartas del General Eloy Alfaro,
Consejo Provincial de Pichincha, Quito, 1995, p. 260.
[7] Pío Jaramillo Alvarado, Estudios Históricos, Casa de la Cultura Ecuatoriana ,
Quito, 1960, p. 170.
[8] Roberto Andrade, Moscas, Tipografía de la Escuela de Artes y
Oficios, Quito, 1907, p. 17.
[9] Eloy Alfaro, Narraciones Históricas, Corporación
Editora Nacional, Quito, 1983, p. 320.
[10] Oswaldo Albornoz Peralta
(comp.), Cartas del general Eloy Alfaro,
op. cit., pp. 279-280.
[11]
Copia de la comunicación firmada por Alfaro (Archivo del autor).
[12] Pío Jaramillo Alvarado, Estudios Históricos, op. cit., p. 170.
[13] Alfredo Pareja Diezcanseco, La hoguera bárbara, Publicaciones
Educativas Ariel, t. II, Quito-Guayaquil, s. f., p. 72.