jueves, 15 de noviembre de 2018

El 15 de Noviembre de 1922


EL 15 DE NOVIEMBRE DE 1922


Oswaldo Albornoz Peralta



Oswaldo Guayasamín, El paro



Una oligarquía voraz y sin escrúpulos

Sobre la sangre de Eloy Alfaro ─como recompensa del crimen─ se encarnó en la cima del poder una oligarquía voraz e inescrupulosa compuesta de grandes comerciantes y de jerarcas de la banca. El banquero Urbina Jado, gerente del Banco Comercial y Agrícola, era el jefe máximo de ese círculo de osados negociantes.
En los diez años que van desde el crimen de El Ejido al crimen del 15 de Noviembre de 1922, tres presidentes gobernaron el Ecuador, todos ellos, en cuerpo y alma, hombres de Urbina Jado y miembros prominentes de esa nefasta oligarquía.
El general Leonidas Plaza, gran terrateniente merced a un matrimonio de conveniencia con una aristócrata serrana, tuvo que recurrir al dinero del mago de las finanzas para poder vencer a los valientes guerrilleros conchistas. No en vano era la espada de la oligarquía. Ya alguna vez había pensado ─como cuenta el historiador Roberto Andrade─ ocupar la gerencia de su banco en Quito, como pago a sus servicios.
Alfredo Baquerizo Moreno pertenecía a una familia de grandes latifun­distas y comerciantes. El sociólogo Manuel Chiriboga afirma que ya en 1890 era dueño de 8 propiedades en Milagro y de 500.000 árboles de cacao.[1] Aparte de esto, su hermano Rodolfo era un gran comerciante importador vinculado a poderosas compañías extranjeras. Su otro hermano Enrique, era accionista y dirigente de la célebre Asociación de Agricultores del Ecuador.
Y Luis Tamayo, el presidente de la matanza, fue desde sus inicios un ejemplar burócrata de esa oligarquía, llegando a ser abogado de confian­za del Banco Comercial y Agrícola.
Estos empresarios ─pues todos eran de empresa y de presa─ gobernaron para su propio beneficio, para lo cual dictaron una serie de leyes y medidas encaminadas a la consecución de ese objetivo. En 1914 se dictó la Ley de inconvertibilidad de billetes en oro ─llamada la moratoria general­mente─ que permitió que el banco de Urbina emitiera billetes sin respaldo para hacer préstamos a los gobiernos y así ganar los intereses, llegando a ascender la deuda del Estado a la astronómica suma de 21.800.000 de sucres solamente a esa institución financiera, Se creó la Asociación de Agricul­tores con la asignación de tres sucres por cada quintal de cacao exportado y la Compañía del Litoral que monopolizó la producción de azúcar y tabaco, empresas ambas que tenían como accionistas o socios a la élite de la oligarquía costeña y que se hallaban íntimamente ligadas al mismo Banco Comercial y Agrícola. Y así, otras prebendas más, que sería largo enumerar.
Consecuencia de todo esto fue la gran concentración de la riqueza en manos de esa oligarquía, vale decir, en manos de contadas personas. “La nación era una gran pirámide humana de explotadores y explotados -dice el escritor Belisario Quevedo-, su base va del Carchi al Macará y en su cima descansan dulcemente cuatro docenas de familias privilegiadas”.[2]


Hambre y miseria popular

Una vez terminada la primera guerra mundial las ganancias de la oligarquía cacaotera comenzaron a disminuir, pues el imperialismo, al que se servía con tanta devoción, bajó el precio del cacao para resarcirse, a costa de nosotros, de las pérdidas causadas por el conflicto bélico. Pero los serviles oligarcas, en lugar de protestar contra el verdadero causante de sus tribulaciones, echando la culpa a la aparición de la escoba de la bruja como causa fundamental para la disminución de entradas, cargaron sobre las espaldas del pueblo todo el peso de la crisis.
Los precios de la libra de cacao en Nueva York bajaron de esta forma:

                        Enero de 1920                       26 centavos oro
                        Abril de 1920                        24        -"-
                        Julio de 1920                         20        -"-
                        Octubre de 1920                    14        -"-
                        Enero de 1921                       11        -"-
                        Julio de 1921                         9 3/4     -"-
                        Diciembre de 1921                9 1/2     -"-  [3]

Según el banquero Emilio Estrada, la venta de cacao produjo s/.49.891.000 en 1920 bajando a s/.26.320.000 en 1922, es decir, a cerca de la mitad. Así, en esta cuantiosa suma, nos perjudicaron los monopolios extranjeros.
Mas, para no perjudicarse ellos, los oligarcas recurrieron a la devaluación de la moneda, pues así recompensaban, percibiendo más sucres, por la menor cantidad de dólares que recibían. De s/.2,80 que valía el dólar en 1918 subió a s/.4,00 en 1920 (cambio oficial). Se justificó este hecho con la cantaleta tantas veces repetida de que era una medida necesa­ria, imprescindible para fomentar las exportaciones y salvar la economía nacional.
La devaluación anotada, como sucede siempre, produjo una gran subida de los precios de los productos de primera necesidad, poniéndose fuera del alcance de las masas populares. “Estos artículos (carne, arroz, manteca, fréjoles, papas, cebollas, fideos, azúcar y muchos otros) son producidos en el país y sin embargo ─se dice en un periódico obrero de la época─ con el pretexto de la maldecida guerra europea, subieron los precios y ahora permanecen esos precios subidos”.[4] Mientras tanto, los salarios de obreros y campesinos permanecieron estables. Además, se aumentó inmensamente la desocupación, sobre todo en el campo, que obligó a una gran cantidad de sus pobladores a emigrar a Guayaquil en busca de sustento.
La escalada de los precios, no sólo se debía a la devaluación monetaria, sino también a la inflación producida por la emisión de grandes cantidades de billetes sin respaldo por parte del Banco Comercial y Agrícola.
El hambre y la miseria, en suma, estaban presentes en todas partes. El pan faltaba en todos los hogares proletarios.
Ante una situación de tal naturaleza, como era de esperarse, el descontento creció y llegó a su clímax. El pueblo y sus organizaciones, se decidieron a reclamar sus derechos.


La huelga y la matanza

Para la época de los acontecimientos de noviembre, el movimiento obrero de Guayaquil había progresado bastante. Se habían creado una serie de nuevos organismos, algunos de los cuales ya eran sindicatos, que venían a reemplazar a las antiguas  agrupaciones mutualistas. Ideológica­mente, como efecto de la grandiosa Revolución de Octubre, se sentía su influencia y se expandían las ideas socialistas.
Esto explica que hayan intervenido en la huelga más de medio centenar de organizaciones, número crecido para ese tiempo.




El movimiento se inició con la huelga de los ferroviarios de Durán que, entre otras reivindicaciones, reclamaban el alza de salarios y el respeto a la ley que establecía la jornada de ocho horas. Después de una lucha decidida y con el apoyo popular y de las tres centrales que existían ─la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana, la Asociación Gremial del Astillero y la Confederación Obrera del Guayas─ se pudo conseguir una magnífica victoria, no obstante la tenaz oposición del gobierno y de la compañía extranjera que regentaba el Ferrocarril.
El éxito obtenido enardeció los ánimos. Los trabajadores de las empresas de Carros Urbanos y los de Luz y Fuerza Eléctrica pidieron también el alza de salarios y el respeto de la jornada de ocho horas, y pronto plegaron otras organizaciones y la huelga se hizo general, adquiriendo un inequívoco contenido político. Los huelguistas llegaron a tener un gran poder en la ciudad, hecho que naturalmente alarmó a la oligarquía, que desde entonces no paró en medios para derrotar a sus contrarios.
Primero, maniobró arteramente para torcer los objetivos de la huelga. Mediante sus agentes y una gran campaña de prensa, la burguesía planteó como única medida para remediar la miseria popular la incautación de giros y la baja del cambio, argumentando ─viejo y mañoso argumento─ que con el alza de salarios sólo se conseguiría la elevación de los precios de todos los productos, iniciándose así una incontenible espiral inflacionaria. Esta tonta tesis, ya destruida científicamente por Marx en el siglo pasado, gracias a la inexperiencia y al escaso desarrollo de la conciencia de clase de nuestros trabajadores, logró imponerse y ser aceptada por la mayoría en una gran asamblea reunida el día 13 de noviembre. Esta resolución ─que favorecía los intereses de los importadores principales gestores de la maniobra─ fue puesta en conocimiento del gobierno. Ya no quedaba otra cosa, sino esperar los resultados.
Empero la oligarquía no estaba contenta todavía. Sigilosamente las autoridades reunieron grandes contingentes militares, y se ordenó al jefe de zona, general Barriga, que restableciera la tranquilidad de Guayaquil cueste lo que cueste, que equivalía a decir, mediante la violencia y con las armas. Y efectivamente, el día 15 de noviembre, cuando una imponente manifestación se dirigía a la gobernación a informarse sobre la aceptación del acuerdo por parte del gobierno, fueron infamemente masacrados por soldados y policías, ayudados por la burguesía que disparaba desde los balcones, con tal alevosía, que asesinaron sin ninguna compasión a niños y mujeres indefensos.
La masacre fue horrorosa, y más de mil víctimas según se calcula, fue el precio de la rebeldía del pueblo. Por la noche, para esconder el crimen, los cadáveres fueron arrojados a la ría. La tranquilidad requerida por Tamayo, se había conseguido.




Más tarde, en un Informe del Ministro del Interior presentado al Congreso de 1923, se diría con descaro que se había ¡salvado a la patria!
Varias causas llevaron a este cruel desenlace. Había inmadurez ideológica, pues aún tenían fuerte raigambre las concepciones burguesas y anarquistas. La clase obrera carecía de un partido político marxista, es decir, de una vanguardia capaz para conducir la lucha. No existía unidad en escala nacional, razón por la que la huelga tuvo que circunscribirse a la ciudad de Guayaquil. Y, por último, los campesinos permanecieron alejados del combate, por no haberse establecido una verdadera alianza obrero-campesina.
La sangre derramada el 15 de Noviembre, sin embargo, no fue vana. Ese combate constituye una gran experiencia histórica, no sólo como ejemplo de heroísmo, sino como principio de una nueva etapa del desarrollo obrero, que impulsó su progreso orgánico e ideológico. Por esto, esta gloriosa fecha, no será olvidada nunca.





[1] Manuel Chiriboga, Jornaleros y gran propietarios en 135 años de exportación cacaotera (1790-1925), Consejo Provincial de Pichincha, Quito, 1980, p. 175.
[2] Belisario Quevedo, Sociología, Política y Moral, Editorial Bolívar, Quito, 1932, p. 87.
[3] Elías Muñoz Vicuña, El 15 de Noviembre de 1922. Su importancia histórica y sus proyecciones, Departamento de Publicaciones de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Guayaquil, Guayaquil, 1978, p. 21. 
[4]  El Proletario Nº 22, Guayaquil, 12 de junio de 1921.

sábado, 5 de mayo de 2018

Homenaje a Karl Marx



MARX EN EL ECUADOR

Oswaldo Albornoz Peralta



I
 Montalvo y la Primera Internacional dirigida por Marx[1]

Con motivo de la fundación de la Sociedad Republicana llevada a cabo en 1876 por Juan Montalvo, nuestro gran escritor e ideólogo liberal pronuncia un discurso en el que se refiere a la Primera Internacional de Marx, entonces dice: "La Internacional es una sociedad cosmopolita; no la temen sino los tiranos; y con justicia, porque sus estatutos y sus fines son contra la tiranía. La Internacional es una sociedad universal: tiene su centro en Francia y en rayos luminosos se abre paso por todo el continente. La Internacional es sabia en Alemania, prudente en Inglaterra, atrevida en Italia, fogosa en España, terrible en Francia, pueblo libertador del Universo."

Las palabras transcritas, aunque no se crea, son causa de un escándalo mayúsculo. Toda la prensa católica y conservadora se moviliza para combatir al atrevido. Las más altas autoridades eclesiásticas intervienen en la encendida polémica que se entabla y, a decir verdad, sus pastorales y condenaciones fulminantes no son muestra de alta literatura, menos de serenidad y cordura.

Esta campaña de índole ideológica apunta también a los liberales que combaten al gobierno del presidente Borrero. La nobleza y terratenientes de Quito, en una Protesta, dicen esto de esos terribles enemigos del orden público: "Los que tienen sobre sí los anatemas justos del episcopado y la execración de cuantos hombres abrigan en su corazón algún sentimiento de honradez y probidad; en una palabra, los propagadores de la Internacional y de la Comuna y, como tales enemigos de la religión,, de la autoridad, de la familia, de la propiedad, del hombre y de Dios, esos son los autores de la inicua revolución."

Y casi enseguida, durante un tumulto clerical ocasionado por un cura extranjero de apellido Gago, según la relación aparecida en el periódico Ocho de Septiembre, la “turbamulta recorre las calles de la capital armada de palos, piedras, puñales y revólveres, dando en voz en cuello los desaforados gritos de ¡viva la religión!, ¡mueran los herejes!, ¡viva el Papa, abajo los masones!, ¡mueran los petroleros, los comunistas, los incendiarios!”.

Largos años dura este combate. Las excomuniones contra las publicaciones progresistas prosiguen y los escritores retrógrados no se cansan de maldecir todo lo que huele a democracia. Todavía en el año 1884, para citar un ejemplo más, el novelista conservador Juan León Mera, en un impreso que titula Otra carta del Dr. D. Juan Benigno Vela, continúa la batalla contra la Comuna y la Internacional. Protesta por la vuelta de los comuneros del destierro de Nueva Caledonia y afirma “que los ocho millones de afiliados en la Internacional que es la personificación de la revolución, se compone de los sectarios en que me vengo ocupando: allí están liberales, radicales, comunistas, socialistas, etc.”.[2] Son las mismas palabras que se repetirán después y que se siguen repitiendo todavía.

II
Un retrato de Marx[3]

Estamos en 1871, cuando el Ecuador, gobernado por García Moreno y regido por la Carta Negra, soporta la peor de las tiranías.

No existe todavía la actual provincia de El Oro, y Machala, que será su capital cuando ésta sea creada formalmente por la Asamblea Constituyente de 1883, es apenas una cabecera cantonal con unos pocos centenares de habitantes.

Es hermosa la naturaleza de este sector de la patria. La parte costa­nera está adornada por una cinta  de esmeralda formada por el intrincado tejido de los manglares. Más adentro, donde el hombre aún no ha sentado su planta, campea la selva dominadora, aromada por silvestres flores y musicalizada por el trinar de las aves. Y desde arriba ‒desde los riscos de la cordillera‒ bajan los ríos frenando poco a poco su ímpetu bravío, para llegar, mansos y adormecidos, a las aguas del océano.

El cuadro social tiene pinceladas diferentes. Antes de la manumisión, en los rincones más inaccesibles de la porción selvática, existen pequeños palenques de esclavos fugitivos, donde a fuer de sacrificios resguardan su libertad. Otra parte, ya desde principios de siglo ha sido ocupada por gran­des haciendas, cacaoteras sobre todo, como aquella de Manuel Antonio Luzárra­ga que, según Michael Hamerly, tiene 100.000 matas de cacao.[4] Y al norte, en tierras que permanecerán en la jurisdicción de la provincia del Guayas, se halla el inmenso latifundio de Tenguel de los terratenientes Caamaño, donde los abusos ocasionan frecuentes protestas y asonadas.

Desde aquí, desde el poblado de Machala mejor dicho, y es de creer que por primera y única vez en el Ecuador, un grupo de humildes trabajado­res se pone en contacto con Carlos Marx. El escritor Rodrigo Chávez González nos dice a este respecto: "En ese mismo año ‒1935‒ el doctor Carlos Napoleón Mera Valdez, entregó al Consejo Provincial del Partido Socialista de El Oro, un viejo retrato del creador del socialismo mundial, cuya dedicatoria decía: "A los obreros de Machala.- Karl Marx.- Niza, Setiembre de 1871". Informó el doctor Mera, que ese retrato había pertenecido a un artesano zapatero, de apellido Andrade, fallecido hacia veinte años atrás, que el siglo pasado organizó una agrupación de artesanos que no llegó a constituirse en una sociedad jurídicamente. Este hecho despertó gran revuelo, y aumentó el fervor socialista orense, ya que el retrato fue colocado en el salón principal de la Casa Socialista, alquilada al señor Bustamante."[5]



¿Cómo llegaron a conocer los artesanos machaleños el nombre de Carlos Marx?

No se sabe, que en esa época, se conozca ninguno de los libros del gran pensador socialista, que aparte de estar estrictamente prohibidos por la censura garciana, estaban fuera del alcance de los trabajadores. Entonces, es de suponer que su nombre llegó asociado al de La Internacio­nal, ya bastante difundido por América, a la par que combatido por las fuerzas más retardatarias. Quizás llegó a Machala ‒pueblo costanero‒ alguna publicación en castellano que se refería a ella y su fundador como defenso­res de la justicia y los derechos populares. De aquí, sin duda, nació su admiración y el deseo de establecer una relación, pues es claro que la iniciativa no podía haber partido de Marx.

El grupo de artesanos que se relacionó con Marx debe haber sido muy pequeño, Ya que según consta en la Guía Comercial, Agrícola e Industrial de la República publicada en 1909 ‒38 años después‒ el número de esta clase de trabajadores que aparece en la nómina correspondiente a Machala es poco significativo.[6]

La ideología del grupo seguramente era liberal, teniendo en cuenta que ésta predominó, desde temprano, en el sector litoral orense. Recuérdese que sus habitantes habían apoyado la revolución del 6 de Marzo de 1845 y luego combatido a Flores y a su reaccionario proyecto de Reconquista. Además fue un centro de combate contra el gobierno clerical de García Moreno, pues estuvieron al lado de Urbina y participaron en los combates que protagonizó este caudillo. Los soldados liberales que participaron en la revolución de 1895, surgieron y se nutrieron de esta progresista tradición.

Esta posición ideológica ‒aparte de la poca importancia numérica y local del grupo‒ evidentemente influyó para que no sea reconocido legalmen­te como se afirma en la exposición de Chávez González, porque en la era garciana, las organizaciones populares de tinte liberal, estaban práctica­mente proscritas. El historiador Enrique Ayala cita el caso de la Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso ‒patrocinada por la burguesía guayaquile­ña‒ cuya constitución fue impedida no obstante su mayor magnitud y prestigio.[7]

Las reflexiones anteriores, sin embargo, no pueden esclarecer la verdadera historia del retrato de Marx, obscurecida, posiblemente para siem­pre, con la neblina de los años. Pero en cambio, no necesita esclareci­miento un hecho por demás diáfano: que un grupo de trabajadores ecuatoria­nos, desde esta lejanía, pudo vislumbrar en Marx y su obra la encarnación de sus derechos y el futuro promisorio de los explotados. Y esto es suficiente.

III
Difusión de las ideas socialistas y marxistas en el país[8]

Con la Revolución liberal de 1895 dirigida por el general Alfaro, el panorama cambia.

Ya no existen restricciones para la entrada de libros y se permite la libre emisión del pensamiento. Las reformas que se introducen, aunque cortas, fomentan el desarrollo económico del país y ayudan al crecimiento de la incipiente clase obrera, que empieza a organizarse y también a ilustrarse. Si, a ilustrarse, porque el caudillo democrático, sin duda imbuido de la idea liberal de que la educación es la panacea para todos los males, crea escuelas y subvenciona económicamente algunas sociedades de trabajadores que, gracias a este apoyo, logran desarrollar una amplia labor de carácter cultural. Inclusive, favorece la entrada al Ecuador de orientadores sindicales extranjeros, entre los cuales, algunos como el cubano Miguel Albuquerque, tienen ideas avanzadas y propugnan un programa de renovación social. Por eso son combatidos por las fuerzas conservadoras y del liberalismo de derecha, como sucede con el dirigente antes nombrado, que es objeto de ataques furibundos.

Se llega, inclusive, a formar el Partido Liberal Obrero de tipo reformista, plagado al mismo tiempo de proposiciones no solo discutibles, sino simplemente ingenuas por decir lo menos, según consta en el programa que se publica en el periódico La Redención Obrera en 1906.

En suma, la clase obrera no tiene todavía una ideología propia y sigue supeditada a la burguesía. Pero el liberalismo, de todas maneras, había abierto las puertas para la entrada de las ideas socialistas. De las ideas marxistas.

Después del colapso liberal con el asesinato de Alfaro, aunque sea lentamente, las ideas avanzadas del socialismo van siendo asimiladas por algunos intelectuales progresistas, a la par que van penetrando en las organizaciones obreras en el fragor de la lucha por sus propias reivindicaciones. Pero casi siempre estas ideas, como es comprensible, tanto entre los intelectuales como entre los trabajadores, están mezcladas con una serie de concepciones erróneas, provenientes del anarquismo y del socialismo reformista que se combinan sin mayor discernimiento con el socialismo científico marxista. Se puede decir que hasta antes de la Revolución de Octubre, debido a nuestro retraso económico y a la consiguiente debilidad de la clase obrera, no hay una real diferenciación entre las distintas tendencias socialistas, no se separa aun lo que es verdaderamente científico de lo que no es. Todavía, estas diferentes tendencias son consideradas en un plano de igualdad podríamos decir, lo que hace que los hombres de avanzada de ese entonces adquieran sus conocimientos en una u otra fuente, mezclando los principios verdaderos con los falsos.

Desde luego, existen anticipaciones muy notables dignas de ser mencionadas. Tal es el caso del doctor Luis Felipe Chaves, que partiendo desde el liberalismo asiste como delegado al Congreso Liberal de 1923 se convierte en uno de los fundadores del Partido Socialista Ecuatoriano en 1926.

Él, ya en el año 1912, en su tesis doctoral titulada Escuelas Económicas, remitiéndose al materialismo histórico de Marx, sostiene que la economía es el factor determinante del desarrollo social. Dice: "A esta vacilación, a esta incertidumbre de la Filosofía de la Historia, pone término el genio de un hombre extraordinario, de un analizador profundo y desapasionado de la vida de los pueblos, del inmortal Carlos Marx, quien descubrió el factoreje de la vida social; factor conocido de todos desde mucho tiempo atrás, pero cuya extraordinaria importancia nadie había apreciado antes, con la claridad y certeza de Marx; tal factor de las sociedades, el que constituye la trama íntima y eterna del Todo Social, es el factor económico."[9]

Y lo que es más, cobijándose bajo la bandera del socialismo, manifiesta que éste que “ha empeñado ruda batalla contra el régimen capitalista”, que terminará “por destruir tan infamante régimen”.[10] También en su trabajo, como era de prever, hay la conjunción de ideas y doctrinas no afines, que a nuestro modo de ver, por ser producto de la época, no borran los méritos antes señalados.

Hasta antes y durante la primera guerra mundial, según hemos podido averiguar consultando los catálogos de algunas librerías,[11] en el Ecuador, se conocen las siguientes obras marxistas. De Marx: Precios, salarios y ganancias, Manifiesto Comunista, El Capital y estudio sobre el socialismo científico, Miseria de la filosofía. Contestación a Proudhon y Crítica de la Economía Política. De Federico Engels: Origen de la familia, propiedad privada y el Estado, AntiDürhing o la revolución de la ciencia, El socialismo utópico y el socialismo científico, El socialismo y la religión. De Marx y Engels: Comunista (Manifiesto) por Carlos Marx y Federico Engels. Los títulos están copiados como constan en los catálogos consultados. Cuando se menciona El Capital de Marx, se trata con seguridad del primer tomo traducido al castellano en el siglo XIX, pues que se enuncia un solo libro.




IV
Valor y vigencia del marxismo[12]

La historia hasta la aparición del marxismo, no es sino un simple registro de hechos arbitrarios y fortuitos, acaecidos al azar, sin que puedan tener por lo mismo ninguna norma para su interpretación. O dependen, en última instancia, de la voluntad omnipotente de los grandes hombres o de los ideales de los personajes sobresalientes. Siendo esto así, es claro que la historia no pasa ser mera narración. No puede, no puede tener, la categoría de ciencia.

Es Carlos Marx el que crea el materialismo histórico –extensión del materialismo dialéctico al estudio de la sociedad– demuestra que también en la historia, al igual que en las otras ciencias, operan leyes objetivas, independientes de la voluntad humana, que rigen el desarrollo social y determinan la dirección de su movimiento. Descubrimiento que constituye uno de los grandes méritos del insigne pensador de Tréveris, porque solo en ese instante la historia se convierte en una ciencia verdadera

Fue Marx, el genial pensador alemán, el que descubrió que en la sociedad, la conciencia social está determinada por el ser social. Esto significa que todas las doctrinas y teorías sociales –políticas y jurídicas, éticas y religiosas, artísticas y filosóficas– nacen de las condiciones materiales de la vida de los hombres, principalmente por el proceso de producción. Esto es lo primario. Y sobre esta base se asientan todas las superestructuras ideológicas y las instituciones correspondientes.

La concepción marxista de base y superestructura ha sido criticada desde su aparición por intelectuales de todo género, aseverando que reduce la explicación de los fenómenos sociales a causas económicas solamente. Mas esta afirmación es falsa e implica una burda tergiversación del pensamiento de sus creadores. Marx y Engels no niegan en ningún momento el poder de las ideas. El primero llega a afirmar que ellas devienen en fuerza material cuando penetran en las masas; y el segundo sostiene que “La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta, ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y priman en muchos casos, sobre su forma”.

El marxismo sostiene que la superestructura tiene una autonomía relativa y que actúa sobre la base, razón por la que puede frenar o acelerar su desarrollo. Las diferentes formas ideológicas no nacen siempre directamente de la economía, sino que unas, como las políticas y jurídicas, están más vinculadas a ella, mientras que otras, como la filosofía o el arte, se hallan más alejadas. La fuerza de su acción, por otro lado, no es igual y difiere en cada etapa histórica, como la de la religión por ejemplo, que se erige en ideología predominante durante toda la Edad Media. No puede dejarse de considerar tampoco la interdependencia y la influencia recíproca entre las distintas formas, claro está, también en grado diferente.

La tesis marxista, en suma, no es otra, sino la que sustenta que la superestructura de la sociedad está determinada, en última instancia por su base económica. En última instancia, únicamente. Toda otra interpretación es equivocada y constituye vulgar economicismo.

Otros principios del materialismo histórico que no pueden ser soslayados en una interpretación científica de la historia son las que se refieren al papel que juegan las masas populares y las clases sociales. Es el marxismo el que ha puesto de relieve el papel preponderante y decisivo de las masas populares, que no es sino consecuencia de la afirmación de que la historia de la sociedad se basa en el desarrollo de la producción, en el cual, son las masas trabajadoras, la fuerza fundamental. Todo cambio revolucionario, toda transición de un régimen social caduco a otro más progresista, son imposibles sin su intervención.

Los cambios de un régimen social a otro más elevado dependen de la lucha de clases, el factor principal de todo avance. Si tal es el papel de la lucha de clases es claro que la historia de ningún pueblo puede ser explicada sin tomar en cuenta y sin analizar detalladamente las acciones de las diferentes clases sociales en cada una de las etapas de su desenvolvimiento. Una serie de hechos y fenómenos sociales no tendrían explicación sin tomar en cuenta la teoría de la lucha de clases. Verbigracia: no podría comprenderse la esencia del Estado y su actitud parcial en pro de los intereses de las clases dominantes. La labor de los partidos políticos –que no son sino los destacamentos activos de una clase o fracción de clase‒  quedaría fuera de toda comprensión. Igualmente la existencia de una ideología y de una cultura predominantes en correspondencia con la clase que ocupa el Poder. La misma actividad de nuestros ideólogos y líderes políticos, quedaría oscurecida, pues ella responde siempre a las necesidades de las masas, clases y partidos, de los cuales son voceros o los ejecutores de sus aspiraciones.

Desde luego, lo expuesto no implica que las acciones de las personalidades y de los grandes hombres no tengan importancia histórica, sino únicamente que no son decisivas, que no son determinantes. Tales acciones pueden ser positivas o negativas, progresivas o regresivas. Son positivas cuando traducen o descubren las necesidades fundamentales y tienen el apoyo de las masas. Entonces constituyen una fuerza poderosa capaz de hacer realidad sus objetivos.

Estas ideas son, en síntesis, el cimiento de la concepción materialista de la historia, sin la cual, a mi modo de ver, no se pueden explicar científicamente los acontecimientos históricos. Tanto es así, que varios historiadores contrarios al marxismo, para dar solidez a sus estudios, han tenido que recurrir aunque sea subrepticiamente a muchos de sus principios, claro está, suprimiendo su médula revolucionaria.

Y el marxismo es también la teoría que sostiene la necesidad del establecimiento de la sociedad socialista, tesis ahora negada también por las fuerzas políticas de derecha, que reviviendo la teoría de Hegel, que sostiene que el capitalismo es el fin de la historia humana, que no será reemplazado por ninguna otra, es decir, que será eterno. Estoy yo convencido que esto no sucederá, porque el socialismo renacerá eliminando sus errores allí donde ha desaparecido, y donde sigue existiendo, como en la gloriosa república de Cuba, seguirá siendo bandera y faro ideológico para los otros pueblos de la Tierra. De no acontecer esto, dada la voracidad del capitalismo, hoy día redoblada con el neoliberalismo, la humanidad se encaminaría a una segura catástrofe. Pero esto no se verificará, porque la humanidad no tiene vocación suicida.






[1] Oswaldo Albornoz Peralta, Montalvo: Ideología y pensamiento político, Publicaciones Tercer Mundo, Quito 1988, pp. 10-14, 33-37.
[2] Juan León Mera, Varios asuntos graves. Otra carta del Dr. D. Juan Benigno Vela, Imprenta del Clero, Quito, 1884, p, 22.
[3] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia ecuatoriana, t. I,  Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, Quito, 2007, pp. 403-406.
[4] Michael T. Hamerly, Historia social y económica de la antigua provincia de Guayaquil, Publicaciones del Archivo Histórico del Guayas, Guayaquil, 1973, p. 109.
[5] Chávez González, Rodrigo (Rodrigo de Triana) Historia de la Provin­cia de El Oro, Editorial Bolívar, Machala, 1963, p. 60.
[6] Guía Comercial, Agrícola e Industrial de la República, Talleres de Artes Gráficas de E. Redenes, Guayaquil, 1909, pp. 519-520.
 [7] Enrique Ayala Mora, Lucha política y origen de los partidos en el Ecuador, Ediciones de la Universidad Católica, Quito, 1978, p. 230.
[8] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, La influencia de la revolución de Octubre y el marxismo en los intelectuales del Ecuador, Quito, 1987.
 [9] Luis Felipe Chaves, Escuelas Económicas, en Anales de la Universidad Central N° 4, Quito, 1912. Reeditado en la recopilación La propiedad privada y el salario, Estudio Introductorio de René Báez y Lucas Pacheco, Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano N° 30, Banco Central del Ecuador, Quito, 1987, p. 169.
[10] Idem, p. 177.
[11] Catálogo de la Librería Española, Guayaquil, 1911; Catálogo General de la Librería Española de Janer e hijo, Guayaquil, 1915; Catálogo General de la Librería Sucre, Quito, 1918.
[12] Fragmentos tomados de Oswaldo Albornoz Peralta, “Por una interpretación marxista de la historia ecuatoriana”, en Enrique Ayala Mora (ed.), La Historia del Ecuador, Corporación Editora Nacional, Quito, 1985, pp. 55-71; y de su Discurso en su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad Central del Ecuador, Quito, julio del 2000.