jueves, 9 de julio de 2015

La revolución del 9 de Julio de 1925



Las enseñanzas de la historia: análisis marxista de la Revolución Juliana 



LA REVOLUCIÓN DEL 9 DE JULIO DE 1925


ANTECEDENTES Y ACTORES

"La situación revolucionaria -como lo señala Lenin- se caracteriza por tres signos principales:  la imposibilidad, para las clases gobernantes, de conservar su dominio en forma no modificada; la existencia de una seria crisis política en el país; la agudización, más allá de lo habitual, de la miseria y de las calamidades de las clases oprimidas; el aumento considerable, en virtud de las causas señaladas, la actividad de las masas" (El papel de las masas populares y el de la personalidad en la Historia, Buenos Aires, 1959). URSS).

Se puede decir, sin caer en la hipérbole, que los signos de que habla Lenin existen en el país en el momento de la revolución del 9 de Julio. Las páginas anteriores para nuestro entender, justifican nuestra afirmación. Desde luego, no está por demás advertir, que en el caso concreto del Ecuador, se trata precisamente de la "imposibilidad para las clases gobernantes de conservar su dominio en forma no modificada", pues, que no se trata de una revolución en la acepción científica del término, al que lo utilizamos solamente para guardar concordancia con la historiografía ecuatoriana, dentro de la cual se ha generalizado. No, no se trata de una revolución. Para ello hubiera sido menester un cambio en la estructura económica del país, que no se hace, ni se intenta siquiera. La máxima aspiración de sus dirigentes más radicales de la burguesía y la pequeña burguesía, es remediar en algo la miseria popular, pero sin plantear soluciones que lleguen a la raíz del mal.

Y son los militares jóvenes los que primero se hacen eco del clamor general por el cambio de tan calamitosa situación a la que había conducido al país la oligarquía gobernante.

¿Por qué, ellos, precisamente?

Porque aparte de la presión popular existente en ese sentido, hay también en el ejército, una situación muy particular.

Tiene reivindicaciones de carácter económico, ético y profesional que reclamar. Los sueldos que perciben oficiales y soldados son miserables, sin que gocen tampoco de mayores garantías sociales. Hay una completa corrupción dentro de sus filas, pues la oligarquía gobernante para asegurarse un mayor apoyo, había introducido en soborno, el arribismo y la delación inclusive, como medios de hacer carrera, sin que por consiguiente nada valga la preparación ni la capacidad técnica de los militares. Los problemas profesionales, por lo mismo, están totalmente olvidados o por lo menos en un plano de ninguna importancia. 

El Programa de Renovación del Ejército que elaboran los militares una vez triunfante la revolución reflejan plenamente las aspiraciones en los aspectos indicados, razón por la que nos permitimos transcribir, aunque de manera incompleta, algunos párrafos de los doce largos artículos que lo conforman.

Helos aquí:

4º.- ...El Estado asegura al Oficial y a los Suboficiales y Clases los elementos y medios necesarios para su eficiente preparación: se establecerán Academias y Escuelas Militares permanentes para todas las armas...dotadas de profesorado competente...Así mismo desde el primer momento serán enviados a Europa y EE.UU. por lo menos treinta Oficiales del Ejército y Aviación y veinte de la Marina, de todos los grados que hubieren en servicio, para que perfeccionen y especialicen sus conocimientos, durante 4 años...
6º.- ...Abolición absoluta del sistema establecido en el país por los políticos, concediendo Despacho de Grados Militares, sin cumplir con los requisitos legales...Supresión del sistema de ascensos sin otro mérito que la interposición de influencias...
7º.- Garantía efectiva de la estabilidad profesional para el Oficial".
8o.- Mejoramiento de la situación económica del personal de oficiales y tropa del Ejército. Aumento de sueldos para todo el personal de oficiales y tropa del Ejército, tal como se verá en el anexo correspondiente...El Estado deberá pagar el rancho para oficiales y tropa, debiendo aumentarse la actual asignación para la tropa ($0,50 a $0,60 diarios)...En la misma forma que para los Oficiales, créase para los Suboficiales y Clases el Retiro y Montepío...El Estado garantizará a todo Oficial o individuo de tropa por la pérdida de la vida por actos del servicio según sea el grado del fallecido...Así mismo el Estado garantizará una indemnización para el caso de invalidez en actos del servicio...
9º.- Revisión y reforma adecuada de todos nuestros Códigos, Leyes y Reglamentos Militares de modo que puedan llenar eficientemente su finalidad.
10º.- Cambio del actual sistema disciplinario absoluto y despó­tico.

Y el programa termina con una significativa Nota:

Esta enorme carga es la que voluntaria y desinteresadamente ha reclamado para sí el Ejército Nacional, que no quiere ser ya "el pulpo o el parásito" que impasible a los males de la patria consume y no produce nada y solo vegeta inconsciente en los Cuarteles sirviendo de instrumento para que los ambiciosos políticos que se han apoderado de este desgraciado Ecuador, puedan mejorar, y sobre seguro, satisfacer sus venganzas y su sed insaciable de oro, aún a costa de la salud y vida de todos los habitantes de esta infortunada tierra y también a costa de su honor si fuere necesario.

Reivindicaciones profesionales, económicas y éticas, como se ve, que son las que ponen al ejército al lado de los sectores sociales descontentos. Aparte de esto habría que agregar que la evolución de las ideas políticas, tanto en el plano nacional como internacional, influye también en la actitud de los militares.  Hay muchos jóvenes oficiales de izquierda, aunque su doctrina es confusa y muy indefinida, que juega un papel muy importante en los acontecimientos. Y hay también otros de tendencia fascista, aparecidos como consecuencia de la nombradía alcanzada por Mussolini en el escenario mundial y la propaganda hecha en el país por sectores de derecha, peligro sobre el cual tiene que alertar al pueblo poco después el naciente Partido Socialista, como se puede ver en el folleto que contiene la conferencia dictada en 1928 por el en ese entonces Secretario General del Consejo Central, Enrique Terán, donde se dice que "el fascismo sin principios sociales ni postulados humanos, no es otra cosa que la reacción capitalista organizada empuñando la daga del asesinato", lo que demuestra que los revolucionarios ecuatorianos, desde un primer momento, tienen conciencia del riesgo que significa para el mundo su ominosa aparición (ver La dictadura del proletariado, Quito, 1928). Todos los militares que conspiran y preparan la revolución, se hallan organizados en "ligas" secretas, que les sirve de vehículo para su actividad.

La revolución militar estalla en Guayaquil el 9 de julio de l925, que luego de derrocar al presidente Gonzalo Córdova, organiza dos Juntas Militares, una en esa ciudad y otra en la de Quito, para controlar la conducción de la política nacional. Están dirigidas en Guayaquil por el mayor Ildefonso Mendoza y en Quito por el mayor Juan Ignacio Pareja.

Las dos Juntas indicadas nombran una Civil con siete miembros -tres por la de Guayaquil y cuatro por la de Quito- dirigidas semanalmente por uno de los componentes e integrada por los siguientes ciudadanos: Luis Napoleón Dillon, José Rafael Bustamante, Modesto Larrea Jijón, Francisco Arízaga Luque, Gral. Francisco Gómez de la Torre, Francisco Boloña y Pedro Pablo Garaicoa (también es vocal, por unos pocos días, el general Moisés Oliva).


Junta de Gobierno instalada después del 9 de julio de 1925



Algunas personas de esta Junta Central encargada de la dirección política del país, no inspiran mucha confianza por estar ligados por vínculos familiares y económicos a la oligarquía que se quiere hacer desaparecer definitivamente, como Larrea y Bustamante. Otros, como Oliva y de la Torre, habían sido fieles servidores de los anteriores gobiernos, y que además, durante los acontecimientos mismos, mantienen una posición equívoca. El más radical de todos ellos, y el principal a la vez -no obstante su pasado placista- es Luis Napoleón Dillon, burgués progresista, fundador de la fábrica textil "La Internacional", que hasta llega a enviar su adhesión al Partido Socialista en 1926. 

No obstante lo dicho, dada la situación reinante en el país y el anhelo general que existe en favor de una transformación, el apoyo popular a los organismos revolucionarios, tanto civiles como militares, es delirante y casi unánime. "Las adhesiones populares en mítines callejeros y hojas volantes, surgían por todos los ámbitos de la República", afirma Oscar Efrén Reyes, ciñéndose en todo a la verdad. Los estudiantes del colegio "Vicente Rocafuerte" de Guayaquil se adhieren bulliciosamente a la transformación. La Asamblea Liberal-Radical Universitaria de Quito lanza un manifiesto al siguiente día de la revolución, encomiando la actitud de los oficiales revolucionarios y pidiendo que se tenga en cuenta "el fervor radical socialista del momento" y no se olvide la "redención para las clases desheredadas de la fortuna". La Facultad de Medicina de la misma Universidad Central congratula también a la Junta de Gobierno. El Magisterio está al lado del movimiento. Los grupos de izquierda -algunos de los cuales han participado en la preparación de la transformación política- así como muchas bases liberales, apoyan con entusiasmo el nuevo orden.

Y no existe organización obrera, campesina o artesanal que no quiera, a la vez que plantear sus problemas más inmediatos, hacer oír su voz de estímulo y aplauso, como consta de los Documentos relacionados con la transformación político-militar del 9 de Julio de 1925 que publica el nuevo gobierno. Así por ejemplo, la Sociedad de Obreros "Unión y Progreso" del Tungurahua felicita a la Junta por "la creación del nuevo Ministerio de Previsión Social y Trabajo", mientras la Sociedad Artesanos de León pide el "abaratamiento de los víveres y de todos los artículos de primera necesidad, hoy en día comprados a precios fabulosos que no están en relación con los pequeños ingresos con que cuenta la clase proletaria". Los campesinos de Urcuquí, califican la revolución como trascendental para los ecuatorianos, y más aún para esa población, "pueblo condenado a morir de sed, en beneficio particular de los más allegados miembros del Presidente cesante". Los indios y vecinos de la parroquia Olmedo -Cayambe- en forma expresiva, manifiestan:

Los que vivimos entre riscos y piedras; sin techo ni abrigo propios; los que aún no saboreamos el dulce néctar de libertad; los que vivimos presionados en esta hacienda "Pesillo"; aquellos que por autoridad local conservamos humildes un tirano, y por justicia la usurpación de nuestros derechos, como podremos considerar la supradicha Transformación, sino como cosa sobrenatural y a cuyo amparo iremos en pos de nuestra salvación?...

 Y mucho más todavía, que sería largo seguir transcribiendo, pero que de manera patética, con el lenguaje claro y hermoso que utiliza el pueblo, exteriorizan las mínimas, pero vitales aspiraciones de los explotados.

¿Y cuál el Programa de Gobierno para dar satisfacción a tantos anhelos populares desbordados?

En verdad, no existe nada claro ni estructurado.

Sin embargo, lo que pudiéramos tomar como meta programática de la revolución son las ideas expuestas como causas principales y secundarias para la crisis del país en una conferencia dictada la víspera del golpe militar por Luis Napoleón Dillon -principal ideólogo de la transformación que el historiador Reyes las resume así:

Causas Principales:

la inconvertibilidad del billete
las emisiones sin respaldo
la inflación

Causas Secundarias:

especulación
abuso del crédito
superimportación
desnivel en la balanza de pagos internacionales
anarquía y rivalidades bancarias

Suprimir todo esto, entonces, constituye el secreto para poner en marcha la nación y alcanzar su bienestar.

A más de lo expuesto, se consideran también como objetivo, la promulgación de algunas leyes de carácter social, tendientes, sobre todo, a mejorar las condiciones de vida de las masas trabajadoras.

He aquí pues, resumido, todo el bagaje ideológico de los revolucionarios.

Como se ve, aparte de las reivindicaciones sociales, todo se reduce a medidas de tipo monetario y financiero, que, si bien es cierto no se pueden dejar de tomarlas en cuenta en vista de la situación del país en relación a esos tópicos -que ya dejamos descrita- tampoco se puede, hacer de ellas, la causa fundamental de nuestra miseria y retraso.

No se vislumbra -otra vez como en la Revolución Liberal de l895- que lo más importante es transformar la estructura económica semifeudal del Ecuador mediante una efectiva reforma agraria, para dar paso a la industrialización, de cuya necesidad Dillon habla, pero sin decir, o sin descubrir, que ella puede ser resultado y tener efectividad, únicamente mediante la destrucción del latifundio. Se habla de reivindicación del indio si, pero no de aquella principal que es la posesión de la tierra, limitándose a cuestiones secundarias, educación, mejor trato, salarios más altos, etc. No obstante el Programa Liberal de 1923, no obstante las ideas expuestas sobre el problema de la tierra por Pío Jaramillo Alvarado y José Peralta, la revolución casi rehuye este tema por completo. Nosotros, al menos, muy poco hemos encontrado sobre el particular. Tenemos a la vista un telegrama dirigido a la Junta Militar de Quito y al Capitán Virgilio Machuca -uno de los más activos y avanzados oficiales del movimiento- donde el Jefe de Zona del Azuay expone "la necesidad de que se dicte una ley sobre tierras ociosas de manera de que se den facilidades a la gente pobre de las ciudades para salir a los campos a vivir de la agricultura en los vastos terrenos de cultivo que se hallan abandonados por desidia o egoísmo de sus ricos propietarios". ¿Algo más...? Se habla naturalmente, y legisla como siempre, sobre las tierras baldías. Y mucho más tarde, en 1929, el doctor Octavio Gallegos, presenta un proyecto para dar al indígena en propiedad el huasipungo, concediéndole un préstamo bancario para su compra.
Tampoco se mira, ni se toca, el problema de la penetración imperialista que como vimos antes es ya notable en el país, y que, lo que es más, es causa de algunos de los males que se quiere remediar, paradójicamente, sin atacar su raíz.

Y ni siquiera, en el campo ya estrictamente político, existe mayor claridad. Queremos decir, que ni se conoce siquiera al enemigo. La palabra oligarquía, tan odiada y que se halla en todas las bocas, es concebida en forma limitada y hasta personalizada, para los actores del 9 de julio. No se trata de la alianza de una parte de la alta burguesía con los terratenientes, sino de determinados círculos financieros y comerciales, de determinados personajes de figuración política. Y esta concepción, quizás es la más lógica -la más adecuada mejor digamos- para que ciertos sectores participen o piensen participar en la revolución. Ella puede servir de coraza protectora contra un desborde popular, contra un posible intento de radicalización de las medidas gubernamentales por obra y gracia de la presión de las masas, a las que también se las inculca, mediante todos los arbitrios a su alcance, este falso y poco peligroso criterio.

Así y todo -con las limitaciones anotadas- la Junta empieza a trabajar.

Urbina Jado, el árbitro de las finanzas del país, es apresado en Guayaquil. Y más tarde, se hace otro tanto con el general Leonidas Plaza Gutiérrez, el factotum político de la oligarquía.

Y tomando estas medidas de seguridad, se da principio a las realizaciones de los objetivos revolucionarios, pudiéndose señalar las siguientes, entre las más positivas para los intereses nacionales.

- Mediante la promulgación de la Ley de Impuestos Internos -19 de diciembre de 1925- se introduce el impuesto territorial progresivo y único, derogando el antiguo e injusto sistema favorable a los grandes latifundistas y lesivo para los pequeños propietarios, medida que por lo mismo da lugar a la virulenta protesta de los perjudicados, pese a que la progresión establecida es baja y no está de acuerdo, como hasta ahora, con los verdaderos valores de sus propiedades.

- Se suprimen los estancos particulares -decreto de 19 de agosto de 1925- que, como dejamos establecido, habían dado lugar a asquerosos negociados, y que, además, como reza en uno de los considerandos de la nueva ley, había "suprimido prácticamente la posibilidad de trabajar a los pequeños propietarios", causando inmenso perjuicio a la agricultura del país. Según Dillon, la administración de los estancos por parte del fisco, significa, en el primer año, una utilidad líquida de S/. 6.216.666,67 para el Estado.
- Se dicta una ley más progresista sobre herencias, legados y donaciones, recargando los respectivos impuestos en beneficio del Estado y con miras a impedir que "bajo pretexto de orden piadoso aparente, cuantiosas fortunas de católicos acaudalados y sin herederos forzosos, pasen a manos de las comunidades religiosas o de la Curia".

- Se promulga la llamada Ley Protectora de Industrias Nacionales -21 de noviembre de 1925- que tiende al desarrollo industrial del país.

- Se centraliza la recaudación e inversión de las rentas públicas, dando así fin a la anterior anarquía fiscal, fuente, por otro lado, de cuantiosos fraudes y grandes despilfarros.

- Ante la tenaz oposición de los banqueros, se sientan las bases para la creación del Banco Central del Ecuador, encargado de normalizar la actividad bancaria del país e impedir los abusos de los bancos particulares. La posterior organización del banco, no es sino el resultado del trabajo y actividad de la primera Junta de Gobierno.

- En el campo de las conquistas sociales se dan también algunos pasos. Se crea el Ministerio de Previsión  Social y Trabajo, encargado, por intermedio de la Inspección General del Trabajo y los Inspectores del Trabajo, de impedir los abusos de los patronos y controlar el cumplimiento de las leyes laborales. Se reglamentan las horas de labor y se establece el descanso dominical obligatorio. Se intenta establecer un control sobre el inquilinato. Y, por fin, se reparan algunas injusticias: se obtiene la nacionalización de las tierras donde se asientan algunas poblaciones, anteriormente, de propiedad de grandes latifundistas.

Al lado de los aciertos, hay que poner también, unos cuantos desaciertos.

El establecimiento de los Tribunales Populares de Justicia, creados con el objetivo de reparar y revisar las fallas del Poder Judicial -que, como instrumento de clase que es, en realidad había cometido una serie de injusticias, contra los de abajo especialmente- es lo que más conflictos origina, llegando estos, en algunos casos, hasta el amotinamiento. Resulta que muchos inexperimentados oficiales, encargados de esta delicada labor, con toda la buena fe que se quiera, cometen una serie de errores al querer enderezarlo todo, y en lugar de componer lo torcido, crean un alud de problemas más imposibles de resolver, que a la postre obligan a la disolución de los flamantes Tribunales. La intención vale, por lo loable, desde luego. Pero aquí tampoco la Junta llega hasta la esencia de los fenómenos. No se da cuenta de que sólo cambiando el contenido clasista de los organismos judiciales, conjuntamente con las leyes también clasistas que les sirven de instrumentos para sus actuaciones, se podía erra­dicar el mal. Proceder en otra forma, como la experiencia lo demuestra, resultaba inoperante y hasta contraproducente.

Hay también otros errores: prisiones injustificadas, ataques a la prensa, etc. La clausura de la Facultad de Derecho de la Universidad de Guayaquil, que no tiene razón de ser, causa malestar entre los estudiantes. Sin entrar al examen de las causas sociales, se quiere suprimir de la noche a la mañana la prostitución y el alcoholismo. Mientras el pueblo se muere de hambre, se quiere prohibir la entrada de descalzos a los mercados, edificios públicos, parques y escuelas. ¡Hasta la pelea de gallos, tan en la sangre de nuestros montubios, es objeto de una drástica y moralizadora supresión!

Y mientras todo esto sucede, aprovechándose hábilmente de los lados débiles del gobierno, la reacción trabaja incansable para derrocarlo, ya sea minándolo desde adentro, o combatiéndole desde afuera.

La labor más notoria, en este sentido, es la que efectúan los banqueros y sus agentes, y los conservadores.

Los primeros -los banqueros- reaccionan desde un primer momento. Ya cuando se trata de nombrar a los Vocales de la Junta de Gobierno en representación del Guayas, cínicamente proponen los nombres de dos paniaguados de la oligarquía, Federico Intriago y Eduardo Game, propósito que no consiguen gracias a la violenta oposición popular. Luego, cuando fracasan sus intentos de cohechar a los miembros importantes del nuevo régimen -Dillon habla de "veladas insinuaciones para un cohecho que podía haber asegurado nuestra fortuna personal si nos apartamos una línea de los sagrados intereses de la Patria para servir los de muchos miserables especuladores"- empiezan a torpedear todas las reformas financieras que se quiere introducir, en especial la fundación del Banco Central, llegando en este intento a engañar al comandante Mendoza, con el espectro de la guerra civil y el derramamiento de sangre, para inducirle a la oposición, introduciéndose inclusive en la Guardia Cívica formada por aquél, con propósitos fáciles de adivinar. Los grandes periódicos del Puerto, generosamente pagados, defienden sin ningún escrúpulo sus bajos intereses. Se llega a todo. No se trepida ni siquiera en fomentar el ruin regionalismo, ni en presentar a Urbina Jado -al banquero Urbina Jado- ¡como abanderado de las reivindicaciones de la costa!

Los terratenientes conservadores, emplean tácticas específicas, propias. Con la salamería asimilada en los claustros jesuitas, cautelosos pero firmemente, van introduciendo a sus gentes o a los aliados de la antigua oligarquía, en el seno del gobierno, valiéndose para ello de las influencias familiares y de las vacilaciones que existen en los círculos oficiales, ante los cuales aparentan un político apoyo. Ellos también, pocos días después de la transformación, a nombre de la "sociedad quiteña", ofrecen apoyo a la Junta en un costoso banquete organizado por la aristocracia capitalina, al que asisten señores de sonoros nombres, como Cristóbal Gangotena y Jijón, Manuel Sotomayor y Luna, Carlos Freile Larrea, doctor Acosta Soberón, Hernán Pallares, Enrique Barba, etc., etc. También logran introducir en la Comisión que se forma para redactar un proyecto de Constitución y revisar las leyes de la república, a elementos como Intriago y Rafael María Arízaga, este último, candidato del Partido Conservador a la presidencia en 1916, quien en el aludido proyecto trata de incorporar principios reaccionarios como se puede constatar leyendo la recopilación titulada LABORES LEGISLATIVAS, donde se incluye el trabajo. Allí, empieza por pretender que la Asamblea Constituyente promulgue la Carta Fundamental "en nombre de Dios, autor y supremo legislador del Universo", como si se tratara de algún Concilio o Cónclave inspirado por el Espíritu Santo. Quiere desvirtuar todo el contenido progresista de la enseñanza laica. Otra vez, como en tiempo de García Moreno, establece que "la religión de la República es la Católica, Apostólica, Romana", con la generosa concesión de que "todos los habitantes del Ecuador gozan de la libertad de sus creencias, y el Estado no podrá obstar las manifestaciones de éstas, que no sean contrarias a la moral cristiana". Su meta, en suma, es la destrucción de las principales conquistas liberales incorporadas a la Constitución de 1906, para él, "fruto de una de las Revoluciones más injustificables de nuestra historia" no obstante de que de esa revolución injustificable acepta un alto cargo diplomático, pues que el ingenuo liberalismo ecuatoriano comete el error de contemporizar con los enemigos, llenándoles sus estómagos. Desgraciadamente, las pretensiones de este dirigente cavernario, hoy han sido conseguidas plenamente y consagradas en la legislación vigente.

También, los terratenientes, actúan directamente por intermedio de su destacamento de clase, el Partido Conservador. Su programa de reivindicaciones, en líneas generales, recoge las aspiraciones de Arízaga contenidas en su Proyecto de Constitución- que se resumen en la abolición de todas las conquistas liberales- a más de otras más concretas todavía como la devolución de los Bienes de Manos Muertas. Para este fin se valen hábilmente del desprestigio en que ha caído el Partido Liberal, ya que la oligarquía depuesta, en la que como sabemos no dejan de estar los terratenientes, ha venido gobernando a nombre del liberalismo, al cual ahora culpa de todo los males del país mediante una furibunda propaganda en la que se propugna abiertamente la vuelta al Poder del conservadorismo, siendo el abanderado de esta causa Jacinto Jijón y Caamaño, que ya antes del 9 de julio había intentado un golpe de Estado, fracasando vergonzosamente en el combate de San José. Y a la propaganda doctrinaria y subversiva se agregan los pasos prácticos, pues, que una vez desaparecidas las Juntas de Gobierno, se prolonga esta larga y tenaz campaña conservadora, al mandato de Isidro Ayora. Este mandatario, no obstante su posición vacilante y derechista, tiene que hacer cumplir en parte siquiera la Ley de Cultos e impedir la invasión masiva de frailes y monjas a la república. Tiene que impedir la llegada de un cuantioso cargamento de armas desde los Estados Unidos, comprado con el peculio del jefe ultramontano ya nombrado, para actuar, según un manifiesto que lleva su firma, "con toda energía y sin vacilaciones". A tanto llega la osadía de este dirigente, que hasta se niega, "aunque fuese en carta confidencial", a comprometerse como caballero a "no insistir en turbar la paz pública" que tímidamente le pide el presidente provisional, para autorizar su regreso al país desde el destierro.

Así, combatida  cada vez más, la revolución se bate en retirada.

Las Juntas Militares se disuelven en diciembre de 1925. Luego, en enero del año siguiente, es prácticamente derrocada la Junta de Gobierno para ser reemplazada por otra de matiz derechista. He aquí sus miembros: Isidro Ayora, Humberto Albornoz, Julio Moreno, Adolfo Hidalgo, Pedro Pablo Egüez Baquerizo, José Gómez Gault y Homero Viteri Lafronte. Hasta que, finalmente, desaparece también esta Junta y se nombra presidente provisional al doctor Ayora, unos meses después.

Isidro Ayora acompañado por algunos de sus colaboradores


La revolución, ha terminado. Envuelta en múltiples contradicciones, apenas  ha podido vivir unos pocos meses. Las grandes esperanzas que ha despertado en nuestro sufrido pueblo, se esfuman también esta vez, como otras tantas veces.

  
BALANCE HISTÓRICO DE LA REVOLUCIÓN JULIANA

Estamos ya para terminar este breve estudio. Por consiguiente, nos corresponde hacer algunas apreciaciones generales sobre la Revolución de Julio, a base, de lo que dejamos expresado.

¿Cuáles las causas para su fugacidad y fracaso?

Ya hablamos de las limitaciones de su Programa, aún, en los más bienintencionados de sus dirigentes. De lo que se puede deducir, el pensamiento de los otros. Uno de estos, Julio Moreno, dice que la revolución se hizo para crear el Banco Central. Figuraos: ¡una revolución, para fundar un banco!

La base de estas limitaciones programáticas está en la debilidad orgánica e ideológica de nuestra burguesía. En su retraso general, diríamos. Porque, en efecto, no se ve mayor avance en relación con la burguesía que hizo la revolución de 1895. Sigue siendo preponderantemente comercial y bancaria, con la desventaja de que ahora, después del compromiso realizado con los terratenientes a raíz del asesinato de Alfaro, tiene más fuertes vínculos con el imperialismo y es totalmente contrarrevolucionaria como hemos visto, siendo por consiguiente enemiga de la revolución, o mejor, objeto de la revolución. La burguesía industrial, pese a los progresos hechos, es todavía muy débil, y, en parte, dadas determinadas circunstancias específicas de nuestro desarrollo económico, también mantiene vínculos con el latifundismo. La pequeña burguesía que es la fuerza política en que mayormente se apoya la revolución del 9 de julio, tampoco es muy consistente, ya que aparte de su característica vacilación, de su predisposición para cambiar de lado e irse al final con quienes tienen las posibilidades de ganar, no cuenta con mayor influencia ni organizaciones propias, ni tiene un desarrollo ideológico digno de tomarse en cuenta. Y la burguesía en general, en su conjunto, sin duda sufre también el impacto de la revolución rusa, que hace decrecer sus ímpetus revolucionarios, que le hace temer que el sagrado principio de la "propiedad privada", pueda ser destruido.

Las masas populares -entendiéndose por éstas a los sectores más pobres de la pequeña burguesía, a los campesinos y a los obreros, principalmente- por otra parte, tienen así mismo una serie de debilidades que no les permite jugar un papel más relevante. Muchos de sus sectores, pongamos por caso los artesanales y algunos del campesinado, tienen un gran retraso político y por eso son susceptibles de ser influenciados por las fuerzas de derecha, por el clero en especial. La gran masa india no participa en el movimiento, no sólo porque la revolución no plantea sus reivindicaciones específicas -"a este período de la vida nacional, con matices revolucionarios en ciertos aspectos, le fue indiferente el indio", dice con criterio realista Oscar Efren Reyes- sino también, porque solamente a raíz de ella empieza a organizarse en sindicatos y a plantear políticamente sus problemas. La clase obrera, no obstante su indiscutible desarrollo, se halla en un período de transición digamos, en el período del paso de los viejos gremios mutualistas a los modernos organismos sindicales, hecho que demuestra su estado embrionario y lo limitado de su fuerza y posibilidades. Y además, su destacamento de vanguardia, el Partido Socialista Ecuatoriano que sólo se forma en 1926, por este mismo hecho y las características que ya dejamos descritas, carece de fortaleza orgánica y de robustez doctrinaria.

Consiguientemente, los sectores populares -la alianza obrera- campesina sobre todo, que hubiera podido ser la mayor fuerza de la revolución, la que en verdad hubiera podido mantenerla y radicalizarla- por las razones anotadas, tampoco tienen el poderío suficiente para desempeñar su papel a cabalidad. Sin embargo -esto ya queda dicho- son ellos, los que al exponer sus necesidades y demandar la satisfacción de sus más elementales reivindicaciones, los que al apoyar con entusiasmo el movimiento revolucionario, la fuerza más consecuente con la intención progresista que éste tiene en sus inicios y los que, en fin de fines, consiguen las conquistas democráticas que se obtienen.

Son ellos, los verdaderos autores del haber de la revolución.

Desde el punto de vista de los partidos políticos, las condiciones, así mismo, no son favorables para el éxito de la revolución. Los militares jóvenes que la inician actúan al margen de ellos y son de diversas tendencias, lo que unido a su falta de capacidad y experiencia a que ya nos referimos, contribuye a la confusión y hace que el movimiento carezca de un comando sólido y unificado. Los partidos llamados históricos, Liberal y Conservador, si intervienen, aunque sea indirectamente, no es para impulsarla, sino más bien para tergiversarla y detenerla. Dejamos ya demostrado como los corrompidos políticos del placismo y del conservadorismo trabajan en este sentido. Los pocos liberales bienintencionados que tratan de hacer algo positivo, están desorganizados, actuando a título personal y sin  ninguna perspectiva a seguir. Y ya conocemos la situación del joven Partido Socialista.

Dadas las condiciones que dejamos enunciadas, es ya fácil explicarse el fracaso de la revolución, y lo poco, que en el campo práctico, puede hacer por el progreso del país. Es fácil explicarse su fugacidad y la rápida desaparición de las grandes esperanzas que suscita. Y es fácil darse cuenta que haya sido vencida por las poderosas fuerzas de la reacción, que experimentadas y hábiles en la maniobra política, logran que se mantenga el statu quo de la república.

Empero, de lo dicho, no se puede deducir la ninguna importancia histórica de la revolución de julio, pues si bien es cierto que su legado no es grande en lo que se refiere a las conquistas concretas, en cambio, tiene consecuencias políticas de mucha trascendencia.

Veámoslas.

El Partido Liberal, ya desprestigiado por el largo período de la dominación de la oligarquía placista, sale aún más debilitado. Pese a los esfuerzos de sus dirigentes más honestos y abnegados, que hacen todo lo que está a su alcance para remozarle y darle un contenido progresista, sigue en lo fundamental dirigido por los oligarcas y al servicio de sus intereses. Sólo el fraude, la coerción ciudadana más descarada, pueden, desde este entonces sostener sus aspiraciones políticas.

Este desprestigio y debilitamiento del liberalismo, da oportunidad para que aparezcan amorfos grupos políticos llamados independientes, que casi siempre están manejados por la reacción, que se vale de ellos para lograr sus aspiraciones, la llegada al poder inclusive. Es pues, desde julio, que estas agrupaciones adquieren carta de naturalización en la vida política del país. La más desenfrenada demagogia, el hábil aprovechamiento de los errores y vicios de los liberales, son sus principales armas para captar y engañar a las masas populares.

Surge también otro fenómeno, y este si es muy positivo: se inicia un gran auge del movimiento popular. Aprovechando las nuevas posibilidades, obreros y campesinos sobre todo, siguen fortaleciendo sus organizaciones y planteando cada vez con mayor fuerza sus demandas, logrando, en esta acción, muchas significativas conquistas. Es sobre todo en la década del 30 al 40 cuando más alto llega esta efervescencia popular, manifestándose por movimientos huelguísticos y políticos de magnitud. La inestabilidad política del país, reflejada en gran número de efímeros gobiernos, es el resultado de esta acción.

Podemos decir por lo mismo, que las masas populares se transforman en una fuerza política de gran importancia, de la que ya no se puede prescindir en el futuro.

Y finalmente, los partidos de izquierda -Comunista y Socialista- que son los que con mayor consecuencia y combatividad intervienen y dirigen las luchas del pueblo, también se convierten en fuerza política que no puede ser ya ignorada. Desgraciadamente, por su debilidad y los errores políticos que cometen, no logran adentrarse más en las masas y adquirir la importancia que se hubiera podido lograr. De todos modos, lo alcanzado, es ya un acontecimiento que la historia tiene que recoger. Porque la presencia y la acción de las fuerzas marxistas es prenda de seguridad de un futuro luminoso para la Patria.

Hay, en suma, desde la revolución de julio, una nueva correlación de las fuerzas políticas en el Ecuador. Y sin ver, o sin comprender esta nueva correlación, no se puede interpretar con claridad y justeza los acontecimientos históricos que sobrevienen luego.



FUENTE: Oswaldo Albornoz Peralta, Del crimen de El Ejido a la revolución del 9 de Julio de 1925, Editorial Claridad, Guayaquil, 1969, pp. 135-157.


  

jueves, 25 de junio de 2015

Eloy Alfaro, figura máxima de la historia ecuatoriana





ELOY ALFARO
 figura máxima de la historia ecuatoriana[1]





Entre las figuras relevantes de nuestra accidentada historia, la del general Eloy Alfaro, ocupa sin discusión la primacía.

José Martí, el héroe cubano, al decir que era de los pocos americanos de creación, avaliza con su prestigio la apreciación que emitimos.

Su aparición en el escenario político, en las últimas décadas del siglo XIX, está ligada al ciclo de revoluciones burguesas que tienen lu­gar en algunos países de Centro y Sud América, donde el desarrollo alcanza­do ha fortalecido a la burguesía. Está ligada también al surgimiento del dominio del pulpo imperialista, que trata de extender sus dominios a los más alejados reductos de nuestro continente para extraer de allí también la ambicionada ganancia monopolista que, como se sabe, es mayor y más suculen­ta que la obtenida durante la etapa del capitalismo de la libre competen­cia. Por tanto, la actuación de Alfaro, desenvolviéndose dentro de los mar­cos de este panorama, no puede menos que estar sometido a las diversas in­fluencias que de esta situación se derivan. Y su valor reside, precisamen­te, en la respuesta revolucionaria y progresista que sabe dar a su obra en las condiciones sociales e históricas que dejamos anotadas.

Esta respuesta tiene dos facetas principales: la del revolucionario liberal y antifeudal, y la del revolucionario anticolonialista y antiim­perialista, amante de la independencia y la soberanía de nuestros países.

Aquí queremos referirnos, preferentemente, a esas facetas del quehacer histórico de Alfaro.


El revolucionario liberal y antifeudal

Su acción como revolucionario liberal no solo se limita a su pequeña patria ecuatoriana, sino que se expande generosamente a otros pueblos de América Latina que combaten por esos mismos principios, pues con un gran sentido de solidaridad clasista que también existe en los representantes del libera­lismo de los otros países no reconoce fronteras para su lucha. Piensa que la instauración de la democracia y la implementación de institu­ciones progre­sistas es tarea continental, y por lo mismo, obra de todos los hombres avanzados de la época.

Manifestación de este modo de concebir la revolución es el llamado Pacto de Amapala, mediante el cual representantes liberales de Nicaragua, Colombia, Venezuela y Ecuador, se comprometen a la ayuda mutua para el triunfo del liberalismo en sus respectivas naciones. Por esto, dondequie­ra que esté, nunca deja de prestar su contingente: su consejo y experien­cia, su dinero, y si es necesario su espada y su vida, están siempre a disposi­ción de la causa democrática, objeto y meta de su existencia. Jamás, olvida la solidaridad jurada.

Su bregar en el Ecuador es largo y porfiado, pues comprende un período de treinta interminables años, donde se alternan los efímeros triunfos con los grandes desastres. Se le llama el General de las derrotas. No obstante, su constancia no tiene límites y permanece indoblegable, seguro del triunfo final. A su frente, tiene al clericalismo y a los grandes terratenientes, que basan su fuerza en el poder económico emanado de la propiedad latifun­dista de la tierra. Tras de él están los exponentes más avanzados de la burguesía y el pueblo ansioso de mejoramiento y de progreso. El pueblo sobre todo compuesto de hombres pobres de las ciudades y campesinos especialmen­te que le acompañan sin tregua en la pelea y forma el núcleo fundamental de la guerrilla, como para probar una vez más, que son las masas populares las que forjan la historia. Y Alfaro, es en ese momento, la personalidad que interpreta el sentir y los anhelos de ese pueblo que le sigue.

La lucha, entonces, está entablada entre las fuerzas del progreso y del retraso, entre las fuerzas que encarnan lo nuevo y las fuerzas que repre­sentan lo viejo. Y como es ley histórica ineludible, las primeras, aunque sea a costa de grandes sacrificios, finalmente se imponen y obtienen la victoria. El 5 de Junio de 1895, señala este hecho memorable.

Ya en el gobierno, el liberalismo emprende en una serie de reformas tendientes a impulsar el desarrollo del país y a imponer los principios democráticos.

Sobresalen por su trascendencia, entre aquellas reformas, las siguien­tes:

El establecimiento de las libertades de conciencia y cultos, de pensa­miento y prensa, de trabajo y reunión, que son incorporadas en forma clara y terminante a la Constitución de 1906 una de las más progresistas de América Latina en aquella época donde se plasman en norma legal las principales aspiraciones de la burguesía.

La separación de la Iglesia y el Estado que da término al dominio clerical soportado por el país, anteriormente doblegado por el yugo del Concordato impuesto por la tiranía garciana, que hacía del Ecuador un mise­rable feudo pontificio y constituía un formidable instrumento de imposición y dominio.

La implantación de la enseñanza laica que suprime el monopolio ejercido por el Clero en este campo, monopolio superestructural de importancia suma para la clase gobernante, pues que era el principal vehículo para la imposición de la ideología conservadora. Para consolidar el laicismo, se fundan los institutos normales encargados de la formación de un profesorado abierto a las modernas ideas pedagógicas y sociales.

La institución de la educación primaria con el carácter de gratuita y obligatoria, con el fin de impulsar la instrucción popular y contribuir a la disminución del analfabetismo reinante. Desgraciadamente, ese objetivo no se logra en toda su extensión, particularmente en el campo, por la cerrada oposición de los terratenientes.

La promulgación de la Ley de Beneficencia en 1908, mediante la cual se expropia los bienes territoriales de las comunidades religiosas, base fundamental de su poderío económico.

La supresión de diezmos y primicias, de derechos parroquiales y otros gravámenes eclesiásticos, que a más de constituir trabas para el desarrollo de la agricultura principalmente, son formas de explotación a las masas populares, a la par que fuente de cuantiosas entradas para la clerecía.

La adopción de algunas medidas para aliviar la situación del indio, como la supresión de la contribución territorial, la fijación de un salario míni­mo y la elaboración de recomendaciones para frenar los abusos de los patro­nes, en especial, en relación al concertaje. El decreto de 12 de abril de 1899 tiene este último objetivo.

Creación de escuelas nocturnas y de artes y oficios para los trabaja­dores, pues se considera, según se dice en un decreto de 1901, “que de la educación de la clase obrera depende, en gran parte, la prosperidad del país”. También se les dota de locales para el funcionamiento de sus organizaciones.

Acceso de la mujer a los empleos públicos y a las universidades, supri­miendo en esta forma la odiosa discriminación que existía anteriormente en este aspecto. La fundación de institutos normales femeninos amplía así mismo su campo de trabajo, además que le posibilita para que pueda partici­par en actividades sociales y culturales. Varias otras leyes, como las de matrimo­nio civil y divorcio, contribuyen para su progreso y liberación.  

Aprobación y vigencia de varias leyes tendientes a favorecer el incremen­to del comercio y la industria, de acuerdo con los intereses de la nueva clase gobernante. Así, por ejemplo, en 1906 se dicta la Ley de Industrias que fomenta el desarrollo de las industrias y manufacturas nacionales. La adopción del talón oro ayuda al incremento del comercio.

Y, finalmente, se da inicio a un gran plan vial, en el que sobresale por su magnitud e importancia la obra del Ferrocarril del Sur, que rompe con el aislamiento feudal de las provincias y se convierte en un poderoso instru­mento para el crecimiento de la producción y la formación de una mercado nacional unificado.

Todo esto, en comparación al estado de atraso político y económico en que se vegetaba anteriormente, representa un gigantesco paso hacia adelan­te, que favorece el desarrollo capitalista del país y abre las puertas para conquistas posteriores. Las cifras confirman este aserto. Durante los últimos años de la dominación conservadora los ingresos ascien­den a S/. 4.325.701, mientras que en 1909, y no obstante la larga guerra civil desatada por la reacción, llegan a S/. 16.370.698. Igual cosa sucede con las entradas provenientes de la aduana.

Desde luego, la revolución liberal dirigida por Alfaro tiene grandes limitaciones y lados negativos, pues que la debilidad de nuestra clase burguesa −fundamentalmente comercial y con fuertes vínculos con el latifun­dio− no permite una mayor radicalización. Esto impide, sobre todo, que no se realice ni siquiera una superficial reforma agraria. Basta decir que las tierras expropiadas al clero permanecen indivisas en manos del Estado que, como otro señor feudal, continúa manteniendo allí el régimen de servidumbre de los campesinos existente con anterioridad, ya que son dadas en arriendo a los mismos terratenientes.

Esta limitación de la revolución liberal ecuatoriana, que deja indemne todo el poder económico de los latifundistas, favorece la pronta reacción de las fuerzas vencidas. Fuerzas que, en unión de nuevos aliados −los liberales terratenientes y de derecha− sacrifican pronto y bárbaramente a su principal gestor.

En el agro, indudablemente, está el talón de Aquiles de nuestra revolución.

                                                               
El revolucionario anticolonialista y antiim­perialista


Alfaro, como ya dijimos, es también un luchador antiimperialista y un defensor decidido de la soberanía de los pueblos latinoamericanos.

Nuestro país, desde su nacimiento mismo como Estado independiente, conoce la dureza de la explotación extranjera. El capitalismo inglés, sin escrúpulo ninguno, mediante préstamos verdaderamente usurarios que hace du­rante la campaña emancipadora, afianza su dominio sobe las jóvenes repúbli­cas y carga sobre sus espaldas el peso de una deuda insoportable, que se convierte en grande obstáculo para su pronto desarrollo. El Ecuador no es una excepción: la llamada Deuda Inglesa es el dogal que le aprisiona.

Alfaro, antes de llegar al poder, hace la historia de esa deuda y demuestra lo onerosa que ha sido para la nación, señalando las nefastas consecuencias del empréstito y mostrando los oscuros manejos financieros a que ha dado lugar por parte de los acreedores y sus cómplices nacionales. A su estudio le da un título por demás elocuente y significativo: La deuda gordiana, que es sin duda el primer y más valioso alegato aparecido en nuestra patria contra la intromisión extranjera.

Pero no solo se trata de los capitales de la Gran Bretaña. En su continuo deambular por el continente, combatiendo y buscando apoyo para sus ideas, puede ver y palpar los alcances de la penetración norteamericana y los trágicos resultados de sus depredaciones. La predicción del Liberta­dor Simón Bolívar, de que los Estados Unidos estaban destinados por la Provi­dencia para encadenarnos en nombre de la libertad, se había cumplido plenamente. México ha perdido la mayor parte de su territorio, el comercio y las riquezas de los países centroamericanos y del Caribe están en manos yanquis, donde los  marines desembarcan como en casa propia para cometer los más innombrables abusos. El garrote del Tío Sam se divisa en todo el horizonte americano.

Y esta realidad adquiere tintes más sombríos todavía, cuando la libre competencia en aquella época es reemplazada por el dominio de los monopolios, etapa superior del capitalismo al decir de Lenin. Y esta nueva etapa, que no es otra que el imperialismo, para los países débiles y poco desarrollados como los nuestros, significa una opresión mayor y una explotación redoblada. Significa, la subordinación y la dependencia.

Ante tales hechos, Alfaro se demuestra como un opositor convencido de toda clase de dominación e injerencia extranjera en los pueblos america­nos, estando siempre dispuesto a prestar su concurso personal para el combate por su autonomía e independencia. Así, según afirma el historiador Emeterio Santovenia en su obra Eloy Alfaro y Cuba, cuando “el estado de Panamá, aun no separado de aquella república (Colombia), se hallaba amenazado de caer bajo la dominación norteamericana, Alfaro, reuniendo a compatriotas suyos, compareció ante las autoridades del Istmo y ofreció sus servicios para repeler la agresión en germen”.

También, durante su larga estadía en otros países centroamericanos, combate incansablemente para lograr la unión y amistad entre aquellos países, como el medio más idóneo para poder presentar resistencia a la crecien­te presión norteamericana, actuando algunas veces como árbitro de sus con­flic­tos merced al prestigio adquirido, tal como sucede en 1890 en la guerra que involucra a Guatemala, Honduras y El Salvador. A este respec­to, el escri­tor español Ferrándiz Albors, con el pseudónimo de FEAFA, dice lo siguiente en un artículo publicado en 1935 en el diario El Día de la ciudad de Quito:

Testimonios oficiales particulares señalaron a Alfaro como uno de los más destacados mediadores de aquel conflicto que encarriló a Centro América por la ruta de la colaboración mutua y comprensión, ya que una misma es la historia que une a las cinco Repúblicas y uno mismo es el interés que los sitúa en la lucha contra el imperialis­mo.


La reunión del Congreso Internacional verificado en México en 1896 bajo el patrocinio de Alfaro, tiene así mismo un sentido antiimperialista, pues que sus miras no son otras que la defensa mancomunada de la agresión permanente de los Estados Unidos. Su objetivo principal, es poner coto a la interpretación unilateral de la Doctrina Monroe por parte de los gobiernos norteamericanos, que habían hecho de ella, desde el momento mismo de su aparición, un instrumento de conquista y sojuzgamiento de nuestros pueblos. El primer punto de la Agenda a discutirse dice: “La formación de un derecho público americano que, dejando a salvo intereses legítimos, dé a la doctrina iniciada por Monroe la extensión que merece y las garantías indispensables para su exacta aplicación”.


Es natural que esto no podía convenir a los detentadores exclusivos de esa efectiva arma de dominio, pues que una interpretación por parte de los afectados, necesariamente se encaminaría a mellar su filo y a impedir todo empleo nocivo para sus intereses. Esta es una de las causas ya se verá la otra para la tenaz oposición de la diplomacia yanqui al Congreso que, a la postre, determina su fracaso.

El Congreso Internacional quiere tener además un carácter anticolo­nialista, porque como afirma el escritor Manuel Medina Castro −La otra historia: El Ecuador contra la dependencia y la intervención−Alfaro se preparaba para demandar a los países asistentes un pronunciamiento recono­ciendo la independencia de Cuba que Estados Unidos consideraba “prematura”, ya que aspira y prepara el sojuzgamiento del pueblo hermano, conforme lo hace después mediante su premeditada intervención en la contienda y la imposición de la Enmienda Platt.

Esta, pues, la siguiente causa para que el secretario de estado Olney, como portavoz de su gobierno, se convierta en el mayor enemigo del Congre­so, a la vez que en solapado intrigante pues, según confiesa el diplomá­tico Genaro Estrada, manifiesta a sotto voce que el Ecuador no tiene el presti­gio sufi­ciente para auspiciar una empresa tan importante. Dice que es inoportu­na su reunión por la inasistencia de varios otros países. Que, en fin, no es el momento adecuado para abrir una discusión sobre la doctrina Monroe…

La posición de Alfaro, frente a la lucha del pueblo cubano por su independencia, como queda de manifiesto por lo que acabamos de exponer, es firme y terminante. Su adhesión a esa noble causa es vieja. Se remonta a su peregrinaje por Centro América, donde conoce a sus principales gestores: Martí y Maceo, con los cuales forja planes para la liberación de la Perla de las Antillas, y a los cuales ofrece su espada para el batallar que se aproxima. Por esto, cuando llega al Poder en el año de 1895, se apresura a prestar todo el apoyo posible a los hermanos del Caribe. A la reina de España, en carta histórica, le exhorta para que ponga término a la cruenta y exterminadora guerra. Más todavía: prepara una expedición militar para reforzar el ejército de Máximo Gómez, expedición que no llega a salir del Ecuador por causas ajenas a su voluntad. De todas maneras, queda patente su anhelo y su sentir.

Y finalmente, también en su patria, el Ecuador, tiene que luchar deno­dadamente contra la voracidad del imperialismo.

Una primera batalla, es quizás la de 1900, cuando el gobierno de Esta­dos Unidos trata de imponer al país un tratado de comercio lesivo para sus intereses, pues allí se incluía la célebre cláusula de la nación más favo­recida y de reciprocidad comercial que, como es conocido, no es sino un instrumen­to utilizado por las grandes potencias en contra de los pueblos poco desa­rrollados económicamente. Ese tratado es puesto en conocimiento del poder legislativo mediante escasas frases contenidas en el Manifiesto que Alfaro dirige al Congreso y en una Nota suscrita por el canciller Peralta, donde, significativamente, no se hace ninguna alusión a su valor ni menos se sugie­re su aprobación. Este tácito rechazo, tal como afirma Medina en el libro que antes mencionamos, ayuda para que los legisladores se pronuncien en contra de su suscripción. De esta manera, se pone fin a la tentativa yanqui.

El rechazo del Congreso da ocasión para que el canciller José Peralta −par de Alfaro en la lucha antiimperialista− limite por medio de una ley el tratamiento de nación más favorecida, a fin de salvaguardar al país de las impo­siciones de las potencias imperialistas. El doctor Jorge Villacrés Moscoso, en su Historia diplomática de la República del Ecuador, dice lo siguiente sobre este particular:

Esta toma de posición que adoptó el Senado, fue motivo más que suficiente para que el Canciller Peralta, aprovechara de esta oportu­nidad, para solicitar a la Legislatura, que se diera una norma, que tendría muy en cuenta en el futuro, para impedir que países de mayor potencialidad, trataran de obligar al nuestro otorgarle mayores ventajas, que las que ellos nos otorgaren, y el Congreso, acogiendo este pedido, dictó un decreto mediante el cual se instruía al Poder Ejecutivo, para que solo a base de la más estricta reciprocidad se pudieran negociar los tratados de comercio.


El decreto mencionado por el doctor Villacrés Moscoso es aprobado el 2 de octubre de 1900. Y el ejecútese firmado por Alfaro y el ministro Peralta, tiene fecha de 5 de octubre del mismo año.

Otras batallas que libra Alfaro contra el imperialismo, se relacio­nan con el Archipiélago de Galápagos, ese cúmulo de islas descubiertas por un fraile español e incorporadas al patrimonio nacional en los primeros años de nuestra vida independiente.

Este archipiélago, donde Darwin vislumbra la evolución de las espe­cies, desde muy temprano atrae la mirada de las grandes potencias, no por la riqueza de su fauna, que tanto cautiva al sabio inglés, sino por su posición estratégica privilegiada. Todas ellas han tentado a diferentes gobernantes con el brillo del oro, y no han faltado algunos con alma nada limpia, que alucinados por los ofrecimientos, no han vacilado en entrar en obscuras componendas. Y si no hemos perdido las codiciadas islas, es porque el pueblo, siempre alerta, se ha puesto de pie para impedir todo intento de enajenación de ese territorio patrio.

A Alfaro, al igual que a los otros, también se le propone, varias veces, el arrendamiento de Galápagos. Intereses poderosos y altos funciona­rios políticos son partidarios del negocio, razón por la que tiene que recurrir a diversos medios para impedir el éxito de las presiones interesa­das, siendo el principal la publicidad de las ofertas, pues sabe que el pueblo hará oír su voz y que su oposición será determinante. Así, promoviendo la discusión pública y desechando los anteriores métodos basados en el sigilo y el secreto, logra impedir toda resolución que menoscabe la soberanía nacional y que las Islas Encantadas caigan en manos extranjeras. Un solo ejemplo que confirma lo expuesto: cuando en 1910, aprovechando las dificultades que en ese instante atraviesa el Ecuador por el conflicto que mantiene con el Perú, el gobierno norteamericano intenta una vez más apoderarse de Galápagos, Alfaro pone esto en conocimiento de la nación para que decida, democráticamente, lo que se debe hacer. Y, como él esperaba, la respuesta popular es un no rotundo. “Buscar una solución en el desmembramiento de nuestro territo­rio dice en un Mensaje dirigido al Congreso sería un crimen atroz: ni una pulgada del suelo de la patria puede cederse a nadie, sin hacerse reo de parricidio; nada de mermar la sagrada herencia que nos legaron los liberta­dores.”

Estas pocas palabras, henchidas de patriotismo, resumen su modo de pensar sobre el mantenimiento de la integridad territorial y la soberanía de la nación.

Queda así sintetizada −aunque sin la fuerza que merece− la egregia figura del luchador que enarbola la bandera por la defensa de la indepen­dencia de los pueblos latinoamericanos, como cumple a todo genuino repre­sentante de un liberalismo democrático y revolucionario. Bandera que, desgraciada­men­te, pronto será arrojada por la borda por la mayoría de los gobiernos que le suceden.


El trágico final del gran caudillo del radicalismo liberal

Anticipamos, en páginas anteriores, el fin trágico del gran caudillo del liberalismo ecuatoriano.

A raíz de la revolución realizada por el general Montero y después de las derrotas de Huigra, Naranjito y Yaguachi, es tomado prisionero y condu­cido a Quito, en unión de sus principales colaboradores, no obstante de que un tratado garantizado por los cónsules de Inglaterra y Estados Unidos, asegura su vida y su libertad.

Mas esto nada importa, pues el traslado ilegal a Quito está convenido por sus más encarnizados enemigos, que saben que eso significa su seguro sa­crificio. Y así sucede en efecto. Apenas llegados a la Penitenciaría Nacio­nal, sin que se intente la menor defensa, un turba ex profesamente preparada asesina vilmente a los prisioneros y los arrastra por las calles de la ciudad hasta llegar al sitio denominado El Ejido, donde son incinera­dos sus cadáveres. La historia recuerda este episodio con el título de Hoguera Bárbara.

¿Quiénes son los responsables de la masacre?

Tres son las fuerzas, que igualmente interesadas, preparan el crimen inaudito: la reacción conservadora, el liberalismo de derecha y la mano del imperialismo.

La actuación del conservadorismo −que comprende a la clerecía y a los terratenientes aristócratas sobre todo− nada tiene de extraña. Son los vencidos de ayer y quieren recuperar los perdidos privilegios.

Llevados de ese fin, desde mucho antes de la tragedia, maquinan hábilmente promoviendo revoluciones y pactando con los liberales vacilan­tes. Ya en 1906 organizan un Comité Central de la coalición liberal−conservadora según denuncia el escritor Manuel María Borrero en su obra titulada El Coronel Antonio Vega Muñoz. Allí están, con nombres y apelli­dos, los integrantes de esa híbrida asociación. Y ahora, llegado el momento de la inmolación del caudillo, al que consideran como el mayor peligro para la consecución de los objetivos que persiguen, ponen en tensión todas sus fuerzas y participan abiertamente en la matanza. Sus más notables represen­tantes, como consta en documentos irrefutables, se hacen presentes mediante comunicados en que piden el traslado del general a Quito y la imposición del “más ejemplar de los castigos”. Hasta el arzobispo, máxima autoridad de la Iglesia Ecuatoriana, guardando silencio, permite la realización de los horrorosos hechos.

El liberalismo de derecha, que hace unidad con el conservadorismo como dejamos dicho, está compuesto especialmente por grandes hacendados que han plegado a la revolución por diversas causas y por burgueses ligados al latifundismo, que temen que prosiga el avance liberal bajo la dirección del alfarismo hasta un punto incompatible con sus intereses. Tienen una fuerza poderosa, pues detentan un gran poder económico, ya que muchos son acauda­lados exportadores y dueños de extensas plantaciones de cacao, que inclusi­ve, mantienen bajo su conducción a los mayores bancos del país.

El comando de esta facción está constituido por el placismo dirigido por el general Leonidas Plaza Gutiérrez, quien, cuando se verifican los luctuosos hechos que reseñamos, se halla prácticamente adueñado del Poder, ya que los más altos miembros del gobierno están vinculados políticamente con él, razón por la que la eliminación física del Viejo Luchador se orienta desde sitial tan elevado, siendo por lo mismo el presidente Freile Zaldumbide y su gabinete, los principales culpables de la catástrofe.

El liberalismo de derecha al que nos hemos referido, en verdad, tanto porque así convenía a sus intereses como por la tibieza de sus principios políticos, nunca aceptó con agrado la elevación a la primera magistratura del general Eloy Alfaro, pues su deseo fue siempre tener un presidente manejable y perteneciente a su círculo, igual en medianía doctrinaria y con pujos aristocráticos. Tiene toda la razón el coronel Carlos Andrade −Recuerdos de la guerra civil− cuando manifiesta lo siguiente:

La Junta de Notables reunida con el objeto de procurar que pacíficamente se efectuara la transformación, luego de conseguido esto, trató de constituir un Gobierno Provisional y para nada se acordó de que existía en el mundo el General Eloy Alfaro. El pueblo, idólatra de ese nombre y admirador de las virtudes y sacrificios de su caudillo, al tener conocimiento del poco caso que de él hacían los Notables, invadió los contornos de la sala de deliberaciones y a gritos pidió que el General Eloy Alfaro fuera proclamado Jefe Supremo. Intimidados los Notables por tan enérgica actitud, accedieron a pesar suyo y suscribieron un acta conforme a los deseos manifestados por el pueblo.


Esta es la verdad entera que nuestros historiadores han venido silenciando. Tal como dice Andrade, es el pueblo, el que eleva al Poder al general Alfaro.

Nos corresponde tratar sobre el tercer personaje del drama: el imperialismo.

Su participación, no obstante ser hipócrita y velada, ha dejado huellas suficientes para basar una acusación de manera terminante. Tanto es así, que ya a raíz mismo de los hechos, varios periódicos del continente denuncian y señalan al nuevo responsable.

Es que el incumplimiento del Tratado garantizado por los cónsules de Inglaterra y Estados Unidos, tiene lugar por cuanto dichos funcionarios extranjeros, para actuar tan desdorosamente, reciben órdenes expresas de sus superiores, que no son otros sino los ministros acreditados ante nuestro país por las naciones citadas. He aquí lo que afirma al respecto el historiador conservador Wilfrido Loor en el tercer tomo de su biografía de Alfaro:

Carlos R. Tobar, como Ministro de Relaciones Exteriores, protesta ante las Legaciones de Estados Unidos y Gran Bretaña por esta intervención oficial de los agentes consulares en asuntos que sólo atañen al Ecuador. “Los cónsules se están atribuyendo facultades que no tienen dice ellos no pueden gozar entre nosotros de más derechos que los que les corresponden en todos los países civiliza­dos, porque somos nación libre y no sujeta a capitulaciones consula­res.”


El ministro norteamericano Evan R. Young cree que Tobar está en lo justo y ordena al cónsul de Guayaquil que “se abstenga de tomar parte en la política interior del país y limite sus atribuciones al cumplimiento de los deberes de su cargo”. Esto significa la aprobación, el visto bueno para la remisión de los presos a Quito y el consiguiente asesinato. Así lo compren­de Tobar que, ufano, envía este telegrama a Guayaquil:

“Quito. Enero 25.- 1.20 p.m.- Gobernador.- Cuerpo diplomático residente háme dicho haber telegrafiado a sus cónsules en Guayaquil, la abstención más completa respecto a los asuntos que no les concier­ne, tales como los relativos a lo que el Gobierno ha ordenado tocante a los cabecillas de la revuelta de cuartel que terminó.- Ministro de Relaciones”.

Véase entonces, que es el ministro de Estados Unidos, que como residente en Quito sabe perfectamente que la venida de los prisioneros significa su muerte, el que obliga al cónsul a que rompa el Tratado por él firmado y deje de cumplir con su palabra. Y con el pretexto más inteligen­te: el de que “se abstenga de tomar parte en la política interior del país”.

Resulta inconcebible, que un representante de la nación que se inmiscuye en los asuntos de todos los países del continente, ahora, para patrocinar la imposición del “más ejemplar de los castigos” que piden los enemigos de Alfaro, no tiene empacho en aparentar respeto para el débil y pequeño Ecuador. Hasta este punto se puede llegar para proteger los intereses del Imperio.

El móvil para la contribución norteamericana en los arrastres de enero de 1912, no puede ser otro sino la necesidad de deshacerse de un ardoroso nacionalista defensor de la soberanía de la patria, para así facilitar la penetración imperialista en nuestro suelo, cuyas riquezas naturales, ya desde entonces, son miradas con ojos de codicia.

El experimentado Tío Sam sabe que los sucesores de Alfaro serán sometidos con facilidad y convertidos en dóciles instrumentos de sus afanes de dominio.

*     *     *


La revolución liberal de 1895 no puede pasar desapercibida para el pueblo ecuatoriano, porque es la única revolución de capital importancia verificada en el largo ciclo republicano. Siendo esto así, hay una necesidad imperiosa para acrecentar los estudios y las investigaciones alrededor de su máximo líder y de su obra, porque hay que confesar que los realizados hasta el momento, son cortos e insuficientes.

Es manifiesto, en efecto, que aún no se ha investigado con la debida profundidad sobre muchas fases de la prolongada trayectoria histórica del general Eloy Alfaro, existiendo por lo mismo varios vacíos o lagunas que deben ser llenadas para la mejor comprensión de su esclarecida personali­dad.

Personaje controvertido como es, ya que dada la índole de su acción revolucionaria no puede menos que ser combatida con acritud por sus contrarios, muchas de sus actuaciones han sido falseadas e interpretadas de acuerdo a las conveniencias ideológicas de los historiadores, siendo así incorporadas, inclusive, a los textos de enseñanza. Se han escrito volumi­nosas biografías suyas que tienen como fin primordial defender posiciones conservadoras y privilegios de clase que fueron suprimidos por la revolu­ción liberal, para lo cual se utiliza una documentación parcial y hábilmen­te escogida y presentada. Urge, por consiguiente, emprender en la tarea de corrección y refutación de los errores propagados, teniendo en cuenta que la literatura antialfarista es lo que más se difunde, cumpliendo por lo mismo con amplitud su objetivo desorientador.




[1] Este artículo se publicó por primera vez por la Asociación de la Escuela de Sociología de la Universidad Central del Ecuador como folleto mimeografiado en julio de 1979 y por su gran valor histórico ha sido reeditado en múltiples ocasiones.