sábado, 28 de octubre de 2017

Influencia del marxismo y de la Revolución de Octubre en los intelectuales del Ecuador I

En homenaje al centenario de la Revolución de Octubre este trabajo inédito de Oswaldo Albornoz Peralta en seis entregas






I
ANTES DE LA AURORA

Las teorías socialistas, principalmente las de los utopistas y las de los pensadores pequeñoburgueses de Francia, ya son conocidas en el Ecuador en el siglo XIX, pues ya en 1851 son furiosamente combatidas por fray Vicente Solano
en su folleto titulado El Señor Jacobo Sánchez en el Ecuador, y la verdad en su lugar. Allí arremete contra Saint Simon, Fourier, Cabet, Owen, Luis Blanc y Proudhon, cuyas doctrinas las califica de poco menos que diabólicas, a más de impracticables y absurdas. “Porque, a la verdad –dice– es imposible cambiar el estado presente de la sociedad humana, que es el proyecto de los socialistas”.[1]

Empero, desde la llegada al poder del tirano García Moreno, volviendo a las prácticas oscurantistas coloniales aventadas por la independencia, se impone una total censura para todas las ideas de avanzada. Este odioso trabajo de profilaxis social es encomendado al clero en cumplimiento a lo establecido por el Concordato firmado con el Vaticano. De conformidad a este tratado, todo cuanto se considera peligroso para la religión o la estabilidad del régimen imperante, es objeto de prohibición absoluta y de castigo inflexible cuando en alguna forma, burlando la vigilancia clerical, logra manifestarse. Quince largos años dura la cuarentena garciana.
Aún después de derrocada la sangrienta dictadura, en virtud de que sigue vigente el célebre Concordato, persiste la persecución a las teorías progresistas, si bien es cierto, ya no con la dureza anterior. Así, un joven escritor liberal, Manuel Cornejo Cevallos, autor de un opúsculo titulado Carta a los Obispos,[2]
es acusado de profesar el darwinismo, entre otras tendencias heréticas y contrarias a la religión católica. Un clérigo le sale al frente, le llama necio, y dice refiriéndose a la teoría evolucionista de Darwin: “Es como que se dijese que un huevo se convirtió en gallo, el gallo en buitre, el buitre en mono, el mono en hombre. Esta es la ciencia que se opone al Génesis”.[3]
Y ante tan rotunda demostración, el arzobispo Ignacio Checa y Barba –ateniéndose al Voto razonado de la Consulta General Eclesiástica acerca del folleto titulado “Carta a los Obispos” y a la resolución del Concilio Provincial 2° Quitense– no tiene otra alternativa que condenar el folleto ¡y excomulgar a los lectores![4]
Un poco antes de lo narrado, nuestro gran escritor e ideólogo liberal, don Juan Montalvo, refiriéndose a la Internacional de Marx dijo en un discurso pronunciado en la instalación de la Sociedad Republicana:
La Internacional es una sociedad cosmopolita: no la temen sino los tiranos; y con justicia, porque sus estatutos y sus fines son contra la tiranía. La Internacional es una sociedad universal: tiene su  centro en Francia y en rayos luminosos se abre paso por todo el continente. La Internacional es sabia en Alemania, prudente en Inglaterra, atrevida en Italia, fogosa en España, terrible en Francia, pueblo libertador del Universo.[5]

Las palabras transcritas aunque no se crea, son causa de un escándalo mayúsculo. Toda la prensa católica y conservadora se moviliza para combatir al atrevido. Las más altas autoridades eclesiásticas intervienen en la encendida polémica que se entabla, y a decir verdad, sus pastorales y condenaciones fulminantes, no son muestra de alta literatura, menos de serenidad y cordura.
Esta campaña de índole ideológica, apunta también a los liberales que combaten al gobierno del presidente Borrero. La “nobleza” y los terratenientes de Quito, en una Protesta que consta inserta en la Historia del Ecuador del escritor Juan Murillo dicen esto de esos terribles enemigos del orden público:

(…) los que tienen sobre si los anatemas justos del episcopado y la execración de cuantos hombres abrigan en su corazón algún sentimiento de honradez y probidad; en una palabra, los propagadores de la Internacional y de la Comuna, y, como tales, enemigos de la religión, de la autoridad, de la familia, de la propiedad, del hombre y de Dios, esos son los autores de la inicua revolución.[6]

Y casi enseguida, durante un tumulto clerical provocado por un cura extranjero de apellido Gago, según la relación aparecida en el periódico El ocho de Septiembre, “la turbamulta recorre las calles de la Capital armada de palos, piedras, puñales y revólveres, dando en voz en cuello los desaforados gritos de “viva la religión”, “mueran los herejes”, “viva el Papa”, “abajo los mazones (sic)”, “mueran los comunistas, los incendiarios” y otros denuestos por el estilo”.[7]
Largos años dura este combate. Las excomuniones contra las publicaciones progresistas prosiguen y los escritores retrógrados no se cansan de maldecir todo lo que huele a democracia. Todavía en el año 1884, para citar un ejemplo más, el novelista conservador Juan León Mera, en un impreso que titula Otra carta del Dr. D. Juan Benigno Vela, continúa la batalla contra la Comuna y la Internacional. Protesta por la vuelta de los comuneros del destierro de Nueva Caledonia y afirma “que los ocho millones de afiliados en la Internacional que es la personificación de la revolución, se compone de los sectarios en que me vengo ocupando: allí están liberales, radicales, comunistas, socialistas, etc.”.[8] Son las mismas palabras que se repetirán después y que se siguen repitiendo todavía.
Con la Revolución liberal de 1895 dirigida por el general Alfaro, el panorama cambia.

Ya no existen restricciones para la entrada de libros y se permite la libre emisión del pensamiento. Las reformas que se introducen, aunque cortas, fomentan el desarrollo económico del país y ayudan al crecimiento de la incipiente clase obrera, que empieza a organizarse y también a ilustrarse. Si, a ilustrarse, porque el caudillo democrático, sin duda imbuido de la idea liberal de que la educación es la panacea para todos los males, crea escuelas y subvenciona económicamente algunas sociedades de trabajadores que, gracias a este apoyo, logran desarrollar una amplia labor de carácter cultural. Inclusive, favorece la entrada al Ecuador de orientadores sindicales extranjeros, entre los cuales, algunos como el cubano Miguel Albuquerque, tienen ideas avanzadas y propugnan un programa de renovación social. Por eso son combatidos por las fuerzas conservadoras y del liberalismo de derecha, como sucede con el dirigente antes nombrado, que es objeto de ataques furibundos.
Se llega, inclusive, a formar el Partido Liberal Obrero de tipo reformista, plagado al mismo tiempo de proposiciones no solo discutibles, sino simplemente ingenuas por decir lo menos, según consta en el programa que se publica en el periódico La Redención Obrera en 1906.
En suma, la clase obrera no tiene todavía una ideología propia y sigue supeditada a la burguesía. Pero el liberalismo, de todas maneras, había abierto las puertas para la entrada de las ideas socialistas. De las ideas marxistas.






[1] Fray Vicente Solano, El Señor Jacobo Sánchez en el Ecuador, y la verdad en su lugar, Impreso por Justo Silva, Cuenca, 1851, p. 2.
[2] Manuel Cornejo Cevallos, “Carta a los Obispos”, Imp. De Manuel Flor, Quito, 1877.
[3] Un Sacerdote, La Carta a los Obispos, Imprenta de Manuel Flor, Quito, 1877, p. 23.
[4] Voto razonado de la Consulta General Eclesiástica y Decreto del Ilmo. Y Rmo. Señor Arzobispo, acerca del folleto titulado “Carta a los Obispos”. Imprenta del Clero, Quito, 1877, pp. 19-20. En la parte analítica de la resolución del Arzobispo de Quito José Ignacio fechada el 5 de febrero de 1877 se dice: “La fe si no es una no existe. Es pues cierto que para ser católico es necesario estar sujeto a la misma autoridad, rechazar lo que la Iglesia condena y creer lo que ella enseña con su infalibilidad sobrenatural, bajo pena de ser profano al decir de San Cipriano”,. Y el jefe de la Iglesia ecuatoriana lanza el anatema: “reprobamos y condenamos los errores contenidos en el folleto citado (…) y prohibimos bajo pena de excomunión ipso facto incurrenda, a todos los fieles de nuestra Arquidiócesis la lectura, retención y circulación del folleto intitulado “Carta a los Obispos”.
[5] Juan Montalvo, El Regenerador, t. I, Casa Garnier Hermanos, París, 1929,  p. 90.
[6] Juan Murillo M., Historia del Ecuador de 1876 a 1888, precedida de un resumen histórico de 1830 a 1875, Biblioteca Ecuatoriana de “Últimas Noticias”, Empresa Editora “El Comercio”, Quito, 1946, p. 134. La cursiva es nuestra.
[7] Idem, p. 163.
En el periódico El ocho de Septiembre se califica al reverendo Gago ‒italiano que había sido expulsado del Perú por sedición contra el gobierno‒ como “religioso poseso, sediento de sangre humana!” por su actitud agresivamente provocadora que desata un auténtico motín (p. 16). En su incitadora prédica “habló contra el liberalismo reprobado por la Iglesia: dijo que la libertad de cultos era un absurdo en filosofía, y una horrible blasfemia en el campo de la Revelación”. (p. 5), según consta en el folleto de sus intercesores Defensa del Catolicismo y sus Ministros, Fundición de tipos de M. Rivadeneira, Quito, 20 de marzo de 1877.
[8] Juan León Mera, Varios asuntos graves. Otra carta del Dr. D. Juan Benigno Vela, Imprenta del Clero, Quito, 1884, p, 22.








martes, 17 de octubre de 2017

La masacre de Aztra

18 de octubre de 1977,  en el Ingenio Aztra se masacró cobardemente a sus trabajadores: una triste página de las luchas populares que jamás debe olvidar el pueblo ecuatoriano



LA MASACRE DE AZTRA[1]

Oswaldo Albornoz Peralta



Aztra por Pavel Egüez


El 18 de octubre de 1977 tiene lugar uno de los hechos más siniestros de la historia del movimiento obrero ecuatoriano: la masacre de los trabajadores del Ingenio Aztra.

El Ingenio Aztra. Una empresa mixta con capitales particulares y estatales, tiene una larga historia de latrocinios y depredaciones.

Primeramente, en el año 1960, se forma como empresa privada para explotar la caña de azúcar de los latifundistas de la zona, los mismos que habían adquirido las tierras usurpando a antiguos propietarios y arrebatando las parcelas de los humildes campesinos que habían formado varias colonias. Entre los socios de la nueva compañía ‒que tiene un capital inicial de 17’000.000 de dólares‒ se hallan prominentes miembros de nuestra oligarquía: Ernesto Jouvín Cisneros, José Salazar Barragán, los hermanos Alfonso y Rafael Andrade Ochoa, por ejemplo. Empero, cuando se presentan dificultades económicas, la mayoría de las acciones van a parar a manos del Banco “La Filantrópica” de los Isaías, quienes a su vez ‒percibiendo “malos vientos en el negocio”‒ la traspasan a  una entidad estatal, La Corporación Financiera Nacional, con la aprobación del gobierno del general Rodríguez Lara. Desde ese entonces se convierte en botín de gerentes y altos empleados que, como se puede suponer, pertenecen siempre a la élite de las clases dominantes.[2]

Los ingenios azucareros han estado desde un principio en el poder de la más rancia oligarquía, razón por la que han gozado de privilegios inconcebibles, aunque estos vayan en menoscabo de los intereses populares.. Es así como en enero de 1976 se eleva el precio del quintal de azúcar de S/.135 a S/. 220 y luego, casi enseguida, en agosto de 1977, después de un ridículo paro de propietarios ‒que desde luego no son sancionados con el decreto 1475 como se hace con los trabajadores‒ se sube a S/. 300. Pero ahora, con inaudito descaro, mediante decreto N° 1784 de 5 de septiembre, se elimina a los trabajadores en la participación de las utilidades provenientes del último aumento, a fin de que todo vaya a los bolsillos de los magnates. Tanta generosidad, no puede sino encerrar un turbio negocio entre empresarios y funcionarios de la dictadura militar, como piensa con lógica Víctor Granda en su libro La masacre de Aztra.

Y es, cabalmente, el pago de las utilidades que les corresponde por estos aumentos lo que principalmente reclaman los trabajadores de Aztra, pues que les pertenece el 10% de la ganancia producida por cada uno de ellos. De la primera elevación de los precios durante el período comprendido entre el 27 de septiembre de 1976 y el 4 de septiembre de 1977 que se les adeuda ‒según consta en el numeral 2º del pliego de peticiones‒ exigen el pago de S/. 28’ 171.176. Igualmente piden la entrega del mismo porcentaje del beneficio proveniente del segundo aumento de precio, basándose en el Art. 32 del Tercer Contrato Colectivo celebrado con la Empresa, y negando que el decreto N° 1784, sea aplicable a su caso. Finalmente, se demanda el cumplimiento por parte de la Compañía de varias cláusulas del mismo Tercer Contrato Colectivo, entre otras,  las que se refieren a estabilidad en el trabajo y acatamiento de la tabla de remuneraciones para los trabajadores agrícolas.

El ya indicado día 18 de octubre, previo aviso legal y previo pedido de protección de parte de la policía, invocando el numeral 3º  del Art. 459 del Código del Trabajo, se declara la huelga. Mas por la tarde, cuando los trabajadores se hallan merendando en compañía de sus mujeres y sus tiernos hijos, son traidoramente rodeados por contingentes policiales traídos expresamente de varios lugares del país con ese objeto, y un teniente Viteri, desde un altoparlante, les ordena el inmediato abandono del lugar, concediéndoles dos minutos para la salida. Los dirigentes obreros  piden que se amplíe ese término perentorio concedido con mala fe, pero en vez de ser escuchados, son atacados a bala y con bombas de gases lacrimógenos, bombas que son apagadas con agua y algunas devueltas a los atacantes por los valientes trabajadores que, en un primer momento, logran su retirada. Los agresores, reanimados por el gerente, coronel Reyes Quintanilla ‒un militar retirado que ya como gobernador del Guayas durante la Junta Militar se distinguió por su odio al pueblo, razón por la que logra entrar al servicio de la oligarquía guayaquileña, llegando a ser hasta gerente del Banco del Pacífico‒ los policías vuelven al ataque y con furia inaudita se ceban sobre los indefensos huelguistas, los mismos que son empujados a un canal lleno de agua mediante culatazos y garrotazos, cuando tratan de salir por allí, ya que la puerta se halla en manos de la policía. Víctor Granda Aguilar narra así estos trágicos instantes:

Escenas desgarradoras se producen: mujeres y hombres desesperados en busca de agua contra la asfixia de los gases, madres que perdieron a sus niños, mujeres que no podían nadar y se hundían, niños que desaparecían  para siempre, heridos que hacían esfuerzos convulsos en las aguas, personas que por ayudar terminaban hundiéndose con el desesperado que se ahogaba.[3]

A las ocho de la noche se da término a la masacre. Un mayor Díaz comunica a sus superiores que las órdenes han sido cumplidas a cabalidad.

A más de un centenar de víctimas, según el cálculo de testigos presenciales, asciende el saldo de la bárbara matanza. Solamente aparecen los cuerpos de poco más de una veintena, pues al igual que el 15 de Noviembre, a los demás se los hace desaparecer misteriosamente. Se llega a decir que muchos son arrojados en las calderas ardientes.




¿Quiénes son los responsables?

En primer lugar los ministros de Trabajo y de Gobierno: ese coronel Salvador Chiriboga  que ya conocemos, y el general Jarrín Cahueñas, que poco más tarde será sindicado por el asesinato del economista Abdón Calderón. El primero, instado por los personeros de la Empresa, es el que pide el desalojo de los trabajadores mediante oficio suscrito por el Subsecretario de ese Portafolio. Y el segundo, el que ateniéndose a ese ilegal pedido, es el que moviliza contingentes policiales y ordena la criminal represión. Los miembros del Triunvirato, así como los miembros del Gabinete, son cómplices y encubridores del crimen pues que unánimemente se solidarizan con los principales responsables ya nombrados y afirman ‒como consta en la resolución del 25 de octubre‒ “que actuaron de acuerdo con la ley y los intereses nacionales”. Mas aún, con cinismo que llega a límites inconcebibles, sostienen que los únicos culpables son los “dirigentes de extrema izquierda”. Cinismo, sí. Pero a su lado, por ser tan tonta la imputación, se manifiesta la incipiencia mental de los autores de tan singular resolución.

La infame masacre, como es natural, llena de indignación y levanta la protesta de todos los trabajadores ecuatorianos y de amplios sectores democráticos del país. “El vil asesinato de los trabajadores de Aztra ‒se dice en el pronunciamiento de las tres centrales sindicales, CTE, CEDOC y CEOSL, de 20 de octubre‒ constituye un crimen de lesa humanidad, propio de regímenes fascistas que lo condenamos y denunciamos con indignación a la opinión pública nacional e internacional”. Así mismo son innumerables los organismos obreros de otros países que levantando en alto el hermoso principio del internacionalismo proletario, expresan su repudio por los sangrientos acontecimientos y envían su ayuda para los afectados.  La Federación Sindical Mundial es una de las primeras en hacerse presente y demostrar su solidaridad.

Mientras tanto las autoridades gubernamentales, con saña increíble, prosiguen la represión, apresando a los dirigentes de los trabajadores y desatando el terror en la población de La Troncal, donde habitan con sus familiares. Se invoca y se aplica la fascista Ley de Seguridad Nacional, demostrando en esta forma su verdadero objetivo para la elaboración de un Plan Policial de Operaciones Especiales en el Caso Aztra aprobado el día 26 de octubre, haciéndose constar allí, expresamente, que la Policía Nacional “constituye la Fuerza Auxiliar permanente de las Fuerzas Armadas para la Seguridad Interna del País”,[4] tal como se concibe en esa ley. Dicho Plan tiene por fin no permitir “el quebrantamiento del orden, la paz y la tranquilidad social”,[5] como consta del correspondiente documento. Para el Triunvirato y la Policía está claro que ese orden y esa paz han sido hecho pedazos ‒y esto también se señala‒ por cuanto se han declarado en huelga de solidaridad los trabajadores de los ingenios Valdez y San Carlos y han protestado los “extremistas” de la CTE, CEDOC y CEOSL. El plan militar y represivo, en suma, es tan minucioso y tan científicamente trazado ‒hasta se habla de planos, espionaje y logística‒ que bien podría ser enviado hasta por los expertos de la OTAN. O de la CIA, por lo menos…

Para descubrir a los autores de la masacre, se inicia el consabido juicio criminal. Y para escarnio de la justicia, tanto en la primera como en la segunda instancia se dictan autos de sobreseimientos definitivos salomónicos, según los cuales todo es un misterio y nadie es culpable, ni siquiera los que por escrito dieron una orden ilegal de desalojo. Más tarde, cuando la Asamblea de 1979 ordena que se vuelva a investigar el caso, también se llega a un resultado sorprendente: el caso está cerrado, cerrado totalmente, y no hay posibilidad jurídica de reabrirlo nunca, por los siglos de los siglos. Y esto es cierto, para los trabajadores, para el pueblo, la justicia ha estado cerrada siempre. Ab aeterno.












[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Historia del movimiento obrero ecuatoriano, Editorial LetraNueva, Quito, 1983, pp. 101‒106.
[2] Víctor Granda Aguilar, La masacre de Aztra, Cuenca, 1979.
[3] Víctor Granda Aguilar, La masacre de Aztra, op. cit.
[4] Víctor Granda, op. cit.
[5] Idem.

sábado, 2 de septiembre de 2017

La calumnia como recurso de la descalificación política: el caso de Eloy Alfaro

El otro lado de la historia de la corrupción: la calumnia, el desprestigio y la descalificación, arma de la derecha ecuatoriana desde hace más de un siglo contra todo lo que afecta a sus intereses. Alfaro ya fue su víctima. Lee y saca tus propias conclusiones.



LA ASQUEROSA SIERPE DE LA CALUMNIA[1]

Oswaldo Albornoz Peralta


Los grandes reformadores, sobre todo los que se preocupan y hacen suyas las aspiraciones de las masas populares, siempre son perseguidos por ese reptil rastrero e implacable: la asquerosa sierpe de la calumnia.

Un ejemplo: Robespierre, el defensor de los sans-culottes. Uno de sus biógrafos, David Jordán, dice:

            La víctima es presentada de cuerpo entero y sus actos más despreciables emanan de un alma depravada y corrupta. A Robespierre no se le deja ningún resto de decencia, de talento o de humanidad. Es un monstruo cuyo impacto sobre los contemporáneos y la Revolución no se explica, sino que se condena.[2]

Así proceden los realistas, y luego sus asesinos, los termidorianos. Y para la posteridad, a éstos siguen un montón de biógrafos, cada cual más envenenado. Hasta Michelet no teme caer en las aguas turbias de la denigra­ción.

Junto con Robespierre la sierpe de la calumnia se extiende a sus partidarios, a los jacobinos, esos hombres de La Montaña que luchan porque los frutos de la revolución, aunque sean gotas, lleguen hasta el pueblo. Y también, enroscándose en las sinuosidades de los años, logra perdurar en el tiempo e incrustarse en las páginas de la historia.
           
Igual que Robespierre, esos héroes de la Comuna de París, que quieren alcanzar un cielo proletario con sus vidas. Igual Lenin, el artífice de un mundo de bienestar y de justicia. Igual, acosados y per­seguidos, muchos revolucionarios más.

Aquí en el Ecuador, Eloy Alfaro, nuestra figura histórica máxima, es sin duda el más deshonrado y calumniado.

Caricatura de la época: calumnias de los conservadores contra el general Alfaro


La sierpe se atreve en ocasiones, a vestir el traje de la poesía en una soez deformación titulada “A una boca”:

                                    De Corinto do estaba mansamente
                                    devorando en silencio su tocino
                                    por azares secretos del destino
                                    fue traída al Poder liberalmente.

                                    Y llegó de cansancio emocionada
                                    el perdón y el olvido tarareando,
                                    honores y riquezas codiciando,
                                    y del hambre y las deudas acosado.

                                    Pero más me fastidia, más me inflaman
                                    por su fuerza, perfil y contextura
                                    tus jetas ¡ay! que pura m...el derraman
                                    al abrirse y mostrar su dentadura.

                                    Canasto, quitasol, boca bajío,
                                    ejido de Tacunga sempiterna,
                                    boca arnés, boca buey, boca taberna,
                                    boca que ¡en vano definir porfío![3]

Son 71 estrofas de esta laya, que como se ve llevan a la poesía hasta el más sucio estercolero. Su autor es el periodista Vicente Nieto.

Después de estos versos cenagosos, la prosa cubierta de roña.

El mismo Nieto, abandonando su torpe lira, publica en Quito un periódico titulado Fray Gerundio, donde prosigue su carrera de calumniador desaforado. Si en verso es tan burdo, ya se puede imaginar lo que es en prosa.

En Cuenca se publica un pasquín denominado El Diablo dedicado, preferentemente, al insulto de los radicales de esa tierra. Pero, tampoco se olvida de Alfaro. Se dedica un artículo –“Beso de muerte”‒ a su gobier­no, donde se dice:

            La Manta Negra ha cubierto la propiedad de huérfanos y viudas, talando la industria, asolando la familia; y la bárbara confiscación, robo oficial en forma de ley, nos saca a la vergüenza pública ante las naciones vecinas que nos contemplan en el calvario... y se dictan leyes de presupuesto, que nos reducen a la miseria, mientras los ministros diplomáticos y los gober­nadores de provincia regordean con el pan del infeliz pueblo.[4]

Escriben el periodicucho, en comandita, clérigos y curuchupas sin sotana, que esconden sus nombres en el anonimato. También tienen un vate, el académico Tomás Rendón, autor de coplas procaces, parecidas a las de Nieto.

El diario El Comercio no se queda a la zaga:



           Bien se sabían los Alfaros ‒dice‒ que en Panamá se les iba a conceder la más completa libertad para conspirar contra nuestra Patria, cuando prefirieron trasladarse a esa Republiquita, en lugar de ir a gozar de los caudales que saquearon a la Nación en los grandiosos países de Europa o en la América del Norte.[5]

 
Miguel Valverde
De la prensa la calumnia pasa y se cuela en la boca de los difamado­res. Miguel Valverde, un protegido de Alfaro, es uno de ellos.  Se mueve en los círculos liberales y esparce la mentira. A Gagliardo le dice que el Viejo Luchador ha salido millonario de la presidencia y que sólo en los almacenes de Guayaquil había comprado más de cien mil sucres en joyas para su familia.

Justamente indignado Alfaro cuenta esta historia a Abelardo Moncayo en carta de 8 de febrero de 1903. Dice que mira con lástima a ese desgra­ciado. Y para que la duda no quede flotando, pues aprecia como ninguno la limpieza de su nombre, se da el trabajo de enumerar todas sus compras de alhajas realizadas durante su paso por la presidencia. Esta la lista:



            1896. Un par de aretes de brillantes (solitarios)......... ….…..S/.   400
            1897. Un prendedor compuesto de una perla con brillantes.…    350
                     Una sortija (marquesa)...............................………………   150
            1898. Una pulsera y un prendedor de........................………... ..  500
            1899. Un anillo con un solitario..........................……………....   320
                     Un mil setecientos veinte sucres..................……………... 1.720 [6]

La diferencia entre S/.100.000 y S/.1.720, es la proporción de la mentira.

Más tarde, de difamador, Valverde se convertirá en propugnador y panegirista del asesinato de los Alfaro.

La calumnia, como se puede apreciar por lo expuesto, se encamina ‒repta mejor‒ no sólo a sembrar sombras sobre la honradez de Alfaro, sino que cayendo en la bajeza extrema, se llega a calificarle de ladrón. Y quienes así se expresan, en la mayoría de las veces, son los que menos deben pronunciar esa palabra.

Alfaro no es un adorador del Becerro de Oro. Hombre de gran fortuna en una época, todo lo gasta en beneficio de la revolución liberal, la meta de su vida. Esta meta, que significa el progreso de la patria, está por encima de sus intereses personales.

A este respecto, Pío Jaramillo Alvarado, manifiesta lo siguiente:

                              Puede registrarse en Panamá, en el archivo de uno de sus hijos, los libros de la con­tabilidad comercial del general Alfaro, en la época en que se dedicó a estas actividades. Pasa de un millón de pesos anual el monto de las operaciones con que giraba bajo su firma. Es también constante que después de su primera presidencia, y cuando se recluyó silen­ciosamente con su familia en Guayaquil, era tal su angustia económica, que un grupo de amigos suscribió una cuota mensual para salvar de su penuria al señor general Alfaro.[7]

Y Roberto Andrade, en su vibrante folleto titulado Moscas, agrega:

                                    Antes y después del Mensaje ‒se refiere al Mensaje escrito como Jefe Supremo de Manabí y Esmeraldas en 1883‒ en cosa de cinco o seis lustros, Alfaro ha empleado en la libertad del Ecuador cuanto dinero ganó en su trabajo en Panamá. Montalvo no hubiera verificado sus viajes a Europa, ni publicado sus obras sin Alfaro.[8]

La acusación de robo, sobre todo, está vinculada a su obra magna: la construcción del Ferrocarril del Sur. ¿Por qué?

Sus enemigos ‒tanto conservadores como liberales de derecha‒ piensan que la terminación de la gran obra puede constituir un alto triunfo para el caudillo manabita y consolidar el alfarismo que puede, y eso temen, proseguir en su camino de reformas. Para impedir eso, hasta se quiere pagar a Harman para que desista del contrato, tal como asegura Mora López en su Historia del Ferrocarril Trasandino, afirmación confirmada por Alfaro en carta que dirige a ese contratista en 1902. Para impedir eso, ¡nada mejor que la calumnia!
Lizardo García
           
Uno de los calumniadores es un ex‒ministro suyo: Lizardo García. Este banquero en carta dirigida a un conservador de Ambato, manifiesta que está gestándose un monstruoso negociado entre Alfaro y Harman, para cuya realiza­ción necesita que su sucesor en la presidencia sea una persona condescen­diente que no dificulte la malversación planeada. El acusado como está limpio de culpa, según expone en una de sus Narraciones Históricas, castiga así al gratuito detractor:

                                    Mi venganza consistió en mandar litografiar la carta‒libelo, hacerla circular, y dar orden al Gobernador del Guayas para que pusiera a disposición de don Lizardo García todo el servicio de cablegramas con el señor Archer Harman, en los cuales se suponía encontrar el hilo de sus conjeturas criminales, y además los documentos públicos y privados en relación con la Compañía del Ferrocarril y arreglo de la Deuda Externa.[9]

Aunque no se crea, el detractor García es el responsable de ese feo episodio que ha pasado a nuestra historia con el significativo título de El peculado de Londres. José Peralta en su estudio Porrazos a porrillo, relata con detenimiento este suceso y demuestra que el perjuicio para la nación asciende a doscientos setenta y ocho mil dólares. Se trata, pues, de una defraudación que no solamente se “está gestando”, sino que efectivamente se gesta.

Otra acusación, y muy reiterada, es la que Alfaro es accionista de la compañía que construye el ferrocarril.

La Cámara del Senado, en 1902, resuelve dar un voto de felicitación al general Alfaro por ser el principal y más decidido propulsor de esa obra. Empero, algunos legisladores se oponen a ese voto porque se ha propalado, maliciosamente, la noticia de que es accionista por varios millones de sucres de la empresa “Guayaquil and Quito Railway Company”. Se asegura que en la oficina de la compañía en Nueva York se exhibe su retrato como uno de los más importantes socios.

Alfaro se indigna al conocer la calumnia e inmediatamente emprende una campaña para desvirtuar la falsedad divulgada. Escribe varias cartas al senador José María Borrero, uno de los que le niegan el voto, por haber creído en la especie perversamente vertida. Y luego se dirige al presidente de la compañía ‒carta de 12 de marzo de 1903‒ para que certifique que nunca ha tenido la calidad de accionista. “Yo salí de la Presidencia pobre cual había entrado a ella, pues las economías que pude hacer durante el sextenio de mi administración, no alcanzaron para atender a los modestos gastos de mi familia”,[10] dice.

La respuesta requerida es terminante y dice así:

                      New York Abril 17 de 1903.- General Eloy Alfaro.- Guayaquil.- Ecuador.- Mi querido Señor:- Nos permitimos informar a usted que su nombre no figura en la lista de los accionistas de la "Compañía del Ferrocarril de Guayaquil a Quito". Nuestros archivos demuestran que usted nunca ha sido ni es partícipe en nuestra Compañía, y que usted no tiene interés fiduciario de ninguna clase en nuestro Ferrocarril.- De usted muy atento.- T. H. Powers Farr, Vicepresidente.- Sam H. Lever, Secretario Tesorero.[11]


Según informaciones que recibe, como consta en carta que escribe a Abelardo Moncayo el 5 de agosto de 1903, los propaladores de esta calumnia son Miguel Valverde, el doctor Serafín Whiter, el general Fidel García y el presidente Leonidas Plaza. Otra vez Valverde. Su enemistad con Alfaro es bastante vieja: ya como cónsul en la ciudad de Nueva York, cargo que obtiene por sus antiguos servicios a la causa liberal, se transforma en agente de los conspiradores antialfaristas y se dedica a sembrar la desconfianza entre los accionistas del ferrocarril, razón por la que es cancelado. Esto consta en la Historia del Ferrocarril de Guayaquil a Quito que el general Alfaro, antes de su inmolación en el Ejido, entrega al coronel Carlos Andrade.

El doctor Serafín Whiter es un periodista guayaquileño que acompaña al general Alfaro en la campaña de 1895 que culmina con su entrada a Quito. Desempeña el cargo de ministro de Hacienda durante su primera ad­ministración. Está casado con una hermana del general Plaza, durante cuya administración cobra a la compañía del ferrocarril elevadas sumas de dinero por gestiones administrativas.

El general Fidel García participa en la lucha contra Veintemilla y Alfaro le nombra ministro de Guerra y Marina como Jefe Supremo de las provincias de Manabí y Esmeraldas. Está presente en las campañas de 1895 y desempeña importantes cargos durante el primer gobierno liberal.
Leonidas Plaza Gutiérrez

De Plaza Gutiérrez no hay necesidad de hablar, Todo el mundo conoce sus acciones y la extensión de su ingratitud con el Viejo Luchador.

Una cosa queda clara: todos los difusores de la vil calumnia son protegidos de Alfaro, que sin él, nunca hubieran llegado a lo que llegan. Queda claro también, la deserción de gran parte de sus colaborado­res, casi siempre, por causas non sanctas.

Pero esta calumnia ‒la de ser accionista del ferrocarril‒ tiene una significación que la convierte ‒si la maledicencia y la difamación pudieran ser clasificadas por su gravedad‒ en la más baja y cobarde de ellas. Esto porque los detractores conocen que si Alfaro hubiera sido deshonesto, que si hubiera tenido su apego a los bienes materiales y al dinero, en verdad hubiera podido ser accionista. Saben que cuando se le ofrece un porcentaje de acciones de la compañía ‒costumbre con que los capitalistas extranjeros consiguen favores de mandatarios corruptos‒ las rechaza para él y las cede para beneficio de la nación. ¡Saben, y calumnian!

Pío Jaramillo sobre lo arriba expuesto, dice esto:

Es un hecho histórico que cuando en conformidad con el contrato de construcción del ferrocarril suscrito en 1897, se verificó la emisión de siete millones de dólares en la denominación de “Bonos Comunes” en beneficio de la empresa promotora de la obra, y cuando le fue ofrecido al general  Alfaro el 49 por ciento de dicho valor en su utilidad personal, pues la compañía constructora tomaba el 51 por ciento, y con estas acciones la administración del ferrocarril, el general Alfaro rechazó noblemente el ofrecimiento de la Compañía e hizo inscribir ese porcentaje no estipulado en el contrato, en beneficio del gobierno del Ecuador. Este acto del general Alfaro ha permitido con el tiempo adquirir ese 51 por ciento de la Compañía o sea de los herederos del promotor Harman y nacionalizar el servicio administrativo, antes de amortizar los bonos principales, correspondientes a los prestamistas extranjeros del dinero para la construcción del ferrocarril, en el que el Erario ecuatoriano  no ha invertido sino exiguas sumas.
 Sin embargo, la malevolencia ha hecho críticas acerbas acerca del contrato del ferrocarril de Guayaquil a Quito, no comprendido todavía, y el odio y la envidia y las bajas pasiones de la política ruin, imputó al 
general Alfaro peculados, siendo como fue puro en sus costumbres y sin ambición de riqueza.[12]

Esta verdad demuestra con luz meridiana toda la ruindad de los calumniadores. Pero sobre todo demuestra que ese contrato firmado por Alfaro, no sólo es beneficioso para el progreso económico del país al ampliar su mercado interno y promover el movimiento de los factores productivos, sino que es uno de los pocos contratos realizados con empresas extranjeras que no lesiona los intereses nacionales ni contiene odiosos privilegios, norma generalizada en esta clase de negocios. Un contrato limpio, en fin, que no ha sido debidamente valorado.

Esta limpieza, nada común, tanto ayer como hoy, ayuda para que la compañía pueda incrementar su capital y hacerse efectivo el contrato. La negativa para aceptar la comisión ‒o soborno‒ que según se le informa es corriente en operaciones financieras de esta índole, causa profunda impresión al proponente:

                          Harman ‒dice Pareja Diezcanseco‒ había hablado de la rectitud de Alfaro. Ni un centavo empleado en gratificaciones; era incomprensible. ¿Adónde está ese país?, pregun­taron los señores millonarios. Y se empezaron a suscribir los capitales. Era una nueva experiencia en sus negocios de propulsores imperialistas.[13]

Como aditamentos de esta calumnia, que por decirlo así constituye el centro de la malevolencia, se agregan otras mentiras y otras infamias. Se dice, para citar un solo ejemplo, que Alfaro es socio de Harman. Constan­temente el probo mandatario, tiene que protestar y enfrentar a sus calum­niadores. En sus cartas y en su Historia del ferrocarril de Guayaquil a Quito deja constancia de su indignación. Su alma lacerada está impresa en esas páginas.

Vamos a terminar.

Dijimos al inicio que lo más grave, lo peor de la calumnia, es que se prolonga, larga, larguísimamente, hasta más allá del sepulcro.

Así ha sucedido con Alfaro.

 
Luis Robalino Dávila
Wilfrido Loor
Sus enemigos ideológicos, con sobra de mala fe, se han aprovechado de esas viejas calumnias para combatir al doctrinario liberal. Y todavía en nuestras historias, a un siglo de la revolución que comandó, las siguen repitiendo. A la par que propaganda contra una revolución progresista, es quizás, una venganza póstuma.

Unos más, otros menos, pero siempre sin ningún decoro, los his­toriadores de derecha se esmeran por echar sombras sobre la honradez de Alfaro, especialmente, en lo relacionado con el ferrocarril del Sur. Es el caso, por ejemplo de Robalino Dávila y Wilfrido Loor. El primero en forma taimada, siguiendo sin duda la pauta de su paradigma, Thiers, responsable de la sangre derramada por los comuneros de París. Y el segundo, ya sin ningún pudor, se atreve a tacharle de ladrón, tal como sus cofrades de la vieja cruzada conservadora. Razón tiene César Peralta Rosales ‒Un cen­tenario y una infamia[14]‒ de calificar a éste de plumario reptante.

Nada más por ahora.  




[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia ecuatoriana, t. II, Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, Quito, 2007, pp. 41-52.
[2] David P. Jordán, Robespierre, el primer revolucionario, Ter­cer Mundo Editores, Bogotá, 1985, p. 28.
[3] En Wilfrido Loor, Eloy Alfaro, t. III, Editorial Moderna, Quito, 1947, pp. 710, 716 y 720.
[4] El Diablo Nº 3, s.e., s.l., s.f.
[5] Cfr. Olmedo Alfaro, El asesinato del Sr. General Eloy Alfaro, Tip. Moderna, Panamá, 1912, p. 38.
[6] Oswaldo Albornoz Peralta (comp.), Cartas del General Eloy Alfaro, Consejo Provincial de Pichincha, Quito, 1995, p. 260.
[7] Pío Jaramillo Alvarado, Estudios Históricos, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1960, p. 170.
[8] Roberto Andrade, Moscas, Tipografía de la Escuela de Artes y Oficios, Quito, 1907, p. 17.
[9] Eloy Alfaro, Narraciones Históricas, Corporación Editora Nacional, Quito, 1983, p. 320.
[10] Oswaldo Albornoz Peralta (comp.), Cartas del general Eloy Alfaro, op. cit., pp. 279-280.
[11]  Copia de la comunicación firmada por Alfaro (Archivo del autor).
[12] Pío Jaramillo Alvarado, Estudios Históricos, op. cit., p. 170.
[13] Alfredo Pareja Diezcanseco, La hoguera bárbara, Publicaciones Educativas Ariel, t. II, Quito-Guayaquil, s. f., p. 72.
[14] César Peralta Rosales, Un centenario y una infamia, Editorial Rumiñahui, Quito, 1956.