Hace 400 años la Inquisición
condenó como herética la teoría copernicana y prohibió a Galileo Galilei,
después del juicio que le instauraron, que
la siga difundiendo. Aquí esa historia y el largo debate entre Geocentrismo y
Heliocentrismo en el actual Ecuador
Geocentrismo y heliocentrismo[1]
Oswaldo Albornoz
Peralta
Quince siglos reina sin rival el sistema
geocéntrico del alejandrino Claudio Tolomeo. Su libro Almagesto es la biblia de la astronomía. La tierra, inmóvil, es el
centro del universo. A su alrededor gira el sol resplandeciente.
Esta
verdad está avalada por Aristóteles y el Doctor Angélico, indiscutibles cumbres
de la sabiduría en ese tiempo. Y más todavía, está ornamentada con la inspirada
palabra del Dante Alighieri. También Shakespeare, en las páginas de algunas de
sus admiradas obras, mantiene, como quiso Dios, a la Tierra en el centro y sin
ninguna clase de movimiento.
La
Teología -doctrina sobre Dios- se convierte en la ideología dominante y pone
todas las ciencias bajo su férreo fuero. Los dogmas de la Iglesia y los textos
bíblicos son verdad indiscutible.
Nada
puede salirse de este campo. La Tierra tiene que ser como dicen las Sagradas
Escrituras y los doctores de la Iglesia. Pese a la afirmación del mismo
Tolomeo, ni siquiera puede ser esférica y tener antípodas, porque los hombres
que estuvieran al otro lado de la Tierra en el día del juicio, no podrían ver
el descenso del Señor desde los cielos. Así piensa San Agustín, el obispo de
Hipona, en su Ciudad de Dios.
Todo
esto sucede hasta la aparición en 1543 De
las revoluciones de las esferas celestes
–De
Revolutionibus Orbium Coelestium- obra del canónigo polaco Nicolás
Copérnico. Engels afirma en la Dialéctica
de la Naturaleza que este libro constituye el acta revolucionaria de la
ciencia de la naturaleza. Independencia de la Teología, lógicamente.
El
libro permanece largos años sin publicarse y quizás no habría aparecido nunca
si no fuera por la insistencia de Rhetico, uno de su admiradores. Copérnico,
como Descartes o Erasmo, no tiene pasta de mártir. No se olvida de poner una
elogiosa dedicatoria al Papa Paulo III. Muere cuando sale a luz su libro y,
felizmente, por esto no alcanza a ver ni
sufrir las consecuencias que ocasionan sus investigaciones astronómicas.
Aunque
no se crea, la portentosa obra pasa largo tiempo desapercibida. Hasta es objeto
de burlas. Un holandés, un tal Gnafeo, escribe un sainete con ese propósito. Es
seguro que para esa inadvertencia influye el malicioso prólogo puesto por
Osiander, donde este luterano afirma que se trata de meras hipótesis para
mejorar los cálculos astronómicos, afirmación que muchos creen que pertenece al
autor del libro porque no lleva firma.
Pero
luego, cuando se va aclarando el problema del prólogo, comienza la ofensiva, ya
que Copérnico asevera todo lo contrario de Tolomeo: el Sol está en el centro y
la Tierra se mueve a su alrededor y sobre su eje. Así, la morada del hombre
creada por Dios, pasa a un lugar subordinado. Y esto, es tamaña herejía.
Los
primeros en combatir el sistema copernicano son los protestantes.
El
doctor Lutero, jefe de la reforma y traductor de la Biblia al idioma alemán,
manifiesta con enfado:
Este necio desea revolucionar toda la ciencia
astronómica, pero, las Sagradas Escrituras nos dicen que Josué ordenó al sol
que se detuviera, no a la Tierra.[2]
Felipe
Melanchton, otro prestante protestante, alemán y autor de la Confesión de Augsburgo, consigna esto en
su libro sobre los Elementos de la física:
... ciertos hombres, bien por afán de novelería, bien
por hacer despliegue de ingenio, han llegado a la conclusión de que es la
Tierra la que se mueve y que ninguna de las ocho esferas o el sol dan vueltas.[3]
Para dar mayor fuerza a sus
palabras cita versículos de los Salmos y
del Eclesiastés, según los cuales, necesariamente, la Tierra tiene que ser el
centro del universo.
El fanático Calvino,
que enciende la hoguera para Miguel Servet por haber dicho que la sangre circula, en
sus Comentarios al Génesis, basándose
en un versículo, del Salmo 93, pregunta triunfalmente: “¿Quién se aventurará a
colocar la autoridad de Copérnico por encima de la del Espíritu Santo?” [4]
Más
tarde, en 1679, la facultad de Teología Protestante de Upsala, condenará al
gran astrónomo sueco Niels Celsius por defender la teoría copernicana.
Pronto
cambia esta situación. Los católicos, tanto en extensión como en tesón, superan
ampliamente a los protestantes. Los jesuitas, vanguardia de la Contrarreforma,
se convierten en los principales impugnadores del sistema copernicano.
El
astrónomo italiano Galileo Galilei es el principal perseguido. Y uno de los
primeros en ser llamado a juicio.
El
26 de febrero de 1616 se obliga a Galileo a comparecer ante el cardenal
Bellarmino y el comisario del Santo Oficio, los que le exhortan a que abandone
sus equivocadas teorías copernicanas, advertencia o petición a los que no puede
negarse, pues sabe que proviene del Papa Paulo V. Sabe que a su pedido, la Inquisición
había censurado los principios establecidos por Copérnico.
Acto
seguido, para que tan peligrosas teorías no se propaguen, se procede a
condenarlas. La Congregación del Índice, en decreto aparecido el 5 de marzo del
año antes citado, decide que el libro de Copérnico De las revoluciones de las esferas celestes sea suspendido hasta
ser corregido y condena y prohíbe
todas las otras obras que se refieran o traten de lo mismo.
Parece
que resultan difíciles las correcciones al libro de Copérnico, pues se dan a
conocer en 1620. Prácticamente la “corrección” del capítulo VIII, implica el
abandono de su doctrina. Y, por otro lado, según anota White, parece que se
quiere, siguiendo a Osiander, reducir sus descubrimientos a simple hipótesis.
No
obstante lo sucedido en 1616 Galileo no renuncia a sus concepciones. En 1630
llega a Roma su manuscrito titulado Diálogo
sobre las dos máximos sistemas del mundo, ptolomeico y copernicano. Uno de
los dialogantes, un bobo nominado Simplicio, es el encargado de defender el
sistema de Tolomeo valiéndose de los sesudos argumentos de los peripatéticos.
Esto resulta sumamente grave, pues según Kesten –Biógrafo de Copérnico- varias
de las razones expuestas por el buen Simplicio correspondían a las que el Papa
Urbano VIII, peripatético convencido, había sostenido en sus conversaciones con
Galileo. Así, para el pontífice, el juzgamiento se convierte en asunto
personal.
La
herejía, unida a la burla, no podían quedar sin el condigno castigo. Efectivamente, en 1633, un tribunal eclesiástico
le obliga a firmar esta retractación:
Yo, Galileo Galilei, a los setenta años de mi edad,
ante la justicia, y teniendo ante los ojos los Santos Evangelios que toco con
mis propias manos, con corazón y fe sinceros, abjuro, maldigo y detesto el
error, la herejía del movimiento de la Tierra.[5]
Además
de ser torturado es declarado preso de la Inquisición, Se le prohíbe toda clase
de entrevistas sin la presencia de los inquisidores. Los Diálogos se inscriben en el Índice y todos los ejemplares existentes
son destruidos. Galileo muere en 1642.
La
persecución de los copernicanos prosigue sin tregua. Campanella, el autor de La ciudad del Sol y de la Apología de Galileo es apresado largos
años. El Compendio de Astronomía
copernicana de Kepler, publicado en la ciudad de Linz, es condenado y
prohibido por la Inquisición. Y se cursan órdenes especiales a las
universidades, entre ellas a la célebre de Salamanca, para que los profesores
se abstengan de enseñar la herética doctrina del movimiento de la Tierra.
España,
fortín de la Contrarreforma, como es de suponer, se rige estrictamente por los
dictámenes de Roma. Aunque no se crea, varias instituciones educativas,
mantienen la regla de no hablar sobre los movimientos de la Tierra hasta
mediados del siglo XIX. Sus pensadores más lúcidos y eruditos tienen que seguir
esta pauta o sostener que la teoría copernicana es mera hipótesis unas veces, y
otras, adoptar la tesis de la inmovilidad de la Tierra del astrónomo danés
Tycho Brahe, so pena de caer en manos de la terrible Inquisición. Este es el caso del benedictino Benito
Feijóo, cuyas obras tienen tanta difusión en las colonias españolas, que afirma
en una de sus Cartas que el mayor
argumento contra el sistema de Copérnico es su oposición a la Autoridad de la Escritura, para lo cual
recurre a varios textos bíblicos. Oíd su
parecer final:
Debe confesarse, que El Systema vulgar, o Ptolemaico
es absolutamente indefensable, y solo domina en España por la grande ignorancia
de nuestras Escuelas en las cosas Astronómicas; pero puede abandonarse este
conjuntamente con el Copernicano, abrazando el de Tycho Brahe, en el cual se
explican bastantemente los Fenómenos Celestes.[6]
Sin
embargo, tanto en la metrópoli como en las colonias españolas, con las
precauciones de rigor, empiezan a seguir el camino de la ciencia, y a sostener
que la Tierra se mueve, pues no hacer esto, después de Galileo, Kepler y
Newton, era convivir con un retraso vergonzante. Y es a mediados del siglo XVII
que se inicia este avance.
El sabio Mutis |
El
científico español José Celestino Mutis, radicado en el Virreinato de Nueva
Granada, defiende públicamente el sistema copernicano. Por esta razón es enjuiciado por el Tribunal
de la Inquisición de Cartagena, que no puede dictar sentencia, porque uno de
los dos calificadores dice que el sistema de Copérnico sólo se puede admitir
como hipótesis, mientras el otro no se atreve a dar ninguna solución
definitiva, razón por la que el asunto se eleva a conocimiento de la Suprema
Inquisición de Castilla, que tampoco emite ninguna sentencia condenatoria.
¿Esto, por qué? Philip Louis Astuto, en
su libro sobre Eugenio Espejo, dice esto al respecto:
Los jueces del Supremo se declararon a favor de Mutis,
no porque creyesen en las nuevas doctrinas astronómicas ni en Mutis, sino más
bien porque un edicto de Carlos III había autorizado tales enseñanzas.[7]
No obstante el nulo resultado del juicio,
Mutis queda con el inri de sospechoso
de herejía, razón por la que sus enseñanzas no prosperan ni se difunden
mayormente. Astuto dice que se suspende luego la divulgación de los principios
de Newton –basados en el sistema copernicano- por considerar que son contrarios
a varios textos bíblicos. Así, se quiere evitar, que prosigan las controversias
suscitadas.
Y
en la Real Audiencia de Quito, dentro de cuyos límites se encuentra el Ecuador
actual, también, entre los escolásticos
y ortodoxos fieles a Roma, empiezan a surgir los primeros partidarios de
Copérnico.
Veamos
brevemente este proceso, indicando el parecer de los unos y de los otros.
El
jesuita español Francisco Javier Aguilar, profesor de la Universidad quiteña
San Gregorio Magno, en su Curso de
Filosofía advierte que la doctrina del movimiento de la Tierra está
prohibida que se enseñe como tesis
por la Congregación de la Inquisición Romana, que no obstante permite que se la
considere como hipótesis. Afirma que
los modernos astrónomos por conocer mediante el telescopio cosas que los
antiguos ignoraban, rechazan el sistema de Ptolomeo y aceptan el sistema ticono, el de Tycho Brahe, al que
considera como el mejor. Y finalmente expresa que “no sin razón se prohibió la
doctrina de Copérnico, pues muchos testimonios de la S. Escritura prueban que
la tierra está inmóvil y que el sol se mueve.” [8]
Es decir, que se mantiene apegado a la Teología y a los preceptos de la
Iglesia.
Aguilar
es reemplazado en la cátedra por el jesuita ecuatoriano Juan Bautista Aguirre,
nacido en la población de Daule, en la provincia del Guayas.
Aguirre,
como se sabe, pertenece a la historia ecuatoriana, especialmente en el campo de
la literatura. Gonzalo Zaldumbide dice que su poesía está impregnada de magia y
defiende así su valor poético:
Grande resulta, a mi ver, el poeta tenido, hasta hoy,
exclusivamente por letrillero jocoso y mordaz, o por culterano insoportable; el
poeta de quien no se ha celebrado entre nosotros más inspiración que la de una
pueril hipérbole seguida de una mala burla.[9]
La
mala burla se refiere a su conocido poema titulado Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito. Espejo en el Nuevo Luciano de Quito, y Juan León Mera
en la Ojeada histórico – crítica sobre la
poesía ecuatoriana, no se muestran muy admiradores de la obra poética del
jesuita.
Pero
también Aguirre, tiene sitio en el campo de la ciencia. Es escolástico y para
él la última palabra tiene la Teología en el quehacer científico, ciencia en la
que debe ser sobresaliente, pues luego de la expulsión de los jesuitas de las
colonias americanas llega a ser consultor teólogo de monseñor Gregorio Barnaba
Chiaramonti, que asciende al pontificado con el nombre de Pío VII. Es implacable con los que no se rigen por los
cánones eclesiásticos. No se detiene ni siquiera ante la nombradía de
Descartes, de quien se burla recurriendo a unos malos versos del sacerdote
inglés Enrique Owen:
Que la
tierra es inmóvil tú te atreves
a
negar, y nos cuentas mil prodigios!
Al
escribir tu serie de invenciones
Seguramente
estabas en las nubes.[10]
Veamos,
ahora, su parecer sobre el sistema
copernicano que, por lo dicho, no puede ser favorable.
Su
opinión al respecto consta en el libro Física
de Juan Bautista Aguirre, traducido del latín por Federico Yépez y
publicado en Quito en 1982. Es una
versión de una de sus clases de filosofía dictadas en la Universidad de San
Gregorio durante el lapso de 1756 – 1759.
El que escribe esta versión, como es costumbre en la época, es un alumno
jesuita, el italiano Felipe María Raimer, según afirma el sacerdote Julio Terán
Dutari, autor del Estudio Preliminar
de la obra. Naturalmente, es dictado y
corregido por el profesor.
Aguirre
empieza su disertación sobre el sistema copernicano citando los antecedentes
griegos y el libro Docta ignorancia
del cardenal de Cusa que sostienen que el Sol
está en el centro y la Tierra y otros planetas giran a su alrededor.
A pesar de que afirma que
con este sistema se explican divinamente todos los fenómenos celestes, dice que
no resiste a los experimentos y razones de la física, por lo cual ha
sido rechazado por el jesuita Riccioli y el teólogo Amort. Agrega que, además,
está en contra del convencimiento de la mayoría del género humano.
Mas las pruebas más
contundentes son las de carácter religioso. Expresa que el sistema de Copérnico
es contrario a las Sagradas Escrituras y para demostrar este aserto cita varios
textos bíblicos, entre los cuales, claro, no falta ese de Josué. Esos textos,
según él, deben ser entendidos en sentido literal, pues de no ser así, “toda la
S. Escritura caería por tierra y cada cual podría interpretarla a su arbitrio
como un compendio de alegorías”.[11]
Por las razones que acabamos
de indicar, manifiesta que el sistema copernicano fue condenado por la S.
Congregación de Cardenales en 1616 y nuevamente por disposición de Urbano VIII
en 1633. Doctrina que fue “tachada de absurdo filosófico, y por lo que hace a la inmovilidad del sol,
formalmente herética, por estar en abierta oposición con la S. Escritura.” [12]
Finalmente, después de
rebatir jactanciosamente las opiniones sobre la movilidad de la Tierra, como
muchos otros, se pronuncia por Tycho Brahe. “Afirma –dice- con la mayoría de
los astrónomos y los filósofos, que el sistema de Ticho Brahe es preferible al
de Ptolomeo y al de Copérnico”.[13]
Un alumno de Aguirre, el
jesuita italiano José María Linati, defiende en 1759 su Tesis de Filosofía, que
está dedicada a su profesor. No hay mayores novedades en la tesis anotada. El
autor dice que su defensa se basa en
argumentos filosóficos solamente, dejando a los teólogos los de índole
teológica. Luego, refiriéndose ya a los sistemas del mundo, expresa que deben
ser rechazados tanto el de Ptolomeo como el de Copérnico, el primero por ser
contrario a las observaciones astronómicas y el segundo por oponerse a las
Sagradas Escrituras. Afirma, basándose en algunos razonamientos de su maestro
Aguirre, que nada prueban el movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol.
También dice, respaldado “en la Escritura y en los Santos Padres, que no
existen astrícolas, es decir, habitantes de los astros”.[14]
Sin duda, esta afirmación, tiene por objeto refutar a Giordano Bruno y otros
que sostienen la existencia de vida y habitantes en otros planetas.
Como era de esperarse,
Linati termina prefiriendo, al igual que Aguirre, a Ticho Brahe.
Al profesor Aguirre sucede
en la cátedra el jesuita español Juan de Hospital. Su importancia estriba en
que había introducido en Hispanoamérica la filosofía newtoniana en la
Universidad de San Gregorio por primera vez, antes que Mutis, según sostiene el
investigador Ekkehart Keeding. Esto, con la natural cautela desde luego, pues
según afirma el científico que acabamos de citar, ante el público, da a sus
enseñanzas un carácter aparentemente aristotélico.
Fachada de la Universidad |
El pensamiento de Hospital
se conoce gracias a la tesis de su alumno, el doctor ibarreño Manuel Carvajal,
tesis planificada según Keeding, conjuntamente con su profesor. La tesis
antedicha, en resumen sostiene lo siguiente:
Afirmamos que el mundo es uno solo, es decir, que no
existen hombres en otros planetas. Está suficientemente probado por las
congruencias físicas y lo demuestra la autoridad de la S. Escritura y de los
Concilios, que el mundo no ha existido desde la eternidad. Se debe rechazar de
plano, como contrario a la física y a la astronomía, el sistema de Tolomeo
acerca del mundo, sistema que pretende que los cielos son sólidos. El sistema
de Ticho es contrario a las leyes físicas. En consecuencia, se debe preferir a
los otros sistemas el de Copérnico, que defiende el movimiento de la tierra,
como el más acorde con las observaciones astronómicas y las leyes físicas.[15]
Sin embargo, por prudencia,
Carvajal sigue llamando al sistema creado por Copérnico, según la práctica de
la Iglesia: Copernicana hypothesis,
según asevera Keeding.
Esas tesis creacionistas de
la no existencia de hombres en otros planetas y de que el mundo no ha existido
desde la eternidad, son inspiradas en los textos bíblicos.
Después de la expulsión de
los jesuitas se dictan planes de estudio en 1788 para la secularizada
Universidad de Santo Tomás, donde se obliga a suprimir de la cátedra de
Filosofía la enseñanza del sistema copernicano y se sugiere preferir, para
estar a tono con la religión, el sistema de
Ticho Brahe.
Este retroceso es censurado
por el precursor Espejo:
Eugenio Espejo –dice Keeding- que en
1760/61 había aprendido el sistema copernicano y las leyes físicas de la gravedad
de los cuerpos celestes según Isaac Newton en el curso del Padre Hospital,
criticaba el hecho, que en la universidad de Quito había hecho pasos atrás en
la enseñanza de filosofía, enseñando a Tycho Brahe.[16]
La transcripción demuestra que
Espejo era un convencido copernicano. Es seguro que esta concepción científica
es compartida por otros hombres progresistas de la época.
Uno de esos hombres,
sin duda alguna, es el sacerdote progresista Miguel Antonio Rodríguez,
traductor de los Derechos del Hombre, redactor de nuestra primera Constitución
y ardiente partidario de nuestra independencia. Al respecto, Keeding se expresa
así:
(...) el Dr. Miguel Antonio Rodríguez, como albacea
principal de los planes de Espejo, públicamente enseñaba desde el segundo año
de su primer curso de filosofía desde 1794 hasta 1797 en la Universidad de
Quito el sistema copernicano y la física moderna según Isaac Newton.[17]
Keeding pondera la importancia
de la lucha emprendida por Hospital y Rodríguez contra las fuerzas tradicionalistas
cristianas que oponen a la aceptación del sistema copernicano. Afirma que esta
lucha es similar a la que se verifica en Europa en esa misma época, hecho que
coloca a la Universidad de Quito a la misma altura de los centros culturales
del Viejo Mundo, donde la pugna tiene parecidas características. Agrega que, por lo tanto, nuestra Universidad no es tan “colonial” como
se ha supuesto la mayoría de las veces.
Su
alumno Pedro Quiñones y Flores, con la dirección del Dr. Rodríguez, escribe la Theses Philosophicae sive Philopsophia Universa, donde se
defiende el sistema copernicano. Este trabajo se edita en 1797 y con él se
presenta Rodríguez, por segunda vez, a la oposición para retener la cátedra de
filosofía, cátedra que gana por mayoría de votos el 26 de agosto de 1797.
Keeding dice que en este segundo curso se introduce la enseñanza de anatomía,
otra innovación que tiene lugar en la Universidad de Santo Tomás de Aquino.
Uno
de los contendientes de Rodríguez, Luis Quijano –que en 1812 será representante
en el primer Congreso que se realiza en la ciudad de Ambato- también es
copernicano. Pero en su tesis, para defenderse de los posibles ataques de los
tradicionalistas, según Keeding, pone una frase salvadora: Sacrae scripturae non adversatur... Y al parecer, surte efecto.
Es
de pensar que para el tiempo en que se inician las guerras de la independencia
el número de copernicanos ha crecido en la intelectualidad quiteña. Es seguro
que el prócer Manuel Quiroga es uno de ellos. Traduce el trabajo del filósofo
alemán Leibniz en el que argumenta a favor del sistema de Copérnico y pide que
la Iglesia Católica lo reconozca. Es sabido que el autor de la Teodicea, con este pedido se dirige al
Papa.
Instaurada la república, el
presidente Vicente Rocafuerte implanta la enseñaza del sistema copernicano. El sacerdote Severo Gomezjurado,
en el tomo primero de su extensa biografía de García Moreno, expresa que el
mandatario procede “acertadamente al proscribir del Colegio de San Fernando el
anticuado sistema de Tolomeo”.[18]
Es de advertir que para
entonces la Iglesia se ha visto obligada a retroceder en su tozuda oposición al
sistema copernicano. Ya en 1757 la Congregación del Índice resuelve suprimir la
prohibición general que existía para todas las obras que afirmaran que la
Tierra se mueve, pero manteniendo la prohibición, entre otros libros, para las Revoluciones de Copérnico, Compendio de Astronomía copernicana de
Képler y los Diálogos de Galileo. Y
por fin, en 1835, aparece el Index
Librorum Prohibitorum sin la lista de los libros antes referidos.
Después de este cambio
significativo, como es comprensible, ya no hay mayores persecuciones y condenas
contra los copernicanos, aunque subsisten todavía tradicionalistas fanáticos
apegados con fuerza a los relatos bíblicos y a las concepciones de los Padres
de la Iglesia.
Ahora, el Vaticano y la
Iglesia en general, están más preocupados en justificar su oposición al sistema
de Copérnico y la persecución sin tregua de sus partidarios. Difícil tarea
desde luego, porque difícil es vindicarse de una larga campaña contra una
verdad científica y probar con lógica las razones para sancionar a sabios de la
categoría de Copérnico, Képler y Galileo entre tantos otros. Sin embargo, ante la evidencia histórica de
los hechos, es trabajo que se tiene que emprender necesariamente, aunque su
causa no salga muy bien librada la mayoría de las veces...
Así, por ejemplo, el jesuita
Domenico Mondrone, en la revista La
Civiltá Cattolica del Vaticano, afirma esto refiriéndose a Galileo:
No fue un divorcio entre la ciencia y la
fe, que nunca dejaron de ser los mejores amigos... El desacuerdo surgió entre
teólogos y científicos... Los teólogos tuvieron una preocupación pánica por la
Escritura. Galileo tuvo la imprudencia de meterse con la Sagrada Escritura.[19]
Por
imprudente, tortura, largos años de prisión y condena de sus trabajos
científicos.
Otro,
Luigi Firpo, trata de salvar la responsabilidad de los Papas en el proceso
contra Galileo. Afirma que la sentencia no está confirmada “desde la cátedra”,
como si esto limpiara de culpa, pues se conoce hasta la saciedad sus
intervenciones personales en la condena.
Se sabe que la Inquisición que condena y prohíbe sus obras, está
dirigida por ellos, sin cuya autorización, nada se mueve.
Entre
nosotros también existen defensores de los contrarios al sistema copernicano.
El arzobispo González Suárez, en su libro Estudios
Bíblicos, hace esfuerzos inauditos con este objeto. Expresa que
“uno es el criterio de la ciencia, y otro el criterio de la vista”, añadiendo
que “después, la razón, examinando los fenómenos físicos, corrige y rectifica
el testimonio de los sentidos”.[20]
Como se ve, la defensa resulta poco convincente, por decir lo menos, pues se
reconoce que los sostenedores de la inmovilidad de la Tierra se guiaron por la
vista y nunca recurrieron a la razón para corregir el error. La sinrazón, entonces, se impone a la
ciencia.
Luego
se refiere así a los textos bíblicos:
La Biblia, como lo hemos dicho ya repetidas veces, se
expresa con el lenguaje ordinario del común de los hombres, y no con el
lenguaje científico de las academias o libros de Astronomía. Cuando nos dice
que Josué hizo parar el Sol, debemos entender, que Dios suspendió, de una
manera milagrosa, las leyes del mundo planetario, en beneficio del pueblo
escogido.[21]
Desgraciadamente, los
inquisidores que condenaron a los copernicanos, no fueron capaces de verter el
lenguaje bíblico al lenguaje científico... Pero recuérdese que otros
sacerdotes, menos inteligentes que González Suárez, sostuvieron que la Biblia
se debía entender literalmente.
También en el Informe sobre la Carta a los Obispos de Cornejo Cevallos, rebatiendo a este autor,
afirma que no fue la Iglesia la que condenó a Galileo, sino una junta de
teólogos del Santo Oficio, que se equivocaron como cualquiera otra corporación
científica. Pero se abstiene de decir que esta condena equivocada fue acogida
por la Iglesia y sirvió de base para la prohibición del sistema copernicano y
la persecución de sus partidarios. Tampoco habla de la intervención de los
Papas en esa sanción injusta.
Su
justificación termina –no sabemos por qué- tratando de inculto e indelicado a
Cornejo Cevallos y recomendándole la lectura del Manual de Urbanidad del señor Carreño.
Ninguna
de las justificaciones ha valido. El Vaticano, dándose cuenta de esto, no ha
tenido otra opción que reconocer las equivocaciones cometidas. El Papa Juan
Pablo II, en 1979, rehabilita a Galileo Galilei, confesando que el gran
astrónomo italiano, fue injustamente condenado por la Iglesia. Por fuerza, la
rehabilitación de Galileo, tiene que extenderse a todos los perseguidos y
condenados.
Todo esto a más de tres
siglos de la condena. Pero, después de todo, más vale tarde que nunca...
[1] Ver de Oswaldo
Albornoz Peralta, Páginas de la historia
ecuatoriana, Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín
Carrión”, Quito, 2007, pp. 135-151.
[2] Andrew D. White, La lucha
entre el dogmatismo y la ciencia en el seno de la cristiandad, siglo
veintiuno editores, México, 1972, p. 174.
[3] Idem, p. 175.
[4] Idem.
[5] Georges Cogniot, Religión y
Ciencia, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1960, p. 25.
[6] Fr. Benito Feijóo, Cartas
Eruditas y Curiosas, Imprenta Real de la Gazeta, Madrid, MDCCLXXVII, p. 229.
[7] Philip Louis Astuto, Eugenio
Espejo, Fondo de Cultura Económica, México, 1969, p. 35.
[8] Francisco Aguilar S. J., Curso
de Filosofía, en Pensamiento Ilustrado Ecuatoriano, Banco
Central del Ecuador, Quito, 1981, p. 107.
[9] Gonzalo Zaldumbide, Prólogo del libro Poesías y obras oratorias de Juan Bautista Aguirre, Imprenta del
Ministerio de Educación, Quito, 1943, p. xxv.
[10] Juan Bautista Aguirre, Física,
Pontificia Universidad Católica del Ecuador y Banco Central, Quito, 1982, p.
32.
[11] Idem, p. 375.
[12] Idem, p. 375.
[13] Idem, p. 382.
[14] Varios, Pensamiento
Ilustrado Ecuatoriano, op. cit., p. 130.
[15] Idem, p. 144.
[16] Ekkehart Keeding, “Las ciencias naturales en la Antigua Audiencia de Quito”, en Boletín de la
Academia Nacional de Historia Nº 122, Editorial
Ecuatoriana, Quito, 1973, p. 62.
[17] Idem, p. 66.
[18] Severo Gomezjurado S. J., Vida de García Moreno, t. I, Editorial
El Tiempo, Cuenca, 1954, p. 126.
[19] Citado por I. Grigulevich, Historia
de la Inquisición,
Editorial Progreso, Moscú, 1976, p. 132.
[20] Federico González Suárez, Estudios
Bíblicos, Impreso por F. Ribadeneira, Quito, 1897, p. 174.
[21] Idem, pp. 174-175.