II
LOS PRIMEROS RESPLANDORES
Después
del colapso liberal con el asesinato de Alfaro, aunque sea lentamente, las
ideas avanzadas del socialismo van siendo asimiladas por algunos intelectuales
progresistas, a la par que van penetrando en las organizaciones obreras en el
fragor de la lucha por sus propias reivindicaciones. Pero casi siempre estas
ideas, como es comprensible, tanto entre los intelectuales como entre los
trabajadores, están mezcladas con una serie de concepciones erróneas, provenientes
del anarquismo y del socialismo reformista que se combinan sin mayor
discernimiento con el socialismo científico marxista. Se puede decir que hasta
antes de la Revolución de Octubre, debido a nuestro retraso económico y a la
consiguiente debilidad de la clase obrera, no hay una real diferenciación entre
las distintas tendencias socialistas, no se separa aun lo que es verdaderamente
científico de lo que no es. Todavía, estas diferentes tendencias son
consideradas en un plano de igualdad podríamos decir, lo que hace que los
hombres de avanzada de ese entonces adquieran sus conocimientos en una u otra
fuente, mezclando los principios verdaderos con los falsos.
Desde luego, existen anticipaciones muy
notables dignas de ser mencionadas. Tal es el caso del doctor Luis Felipe
Chaves, que partiendo desde el liberalismo –asiste como delegado
al Congreso Liberal de 1923– se convierte en uno de los fundadores del
Partido Socialista Ecuatoriano en 1926.
Él, ya en el año 1912, en su tesis doctoral titulada Escuelas Económicas, remitiéndose al
materialismo histórico de Marx, sostiene que la economía es el factor
determinante del desarrollo social. Dice:
"A
esta vacilación, a esta incertidumbre de la Filosofía de la Historia, pone
término el genio de un hombre extraordinario, de un analizador profundo y
desapasionado de la vida de los pueblos, del inmortal Carlos Marx, quien
descubrió el factor–eje
de la vida social; factor conocido de todos desde mucho tiempo atrás, pero cuya
extraordinaria importancia nadie había apreciado antes, con la claridad y
certeza de Marx; tal factor de las sociedades, el que constituye la trama
íntima y eterna del Todo Social, es el factor económico".[1]
Y lo que es más, cobijándose bajo la bandera del socialismo,
manifiesta que éste que “ha empeñado ruda batalla contra el régimen
capitalista”, que terminará “por
destruir tan infamante régimen”.[2]
También en su trabajo, como era de prever, hay la conjunción de ideas
y doctrinas no afines, que a nuestro modo de ver, por ser producto de la época,
no borran los méritos antes señalados. Por ejemplo, siguiendo a Spencer –a
quien cita– cree que el darwinismo puede servir de aliado “en la determinación
de las numerosas formas de evolución sociológica”. Es notoria sobre todo la
influencia del reformista burgués Henry George, cuyas principales obras son
conocidas en nuestro país, pues el Catálogo
General de la Librería Española de Janer e Hijo de Guayaquil que se publica
en 1911, constan Progreso y miseria, La condición del Trabajo y Protección y librecambio,[3]
esta última, mencionada por Chaves. De este autor toma la idea de la necesidad
de la supresión de la propiedad
territorial, y siguiendo su modo de pensar, propone que “verificada la apropiación social de la tierra
–nacionalizada– ésta debería continuar en poder de los actuales poseedores en
aquella parte que realmente utilizan, pero que se permitiría que de la tierra
no utilizada tomen posesión los que deseen trabajar, los que deseen utilizar
este común agente natural de producción”.[4]
Se trata, en fin de cuentas, de la entrega de las tierras no
cultivadas de los latifundios ‒cuya
existencia condena con vigor– para beneficio y usufructo de los campesinos.
Para ese tiempo es una proposición progresista, acogida por los ideólogos más
radicales del liberalismo. Proposición que también constará por largo tiempo,
como punto programático de los jóvenes partidos de izquierda.
Prosigamos.
Hasta antes y durante la primera guerra mundial, según hemos podido
averiguar consultando los catálogos de algunas librerías, en el Ecuador, se
conocen las siguientes obras marxistas:
—
De Carlos
Marx:
Precios, salarios y ganancias.[5]
El Capital, Manifiesto Comunista, Precios, salarios y ganancias (sic).[6]
El Capital y estudio sobre el socialismo científico, Precios, salarios y ganancias,
Miseria de la filosofía. Contestación a
Proudhon.[7] Y Crítica de la Economía Política.[8]
—
De Federico
Engels:
Origen de la familia, propiedad privada y el Estado.[9] Anti–Dürhing o la
revolución de la ciencia.[10]
El socialismo utópico y el socialismo
científico.[11]
El socialismo y la religión, y Socialismo utópico y el socialismo sin título.[12]
Literatura francesa.[13]
—
De Marx
y Engels:
Comunista (Manifiesto), por
Carlos Marx y Federico Engels.[14]
—
De
August Bebel:
La mujer.[15]
Socialización de la sociedad.[16]
—
De Paul
Lafargue:
El derecho a la pereza (dos
tomos).[17]
Idea de la Justicia y del Bien.[18]
El matriarcado.[19]
El derecho a la pereza, Por qué cree en Dios la burguesía y Jaurés
y Lafargue (controversia): El Concepto de la historia.[20]
—
De Karl Kautski:
La cuestión agraria
Parlamentarismo y socialismo.[21]
La defensa de los trabajadores y la jornada de
ocho horas.[22]
—
De
Antonio Labriola:
Materialismo
Histórico
Reforma y revolución social.[23]
Los títulos están copiados como constan en los catálogos consultados.
Cuando se menciona El Capital de
Marx, se trata con seguridad del primer tomo traducido al castellano en el
siglo XIX, pues que se enuncia un solo libro.
Al lado de las obras marxistas, existen muchas otras de los teóricos
anarquistas o de los exponentes del socialismo pequeñoburgués y reformista. Se
lee mucho a Kropotkin, de quien se conoce como una decena de libros. Constan en
los catálogos Federalismo y socialismo,
El patriotismo y Dios y el Estado de Bakunin. De Proudhon, entre otros, son
conocidos los siguientes trabajos: ¿Qué
es la propiedad?, Psicología de la
Revolución, Única salvación y La creación
del orden. Son leídos también Sorel, Luisa Michel, Henry George, Malatesta,
Malato y Reclús. Así mismo Vandervelde.
A lo anterior habría que agregar ciertas obras de carácter científico,
como las de Darwin, Haeckel, Büchner, Spencer e Ingenieros –para no citar sino
unos pocos– que contribuyen también a la formación ideológica de nuestros
intelectuales progresistas. Y habría que añadir algunas obras de crítica
religiosa como las de Straus y Renán, por ejemplo. Que gozan de una difusión
muy amplia.
Algunas concepciones de estos autores, totalmente falsas y negativas,
gravitan en el pensamiento de nuestros pensadores avanzados, aun en el de los
primeros socialistas, constituyendo por lo mismo, un obstáculo para su claridad
y avance.
Se habrá notado que entre los pensadores marxistas que se conocen en
el Ecuador, no existe ninguno de Rusia. Los haces de luz del pensamiento
inmenso de Lenin, no irradian todavía nuestra tierra.
No es equivocado afirmar, que en la época, a Rusia se la conoce
solamente a través de su gran literatura, porque sus escritores clásicos
–Gogol, Turguenev, Dostoievski, Tolstoi y Chejov– ellos sí, son leídos,
inclusive comentados algunos desde fines del siglo XIX y principios del XX. Y
también Gorki, puente de unión de dos épocas diferentes.
De aquí que para nosotros, sea un verdadero deslumbramiento la
llamarada de la Revolución de Octubre.
Inmediatamente suscita interés, un deseo inmenso por conocer los
hechos y las primeras realizaciones, tanto entre los trabajadores como en los
círculos de los intelectuales progresistas. Su gran artífice, Vladimir Illich
Lenin atrae magnéticamente las miradas. Todos quieren conocer sus obras, su
vida de revolucionario tenaz y abnegado, la hazaña grandiosa de la revolución
que dirige magistralmente.
Es como si las puertas de la esperanza se abrieran de par en par.
Ya en 1919, los estudiantes de la Universidad Central de Quito, piden
a su rector, doctor Cueva, que se les explique el significado de la revolución
socialista.
La información que se quiere es difícil encontrarla en un principio.
La prensa en manos de los capitalistas y terratenientes, tergiversa las
noticias e inunda sus páginas con burdas calumnias contra la revolución,
incluyendo las más ridículas e increíbles, como se puede comprobar revisando
los periódicos burgueses y católicos de su tiempo. El clero cumple igual papel
con las furibundas pastorales, donde así mismo, campea el engaño y la mentira.
Por esto, que se busque con afán las fuentes verdaderas. Los pocos folletos y
libros en español que se consiguen, procedentes de los partidos y
organizaciones revolucionarios, llegan a constituir joyas auténticas. Y muchas
veces los intelectuales, para inquirir la verdad –tal como prueba la
bibliografía que consta en algunas obras– tienen que recurrir a publicaciones
en idiomas extranjeros, el francés principalmente.
No obstante las dificultades enunciadas, en el mismo año de 1919,
algunos intelectuales y trabajadores avanzados inician la tarea de la
propagación de las ideas socialistas, tarea esta, que tiene la virtud de
alarmar a la prensa reaccionaria. El
Comercio de Quito, por ejemplo, se expresa de esta manera en relación a
este hecho:
"Se
ha dado comienzo en esta capital a una obra de propaganda, más que socialista
abiertamente bolcheviquista, mediante la cual, y con fines políticos, que
saltan a la vista del más miope, se trata de soliviantar a la clase trabajadora
contra los que tienen fortuna, de hacerle concebir irrealizables
esperanzas como aquella de la distribución de la propiedad entre todos, cosa que no se ha
realizado todavía ni en la misma Rusia”.[24]
También se alarman grandemente los
capitalistas y terratenientes, tanto, que organizan apresuradamente una
Liga Nacional Obrera Antisocialista, encargada –según se dice en el periódico antes
mencionado– “de buscar medidas adecuadas para el apoyo recíproco entre los capitalistas y la clase obrera”.[25]
Miembros de esta Liga son, entre muchos otros, Víctor Manuel Peñaherrera, Pablo Guarderas, Francisco Chiriboga y
Julio Tobar Donoso. Este último, persistiendo en el empeño, publica más tarde, en 1926,
la revista La Defensa, donde escribe una serie de artículos –que después son reunidos en el folleto titulado Cooperativas
y mutualidades– propugnando el cooperativismo
obrero católico, para impedir en este campo, “los peligros que encerraría la anticipación de los socialistas”.[26]
Para ser convincente, cita el ejemplo de
los católicos belgas, afirmando que
gracias a esta iniciativa, han recuperado el terreno perdido.
La
alarma, empero, tiene razón de ser, ya
que en verdad las ideas socialistas son
acogidas con mucha simpatía y siguen difundiéndose a pesar de las tergiversaciones y calumnias de la oposición reaccionaria.
El
sociólogo Belisario Quevedo es uno
de los primeros en mostrar su adhesión a las nuevas ideas por medio de la
prensa, razón por la que es combatido con acritud por sus contrarios. Su libro póstumo Sociología, política y moral –escrito antes de 1921 y
publicado solamente en 1932–demuestra con claridad su pensamiento
social. En él, si bien cree que el socialismo no es adecuado para el Ecuador en el momento, lo considera sin embargo como “una necesidad
histórica que tiene su tiempo determinado para aparecer a pesar de cualquier
cataplasma con que se pretenda evitar o
retardar su advenimiento”.[27]
Allí, también, pone a la opinión pública en alerta a las falsas informaciones de los periódicos y
cables burgueses, “interesados en
desfigurar y desacreditar la gran revolución actual, “quizá de mayores consecuencias que la del 89”.[28]
Allí, además, polemiza con vigor contra aquellos que en
esos tempranos tiempos inician la campaña anticomunista. Un ejemplo.
Cuando Velasco Ibarra afirma en una revista que el socialismo mata el
arte y el cultivo de la belleza, él contesta en esta forma: “No obstante, entre
los ministerios de la Dictadura proletaria hay uno de educación; que a la cabeza del Departamento de Literatura
extranjera se halla Gorki; que se está llevando a cabo una intensa renovación en la música; que se sostienen
las academias y los museos y que los
muchachos de las escuelas y de las masas populares están, por primera vez, contemplando, guiados por maestros
competentes, las grandes obras de
arte y oyendo conferencias y conciertos”.[29] Es
decir, que frente al sofisma y a la afirmación sin base, se oponen los hechos,
que no tienen réplica posible.
Otro
tanto, y quizás con mayor extensión, sucede
en la ciudad de Guayaquil. Allí aparecen algunos periódicos obreros, como los
editados por el dirigente gremial Juan
E. Naula, que difunden las ideas socialistas. El mismo periodista citado, en el año de 1921 publica un libro de Principios de Sociología Aplicada, que si bien adolece de errores explicables en la época, tiene el
mérito de aplicar el marxismo en la
interpretación del desarrollo de la humanidad, pues en general se rige por las
ideas desarrolladas por Engels en El
origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado. Y, sobre todo, tiene el mérito indiscutible de saludar la
Revolución de Octubre y de defender con ardor a la naciente patria del proletariado.
“Por fin –dice– sonó en Rusia el clarín de
las huestes oprimidas que, en un
hermoso gesto de rebelión y resolución, se lanzan a la conquista de la sublime
Libertad Económica y Moral, derribando el trono, pisando
la corona y abatiendo prejuicios y privilegios, que, por tantos siglos se habían cebado sobre el tormento y la humillación de las clases obreras”.[30]
Y ensalza a Lenin como enemigo de
toda tiranía y “adorador fervoroso de la
verdadera Libertad”.[31]
Más
adelante, puntualiza con más claridad su admiración por la Revolución Rusa,
como la patria obrera libre de explotación del hombre por el hombre:
"La
República de los Derechos del Hombre, proclamada por los marximalistas, tiene
por base la equidad económica mediante la socialización de los medios de
producción que son: el suelo, el subsuelo, las aguas, los inmuebles, las
maquinarias y en general los útiles de trabajo… Por socialización de los medios
de producción se entiende hacerlos del uso de la sociedad, todos esos elementos
de vida, para servicio común de los pueblos y no sea propiedad particular de
ningún individuo".[32]
Y
al mismo tiempo, acogiendo indudablemente las tesis de Lenin sobre la guerra
imperialista, alerta sobre lo peligroso que es la pervivencia del imperio de
capital para todos los pueblos del mundo:
"Ya
hemos dicho que la última guerra mundial no fue otra cosa que una lucha de
capitales. Por tanto la paz del mundo,
ahora, no significa sino la explotación
del mundo, por los capitales triunfantes… Para imponer esa explotación
están mandando tropas aliadas contra el Soviet de Rusia, por la explotación se
ahorca, se asesina y se martiriza en Norte América; por esa explotación,
pretenden tener el palo levantado contra el movimiento reivindicatorio de los Derechos
del Hombre en todo el Mundo".[33]
El
15 de Noviembre de 1922, las fuerzas represivas de la oligarquía que dominan el país, realizan una infame matanza de centenares de
obreros, cuyos cuerpos masacrados,
para esconder el crimen, son arrojados a la ría. Esta jornada de lucha heroica del proletariado ecuatoriano, tiene ya la inspiración de
la Revolución de Octubre, donde se ve
un ejemplo y se vislumbra el futuro. Desgraciadamente, no tiene aún la dirección de un partido obrero y predominan
todavía las concepciones anarquistas,
hecho que permite la intromisión de provocadores y
agentes de la burguesía, que desvirtúan sus objetivos, y que, al final, le llevan, a la derrota y al fracaso. Fracaso, bautizado con sangre.
Al
estupor que le causa a la oligarquía, que esas masas de proletarios
ecuatorianos traten de encontrar nuevos caminos para librarse de la
explotación, se suma la airada diatriba del clero encabezada por altos prelados
como el obispo de la provincia de Bolívar Carlos María de la Torre, más tarde
jefe de la Iglesia católica ecuatoriana. Así se expresa el 28 de abril de 1923:
"Los
tristes y deplorables acontecimientos ocurridos en Guayaquil el mes de
noviembre del año pasado, despertaron en el ánimo de los ecuatorianos
consternación y espanto, porque a la vista estaba, el temible Socialismo,
preñado de amenazas, había puesto su planta en nuestro suelo (…) Todo lo nuevo
atrae y fascina; y si bien el Socialismo, parto monstruoso del cerebro humano,
lleva ya largos años de existencia, hasta hace poco, no había penetrado en
nuestra Patria (…) Pero ahora no sólo amenaza apoderarse de las sencillas masas
populares, a quienes engaña y seduce con los mirajes de la falsa dicha, más
también pretende arrastrar, en su impetuosa y desoladora corriente, a aquellos
que, por sus estudios y condición, debieran conocer mejor lo falso y desastroso
de tal sistema." [34]
Mas
nada detiene el avance de las nuevas ideas, que siguen germinando cada vez más
lozanas y vigorosas, como que si el suelo ecuatoriano se hubiera fertilizado
con el sacrificio de las víctimas. Sus
portadores, cada vez, son más numerosos.
El
doctor Juan Honorato Peralta, otro pionero de las ideas socialistas, científico de valía, se adhiere lleno de entusiasmo y convicción a la gran
Revolución de Octubre. Su nombre
es casi desconocido entre nosotros, tanto que el escritor Agustín Cueva Tamariz, le califica como un alto valor oculto. Peralta, discípulo de Ingenieros, es quizás el
primero que en el Ecuador intenta dar a las ciencias una base materialista,
principalmente en lo que se refiere a Psicología, Psiquiatría y Biología,
aunque con las equivocaciones que el intento conlleva. Espíritu inquieto, siempre en búsqueda de la verdad, sigue una
larga trayectoria hasta descubrir el
marxismo, que en su caso, no está limpio de rezagos de la ciencia burguesa. Pero su valor, su gran valor, está en su
papel de precursor y en su fidelidad
a la clase obrera.
Su
libro titulado La Propiedad –editado en Guayaquil en el año de 1924– es exponente de su pensamiento progresista. Muchas de las ideas allí
constantes, como su posición antiimperialista
al denunciar con energía la agresión de Estados Unidos a México durante el
período de la revolución mexicana, merecen ser destacadas con mayor detalle.
Mas aquí, nuestro objetivo es solamente mostrar su simpatía y adhesión a la Unión Soviética.
"De
este modo –dice– se ha iniciado la
crisis del derecho de propiedad particular, individualista, a favor del dominio
colectivo, como un medio necesario
de dignificación moral, como una preparación para la vida en una forma de la
sociedad futura, cuyos lineamientos empiezan a columbrarse en los ensayos
llevados a la práctica, con éxito brillante, por la Rusia sovietista.
La
Rusia, como hemos visto antes, marcha a la vanguardia de ese gran movimiento de renovación moral y
económica, de los pueblos oprimidos por las injusticias del régimen
capitalista. La socialización de la economía pública, se ha decretado, en su
fase inicial, para la gran industria, los latifundios, los medios de transporte
y las instituciones bancarias.
La expropiación de los
expropiadores, o sea la socialización de los medios productivos, ha venido,
pues, a convertir la propiedad subjetiva e individualista, en una función
social, en fuerza misma de las necesidades económicas, como una consecuencia
inevitable del proceso histórico que atravesamos".[35]
Más tarde, en 1927, escribe su Mensaje a los trabajadores en el X
aniversario de la fundación del Soviet, que no es otra cosa, diríamos, que una
reafirmación de fe en la revolución y en el provenir de la obra de Lenin.[36]
El jurista y escritor Antonio Quevedo –en esa época hombre progresista
y simpatizante del socialismo– en su libro Ensayos
sociológicos y políticos, en gran parte de su obra analiza con penetración
y ensalza las grandes conquistas logradas gracias a la revolución. De Lenin
dice lo siguiente: “Murió en Enero del presente año, después de haber dirigido
la Revolución más grande que registran los siglos, en medio del amor y devoción
religiosos ya legendarios, de la mayoría del proletariado ruso. Actualmente su
nombre es el más popular del Globo”.[37]
Luis Felipe Chaves, que en la década del 30 llega a ocupar el elevado
sitial de rector de la Universidad Central del Ecuador es otro de los
intelectuales que con tesón impulsa la propagación de las ideas socialistas,
ponderando la obra revolucionaria de Lenin en un opúsculo que escribe sobre el
particular. Él también, como todos los pioneros revolucionarios, recorre un
camino largo y lleno de obstáculos impuestos por el medio, hasta llegar a las
fuentes del marxismo. Viene desde el liberalismo manchesteriano, donde después
de buscar y escarbar con ahínco, no encuentra la justicia y la felicidad que
ansía el hombre.
No es vano el esfuerzo por ellos desplegado para difundir la teoría
revolucionaria y hacer conocer las conquistas logradas por el joven Estado
Soviético. La influencia de las nuevas ideas se deja sentir en muchas partes.
El mismo Partido Liberal, bajo la presión del sector izquierdizante y ante el
temor de perder ascendiente en las masas populares, se ve obligado en el
Congreso realizado en el año de 1923, a incluir en su Programa algunos postulados progresistas como la reforma agraria y una serie de medidas en favor de la clase
obrera.
Uno de los integrantes de ese
Congreso, Pío Jaramillo Alvarado –La Asamblea
Liberal.- sus aspectos políticos, Quito, 1924– dice refiriéndose al Programa
aprobado, que allí, “el liberalismo que
es evolución, el radicalismo que es acción violenta, ha encontrado en el
socialismo el significado novísimo de la sociedad frente al
Estado, y ha conseguido con esto las grandes definiciones del derecho contemporáneo,
singularmente en lo que toca al derecho de propiedad, base de la riqueza
generadora de la vida”.[38]
Algunos de los delegados a este Congreso, poco después, abrazaron las ideas socialistas.
También en la transformación política del 9 de Julio de 1925 se deja sentir
el influjo de las ideas del socialismo. Algunos jóvenes oficiales, gestores del
movimiento, tienen ideas socialistas, aunque
no bien estructuradas, razón por la cual no
pueden dar una certera dirección a su gestión política, pero que sin embargo
contribuyen para que en el primer momento –durante la etapa democrática– se tomen algunas medidas
avanzadas. El principal dirigente civil de la revolución juliana, Luis
Napoleón Dillon –escritor y economista distinguido– poco más tarde, cuando se
reúne la primera Asamblea Socialista, hasta envía su adhesión al nuevo Partido.[39]
Todo
lo expuesto demuestra que el ambiente es favorable y que existen las premisas
necesarias para la organización de un Partido
Socialista, que sea la vanguardia del pueblo y de la clase obrera ecuatoriana.
[1] Luis Felipe Chaves, Escuelas Económicas, en Anales de la Universidad Central N° 4,
Quito, 1912. Reeditado en la recopilación La
propiedad privada y el salario, Estudio Introductorio de René Báez y Lucas
Pacheco, Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano N° 30, Banco Central del
Ecuador, Quito, 1987, p. 169.
[2] Idem, p. 177.
[3]
Catálogo General de la Librería
Española de Janer e hijo, Guayaquil, 1911, p. 293.
[4] Chaves, op. cit., p. 182.
[5] Catálogo de la Librería Española, Guayaquil, 1911, p. 133.
[6] Catálogo General de la Librería Española de Janer e hijo,
Guayaquil, 1915, p. 361; Bonifacio Muñoz, Catálogo
General de la Librería Sucre, Quito, 1918, p. 259.
[7] Bonifacio Muñoz, op. cit., p.
259.
[8] Librería Española de Janer e hijo, 1915, p. 145; Bonifacio Muñoz,
op. cit., p. 260.
[9] Catálogo de la Librería Española, 1911, p. 132; Bonifacio Muñoz, op. cit., p. 255.
[10] Catálogo de la Librería Española, 1915, p. 204; Bonifacio Muñoz,
op. cit., p. 245.
[11] Bonifacio Muñoz, op. cit., p.
258.
[12] Catálogo de la Librería Española, 1911, p. 135; Catálogo General de la Librería Española de
Janer e hijo, 1915, p. 158.
[13] Catálogo de la Librería Española, 1911, p. 189; Catálogo General de la Librería Española de
Janer e hijo, 1915, p. 251.
[14] Catálogo de la Librería Española, 1915, p. 140.
[15] Catálogo de la Librería Española, 1911, p. 131; Catálogo General de la Librería Española de
Janer e hijo, 1915, p. 154; Bonifacio Muñoz, op. cit., p. 253.
[16]
Catálogo de la Librería Española,
1911, p. 135; Catálogo General de la Librería Española de Janer e hijo, 1915, p.
158; Bonifacio Muñoz, op. cit., p. 258.
[17] Catálogo de la Librería Española, 1911, p. 121.
[18] Catálogo de la Librería Española, 1915, p. 355.
[19] Catálogo de la Librería Española, 1911, p. 130; Catálogo General de la Librería Española de
Janer e hijo, 1915, p. 153.
[20] Catálogo General de la Librería Española de Janer e hijo, 1915, p.
140; Bonifacio Muñoz, op. cit., p. 259.
[21] Catálogo de la Librería Española, 1911, p. 132; Catálogo General de la Librería Española de
Janer e hijo, 1915, p. 155; Bonifacio Muñoz, op. cit. p. 257.
[22] Bonifacio Muñoz, op. cit. p.
364.
[23] Catálogo de la Librería Española, 1911, p. 130; Catálogo General de la Librería Española de
Janer e hijo, 1915, p. 153; Bonifacio Muñoz, op. cit., p. 258.
[24] El Comercio, Quito, 1919.
[25] Idem.
[26] Julio Tobar Donoso, Cooperativas y mutualidades, La Prensa Católica,
Quito, 1942, p. 14.
[27] Belisario Quevedo, Sociología, Política y Moral, Editorial
Bolívar, Quito, 1932, p. 120.
[28] Idem, p. 81.
[29] Idem, p. 83.
[30] Juan E. Naula, Principios de Sociología Aplicada, Tipografía y
Papelería de Julio T. Foyain, Guayaquil,
1921, p. 227.
[31] Idem, p. 228.
[32] Idem, pp. 228-229.
[33] Idem, p. 239. Las cursivas son
del autor.
[34] Carlos María de la Torre, Escritos Pastorales, Quinta Carta Pastoral.
Acerca del Socialismo, Editorial Ecuatoriana, Quito, 1933, pp. 101-102.
[35] Juan Honorato Peralta, La Propiedad, Librería e Imprenta La
Reforma, Guayaquil, 1924, pp. 155, 162 y 167.
[36] Juan Honorato Peralta, El Pasado el Presente y el Porvenir. Un
Mensaje a los trabajadores, Imprenta el Progreso, s.l., 1927.
[37] Antonio Quevedo, Ensayos Sociológicos y Políticos, t. I,
Tip. Editorial Chimborazo de V. Arturo Cabrera M., Quito, 1924, pp. 244-245.
[38] Pío Jaramillo Alvarado, La Asamblea Liberal. Sus aspectos políticos,
s. e., Quito, 1924, p. 112.
[39] “Sesión nocturna del 17 (de mayo
de 1926): Se leyó una comunicación del camarada Luis N. Dillon que se adhiere
decididamente a la Asamblea del Partido Socialista, “su viejo ideal”,
proclamando la ruina de los partidos tradicionales”, en Labores de la Asamblea Nacional Socialista y Manifiesto del Consejo
Central del Partido, Imprenta El Tiempo, Guayaquil, 1926, p. 35.