sábado, 30 de marzo de 2019

LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y SU REPERCUSIÓN EN EL ECUADOR



LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y SU REPERCUSIÓN
EN EL ECUADOR[1]
  
Oswaldo Albornoz Peralta


           
Han pasado largos años ‒largos de dolor y sufrimiento para el pueblo español‒ desde que esa comandita execrable de fascistas, Franco, Mussolini y Hitler derrotan y sepultan su República, que nacía, bajo un signo de esperanza.

 Este triste episodio, para muchos ecuatorianos que iniciamos nuestra lucha por un mundo de justicia en el lapso que dura la guerra española ‒1936 a 1939‒ tiene un especial significado, que lo hace inolvidable. Representa, algo así, como el calendario de nuestros primeros combates. Un período de ardiente aprendizaje, con lecciones de heroísmo recibidas por el cable, desde Madrid, desde la Sierra del Guadarrama, desde todo sitio donde se halla el 5º Regimiento. Una etapa de grandes emociones: de alegría incontenida cuando hay victorias de las armas republicanas, y de tristeza inmensa, cuando viene la derrota.

 ¡Tanto qué recordar! Para muchos estudiantes, los problemas matemáti­cos y las reglas gramaticales habían perdido su importancia, y por eso pedíamos a los profesores que nos hablen de España, que nos digan qué se podía hacer para detener a las hordas falangistas, qué para castigar sus crímenes y mitigar el llanto de las inocentes víctimas. Nuestras demandas son oídas casi siempre. Un profesor de música ‒presente ahora en la memoria‒ incapaz de imponer disciplina cuando trata de escalas y sonidos, es escuchado y aplaudido cuando se refiere a los héroes que en los campos de batalla, silenciosamente y sin alardes, dan sus vidas por una patria nueva. Y después, a la salida de las aulas, el mitin callejero, el grito ensordecedor de ¡Viva la República! Y el recibimiento a pedradas a la Misión Militar Italiana, representante de las tropas de camisas pardas que tiñen en sangre los campos de Castilla, donde otrora el Quijote, con locura de nobles ideales, desfacía entuertos y fustigaba malandrines!
            El desastre, cuando llega, para todos es una tenebrosa noche. Pero como toda noche, transitoria. La fe, nacida en el ejemplo de los combatien­tes de Líster y Modesto, resulta inextinguible...

Y al estallar la segunda guerra ‒consecuencia directa de los acon­tecimientos españoles‒ nuevamente, casi sin transición, se reinicia la lucha contra el fascismo brutal e inhumano. Esta lucha, para nosotros, está ligada al recuerdo de España. El periódico Surcos órgano de la Federación de Estudiantes Universitarios, es quizá el portavoz de la generación forjada en tiempo de la brega antifranquista. Por eso, en ninguno de sus números falta le reminiscencia de la anterior contienda, el artículo dedicado a sus héroes y a sus mártires, los versos de fuego de Neruda o la estrofa del doliente Vallejo. Siempre, presente España.

Ahora queremos hablar de ese tema entrañable y nunca olvidado. Decir algo, sobre la repercusión que tiene en el pueblo ecuatoriano la Guerra Civil Española.

                                                                  
*     *     *


El peligro fascista no es desconocido para los hombres y partidos democrá­ticos del Ecuador. Sus horrendos crímenes ‒el asesinato de Mateoti y el incendio del Reichstag para no citar sino los de mayor resonancia inter­nacional‒ ponen al descubierto su verdadera faz de enemigos de la humani­dad. Y a esto se suma la voz esclarecedora y permanente de la Internacional Comunista, que, llegada hasta nuestras organizaciones revolucionarias, se expande en amplios sectores como norma orientadora.
            Nada extraño, entonces, que, cuando adviene la rebelión de Franco y se produce la intervención abierta de Italia y Alemania, se pueda formar con rapidez un importante frente de lucha antifascista, donde se aglutina lo mejor de nuestro pueblo: los partidos populares que miran el futuro, los trabajadores que combaten contra la explotación y la miseria, los hombres y mujeres que piensan con altura, simplemente.

Honra es para el país, el hecho de que lo más selecto de la intelec­tualidad esté al lado de la causa republicana, poniendo en tensión todo su espíritu y dando muestras de una combatividad como pocas veces ha sucedido en nuestra tierra. En esta ocasión, el arma específica del escritor, su pluma, inspirada en ideal tan nobilísimo, sabe encontrar las formas más adecuadas y certeras para golpear al enemigo. El verso que emociona y llega al corazón, el drama que nutre su acción con el heroísmo de los campos de batalla, el artículo orientador que explica los móviles de la lucha, transformados en fusiles efectivos, cooperan con gallardía en el combate.

El poemario titulado Nuestra España, es en este aspecto, un verdadero índice de la actitud de los escritores y artistas ecuatorianos, pues constan allí una gran parte de sus nombres, que vale la pena recordarlos ahora como justo homenaje a una postura correcta y decidida.



Estos son los poetas:

Gonzalo Escudero
Jorge Carrera Andrade
Abel Romeo Castillo
Enrique Gil Gilbert
Jorge Reyes
Manuel Agustín Aguirre
Aurora Estrada y Ayala
Alejandro Carrión
Augusto Sacoto Arias
Pedro Jorge Vera
Jorge I. Guerrero
G. Humberto Mata Ordóñez
Nelson Estupiñán Bass
José Alfredo Llerena
Humberto Vacas Gómez
Atanasio Viteri
Hugo Alemán
Gonzalo Bueno

            y estos los artistas:

Eduardo Kingman
Alfredo Palacio
Alba Calderón
Galo Galecio
Leonardo Tejada
Diógenes Paredes



Además, se señala en nota especial, que no constan los poemas de Augusto Arias, Antonio Montalvo, Miguel Angel León, Eduardo Mora Moreno y Carlos Manuel Espinosa, así como las ilustraciones de los artistas Sergio Guar­deras, Guillermo Latorre y Enrique Guerrero, por no haber llegado con la debida oportunidad.
            El poemario es, por decirlo así, un inmenso mural de la titánica lucha de los frentes de España, con el heroísmo ardiente de sus hombres y mujeres, con sus ciudades destruidas y sangrantes, con Güernica allí, crucificada, como símbolo de la barbarie máxima. Es testimonio del hondo, del hondísimo dolor que produce el llanto de los huérfanos, de ese sufrimi­ento sin palabras que ensombrece la faz de la esposa convertida en viuda, o de la pena seca de lágrimas, del soldado sin madre. Y es también, no obstante la tragedia que ya se vislumbra, una reafirmación de fe en el triunfo y en el futuro del hombre.

Así, por ejemplo, Manuel Agustín Aguirre, canta al heroísmo:



                        Pueblo heroico de España, brazo y perfil de piedra,
                        muro donde se rompe su cráneo el viejo mundo.
                        Por las puertas de sangre de las vidas que se abren,
                        entran niños vestidos de luz recién nacida.

                        Pueblo de las mujeres heroicas -Pasionaria-:
                        ríos de sangre y leche, ríos de leche y sangre.
                        Un batallón de Soles se adelanta cantando,
                        mientras los días agitan sus espadas brillantes.[2]

            
Aquí, la angustia y la solidaridad humanas en la voz de una mujer, Aurora Estrada y Ayala, exquisita expresión de ternura y sensibilidad:


                        Habíamos olvidado el llanto....
                        Hoi vuelve a cavarnos surcos en la cara,
                        más amargo y ardiente,
                        más corrosivo aún,
                        porque el martirio de vuestros hijos
                        nos hiere en la raíz de la Vida
                        y golpea en nuestra sangre de trabajadoras! [3]


Y, por fin, la esperanza metida en el alma, el no pasarán resonante en el verso de Hugo Alemán:



                        Ni la destrucción de las ciudades y los campos.
                        Ni el asesinato procaz de ancianos, niños y mujeres
                        han podido vencer la resistencia y el vigor proletarios.
                        Como un escupitajo, los soldados leales, los soldados españoles,
                        les han lanzado al rostro patibulario
                        la frase sustantiva, lapidaria y eterna:
                        "NO PASARÁN"!!! [4]

Ved, como toda una generación de poetas, desdeñando la torre de marfil y poniéndose al lado de la justicia, hallan inspiración y elevan su calidad como humanos y como artistas. Desgraciadamente, algunos de ellos, han olvidado ese camino. Pero sus nombres están allí, para que se sepa, que no siempre fueron como hoy.

Pero no sólo son los cantores de Nuestra España los que combaten. Otros intelectuales, por diferentes medios, hacen oír su voz de aliento y prestan su contingente a la causa republicana. Su labor merece todo encomio. Escriben en las revistas de las sociedades culturales a que pertenecen, dictan conferencias donde se los oye, militan en los comités políticos de lucha antifascista. Allí está, por ejemplo, nuestro inol­vidable Joaquín Gallegos Lara, protestando contra la infamia franquista en el artículo periodístico o gritando su palabra de verdad en el seno de los sindicatos. Allí está, con el puño en alto. Están los novelistas Jorge Icaza ‒el de Huasipungo‒, Pablo Palacio ‒el de Débora‒, y Alfredo Pareja Diezcanseco ‒el de El muelle y La Beldaca‒ que en Guayaquil publica con Vera la revista España Libre en defensa de la causa republicana. Están los ensayistas Manuel Benjamín Carrión, Raúl Andrade, Ignacio Lasso y Humberto Mata Martínez. Hombres de ciencia como Jorge Escudero y el doctor Julio Arauz. Y muchos otros que sería largo enumerar.

Mención especial merece Demetrio Aguilera Malta que dedica todo su talento y actividad a la defensa del pueblo español.

Tres obras, nada menos, son el fruto de su trabajo y entusiasmo. La revolución española ‒publicada en la colección de Manuales de Iniciación Cultural dedicado a los trabajadores del Ecuador‒ es una síntesis ágil de los últimos años de la historia de España hasta desembocar en el alzamiento falangista y la resistencia épica de los milicianos, que en cada rincón de la tierra ibera, con la ofrenda de sus vidas, quieren apuntalar la vida de la patria. Madrid ‒Reportaje novelado de una retaguardia heroica, no obstante ser obra de ficción, es en realidad, fiel y patético cuadro de la defensa asombrosa de esa ciudad mártir, donde el crimen y la saña fascista sólo consiguen renovar y acrecentar el coraje popular. Y finalmente la emotiva tragedia titulada España Leal ‒puesta en escena en algunas ciudades ecuatorianas‒ es la representación, y la sublimación también, a través de la bella figura de Paca Solana, de la heroicidad del pueblo madrileño. Teatro y poesía aquí se unen, en conjunción armoniosa, para hacer florecer la emoción del público. El novelista y dramaturgo, tiene entonces que recordar sus primeros tiempos de poeta ‒el de la Canción de los mangleros‒ para cantar en el romance de los Coros:

                                                Dónde vas Paca Solana?
                                                Dónde vas con tu vaivén?...

                                                Voy a salvar los heridos.
                                                Los moribundos también.
                                                No soy dueña de mi vida,
                                                ni de mi flor de mujer.
                                                En la puerta de Toledo
                                                mi existencia abandoné.
                                                En Madrid lo dejé todo
                                                al venirlo a defender...
                                                Y si la muerte me espera,
                                                triunfo y la gloria, también.

                                                Se iluminó la trinchera
                                                con la estela de sus pies.
                                                Despetalaron sus pechos
                                                milicianos de clavel.
                                                Aceros de baterías
                                                se los miró enrojecer.
                                                Se estremeció el regimiento,
                                                roja angustia, hecha lebrel,
                                                Y se fue Paca Solana.
                                                Se fue para no volver!...[5]


Nela Martínez
 
Luisa Gómez de la Torre con Dolores Cacuango
También, como es obvio, no puede faltar el apoyo abnegado y decidido de la mujer ecuatoriana. Están en todos los frentes de trabajo. Aquí sólo queremos recordar la solidaria tarea que realiza “Socorro Rojo”, movimiento creado al igual que los demás países de nuestra América, para reunir medicamentos, y todo cuanto pudiera servir a los combatientes republicanos españoles. En Guayaquil, con la gallardía y simpatía que le caracterizan, cumple este papel Ana Moreno Franco. Y en Quito son Nela Martínez y Luisa Gómez de la Torre, las que se destacan en esta elevada labor fraterna de singular importancia.

                                                                   *     *     *

            La manifestación realizada en Quito el 6 de febrero de 1938, se convierte en una demostración masiva de la simpatía del pueblo ecuatoriano a la causa republicana. “La reunión de ayer tarde en la Plaza Arenas de esta ciudad ‒se dice en el periódico liberal El Día‒ constituyó la más grandiosa expresión de adhesión a la democracia y al gobierno legítimo de España, que representa la voluntad mayoritaria del pueblo español”.[6]

Están presentes en el acto los partidos políticos democráticos: Partido Comunista, Partido Socialista y Vanguardia Revolucionaria. Están estudian­tes y obreros de los sindicatos. Y envían su adhesión fervorosa entidades culturales como el Sindicato de Escritores y Artistas, Grupo América, Entelequia, Sociedad de Artistas y Cuadernos Pedagógicos.

El doctor Pablo Palacio, uno de los oradores, dice:

            La España leal está actualmente defendiendo la causa de la  libertad mundial. De ella depende el futuro de la democracia, siempre en ascenso, en sus varias formas, hacia el fin de la igualdad huma­na, que es el ideal que todo ser racional prefiere. Nuestro deber es ensalzar a España leal, prestarle todo el apoyo que nos sea posible, ponernos a su lado, que es el lado de los verdaderos hombres.[7]

 Y esto es comprendido con claridad por toda la multitud, que late y vibra pensando en la nobleza de la causa que defiende y que la siente ‒porque así es‒ como suya propia.

Empero no se crea que las fuerzas contrarias, las fuerzas clericales y fascistas nacionales, están cruzadas de brazos.

Disponiendo como disponen de cuantiosos medios económicos, inundan el país de propaganda falangista. Es un verdadero aluvión de impresos donde todo tiene cabida: desde la mentira más absurda, hasta la calumnia baja, rastrera y pestilente. Aprovechando la ingenuidad e ignorancia de los fieles, inventan el cuento de la violación masiva de monjas, el cuento del bolchevique que bebe la sangre de los obispos. Ellos dirán: ¡el fin justifica los medios!

Mas a veces, cansados de la bazofia y la calumnia, tratan de elevarse un tanto y recurren a la literatura. El folletito denominado A los héroes del Alcázar de Toledo ‒editado por el grupo falangista “Juventud Nueva”‒ resume toda esa rica producción. Y allí, hay, hasta teatro y poesía.

Un jesuita, César Orbe, escribe el drama titulado “El nuevo Guzmán El Bueno”, que no es otro que Moscardó, representado en escena nada menos que por el artista Jaime Acosta Velasco, actual banquero multimillonario. Los otros personajes de menor categoría, son representados por alumnos del colegio San Gabriel.

Y el poeta ‒quien lo creyera‒ es el actual doctor Leonardo Moscoso Loza, abogado de la Curia y dirigente político socialcristiano, que escribe una “Plegaria a la Dolorosa de los falangistas del Guadarrama”.

He aquí una muestra, la más alta de su poesía:

                        ¡España...! Nación hidalga de legendaria grandeza,
                        Modelado por los siglos en ingénita realeza,
                        Que en otra hora eras emblema de paz y religión...
                        De esa paz que reflejaban tus claustros y tus santuarios,
                        Que resonaba en los ecos de vetustos campanarios
                        Que ahora son mudos testigos de tu nueva redención.[8]

A este embate de las fuerzas de derecha  se une la ingrata opresión gubernamental durante la dictadura del ingeniero Federico Páez que, por felicidad, no dura mucho tiempo. No queremos sino citar un solo caso de esta hostilidad manifiesta:

            El Gobierno ‒dice el diario El Comercio de Quito‒ disuelve por medio de la fuerza pública la Asamblea de Trabajadores e intelectuales que trata de organizarse en la Casa del Obrero en adhesión del Frente Popular Español. La invitación a tal Asamblea lo hacen los Partidos Socialista, Comunista y Vanguardia.
                        Hay dos camiones con presos.[9]

 ¡Y pensar que el ingeniero Páez se decía socialista!

  Así, entonces, la lucha entre la democracia y el fascismo en el Ecuador.
  
Hasta que España, la España heroica, traicionada vilmente por las llamadas democracias ‒Estados Unidos, Inglaterra y Francia‒ entregada al enemigo por un coronel Casado, tiene que cesar el combate.


Día negro para los pueblos del mundo ese de marzo de 1939. Y por qué no decirlo, para los ecuatorianos demócratas, es día de pena honda, día en que las lágrimas difícilmente pueden contenerse. Día de pena larga que perdura todavía.

Nuestra frase indígena, anocheció en la mitad del día, ¡que bien cuadra para esta aciaga fecha!

                                                                   *     *     *

 Al cabo de muchos años de los hechos recordados ha llegado a nuestras manos el bello libro de la Pasionaria, El único camino.
Más que leer sus páginas, las hemos vivido, o revivido, mejor dicho. Están allí tantas cosas conocidas y queridas, tantas cosas grabadas para siempre en la memoria, que hemos recorrido sus líneas con la respiración entrecortada, con el alma conmovida. Cosas unas grandiosas, con tamaño de epopeya, otras pequeñas y simples, pero igualmente adentradas en la corriente de la sangre. Por ejemplo, esa cosa tan sencilla como la música de la canción del 5º Regi­miento, que cuando se la oye ‒porque se la oye‒ sonando suavemente en cada capítulo de la obra, evoca por fuerza mil imágenes admirables y entraña­bles, símbolos de valor, de abnegación, de desinteresado sacrificio. Y las cosas grandes a su lado. La llegada de las Brigadas Internacionales ‒con hombres de todas las razas y naciones‒ representación anticipada de una futura confraternidad humana en el marco de la igualdad y la justicia. Y las figuras queridas de José Díaz y la Pasionaria, señalando en el fragor de la batalla, el camino del pueblo.
            Hemos recorrido nuevamente los antiguos campos de combate. Hemos presenciado, como antaño, el éxodo triste de inocentes niños, caminando hacia lo desconocido sin la guía de sus padres, sin el amor inmenso de sus madres, quedados atrás, para siempre, en la trinchera. Hemos visto el resplandor de las ciudades bombardeadas, alumbrando escenas que nunca deben ser vistas, escenas macabras de cuerpos mutilados y vidas arrancadas con el garfio de la fuerza bruta. Y todo esto con la música de fondo ‒con el requiem‒ del arrullo lastimero del Guadalquivir y del Guadiana.
            Pero al lado del recuerdo ‒y esto es lo más importante‒ también hemos remozado nuestra fe en el porvenir. Porque el libro de Dolores Ibarruri tiene la virtud de hacer brotar la fe y dar alas a la esperanza. Fe y esperanza en la Nueva España, caminando por el único camino que ella nos señala: “el camino de la lucha por la democracia, por la paz, por el socialismo”.
            Que esta fe sea nuestro tributo a los héroes de esa heroica guerra.



[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia ecuatoriana, t. II, Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2007, pp. 207-219.
 [2] Varios, Nuestra España. Homenaje de los poetas y artistas ecuatoria­nos, Editorial Atahualpa, Quito, 1938, p. 43.
[3] Idem, p. 25.
[4] Idem, p. 56.
[5] Demetrio Aguilera Malta, España leal, Talleres Gráficos de Educa­ción, Quito, 1938, pp. 6-7.
[6] El Día, Quito, 7 de febrero de 1938.
[7] Amigos de la España Leal, Por la España Leal,  Imprenta Fernández, Quito, 1938, p. 53.
[8] Varios, Los héroes del Alcázar de Toledo, Editorial Ecuatoriana, Quito, 1937, p. 49.
[9] El Comercio, Quito, 22 de agosto de 1936.

martes, 19 de marzo de 2019

Gorki en el Ecuador


MÁXIMO GORKI EN EL ECUADOR[1]


 Oswaldo Albornoz Peralta


            



La gran literatura rusa, aquella adiamantada con los nombres de Dostoievski, Turguenev y Tolstoi, rompiendo la distancia, llega temprano al Ecuador. Y a esos nombres, más pronto de lo que generalmente se cree, se une el de Máximo Gorki, otro gran representante de esa inmensa y prodigiosa literatura.

            He aquí algunos datos:
     
A principios de siglo, en 1902, el diario El Telégrafo de la ciudad de Guayaquil publica en forma de folletín En la estepa y Los vagabundos. En 1905, la Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria de Quito, publica su cuento El Khan y su hijo, traducido del francés por J. Trajano Mera.[2] Y nuevamente en forma de folletín, el periódico guayaquileño El Mercurio publica El milagro, demostrando de esta manera el interés que despierta ya no sólo en los círculos literarios, sino entre el público en general.

Más tarde, para el lapso comprendido entre el principio y el fin de la Primera Guerra Mundial, el número de títulos de sus novelas y relatos aumentan grandemente, según consta en los catálogos de las dos librerías más importantes del país en esa época, “La Sucre” de Bonifacio Muñoz y la “Española” de Janer e Hijos, de Quito y Guayaquil respectivamente, donde se vende Albergue de noche, Los ex-hombres, En América, Caín y Artemio, La Angustia, Los bárbaros, Los degenerados, Los tres, Entrevistas, y Tomás Gordeeff. Tal como se anuncia, son tomos en tela, a S/.1,80 el ejemplar.




Después de la Revolución de Octubre, al ritmo del fervor que despier­ta, su obra se populariza en gran medida. Hasta se la incluye en un texto de Historia de la Literatura escrito por Alfonso Cordero Palacios y editado en la conventual ciudad de Cuenca en 1922. El autor dice que Gorki es novelista seductor y revolucionario, “un apóstol que exhorta a los desgra­ciados, víctimas del absolutismo, a la reivindicación de la felicidad que les corresponde”.[3]

Entre los escritores de la década del treinta ‒década de nuestra literatura social‒ Gorki, el Amargado, goza de gran influencia y se convierte en uno de sus mentores. De él adquieren ese amor profundo por el pueblo, a la par que la furia enarbolada como bandera en su protesta contra la explotación y la injusticia. También su admiración por el socialismo y la revolución. “Él fue ‒dice el gran poeta Carrera Andrade‒ uno de los que me enseñó a amar a Rusia”.[4]

La popularidad de Gorki entre los intelectuales de esa época es inmensa. No hay revista o periódico progresista que no le cite y escriba sobre su persona. No hay escritor que no sea asiduo lector de sus obras y que no admire y se nutra de sus nobles ideas. Tenemos a la vista un ejemplar de su libro En la cárcel que perteneció a Joaquín Gallegos Lara, cuidadosamente subrayado, y sin duda leído con pasión y gran cariño, como ponía en todos sus actos el autor de Las cruces sobre el agua. El realismo de sus novelas y sus hermosos cuentos ‒el duro combate que libra contra las torres de marfil y el arte por el arte‒ deben estar inspirados en gran parte por los relatos emotivos y patéticos del Amargado. Él mismo confiesa la influencia gorkiana en él y en los otros literatos: “Sin que ninguno de los novelistas ecuatorianos haya tenido el propósito de imitarle ‒manifiesta‒ es indudable que todos deben algo a Gorki”.[5]
            
Es así. Todos los escritores esperan sus palabras. Recordamos la enorme difusión que tiene el informe titulado Panorama de la literatura mundial que presenta en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos realizado en 1934. Es inmediatamente traducido y publicado en el Uruguay por el interés que despierta en toda América. Nuestra intelectualidad es partícipe de esa atracción continental.
            
Grande en suma, la ayuda prestada por Máximo Gorki para el desarrollo de nuestra literatura. En lo más selecto de nuestra literatura mejor dicho. En la literatura de Los que se van, en la literatura que denunció la explotación del indio y del montubio. En la literatura que cantó las causas nobles y elevadas.
            
Méntor Mera, gran escritor y revolucionario ambateño, con su seudó­nimo de Paul COLETTE, dice esta verdad sobre el poeta de Nijni-Novgorod:

            En sus manos magras y tiesas de mendigo genial el ser humano adquirió el justo contorno que había sido olvidado sistemáticamente  por una literatura perfumada y galante, apta sólo para la nerviosidad abyecta de damas ociosas. Con Gorki entraron en la eterna vida de los libros quienes en la vida ocupan el fondo anónimo y desconocido de la tristeza social.[6]

De esa tristeza social envuelta en llanto y amargura que nace como yerba en los campos de la explotación y la injusticia.
            
Pero Gorki no es sólo una autoridad literaria. Decidido luchador contra el fascismo, en su carta que dirige al Congreso en defensa de la cultura, llama a los intelectuales a combatir sin tregua las ideas veneno­sas y los sádicos crímenes de la bestia parda. Y su llamamiento es acogido con respeto y entusiasmo por los escritores ecuatorianos. Su aliento tienen las estrofas y las páginas en prosa de esa destacada legión ‒donde están nuestros más altos valores‒ que batalla con la pluma contra el falangismo español. Sin dar cuartel, porque como Neruda, tienen España en el corazón.

        
Igual harán más tarde, cuando estalla la segunda guerra, para contener las hordas bárbaras de Mussolini y Hitler.
            
Así, pues, el prestigio y el ascendiente de Gorki en el Ecuador.
            
Por eso, cuando muere en 1936, todos sienten su partida. Las páginas de nuestras revistas y periódicos, con tono dolorido, dan noticia del deceso y no olvidan artículos en su honor. Sólo dos ejemplos.
            
Joaquín Gallegos Lara, en la revista Base que dirige en Quito junto con el intelectual socialista Atanasio Viteri, anuncia que dedicará todo el segundo número de esa publicación a Gorki, donde se insertará artículos y estudios sobre él de varios escritores nuestros. “La muerte de Gorki ‒dice‒ es un duelo de la humanidad”.[7] Desgraciadamente ese número no aparece nunca, ya que el dictador Federico Páez, convertido en perseguidor de izquierdistas, ordena su confiscación e incineración, salvándose únicamente las pruebas. Su escrito se publica muchos años después de su muerte, en 1968, con motivo del centenario del nacimiento del novelista ruso. Es un recuento de su vida, tan asombrosa y novelesca, como la de los personajes que pueblan sus libros. Se empieza por su niñez y juventud, cuando es aprendiz de todo oficio y camina como vagabundo por el sin fin de las estepas, es decir, cuando sucede todo aquello que relata el propio Alexei Maximovich Pechkov en Mi infancia y en Mis universidades. Luego, convertido ya en gran escritor con el seudónimo que le inmortalizaría, adentrándose en el corazón del pueblo, cuenta la dura existencia de aquellos seres gol­peados por el duro martillo del hambre y la miseria. Todo, para terminar como revolucionario y cargar sobre sus hombros la inmensa tarea de elevar la cultura de la patria socialista.
            
Y la revista Mensaje de la Biblioteca Nacional, así mismo dirigida por dos intelectuales de fuste, el novelista Enrique Terán y el poeta Ignacio Lasso, rinde póstumo homenaje a Gorki con un artículo del último de los nombrados. Lasso, después de manifestar que su muerte tiene sig­nificación de suceso universal, se refiere especialmente a su valía como escritor capaz de comprender y compartir las angustias y dolores, cuya obra, dice, es “documentación viviente del drama que viven las clases menesterosas, cimiento nacional de todas las burguesías expoliadoras del mundo”.[8] Y termina así: “Gorki colocado entre los grandes representantes de la literatura universal tiene su sitio en la historia, junto a Balzac, Stendhal y Dostoyevski, biógrafos de la humanidad”.[9]
            
Si, allí está en sitial cimero y al lado de todos los grandes creadores. Y desde allí, siempre será guía y bandera. Sobre todo para los escritores sin alergias al miedo, capaces de decir verdades y pintar la realidad social de sus pueblos. 





[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia ecuatoriana, t. II, Editorial Benjamín Carrión de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2007, pp. 19-24.
[2] J. Trajano Mera, “El Khan y su hijo”, en La Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria Nº 35, Quito, 1905, p. 290 y ss.
[3] Alfonso Cordero Palacios, Historia de la Literatura, Cuenca, 1922, p. 80.
[4] Jorge Carrera Andrade, Latitudes, Editorial América, Quito, 1934.
[5] Joaquín Gallegos Lara, Páginas olvidadas de Joaquín Gallegos Lara, Editorial de la Universidad de Guayaquil, Guayaquil, 1987, p. 81.
[6] Paul COLETTE (Méntor Mera), “Este crespón para Gorki”, en Surcos Nº 19, Quito, 1944, p. 9.
[7] Revista Base Nº 1, Talleres Gráficos Nacionales, Quito, 1936, p. 36.
[8] Ignacio Lasso, “Máximo Gorki”, en Mensaje Nº 3, Setiembre de 1936, p. 93.
[9] Idem.