Escrito hace
casi cinco décadas, para dimensionar la importancia de la Revolución Liberal
ecuatoriana en el contexto de similares revoluciones acontecidas en la Patria
Grande, este texto mantiene su frescura y vigencia como si hubiera sido escrito
en nuestros días. Enseñanzas de la historia, todo proceso revolucionario en América
Latina siempre fue acompañado de la solidaridad internacional de sus pueblos,
la que se inexorablemente se repetirá una vez más en su lucha contra los enemigos
que se oponen a su promisorio futuro.
La
Revolución
Liberal en el contexto de las revoluciones burguesas latinoamericanas[1]
Oswaldo Albornoz Peralta
La
revolución liberal ecuatoriana no es, desde luego, un fenómeno político
aislado. Corresponde al ciclo de revoluciones democrático−burguesas que se
verifican en algunos países de Centro y Sur América, donde en las últimas
décadas del siglo pasado la burguesía lucha sin tregua por alcanzar el poder,
pues que, gracias al desarrollo económico alcanzado, ha adquirido notable
fortaleza. Y ella tiene conciencia de ese poderío. Por eso, en amplia escala
continental, con suerte varia −alternándose las victorias y las derrotas− se
lanza sin vacilación al combate, hasta lograr la consecución de su objetivo.
Esta
lucha −que tiene como protagonistas a los representantes del retraso y del
progreso, de lo viejo y lo nuevo, del feudalismo en descomposición y del
capitalismo en ascenso− tiene como característica que no puede ser pasada por
alto, la gran solidaridad clasista que se manifiesta entre las fuerzas
liberales de las distintas naciones del continente. Todas ellas se apoyan
recíprocamente, tanto en la defensa de los ideales doctrinarios como en la
defensa de la soberanía nacional, pues hay que decir que en esta etapa
revolucionaria de la burguesía americana, no tiene aún el baldón de los
vendepatria, sino que más bien al contrario, tiene un sentido de nacional y
patriotismo. El apoyo mutuo, por lo mismo, no reconoce fronteras y se
materializa en las más distintas formas. Unas veces es la contribución
económica y otras el aporte intelectual o de la vida misma, pues no importa
donde sea la muerte, cuando ella viene defendiendo las ideas. Diríamos, que es
la época romántica, la juventud idealista de la burguesía, que
desgraciadamente, como la historia nos muestra, no es sino una breve primavera.
Recibiemiento a Eloy Alfaro a su llegada a Guayaquil para liderar la revolución |
La
revolución liberal ecuatoriana es también partícipe de esta solidaridad
clasista, tanto aportando, como recibiendo. Y en lo que se refiere a la
contribución, podemos afirmar que nuestra naciente burguesía, cumple con honor
su deber en este campo. Desde muy antiguo y desde un principio. La pluma de
Montalvo no sólo estigmatiza a tiranos de casa adentro, sino que está atenta
para combatir a aquellos que oprimen a sus pueblos más allá de los patrios
lares. Nuestra prensa democrática, mientras García Moreno apoya la invasión
francesa a México, aplaude sin reserva la lucha heroica del indio Juárez.
Federico Proaño, pobre y proscrito en Centro América, no se cansa de crear
periódicos para divulgar sus ideas liberales. Y al lado del verso y el artículo
patriótico, al lado de la ayuda intelectual en suma, también enviamos
combatientes donde ellos son necesarios. Sangre ecuatoriana se riega en lejanas
tierras. Basta recordar como el general Bowen muere combatiendo fuera de su
patria. Y como él, algunos otros.
Pero
es Alfaro el que mejor personifica la solidaridad de que hablamos. Por su
intermedio, la revolución ecuatoriana recibe apoyo de otros países americanos,
al mismo tiempo que da también su aporte para la lucha de los pueblos que
combaten por su progreso o en defensa de su soberanía. Todo su largo y
sacrificado bregar está marcado de este signo. Es que él al igual que los otros
revolucionarios de América Latina quiere la realización de sus ideales por
todos los rincones del Nuevo Continente.
Veamos
algunos hechos brevemente.
La
expedición que culmina en el célebre combate naval de Jaramijó, es realizada,
sin duda ninguna, con apoyo de los liberales del exterior. En el Diario de
Campaña del coronel Vargas Torres que las fuerzas gobiernistas logran
capturar −publicado en 1885 en la Imprenta de "El Ecuador" con el
título de Documentos para la Historia. Diario de la campaña de Alfaro−
hay una serie de datos al respecto. “Yo seguía para Popayán −dice− a recabar
auxilios del Gobierno del Cauca y aún de los Radicales. Yo llevaba cartas de
recomendación para éstos de un Radical de Panamá y para el Presidente del
Cauca, y una carta política del Presidente de Panamá”. La misma compra del
vapor "Alajuela", sólo se puede efectuar, gracias a la intervención
de políticos prestantes de Centro América. Y es por esta misma época que un
diario colombiano publica un pacto de ayuda mutua que se dice firmado por José
Luis Alfaro y los liberales del Cauca, documento que Antonio Flores reproduce
en su libro Para la Historia, denunciando la ayuda extranjera. Y si bien
no se ha probado la autenticidad del acuerdo, por lo que afirma Vargas Torres
en el párrafo que hemos transcrito, y sobre todo, porque su contenido está
conforme con el principio de solidaridad revolucionaria, es posible que sea
verdadero.
El
mismo general Alfaro no rehúsa la tarea de buscar sostén para su causa,
recorriendo con este afán, como peregrino, por toda la tierra americana. El
escritor Ángel T. Barrera. refiriéndose a su llegada triunfal a Caracas,
manifiesta: “Tuvo que ir a Venezuela cuando esa nación era gobernada por el
General Joaquín Crespo. No iba en busca de agasajos; iba en pos de elementos
para renovar el combate contra los dominadores de su país”. Pero a la par que
realiza este trabajo, no vacila tampoco en prestar su contingente personal y
poner su espada al servicio del pueblo que solicita, cuando se trata de
defender ideales semejantes a los suyos. “En ocasión en que el estado de Panamá
−dice el historiador cubano Emeterio Santovenia en su libro Eloy Alfaro y
Cuba− aún no separada de aquella República (Colombia), se hallaba amenazada
de caer bajo la dominación norteamericana, Alfaro, reuniendo a compatriotas
suyos, compareció ante las autoridades del Istmo y ofreció sus servicios para
repeler la agresión en germen”. Varios países de Centro América son teatro de
su actividad de combatiente revolucionario. Por eso, cuando la república de
Nicaragua le confiere el grado de General de División, en el Decreto de la
Asamblea Nacional se hace constar “los grandes servicios prestados por él a la
causa de la Democracia en la América Latina”, y en los discursos que se
pronuncian con tal motivo, los oradores se refieren a las “hazañas del Caudillo
Radical” y a “sus servicios especiales al liberalismo de Centro América”. (Homenajes
a Eloy Alfaro, La Habana, 1933). Y él, cuando agradece los honores que se
le brinda, confiesa que todos los liberales son hermanos y que no reconoce
fronteras para la instauración de la democracia.
El
llamado Pacto de Amapala, realizado entre representantes liberales de
Nicaragua, Colombia, Venezuela y Ecuador, es el mejor exponente de la
solidaridad revolucionaria de la época. Su objetivo no es otro que la ayuda
mutua de los pactantes para la implantación y consolidación del liberalismo en
sus respectivos países. Aunque el Pacto nunca fue escrito, su existencia es
indudable, no sólo por las referencias que hace en sus Memorias el
secretario del presidente Zelaya, Pío Bolaños Álvarez, sino porque su espíritu,
al igual que los hechos, lo demuestran de manera indudable. Hay pruebas,
inclusive, del cumplimiento de sus compromisos por parte de los signatarios. En
lo que respecta a nuestro país, se dice que el buque "Momotombo" es
puesto a disposición de Alfaro, en virtud de tal acuerdo.
Cuba,
donde la revolución burguesa se entrelaza con la guerra de independencia, es
otra faceta de esta solidaridad. Eloy Alfaro, desde un comienzo, es partidario
acérrimo de la causa cubana, tanto que hasta está dispuesto a marchar con Maceo
para participar en su heroico batallar contra el colonialismo. Él y Martí −que
lo considera como uno de los pocos
americanos de creación− forjan planes para liberar la Perla de las
Antillas y sueñan en el futuro de sus pueblos. De aquí que cuando triunfa
en 1895, no olvida un solo momento el problema de los hermanos del Caribe. La
carta a la reina de España exhortándole a la terminación de la cruenta guerra
es noble gesto de ayuda a la lucha emancipadora. Empero, realista como es,
también piensa en otros medios: el coronel Valles Franco y otros oficiales de
alta graduación, siguiendo sus indicaciones, organizan fuerzas militares para
reforzar el ejército de Máximo Gómez. Sólo el rápido colapso español, impide la
realización de este proyecto.
Monumento del Gral. Eloy Alfaro en La Habana |
Y
el Congreso Internacional reunido en México en 1896 gracias a la gestión y
patrocinio de Alfaro, tiene también un significado anticolonialista y de
defensa de la soberanía de las naciones americanas. Su propósito es, allí,
plantear el caso cubano y lograr apoyo para su emancipación. Además se quiere
discutir alrededor del alcance y las consecuencias de la célebre Doctrina
Monroe −instrumento de expansión y conquista en manos del imperialismo yanqui− para
poner coto a la unilateral interpretación de parte de los Estados Unidos. Este
el objetivo primordial del primer punto de la Agenda: “La formación de un
derecho público americano que, dejando a salvo intereses legítimos, dé a la
doctrina iniciada por Monroe la extensión que merece y las garantías
indispensables para su exacta aplicación”. La oposición un tanto velada, pero
no por eso menos pertinaz y constante de parte del gobierno norteamericano nace
de este hecho, conforme aparece de una serie de documentos. Y es esta oposición
la causa fundamental para su fracaso, no el hecho de que haya sido un país
pequeño como el Ecuador el organizador del certamen, como aparenta creer Mister
Olney, Secretario de Estado, al manifestar la no conveniencia de la reunión al
diplomático mexicano Covarrubias. Sin embargo es este argumento el que más
tarde ha sido repetido y esgrimido con tesón por publicistas reaccionarios,
como el ex−diplomático ecuatoriano Luis Robalino Dávila por ejemplo, que en su
bajo y parcial alegato antialfarista titulado Eloy Alfaro y su primera época
−tomo I− vuelve a hacer hincapié en esa infantil e hipócrita razón, pero con un
agregado genial: la falta de experiencia y capacidad de los delegados del
Ecuador... ¡De saber esto, es seguro que
el general Alfaro hubiera esperado la incorporación del señor Robalino, a
nuestro Servicio Exterior!
No,
repetimos. El factor determinante del fracaso del Congreso de México −sin que
esto signifique que no existan otras causas− es la oposición yanqui, “que
tampoco está dispuesta a prestar, a lo menos por ahora −son palabras del mismo Mister
Olney− el concurso activo necesario para que pueda tener buen éxito”. Así lo
han comprendido y dado a entender escritores distinguidos de la talla de Genaro
Estrada y Francisco Pi y Margall. Y el historiador Santovenia que ya citamos,
en su otro libro, Vida de Alfaro, lo dice sin reticencias y con toda
claridad: “Los Estados Unidos repudian una gestión encaminada a que otros
pueblos participen en la interpretación de la doctrina Monroe y miran con
recelo una conferencia panamericana”. Una conferencia panamericana que no esté
dirigida por ellos, que no está integrada con representantes títeres
naturalmente. Pero esto no entiende, ni puede entender, el señor Robalino.
Los
hechos expuestos, creemos, demuestran suficientemente la ayuda mutua y la
solidaridad de clase que existe durante la etapa revolucionaria que hemos
venido examinando, en especial, en lo relacionado con el Ecuador. Solidaridad
ejemplar y merecedora de encomio, que históricamente, se justifica con
plenitud. Porque se trata de una actitud necesaria para acelerar el progreso de
nuestros pueblos e imponer principios democráticos avanzados para la época.
Ahora,
América Latina, ha entrado otra vez en un ciclo revolucionario.
Ya
no es la burguesía la que dirige el combate, pues que ella ya no enarbola con
orgullo la bandera de la soberanía patria y ha renegado de sus antiguos
postulados. Estos, cuando más, le sirven ahora para engañar al pueblo y para
cubrir sus lacras.
Hoy,
la revolución latinoamericana, quiere la completa liberación de nuestros países
y tiene como meta el socialismo. El timonel de esta revolución de tan altos
fines, por lo mismo, no puede ser otro sino la clase obrera, en estrecha
alianza con los campesinos y junto con todos los hombres progresistas. Y para
llevar a feliz término el objetivo
revolucionario de nuestros días, nuevamente tiene que aflorar en nuestros
pueblos la virtud de la solidaridad, tanto más que las tareas son más arduas y el
propósito final más grandioso y más noble. Por lo tanto, son menester el apoyo −ya
que el período revolucionario que atravesamos, no implica necesariamente que
los cambios deben verificarse en todos los países a un mismo tiempo, pues que
ellos son dependientes de las condiciones específicas de cada uno− y este debe
presentarse unánime y generoso, para que sea garantía de victoria. Solidaridad,
y más solidaridad, debe ser la consigna.
Felizmente,
los hechos nos están probando, que esa consigna ha prendido en las masas
revolucionarias. Muchas son ya sus manifestaciones. Varias ocasiones hemos oído
la voz de los pueblos protestando contra el aleve zarpazo del imperialismo
yanqui, el enemigo número uno, el enemigo más encarnizado de nuestras jóvenes
naciones. Los casos de Guatemala, Santo Domingo y Cuba, nos dicen eso.
Sólo falta que el grito sea
más estentóreo. Que el golpe conjunto sea mucho más fuerte. Esto nos abrirá el
camino para marchar con paso firme hacia adelante. Hacia el triunfo definitivo.
[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Del crimen de El Ejido a la revolución del 9 de Julio de 1925, Editorial
Claridad, Quito, 1969, pp. 23-28.