Hoy, 21 de febrero, fecha
en la que los ecuatorianos celebramos el natalicio de uno de los más grandes
personajes de nuestra historia, el prócer de la Independencia Eugenio Espejo,
es conveniente recordar las taras del racismo que tuvo que soportar en su
tiempo, y que todavía abunda en el nuestro, en trasnochadas mentes de las
clases dominantes y en no pocos compatriotas de otros sectores sociales. Mal
heredado de la colonia hispánica, debe ser combatido sin concesiones en todos
los frentes.
Una
sociedad racista y estamental juzga a Espejo[1]
Oswaldo Albornoz Peralta
Espejo,
como todo renovador y hombre de lucha, es blanco del ataque de innumerables
enemigos. Y el arma que estos escogen, por considerarla más sangrienta y
efectiva en esa época de absurda discriminación racial, es la procedencia india
de nuestro precursor.
Esta discriminación racial presupone
la inferioridad de una raza con respecto a otra superior ─en este caso la india
en relación a la blanca europea─ teoría nacida para justificar el dominio y la
explotación de los pueblos sojuzgados. Aquí en América, aunque proveniente del
viejo tronco aristotélico, aparece y se cimenta en los años de la conquista
para excusar la apropiación territorial y todos los desmanes de los
conquistadores españoles. Tiene varios matices. Va desde la simple colocación
en niveles más bajos dentro del grupo humano hasta, en la ocurrencia extrema,
situar al dominado en los límites de la animalidad. Tal la tesis del fraile
Sepúlveda que, calificando a los indígenas americanos como “hombrecillos” con
apenas vestigios de humanidad, concluye que la "justa guerra" desencadenada
contra ellos es “causa de la justa esclavitud, la cual contraída por el derecho
de gentes, lleva consigo la pérdida de la libertad y de los bienes”.[2] Nada más claro para comprender los objetivos
de esa doctrina vergonzante y anticientífica.
Y de ella se valen los enemigos de Espejo. Citaremos unos pocos ejemplos.
Uno de los primeros en hacer uso de
esta sucia arma es el doctor Sancho de Escobar y Mendoza, que demandado por
Espejo por el pago de honorarios por una consulta médica, declara al respecto
de la siguiente forma:
"Dijo que lo antes repara es que el Doctor Eugenio apellidado Espejo,
para presentarse ante Señor Provisor no haya sido con reproducción del Señor
Protector General de los naturales del Distrito de esta Real Audiencia,
respecto a ser indio natural del lugar de Cajamarca; pues es constante que su
padre Luis Chusig por apellido, y mudado en el de Espejo, fue indio oriundo y
nativo de dicha Cajamarca, que vino sirviendo de paje de cámara al Padre Fray
Josef del Rosario, descalzo de pie y pierna, abrigado con un cotón de bayeta
azul, y un calzón de la misma tela, y por parte de su madre fulana Aldaz,
aunque es dudosa su naturaleza, pero toda la duda sólo recae en si es india o
mulata".[3]
Véase hasta donde puede llegar la
aberración racista. De la oratoria sacra de este Sancho de Escobar se burla un
poco Espejo en El Nuevo Luciano de Quito,
cuando uno de los interlocutores de la Conversación Primera ─el Dr. Murillo─
dice que es “el clarín sonoroso de la palabra de Dios”.[4] El doctor Pablo Herrera dice que esto es
respirar por la herida. Ese leve respiro a nuestro modo de ver es generosidad de
Espejo, porque el racismo de este sacerdote, en justicia, merecía un mayor
castigo.
También denigra a Espejo, por su
condición humilde, la linajuda dama María Chiriboga y Villavicencio, la
madamita Monteverde de las Cartas
Riobambenses. En un juicio que le entabla por supuestas injurias, luego de
poner de manifiesto su nobleza y de cargar al enjuiciado con tremendos delitos,
pregunta a los testigos si este, al contrario, “es de bajísima y obscura
extracción”.[5]
Este proceso, a más de implicar un enfrentamiento
de carácter social como afirma el doctor Paladines en su estudio sobre el
pensamiento de Espejo, es así mismo, manifestación de la justicia estamental de
la época. La táctica judicial de oponer al noble frente al plebeyo, de hecho,
para la resolución final o sentencia,
pone en inferioridad de condiciones a este último. Es, digamos de una vez, una
justicia de clase.
El betlemita, P. Rosario, antaño amo
del padre de Espejo, es otro presuntuoso personaje afectado por el virus del
racismo. Declarando en el mismo juicio de María Chiriboga, dice:
"Si rehusé concurrir con V.M. a la consulta que se hizo para la
curación del Señor Pizarro, mi repugnancia no nacería del odio de V.M. sino de
dos reflexiones que voy a hacer. Vuesa Merced es un pobre hijo de un pobre
criado, y no humilde como su buen padre. Vuesa Merced no es Doctor en Medicina
como se intitula con desvergüenza. Tampoco es Vuesa Merced médico aprobado,
sino médico a quien reprobaron con ignominia en este Cabildo. ¿Y sería bien que
en el Palacio del Primer Jefe de la Provincia lograse asiento y voz entre los
profesores, y con el amo de su padre un curandero infeliz a pesar del decoro
que merecía el lugar de la junta?" [6]
Es cierto que es reprobado por el Cabildo.
Pero esa reprobación, aparte de la ignorancia de los examinadores, se debe
también, sin duda alguna, al racismo reinante en los claustros universitarios.
Sobre esto existen innumerables pruebas y no vale la pena extenderse sobre el
asunto.
Más tarde, en sus Reflexiones sobre las viruelas, Espejo
se burlará de esos examinadores vacíos de toda ciencia. Examinadores que
reprueban al examinado porque sostiene que el hombre no puede vivir sin
respirar. Y que, como prueba contundente de la mala respuesta, señalan “los
ejemplos del feto y de los buzos”.[7]
Cuando muere Espejo, en una como
especie de venganza por sus ideas libertarias, el racismo colonial asienta su
partida de defunción en el libro correspondiente a mestizos, indios, negros y
mulatos. Constar allí, aunque sea muertos, es en la época, castigo ignominioso.
Eugenio Espejo, óleo de Jaime Zapata |
Este racismo colonial que se ensaña
contra Espejo ha supervivido hasta nuestros días. Y si antes condenable, ahora
resulta totalmente estúpido.
Sin duda, el mayor, o peor
representante de esta corriente extemporánea es el escritor Gonzalo
Zaldumbide, el autor de Égloga trágica,
esa visión terrateniente del indio. Agustín Cueva, en su penetrante ensayo Entre la ira y la esperanza,
considerando el aspecto formal de su obra, piensa que “tal vez hasta sea el
último “gran” escritor colonial...” [8] Ojalá, que así fuera.
La crítica envenenada de Zaldumbide ─que
desgraciadamente ha penetrado en forma subrepticia en varios sociólogos
“objetivos”─ abarca diferentes campos.
Estilista como es Zaldumbide, se
lamenta que Espejo haya sido colocado en la historia de la literatura en puesto
preferente. Dice que “la literatura es el reino de la forma, que no de las
ideas”. Que “aún un disparate, si dicho bien, no deja de ser literario por ser
disparatado”.[9] Y quizás tenga razón, desde este punto de
vista de la literatura de la forma. Espejo se preocupa más por las ideas, que
por los disparates deslumbrantes, encerrados en medio de maravillas formales.
No es escritor para aniversarios de la realeza ni para solaz de damas de la
aristocracia. Es un escritor anticolonial, enemigo por consiguiente de la literatura colonial, esa sí, cargada de
hermosos disparates.
Luego ─segunda lamentación─ protesta
porque se considera a Espejo en un primer plano como precursor de la
independencia, según él, relegando a
otros iguales o superiores de raza blanca, aunque no los nombra ni prueba la
igualdad o superioridad que alega. Y en seguida, trasluciendo el fondo de su
pensamiento, enuncia la tesis colonial y conservadora de la independencia
prematura. Oigamos sus palabras:
"Quién sabe si una etapa intermedia de virreynatos autónomos no hubiera
prefigurado para la libertad una América hispánica más seria, más membrada y
robusta, con un continuado aporte de sangre europea, indispensable para renovar
en el mestizaje el vigor del primer cruce, más eficaz que el subsiguiente entre
retoños de castas y subrazas." [10]
Aquí lo importante no es tanto la
añoranza por una corte de oropel donde los antepasados terratenientes del señor
Zaldumbide hubieran fungido de condes o marqueses, sino el racismo contenido en
la teoría de un amplio mestizaje para mejorar las razas “inferiores”. Teoría
nada original siquiera. Ya Mariátegui, refiriéndose a ella, decía lo siguiente:
“Esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de la raza aborigen
con inmigrantes blancos, es una ingenuidad antisociológica, concebible sólo en
la mente rudimentaria de un importador de carneros merinos”.[11] Merecido
vapuleo para los sostenedores de esta teoría colonial de los criadores de
borregos.
Empero
no se puede negar que Zaldumbide es generoso. Reconoce en Espejo un mérito
singular: haberse elevado, siendo mestizo, hasta la inconmensurable altura del
intelecto blanco. Admirado exclama: “éste es su mérito, ésta su calidad genial,
ésta su honra”.[12] Para él,
el hecho de que un hombre de raza “inferior” alcance el intelecto de los conquistadores
blancos de la raza señorial, es fenómeno inusitado, casi inexplicable. Otra
manifestación ingenua, por decir lo menos, de pedante preponderancia racista,
pues.
El racismo, por desgracia, es mal
bastante extendido. Hasta Leopoldo Benites Vinueza ─que desde luego sabe
reconocer los grandes méritos del precursor─ tiene demostraciones de este
pecado en su ensayo titulado Un zapador
de la Colonia. Pero después, seguramente con mayor meditación, suprime esas
expresiones inconvenientes en su Francisco
Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, que consta en el libro titulado Precursores de la Biblioteca Ecuatoriana
Mínima publicada en 1960.
Se ha acusado a Espejo de aspirar a
ser considerado como blanco, inclusive como noble, y renegar de su humilde
cuna. Más sensato es pensar, que lo que aspiraba, era que se suprima la absurda
discriminación racial existente, que ponía a unos hombres por debajo de otros.
Poco podía apetecer de nuestra seudo aristocracia, pues que la conoce a fondo y
sabe de sus dobleces y milagros. La única nobleza que reconoce es la que
deviene del espíritu. He aquí lo que dice al respecto:
"De diez en diez los villanos se hacen nobles, y los nobles villanos”.
Atendiendo a esto, creo que no se debe exagerar como uno de los mayores males
la pérdida de las familias, sino es que éstas hayan sido verdaderamente nobles
(que quiere decir noscibles), por su
virtud, letras y ejemplo; y no nobles, cuya nobleza fije su distintivo en la
soberbia, la ignorancia, trampa, juego y toda maldad".[13]
La vida y la obra de Espejo, como
queda patente de todo lo anterior, están inmersas, conjugadas, con esta odiosa
discriminación racial que impera en la colonia. Sin tener en cuenta esa
realidad no se puede juzgar su acción debidamente, ya que ésta, tiene que desarrollarse
en consonancia con las condiciones imperantes en la época. La justicia
estamental establecida, para él, no es la que opera para el blanco, sino
aquella destinada para las clases inferiores. Y esto obliga a la cautela suma.
A moverse entre las sombras y en puntillas.
[1] Tomado de Oswaldo
Albornoz Peralta, Ideario y acción de
cinco Insurgentes, Ed. de la CCE, Quito, 2012, pp. 19-26.
[2] Citado por Alejandro Lipschutz,
El problema racial de la conquista de
América, Editorial Siglo XXI, México, 1975, p.75.
[3] Escritos del doctor Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo,
t. II, Imprenta Municipal de Quito, Quito, 1912, p. XVIII.
[4] Eugenio Espejo, El Nuevo Luciano de Quito, Imprenta del
Ministerio de Gobierno, Quito, 1943, p. 14.
[5] Carlos Paladines, “El
pensamiento económico, político y social”, en Espejo: conciencia crítica de su época, Ediciones de la Universidad
Católica, Quito, 1978, p. 238.
[6] Angel M. Bedoya Maruri, “Ensayo
biográfico. El doctor Eugenio Espejo”, en Boletín
de la Academia Nacional de Historia N° 125, Editorial Ecuatoriana, Quito,
1975, p. 31.
[10] Ídem, pp.31-32.
[11] José Carlos Mariátegui, 7 ensayos de interpretación de la realidad
peruana, Empresa Editora Amauta S.A., Lima, 1952, p.44.
[12] Gonzalo Zaldumbide, op. cit.,
p. 91.
[13] Eugenio Espejo, El Nuevo Luciano de Quito, op. cit., p.
230.