sábado, 4 de junio de 2016

La Revolución Liberal en el contexto de las revoluciones burguesas latinoamericanas



Escrito hace casi cinco décadas, para dimensionar la importancia de la Revolución Liberal ecuatoriana en el contexto de similares revoluciones acontecidas en la Patria Grande, este texto mantiene su frescura y vigencia como si hubiera sido escrito en nuestros días. Enseñanzas de la historia, todo proceso revolucionario en América Latina siempre fue acompañado de la solidaridad internacional de sus pueblos, la que se inexorablemente se repetirá una vez más en su lucha contra los enemigos que se oponen a su promisorio futuro.


La Revolución Liberal en el contexto de las revoluciones burguesas latinoamericanas[1]


Oswaldo Albornoz Peralta

La revolución liberal ecuatoriana no es, desde luego, un fenómeno político aislado. Corresponde al ciclo de revoluciones democrático−burguesas que se verifican en algunos países de Centro y Sur América, donde en las últimas décadas del siglo pasado la burguesía lucha sin tregua por alcanzar el poder, pues que, gracias al desarrollo económico alcanzado, ha adquirido notable fortaleza. Y ella tiene conciencia de ese poderío. Por eso, en amplia escala continental, con suerte varia −alternándose las victorias y las derrotas− se lanza sin vacilación al combate, hasta lograr la consecución de su objetivo.

Esta lucha −que tiene como protagonistas a los representantes del retraso y del progreso, de lo viejo y lo nuevo, del feudalismo en descomposición y del capitalismo en ascenso− tiene como característica que no puede ser pasada por alto, la gran solidaridad clasista que se manifiesta entre las fuerzas liberales de las distintas naciones del continente. Todas ellas se apoyan recíprocamente, tanto en la defensa de los ideales doctrinarios como en la defensa de la soberanía nacional, pues hay que decir que en esta etapa revolucionaria de la burguesía americana, no tiene aún el baldón de los vendepatria, sino que más bien al contrario, tiene un sentido de nacional y patriotismo. El apoyo mutuo, por lo mismo, no reconoce fronteras y se materializa en las más distintas formas. Unas veces es la contribución económica y otras el aporte intelectual o de la vida misma, pues no importa donde sea la muerte, cuando ella viene defendiendo las ideas. Diríamos, que es la época romántica, la juventud idealista de la burguesía, que desgraciadamente, como la historia nos muestra, no es sino una breve primavera.


Recibiemiento a Eloy Alfaro a su llegada a Guayaquil para liderar la revolución
 
 
La revolución liberal ecuatoriana es también partícipe de esta solidaridad clasista, tanto aportando, como recibiendo. Y en lo que se refiere a la contribución, podemos afirmar que nuestra naciente burguesía, cumple con honor su deber en este campo. Desde muy antiguo y desde un principio. La pluma de Montalvo no sólo estigmatiza a tiranos de casa adentro, sino que está atenta para combatir a aquellos que oprimen a sus pueblos más allá de los patrios lares. Nuestra prensa democrática, mientras García Moreno apoya la invasión francesa a México, aplaude sin reserva la lucha heroica del indio Juárez. Federico Proaño, pobre y proscrito en Centro América, no se cansa de crear periódicos para divulgar sus ideas liberales. Y al lado del verso y el artículo patriótico, al lado de la ayuda intelectual en suma, también enviamos combatientes donde ellos son necesarios. Sangre ecuatoriana se riega en lejanas tierras. Basta recordar como el general Bowen muere combatiendo fuera de su patria. Y como él, algunos otros.

Pero es Alfaro el que mejor personifica la solidaridad de que hablamos. Por su intermedio, la revolución ecuatoriana recibe apoyo de otros países americanos, al mismo tiempo que da también su aporte para la lucha de los pueblos que combaten por su progreso o en defensa de su soberanía. Todo su largo y sacrificado bregar está marcado de este signo. Es que él al igual que los otros revolucionarios de América Latina quiere la realización de sus ideales por todos los rincones del Nuevo Continente.

Veamos algunos hechos brevemente.

La expedición que culmina en el célebre combate naval de Jaramijó, es realizada, sin duda ninguna, con apoyo de los liberales del exterior. En el Diario de Campaña del coronel Vargas Torres que las fuerzas gobiernistas logran capturar −publicado en 1885 en la Imprenta de "El Ecuador" con el título de Documentos para la Historia. Diario de la campaña de Alfaro− hay una serie de datos al respecto. “Yo seguía para Popayán −dice− a recabar auxilios del Gobierno del Cauca y aún de los Radicales. Yo llevaba cartas de recomendación para éstos de un Radical de Panamá y para el Presidente del Cauca, y una carta política del Presidente de Panamá”. La misma compra del vapor "Alajuela", sólo se puede efectuar, gracias a la intervención de políticos prestantes de Centro América. Y es por esta misma época que un diario colombiano publica un pacto de ayuda mutua que se dice firmado por José Luis Alfaro y los liberales del Cauca, documento que Antonio Flores reproduce en su libro Para la Historia, denunciando la ayuda extranjera. Y si bien no se ha probado la autenticidad del acuerdo, por lo que afirma Vargas Torres en el párrafo que hemos transcrito, y sobre todo, porque su contenido está conforme con el principio de solidaridad revolucionaria, es posible que sea verdadero.

El mismo general Alfaro no rehúsa la tarea de buscar sostén para su causa, recorriendo con este afán, como peregrino, por toda la tierra americana. El escritor Ángel T. Barrera. refiriéndose a su llegada triunfal a Caracas, manifiesta: “Tuvo que ir a Venezuela cuando esa nación era gobernada por el General Joaquín Crespo. No iba en busca de agasajos; iba en pos de elementos para renovar el combate contra los dominadores de su país”. Pero a la par que realiza este trabajo, no vacila tampoco en prestar su contingente personal y poner su espada al servicio del pueblo que solicita, cuando se trata de defender ideales semejantes a los suyos. “En ocasión en que el estado de Panamá −dice el historiador cubano Emeterio Santovenia en su libro Eloy Alfaro y Cuba− aún no separada de aquella República (Colombia), se hallaba amenazada de caer bajo la dominación norteamericana, Alfaro, reuniendo a compatriotas suyos, compareció ante las autoridades del Istmo y ofreció sus servicios para repeler la agresión en germen”. Varios países de Centro América son teatro de su actividad de combatiente revolucionario. Por eso, cuando la república de Nicaragua le confiere el grado de General de División, en el Decreto de la Asamblea Nacional se hace constar “los grandes servicios prestados por él a la causa de la Democracia en la América Latina”, y en los discursos que se pronuncian con tal motivo, los oradores se refieren a las “hazañas del Caudillo Radical” y a “sus servicios especiales al liberalismo de Centro América”. (Homenajes a Eloy Alfaro, La Habana, 1933). Y él, cuando agradece los honores que se le brinda, confiesa que todos los liberales son hermanos y que no reconoce fronteras para la instauración de la democracia.

El llamado Pacto de Amapala, realizado entre representantes liberales de Nicaragua, Colombia, Venezuela y Ecuador, es el mejor exponente de la solidaridad revolucionaria de la época. Su objetivo no es otro que la ayuda mutua de los pactantes para la implantación y consolidación del liberalismo en sus respectivos países. Aunque el Pacto nunca fue escrito, su existencia es indudable, no sólo por las referencias que hace en sus Memorias el secretario del presidente Zelaya, Pío Bolaños Álvarez, sino porque su espíritu, al igual que los hechos, lo demuestran de manera indudable. Hay pruebas, inclusive, del cumplimiento de sus compromisos por parte de los signatarios. En lo que respecta a nuestro país, se dice que el buque "Momotombo" es puesto a disposición de Alfaro, en virtud de tal acuerdo.

Cuba, donde la revolución burguesa se entrelaza con la guerra de independencia, es otra faceta de esta solidaridad. Eloy Alfaro, desde un comienzo, es partidario acérrimo de la causa cubana, tanto que hasta está dispuesto a marchar con Maceo para participar en su heroico batallar contra el colonialismo. Él y Martí −que lo considera como uno de los pocos americanos de creación− forjan planes para liberar la Perla de las Antillas y sueñan en el futuro de sus pueblos. De aquí que cuando triunfa en 1895, no olvida un solo momento el problema de los hermanos del Caribe. La carta a la reina de España exhortándole a la terminación de la cruenta guerra es noble gesto de ayuda a la lucha emancipadora. Empero, realista como es, también piensa en otros medios: el coronel Valles Franco y otros oficiales de alta graduación, siguiendo sus indicaciones, organizan fuerzas militares para reforzar el ejército de Máximo Gómez. Sólo el rápido colapso español, impide la realización de este proyecto.

Monumento del Gral. Eloy Alfaro en La Habana


Y el Congreso Internacional reunido en México en 1896 gracias a la gestión y patrocinio de Alfaro, tiene también un significado anticolonialista y de defensa de la soberanía de las naciones americanas. Su propósito es, allí, plantear el caso cubano y lograr apoyo para su emancipación. Además se quiere discutir alrededor del alcance y las consecuencias de la célebre Doctrina Monroe −instrumento de expansión y conquista en manos del imperialismo yanqui− para poner coto a la unilateral interpretación de parte de los Estados Unidos. Este el objetivo primordial del primer punto de la Agenda: “La formación de un derecho público americano que, dejando a salvo intereses legítimos, dé a la doctrina iniciada por Monroe la extensión que merece y las garantías indispensables para su exacta aplicación”. La oposición un tanto velada, pero no por eso menos pertinaz y constante de parte del gobierno norteamericano nace de este hecho, conforme aparece de una serie de documentos. Y es esta oposición la causa fundamental para su fracaso, no el hecho de que haya sido un país pequeño como el Ecuador el organizador del certamen, como aparenta creer Mister Olney, Secretario de Estado, al manifestar la no conveniencia de la reunión al diplomático mexicano Covarrubias. Sin embargo es este argumento el que más tarde ha sido repetido y esgrimido con tesón por publicistas reaccionarios, como el ex−diplomático ecuatoriano Luis Robalino Dávila por ejemplo, que en su bajo y parcial alegato antialfarista titulado Eloy Alfaro y su primera época −tomo I− vuelve a hacer hincapié en esa infantil e hipócrita razón, pero con un agregado genial: la falta de experiencia y capacidad de los delegados del Ecuador...  ¡De saber esto, es seguro que el general Alfaro hubiera esperado la incorporación del señor Robalino, a nuestro Servicio Exterior!

No, repetimos. El factor determinante del fracaso del Congreso de México −sin que esto signifique que no existan otras causas− es la oposición yanqui, “que tampoco está dispuesta a prestar, a lo menos por ahora −son palabras del mismo Mister Olney− el concurso activo necesario para que pueda tener buen éxito”. Así lo han comprendido y dado a entender escritores distinguidos de la talla de Genaro Estrada y Francisco Pi y Margall. Y el historiador Santovenia que ya citamos, en su otro libro, Vida de Alfaro, lo dice sin reticencias y con toda claridad: “Los Estados Unidos repudian una gestión encaminada a que otros pueblos participen en la interpretación de la doctrina Monroe y miran con recelo una conferencia panamericana”. Una conferencia panamericana que no esté dirigida por ellos, que no está integrada con representantes títeres naturalmente. Pero esto no entiende, ni puede entender, el  señor Robalino.

Los hechos expuestos, creemos, demuestran suficientemente la ayuda mutua y la solidaridad de clase que existe durante la etapa revolucionaria que hemos venido examinando, en especial, en lo relacionado con el Ecuador. Solidaridad ejemplar y merecedora de encomio, que históricamente, se justifica con plenitud. Porque se trata de una actitud necesaria para acelerar el progreso de nuestros pueblos e imponer principios democráticos avanzados para la época.

Ahora, América Latina, ha entrado otra vez en un ciclo revolucionario.

Ya no es la burguesía la que dirige el combate, pues que ella ya no enarbola con orgullo la bandera de la soberanía patria y ha renegado de sus antiguos postulados. Estos, cuando más, le sirven ahora para engañar al pueblo y para cubrir sus lacras.

Hoy, la revolución latinoamericana, quiere la completa liberación de nuestros países y tiene como meta el socialismo. El timonel de esta revolución de tan altos fines, por lo mismo, no puede ser otro sino la clase obrera, en estrecha alianza con los campesinos y junto con todos los hombres progresistas. Y para llevar a feliz término  el objetivo revolucionario de nuestros días, nuevamente tiene que aflorar en nuestros pueblos la virtud de la solidaridad, tanto más que las tareas son más arduas y el propósito final más grandioso y más noble. Por lo tanto, son menester el apoyo −ya que el período revolucionario que atravesamos, no implica necesariamente que los cambios deben verificarse en todos los países a un mismo tiempo, pues que ellos son dependientes de las condiciones específicas de cada uno− y este debe presentarse unánime y generoso, para que sea garantía de victoria. Solidaridad, y más solidaridad, debe ser la consigna.

Felizmente, los hechos nos están probando, que esa consigna ha prendido en las masas revolucionarias. Muchas son ya sus manifestaciones. Varias ocasiones hemos oído la voz de los pueblos protestando contra el aleve zarpazo del imperialismo yanqui, el enemigo número uno, el enemigo más encarnizado de nuestras jóvenes naciones. Los casos de Guatemala, Santo Domingo y Cuba, nos dicen eso.

Sólo falta que el grito sea más estentóreo. Que el golpe conjunto sea mucho más fuerte. Esto nos abrirá el camino para marchar con paso firme hacia adelante. Hacia el triunfo definitivo.




[1]  Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Del crimen de El Ejido a la revolución del 9 de Julio de 1925, Editorial Claridad,  Quito, 1969, pp. 23-28.







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