martes, 19 de marzo de 2019

Gorki en el Ecuador


MÁXIMO GORKI EN EL ECUADOR[1]


 Oswaldo Albornoz Peralta


            



La gran literatura rusa, aquella adiamantada con los nombres de Dostoievski, Turguenev y Tolstoi, rompiendo la distancia, llega temprano al Ecuador. Y a esos nombres, más pronto de lo que generalmente se cree, se une el de Máximo Gorki, otro gran representante de esa inmensa y prodigiosa literatura.

            He aquí algunos datos:
     
A principios de siglo, en 1902, el diario El Telégrafo de la ciudad de Guayaquil publica en forma de folletín En la estepa y Los vagabundos. En 1905, la Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria de Quito, publica su cuento El Khan y su hijo, traducido del francés por J. Trajano Mera.[2] Y nuevamente en forma de folletín, el periódico guayaquileño El Mercurio publica El milagro, demostrando de esta manera el interés que despierta ya no sólo en los círculos literarios, sino entre el público en general.

Más tarde, para el lapso comprendido entre el principio y el fin de la Primera Guerra Mundial, el número de títulos de sus novelas y relatos aumentan grandemente, según consta en los catálogos de las dos librerías más importantes del país en esa época, “La Sucre” de Bonifacio Muñoz y la “Española” de Janer e Hijos, de Quito y Guayaquil respectivamente, donde se vende Albergue de noche, Los ex-hombres, En América, Caín y Artemio, La Angustia, Los bárbaros, Los degenerados, Los tres, Entrevistas, y Tomás Gordeeff. Tal como se anuncia, son tomos en tela, a S/.1,80 el ejemplar.




Después de la Revolución de Octubre, al ritmo del fervor que despier­ta, su obra se populariza en gran medida. Hasta se la incluye en un texto de Historia de la Literatura escrito por Alfonso Cordero Palacios y editado en la conventual ciudad de Cuenca en 1922. El autor dice que Gorki es novelista seductor y revolucionario, “un apóstol que exhorta a los desgra­ciados, víctimas del absolutismo, a la reivindicación de la felicidad que les corresponde”.[3]

Entre los escritores de la década del treinta ‒década de nuestra literatura social‒ Gorki, el Amargado, goza de gran influencia y se convierte en uno de sus mentores. De él adquieren ese amor profundo por el pueblo, a la par que la furia enarbolada como bandera en su protesta contra la explotación y la injusticia. También su admiración por el socialismo y la revolución. “Él fue ‒dice el gran poeta Carrera Andrade‒ uno de los que me enseñó a amar a Rusia”.[4]

La popularidad de Gorki entre los intelectuales de esa época es inmensa. No hay revista o periódico progresista que no le cite y escriba sobre su persona. No hay escritor que no sea asiduo lector de sus obras y que no admire y se nutra de sus nobles ideas. Tenemos a la vista un ejemplar de su libro En la cárcel que perteneció a Joaquín Gallegos Lara, cuidadosamente subrayado, y sin duda leído con pasión y gran cariño, como ponía en todos sus actos el autor de Las cruces sobre el agua. El realismo de sus novelas y sus hermosos cuentos ‒el duro combate que libra contra las torres de marfil y el arte por el arte‒ deben estar inspirados en gran parte por los relatos emotivos y patéticos del Amargado. Él mismo confiesa la influencia gorkiana en él y en los otros literatos: “Sin que ninguno de los novelistas ecuatorianos haya tenido el propósito de imitarle ‒manifiesta‒ es indudable que todos deben algo a Gorki”.[5]
            
Es así. Todos los escritores esperan sus palabras. Recordamos la enorme difusión que tiene el informe titulado Panorama de la literatura mundial que presenta en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos realizado en 1934. Es inmediatamente traducido y publicado en el Uruguay por el interés que despierta en toda América. Nuestra intelectualidad es partícipe de esa atracción continental.
            
Grande en suma, la ayuda prestada por Máximo Gorki para el desarrollo de nuestra literatura. En lo más selecto de nuestra literatura mejor dicho. En la literatura de Los que se van, en la literatura que denunció la explotación del indio y del montubio. En la literatura que cantó las causas nobles y elevadas.
            
Méntor Mera, gran escritor y revolucionario ambateño, con su seudó­nimo de Paul COLETTE, dice esta verdad sobre el poeta de Nijni-Novgorod:

            En sus manos magras y tiesas de mendigo genial el ser humano adquirió el justo contorno que había sido olvidado sistemáticamente  por una literatura perfumada y galante, apta sólo para la nerviosidad abyecta de damas ociosas. Con Gorki entraron en la eterna vida de los libros quienes en la vida ocupan el fondo anónimo y desconocido de la tristeza social.[6]

De esa tristeza social envuelta en llanto y amargura que nace como yerba en los campos de la explotación y la injusticia.
            
Pero Gorki no es sólo una autoridad literaria. Decidido luchador contra el fascismo, en su carta que dirige al Congreso en defensa de la cultura, llama a los intelectuales a combatir sin tregua las ideas veneno­sas y los sádicos crímenes de la bestia parda. Y su llamamiento es acogido con respeto y entusiasmo por los escritores ecuatorianos. Su aliento tienen las estrofas y las páginas en prosa de esa destacada legión ‒donde están nuestros más altos valores‒ que batalla con la pluma contra el falangismo español. Sin dar cuartel, porque como Neruda, tienen España en el corazón.

        
Igual harán más tarde, cuando estalla la segunda guerra, para contener las hordas bárbaras de Mussolini y Hitler.
            
Así, pues, el prestigio y el ascendiente de Gorki en el Ecuador.
            
Por eso, cuando muere en 1936, todos sienten su partida. Las páginas de nuestras revistas y periódicos, con tono dolorido, dan noticia del deceso y no olvidan artículos en su honor. Sólo dos ejemplos.
            
Joaquín Gallegos Lara, en la revista Base que dirige en Quito junto con el intelectual socialista Atanasio Viteri, anuncia que dedicará todo el segundo número de esa publicación a Gorki, donde se insertará artículos y estudios sobre él de varios escritores nuestros. “La muerte de Gorki ‒dice‒ es un duelo de la humanidad”.[7] Desgraciadamente ese número no aparece nunca, ya que el dictador Federico Páez, convertido en perseguidor de izquierdistas, ordena su confiscación e incineración, salvándose únicamente las pruebas. Su escrito se publica muchos años después de su muerte, en 1968, con motivo del centenario del nacimiento del novelista ruso. Es un recuento de su vida, tan asombrosa y novelesca, como la de los personajes que pueblan sus libros. Se empieza por su niñez y juventud, cuando es aprendiz de todo oficio y camina como vagabundo por el sin fin de las estepas, es decir, cuando sucede todo aquello que relata el propio Alexei Maximovich Pechkov en Mi infancia y en Mis universidades. Luego, convertido ya en gran escritor con el seudónimo que le inmortalizaría, adentrándose en el corazón del pueblo, cuenta la dura existencia de aquellos seres gol­peados por el duro martillo del hambre y la miseria. Todo, para terminar como revolucionario y cargar sobre sus hombros la inmensa tarea de elevar la cultura de la patria socialista.
            
Y la revista Mensaje de la Biblioteca Nacional, así mismo dirigida por dos intelectuales de fuste, el novelista Enrique Terán y el poeta Ignacio Lasso, rinde póstumo homenaje a Gorki con un artículo del último de los nombrados. Lasso, después de manifestar que su muerte tiene sig­nificación de suceso universal, se refiere especialmente a su valía como escritor capaz de comprender y compartir las angustias y dolores, cuya obra, dice, es “documentación viviente del drama que viven las clases menesterosas, cimiento nacional de todas las burguesías expoliadoras del mundo”.[8] Y termina así: “Gorki colocado entre los grandes representantes de la literatura universal tiene su sitio en la historia, junto a Balzac, Stendhal y Dostoyevski, biógrafos de la humanidad”.[9]
            
Si, allí está en sitial cimero y al lado de todos los grandes creadores. Y desde allí, siempre será guía y bandera. Sobre todo para los escritores sin alergias al miedo, capaces de decir verdades y pintar la realidad social de sus pueblos. 





[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia ecuatoriana, t. II, Editorial Benjamín Carrión de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2007, pp. 19-24.
[2] J. Trajano Mera, “El Khan y su hijo”, en La Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria Nº 35, Quito, 1905, p. 290 y ss.
[3] Alfonso Cordero Palacios, Historia de la Literatura, Cuenca, 1922, p. 80.
[4] Jorge Carrera Andrade, Latitudes, Editorial América, Quito, 1934.
[5] Joaquín Gallegos Lara, Páginas olvidadas de Joaquín Gallegos Lara, Editorial de la Universidad de Guayaquil, Guayaquil, 1987, p. 81.
[6] Paul COLETTE (Méntor Mera), “Este crespón para Gorki”, en Surcos Nº 19, Quito, 1944, p. 9.
[7] Revista Base Nº 1, Talleres Gráficos Nacionales, Quito, 1936, p. 36.
[8] Ignacio Lasso, “Máximo Gorki”, en Mensaje Nº 3, Setiembre de 1936, p. 93.
[9] Idem.

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