miércoles, 24 de febrero de 2016

400 años de la condena como herética de la teoría copernicana



Hace 400 años la Inquisición condenó como herética la teoría copernicana y prohibió a Galileo Galilei, después del juicio que le instauraron,  que la siga difundiendo. Aquí esa historia y  el largo debate entre Geocentrismo y Heliocentrismo en el actual Ecuador



Geocentrismo y heliocentrismo[1]


Oswaldo Albornoz Peralta


           
Quince siglos reina sin rival el sistema geocéntrico del alejandrino Claudio Tolomeo. Su libro Almagesto es la biblia de la astronomía. La tierra, inmóvil, es el centro del universo. A su alrededor gira el sol resplandeciente.
            Esta verdad está avalada por Aristóteles y el Doctor Angélico, indiscutibles cumbres de la sabiduría en ese tiempo. Y más todavía, está ornamentada con la inspirada palabra del Dante Alighieri. También Shakespeare, en las páginas de algunas de sus admiradas obras, mantiene, como quiso Dios, a la Tierra en el centro y sin ninguna clase de movimiento.
            La Teología -doctrina sobre Dios- se convierte en la ideología dominante y pone todas las ciencias bajo su férreo fuero. Los dogmas de la Iglesia y los textos bíblicos son verdad indiscutible.
            Nada puede salirse de este campo. La Tierra tiene que ser como dicen las Sagradas Escrituras y los doctores de la Iglesia. Pese a la afirmación del mismo Tolomeo, ni siquiera puede ser esférica y tener antípodas, porque los hombres que estuvieran al otro lado de la Tierra en el día del juicio, no podrían ver el descenso del Señor desde los cielos. Así piensa San Agustín, el obispo de Hipona, en su Ciudad de Dios.
            Todo esto sucede hasta la aparición en 1543 De las revoluciones de las esferas celestes
De Revolutionibus Orbium Coelestium- obra del canónigo polaco Nicolás Copérnico. Engels afirma en la Dialéctica de la Naturaleza que este libro constituye el acta revolucionaria de la ciencia de la naturaleza. Independencia de la Teología, lógicamente.
            El libro permanece largos años sin publicarse y quizás no habría aparecido nunca si no fuera por la insistencia de Rhetico, uno de su admiradores. Copérnico, como Descartes o Erasmo, no tiene pasta de mártir. No se olvida de poner una elogiosa dedicatoria al Papa Paulo III. Muere cuando sale a luz su libro y, felizmente,  por esto no alcanza a ver ni sufrir las consecuencias que ocasionan sus investigaciones astronómicas.
            Aunque no se crea, la portentosa obra pasa largo tiempo desapercibida. Hasta es objeto de burlas. Un holandés, un tal Gnafeo, escribe un sainete con ese propósito. Es seguro que para esa inadvertencia influye el malicioso prólogo puesto por Osiander, donde este luterano afirma que se trata de meras hipótesis para mejorar los cálculos astronómicos, afirmación que muchos creen que pertenece al autor del libro porque no lleva firma.
            Pero luego, cuando se va aclarando el problema del prólogo, comienza la ofensiva, ya que Copérnico asevera todo lo contrario de Tolomeo: el Sol está en el centro y la Tierra se mueve a su alrededor y sobre su eje. Así, la morada del hombre creada por Dios, pasa a un lugar subordinado. Y esto, es tamaña herejía.
            Los primeros en combatir el sistema copernicano son los protestantes.
            El doctor Lutero, jefe de la reforma y traductor de la Biblia al idioma alemán, manifiesta con enfado:

Este necio desea revolucionar toda la ciencia astronómica, pero, las Sagradas Escrituras nos dicen que Josué ordenó al sol que se detuviera, no a la Tierra.[2]

            Felipe Melanchton, otro prestante protestante, alemán y autor de la Confesión de Augsburgo, consigna esto en su libro sobre los Elementos de la física:

... ciertos hombres, bien por afán de novelería, bien por hacer despliegue de ingenio, han llegado a la conclusión de que es la Tierra la que se mueve y que ninguna de las ocho esferas o el sol dan vueltas.[3]

           Para dar mayor fuerza a sus palabras cita versículos de los Salmos  y del Eclesiastés, según los cuales, necesariamente, la Tierra tiene que ser el centro del universo.
            El fanático Calvino, que enciende la hoguera para Miguel Servet por haber dicho que la sangre circula, en sus Comentarios al Génesis, basándose en un versículo, del Salmo 93, pregunta triunfalmente: “¿Quién se aventurará a colocar la autoridad de Copérnico por encima de la del Espíritu Santo?” [4]
            Más tarde, en 1679, la facultad de Teología Protestante de Upsala, condenará al gran astrónomo sueco Niels Celsius por defender la teoría copernicana.
            Pronto cambia esta situación. Los católicos, tanto en extensión como en tesón, superan ampliamente a los protestantes. Los jesuitas, vanguardia de la Contrarreforma, se convierten en los principales impugnadores del sistema copernicano.
            El astrónomo italiano Galileo Galilei es el principal perseguido. Y uno de los primeros en ser llamado a juicio.
            El 26 de febrero de 1616 se obliga a Galileo a comparecer ante el cardenal Bellarmino y el comisario del Santo Oficio, los que le exhortan a que abandone sus equivocadas teorías copernicanas, advertencia o petición a los que no puede negarse, pues sabe que proviene del Papa Paulo V. Sabe que a su pedido, la Inquisición había censurado los principios establecidos por Copérnico.

 
Galileo ante el tribunal de la Inquisición

         Acto seguido, para que tan peligrosas teorías no se propaguen, se procede a condenarlas. La Congregación del Índice, en decreto aparecido el 5 de marzo del año antes citado, decide que el libro de Copérnico De las revoluciones de las esferas celestes sea suspendido hasta ser corregido y condena y prohíbe todas las otras obras que se refieran o traten de lo mismo.
            Parece que resultan difíciles las correcciones al libro de Copérnico, pues se dan a conocer en 1620. Prácticamente la “corrección” del capítulo VIII, implica el abandono de su doctrina. Y, por otro lado, según anota White, parece que se quiere, siguiendo a Osiander, reducir sus descubrimientos a simple hipótesis.
            No obstante lo sucedido en 1616 Galileo no renuncia a sus concepciones. En 1630 llega a Roma su manuscrito titulado Diálogo sobre las dos máximos sistemas del mundo, ptolomeico y copernicano. Uno de los dialogantes, un bobo nominado Simplicio, es el encargado de defender el sistema de Tolomeo valiéndose de los sesudos argumentos de los peripatéticos. Esto resulta sumamente grave, pues según Kesten –Biógrafo de Copérnico- varias de las razones expuestas por el buen Simplicio correspondían a las que el Papa Urbano VIII, peripatético convencido, había sostenido en sus conversaciones con Galileo. Así, para el pontífice, el juzgamiento se convierte en asunto personal.
            La herejía, unida a la burla, no podían quedar sin el condigno castigo.  Efectivamente, en 1633, un tribunal eclesiástico le obliga a firmar esta retractación:

Yo, Galileo Galilei, a los setenta años de mi edad, ante la justicia, y teniendo ante los ojos los Santos Evangelios que toco con mis propias manos, con corazón y fe sinceros, abjuro, maldigo y detesto el error, la herejía del movimiento de la Tierra.[5]

            Además de ser torturado es declarado preso de la Inquisición, Se le prohíbe toda clase de entrevistas sin la presencia de los inquisidores. Los Diálogos se inscriben en el Índice y todos los ejemplares existentes son destruidos. Galileo muere en 1642.
            La persecución de los copernicanos prosigue sin tregua. Campanella, el autor de La ciudad del Sol y de la Apología de Galileo es apresado largos años. El Compendio de Astronomía copernicana de Kepler, publicado en la ciudad de Linz, es condenado y prohibido por la Inquisición. Y se cursan órdenes especiales a las universidades, entre ellas a la célebre de Salamanca, para que los profesores se abstengan de enseñar la herética doctrina del movimiento de la Tierra.
            España, fortín de la Contrarreforma, como es de suponer, se rige estrictamente por los dictámenes de Roma. Aunque no se crea, varias instituciones educativas, mantienen la regla de no hablar sobre los movimientos de la Tierra hasta mediados del siglo XIX. Sus pensadores más lúcidos y eruditos tienen que seguir esta pauta o sostener que la teoría copernicana es mera hipótesis unas veces, y otras, adoptar la tesis de la inmovilidad de la Tierra del astrónomo danés Tycho Brahe, so pena de caer en manos de la terrible Inquisición.  Este es el caso del benedictino Benito Feijóo, cuyas obras tienen tanta difusión en las colonias españolas, que afirma en una de sus Cartas que el mayor argumento contra el sistema de Copérnico es su oposición a la Autoridad de la Escritura, para lo cual recurre a varios textos bíblicos. Oíd su  parecer final:

Debe confesarse, que El Systema vulgar, o Ptolemaico es absolutamente indefensable, y solo domina en España por la grande ignorancia de nuestras Escuelas en las cosas Astronómicas; pero puede abandonarse este conjuntamente con el Copernicano, abrazando el de Tycho Brahe, en el cual se explican bastantemente los Fenómenos Celestes.[6]

            Sin embargo, tanto en la metrópoli como en las colonias españolas, con las precauciones de rigor, empiezan a seguir el camino de la ciencia, y a sostener que la Tierra se mueve, pues no hacer esto, después de Galileo, Kepler y Newton, era convivir con un retraso vergonzante. Y es a mediados del siglo XVII que se inicia este avance.

El sabio Mutis

            El científico español José Celestino Mutis, radicado en el Virreinato de Nueva Granada, defiende públicamente el sistema copernicano.  Por esta razón es enjuiciado por el Tribunal de la Inquisición de Cartagena, que no puede dictar sentencia, porque uno de los dos calificadores dice que el sistema de Copérnico sólo se puede admitir como hipótesis, mientras el otro no se atreve a dar ninguna solución definitiva, razón por la que el asunto se eleva a conocimiento de la Suprema Inquisición de Castilla, que tampoco emite ninguna sentencia condenatoria. ¿Esto, por qué?  Philip Louis Astuto, en su libro sobre Eugenio Espejo, dice esto al respecto:

Los jueces del Supremo se declararon a favor de Mutis, no porque creyesen en las nuevas doctrinas astronómicas ni en Mutis, sino más bien porque un edicto de Carlos III había autorizado tales enseñanzas.[7]

             No obstante el nulo resultado del juicio, Mutis queda con el inri de sospechoso de herejía, razón por la que sus enseñanzas no prosperan ni se difunden mayormente. Astuto dice que se suspende luego la divulgación de los principios de Newton –basados en el sistema copernicano- por considerar que son contrarios a varios textos bíblicos. Así, se quiere evitar, que prosigan las controversias suscitadas.
            Y en la Real Audiencia de Quito, dentro de cuyos límites se encuentra el Ecuador actual,  también, entre los escolásticos y ortodoxos fieles a Roma, empiezan a surgir los primeros partidarios de Copérnico.
            Veamos brevemente este proceso, indicando el parecer de los unos  y de los otros.

            El jesuita español Francisco Javier Aguilar, profesor de la Universidad quiteña San Gregorio Magno, en su Curso de Filosofía advierte que la doctrina del movimiento de la Tierra está prohibida que se enseñe como tesis por la Congregación de la Inquisición Romana, que no obstante permite que se la considere como hipótesis. Afirma que los modernos astrónomos por conocer mediante el telescopio cosas que los antiguos ignoraban, rechazan el sistema de Ptolomeo y aceptan el sistema ticono, el de Tycho Brahe, al que considera como el mejor. Y finalmente expresa que “no sin razón se prohibió la doctrina de Copérnico, pues muchos testimonios de la S. Escritura prueban que la tierra está inmóvil y que el sol se mueve.” [8] Es decir, que se mantiene apegado a la Teología y a los preceptos de la Iglesia.
            Aguilar es reemplazado en la cátedra por el jesuita ecuatoriano Juan Bautista Aguirre, nacido en la población de Daule, en la provincia del Guayas.
            Aguirre, como se sabe, pertenece a la historia ecuatoriana, especialmente en el campo de la literatura. Gonzalo Zaldumbide dice que su poesía está impregnada de magia y defiende así su valor poético:

Grande resulta, a mi ver, el poeta tenido, hasta hoy, exclusivamente por letrillero jocoso y mordaz, o por culterano insoportable; el poeta de quien no se ha celebrado entre nosotros más inspiración que la de una pueril hipérbole seguida de una mala burla.[9]

            La mala burla se refiere a su conocido poema titulado Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito. Espejo en el Nuevo Luciano de Quito, y Juan León Mera en la Ojeada histórico – crítica sobre la poesía ecuatoriana, no se muestran muy admiradores de la obra poética del jesuita.
            Pero también Aguirre, tiene sitio en el campo de la ciencia. Es escolástico y para él la última palabra tiene la Teología en el quehacer científico, ciencia en la que debe ser sobresaliente, pues luego de la expulsión de los jesuitas de las colonias americanas llega a ser consultor teólogo de monseñor Gregorio Barnaba Chiaramonti, que asciende al pontificado con el nombre de Pío VII.  Es implacable con los que no se rigen por los cánones eclesiásticos. No se detiene ni siquiera ante la nombradía de Descartes, de quien se burla recurriendo a unos malos versos del sacerdote inglés Enrique Owen:

Que la tierra es inmóvil tú te atreves
a negar, y nos cuentas mil prodigios!
Al escribir tu serie de invenciones
Seguramente estabas en las nubes.[10]

            Veamos, ahora,  su parecer sobre el sistema copernicano que, por lo dicho, no puede ser favorable.
          Su opinión al respecto consta en el libro Física de Juan Bautista Aguirre, traducido del latín por Federico Yépez y publicado en Quito en 1982.  Es una versión de una de sus clases de filosofía dictadas en la Universidad de San Gregorio durante el lapso de 1756 – 1759.  El que escribe esta versión, como es costumbre en la época, es un alumno jesuita, el italiano Felipe María Raimer, según afirma el sacerdote Julio Terán Dutari, autor del Estudio Preliminar de la obra.  Naturalmente, es dictado y corregido por el profesor.
            Aguirre empieza su disertación sobre el sistema copernicano citando los antecedentes griegos y el libro Docta ignorancia del cardenal de Cusa que sostienen que el Sol  está en el centro y la Tierra y otros planetas giran a su alrededor.
A pesar de que afirma que con este sistema se explican divinamente todos los fenómenos celestes, dice que no resiste a los experimentos y razones de la física, por lo cual ha sido rechazado por el jesuita Riccioli y el teólogo Amort. Agrega que, además, está en contra del convencimiento de la mayoría del género humano.
Mas las pruebas más contundentes son las de carácter religioso. Expresa que el sistema de Copérnico es contrario a las Sagradas Escrituras y para demostrar este aserto cita varios textos bíblicos, entre los cuales, claro, no falta ese de Josué. Esos textos, según él, deben ser entendidos en sentido literal, pues de no ser así, “toda la S. Escritura caería por tierra y cada cual podría interpretarla a su arbitrio como un compendio de alegorías”.[11]
Por las razones que acabamos de indicar, manifiesta que el sistema copernicano fue condenado por la S. Congregación de Cardenales en 1616 y nuevamente por disposición de Urbano VIII en 1633. Doctrina que fue “tachada de absurdo filosófico, y por lo  que hace a la inmovilidad del sol, formalmente herética, por estar en abierta oposición con la S. Escritura.” [12]
Finalmente, después de rebatir jactanciosamente las opiniones sobre la movilidad de la Tierra, como muchos otros, se pronuncia por Tycho Brahe. “Afirma –dice- con la mayoría de los astrónomos y los filósofos, que el sistema de Ticho Brahe es preferible al de Ptolomeo y al de Copérnico”.[13]
Un alumno de Aguirre, el jesuita italiano José María Linati, defiende en 1759 su Tesis de Filosofía, que está dedicada a su profesor. No hay mayores novedades en la tesis anotada. El autor dice que su defensa se basa  en argumentos filosóficos solamente, dejando a los teólogos los de índole teológica. Luego, refiriéndose ya a los sistemas del mundo, expresa que deben ser rechazados tanto el de Ptolomeo como el de Copérnico, el primero por ser contrario a las observaciones astronómicas y el segundo por oponerse a las Sagradas Escrituras. Afirma, basándose en algunos razonamientos de su maestro Aguirre, que nada prueban el movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol. También dice, respaldado “en la Escritura y en los Santos Padres, que no existen astrícolas, es decir, habitantes de los astros”.[14] Sin duda, esta afirmación, tiene por objeto refutar a Giordano Bruno y otros que sostienen la existencia de vida y habitantes en otros planetas.
Como era de esperarse, Linati termina prefiriendo, al igual que Aguirre, a Ticho Brahe.
Al profesor Aguirre sucede en la cátedra el jesuita español Juan de Hospital. Su importancia estriba en que había introducido en Hispanoamérica la filosofía newtoniana en la Universidad de San Gregorio por primera vez, antes que Mutis, según sostiene el investigador Ekkehart Keeding. Esto, con la natural cautela desde luego, pues según afirma el científico que acabamos de citar, ante el público, da a sus enseñanzas un carácter aparentemente aristotélico.

Fachada de la Universidad

El pensamiento de Hospital se conoce gracias a la tesis de su alumno, el doctor ibarreño Manuel Carvajal, tesis planificada según Keeding, conjuntamente con su profesor. La tesis antedicha, en resumen sostiene lo siguiente:

Afirmamos que el mundo es uno solo, es decir, que no existen hombres en otros planetas. Está suficientemente probado por las congruencias físicas y lo demuestra la autoridad de la S. Escritura y de los Concilios, que el mundo no ha existido desde la eternidad. Se debe rechazar de plano, como contrario a la física y a la astronomía, el sistema de Tolomeo acerca del mundo, sistema que pretende que los cielos son sólidos. El sistema de Ticho es contrario a las leyes físicas. En consecuencia, se debe preferir a los otros sistemas el de Copérnico, que defiende el movimiento de la tierra, como el más acorde con las observaciones astronómicas y las leyes físicas.[15]

Sin embargo, por prudencia, Carvajal sigue llamando al sistema creado por Copérnico, según la práctica de la Iglesia: Copernicana hypothesis, según asevera Keeding.
Esas tesis creacionistas de la no existencia de hombres en otros planetas y de que el mundo no ha existido desde la eternidad, son inspiradas en los textos bíblicos.
Después de la expulsión de los jesuitas se dictan planes de estudio en 1788 para la secularizada Universidad de Santo Tomás, donde se obliga a suprimir de la cátedra de Filosofía la enseñanza del sistema copernicano y se sugiere preferir, para estar a tono con la religión, el sistema de  Ticho Brahe.
Este retroceso es censurado por el precursor Espejo:

Eugenio Espejo –dice Keeding- que en 1760/61 había aprendido el sistema copernicano y las leyes físicas de la gravedad de los cuerpos celestes según Isaac Newton en el curso del Padre Hospital, criticaba el hecho, que en la universidad de Quito había hecho pasos atrás en la enseñanza de filosofía, enseñando a Tycho Brahe.[16]

                La transcripción demuestra que Espejo era un convencido copernicano. Es seguro que esta concepción científica es compartida por otros hombres progresistas de la época.
            Uno de esos hombres, sin duda alguna, es el sacerdote progresista Miguel Antonio Rodríguez, traductor de los Derechos del Hombre, redactor de nuestra primera Constitución y ardiente partidario de nuestra independencia. Al respecto, Keeding se expresa así:

(...) el Dr. Miguel Antonio Rodríguez, como albacea principal de los planes de Espejo, públicamente enseñaba desde el segundo año de su primer curso de filosofía desde 1794 hasta 1797 en la Universidad de Quito el sistema copernicano y la física moderna según Isaac Newton.[17]

            Keeding pondera la importancia de la lucha emprendida por Hospital y Rodríguez contra las fuerzas tradicionalistas cristianas que oponen a la aceptación del sistema copernicano. Afirma que esta lucha es similar a la que se verifica en Europa en esa misma época, hecho que coloca a la Universidad de Quito a la misma altura de los centros culturales del Viejo Mundo, donde la pugna tiene parecidas características.  Agrega que, por lo tanto,  nuestra Universidad no es tan “colonial” como se ha supuesto la mayoría de las veces.
          Su alumno Pedro Quiñones y Flores, con la dirección del Dr. Rodríguez, escribe la Theses Philosophicae  sive Philopsophia Universa, donde se defiende el sistema copernicano. Este trabajo se edita en 1797 y con él se presenta Rodríguez, por segunda vez, a la oposición para retener la cátedra de filosofía, cátedra que gana por mayoría de votos el 26 de agosto de 1797. Keeding dice que en este segundo curso se introduce la enseñanza de anatomía, otra innovación que tiene lugar en la Universidad de Santo Tomás de Aquino.
            Uno de los contendientes de Rodríguez, Luis Quijano –que en 1812 será representante en el primer Congreso que se realiza en la ciudad de Ambato- también es copernicano. Pero en su tesis, para defenderse de los posibles ataques de los tradicionalistas, según Keeding, pone una frase salvadora: Sacrae scripturae non adversatur... Y al parecer, surte efecto.
          Es de pensar que para el tiempo en que se inician las guerras de la independencia el número de copernicanos ha crecido en la intelectualidad quiteña. Es seguro que el prócer Manuel Quiroga es uno de ellos. Traduce el trabajo del filósofo alemán Leibniz en el que argumenta a favor del sistema de Copérnico y pide que la Iglesia Católica lo reconozca. Es sabido que el autor de la Teodicea, con este pedido se dirige al Papa.
Instaurada la república, el presidente Vicente Rocafuerte implanta la enseñaza del sistema  copernicano. El sacerdote Severo Gomezjurado, en el tomo primero de su extensa biografía de García Moreno, expresa que el mandatario procede “acertadamente al proscribir del Colegio de San Fernando el anticuado sistema de Tolomeo”.[18]
Es de advertir que para entonces la Iglesia se ha visto obligada a retroceder en su tozuda oposición al sistema copernicano. Ya en 1757 la Congregación del Índice resuelve suprimir la prohibición general que existía para todas las obras que afirmaran que la Tierra se mueve, pero manteniendo la prohibición, entre otros libros, para las Revoluciones de Copérnico, Compendio de Astronomía copernicana de Képler y los Diálogos de Galileo. Y por fin, en 1835, aparece el Index Librorum Prohibitorum sin la lista de los libros antes referidos.
Después de este cambio significativo, como es comprensible, ya no hay mayores persecuciones y condenas contra los copernicanos, aunque subsisten todavía tradicionalistas fanáticos apegados con fuerza a los relatos bíblicos y a las concepciones de los Padres de la Iglesia.
Ahora, el Vaticano y la Iglesia en general, están más preocupados en justificar su oposición al sistema de Copérnico y la persecución sin tregua de sus partidarios. Difícil tarea desde luego, porque difícil es vindicarse de una larga campaña contra una verdad científica y probar con lógica las razones para sancionar a sabios de la categoría de Copérnico, Képler y Galileo entre tantos otros.  Sin embargo, ante la evidencia histórica de los hechos, es trabajo que se tiene que emprender necesariamente, aunque su causa no salga muy bien librada la mayoría de las veces...
Así, por ejemplo, el jesuita Domenico Mondrone, en la revista La Civiltá Cattolica del Vaticano, afirma esto refiriéndose a Galileo:

No fue un divorcio entre la ciencia y la fe, que nunca dejaron de ser los mejores amigos... El desacuerdo surgió entre teólogos y científicos... Los teólogos tuvieron una preocupación pánica por la Escritura. Galileo tuvo la imprudencia de meterse con la Sagrada Escritura.[19]

            Por imprudente, tortura, largos años de prisión y condena de sus trabajos científicos.
            Otro, Luigi Firpo, trata de salvar la responsabilidad de los Papas en el proceso contra Galileo. Afirma que la sentencia no está confirmada “desde la cátedra”, como si esto limpiara de culpa, pues se conoce hasta la saciedad sus intervenciones personales en la condena.  Se sabe que la Inquisición que condena y prohíbe sus obras, está dirigida por ellos, sin cuya autorización, nada se mueve.
         Entre nosotros también existen defensores de los contrarios al sistema copernicano. El arzobispo González Suárez, en su libro Estudios Bíblicos, hace esfuerzos inauditos con este objeto.  Expresa que  “uno es el criterio de la ciencia, y otro el criterio de la vista”, añadiendo que “después, la razón, examinando los fenómenos físicos, corrige y rectifica el testimonio de los sentidos”.[20] Como se ve, la defensa resulta poco convincente, por decir lo menos, pues se reconoce que los sostenedores de la inmovilidad de la Tierra se guiaron por la vista y nunca recurrieron a la razón para corregir el error.  La sinrazón, entonces, se impone a la ciencia.
            Luego se refiere así a los textos bíblicos:

La Biblia, como lo hemos dicho ya repetidas veces, se expresa con el lenguaje ordinario del común de los hombres, y no con el lenguaje científico de las academias o libros de Astronomía. Cuando nos dice que Josué hizo parar el Sol, debemos entender, que Dios suspendió, de una manera milagrosa, las leyes del mundo planetario, en beneficio del pueblo escogido.[21]

            Desgraciadamente, los inquisidores que condenaron a los copernicanos, no fueron capaces de verter el lenguaje bíblico al lenguaje científico... Pero recuérdese que otros sacerdotes, menos inteligentes que González Suárez, sostuvieron que la Biblia se debía entender literalmente.
También en el Informe sobre la Carta a los Obispos de Cornejo Cevallos, rebatiendo a este autor, afirma que no fue la Iglesia la que condenó a Galileo, sino una junta de teólogos del Santo Oficio, que se equivocaron como cualquiera otra corporación científica. Pero se abstiene de decir que esta condena equivocada fue acogida por la Iglesia y sirvió de base para la prohibición del sistema copernicano y la persecución de sus partidarios. Tampoco habla de la intervención de los Papas en esa sanción injusta.
            Su justificación termina –no sabemos por qué- tratando de inculto e indelicado a Cornejo Cevallos y recomendándole la lectura del Manual de Urbanidad del señor Carreño.
            Ninguna de las justificaciones ha valido. El Vaticano, dándose cuenta de esto, no ha tenido otra opción que reconocer las equivocaciones cometidas. El Papa Juan Pablo II, en 1979, rehabilita a Galileo Galilei, confesando que el gran astrónomo italiano, fue injustamente condenado por la Iglesia. Por fuerza, la rehabilitación de Galileo, tiene que extenderse a todos los perseguidos y condenados.
Todo esto a más de tres siglos de la condena. Pero, después de todo, más vale tarde que nunca...



[1] Ver de Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia ecuatoriana, Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, Quito, 2007, pp. 135-151.
[2] Andrew D. White, La lucha entre el dogmatismo y la ciencia en el seno de la cristiandad, siglo veintiuno editores, México, 1972, p. 174.
[3] Idem, p. 175.
[4] Idem.
[5] Georges Cogniot, Religión y Ciencia, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1960, p. 25.
[6] Fr. Benito Feijóo, Cartas Eruditas y Curiosas, Imprenta Real de la Gazeta, Madrid, MDCCLXXVII, p. 229.
[7] Philip Louis Astuto, Eugenio Espejo, Fondo de Cultura Económica, México, 1969, p. 35.
[8] Francisco Aguilar S. J., Curso de Filosofía, en  Pensamiento Ilustrado Ecuatoriano, Banco Central del Ecuador, Quito, 1981, p. 107.
[9] Gonzalo Zaldumbide, Prólogo del libro Poesías y obras oratorias de Juan Bautista Aguirre, Imprenta del Ministerio de Educación, Quito, 1943, p. xxv.
[10] Juan Bautista Aguirre, Física, Pontificia Universidad Católica del Ecuador y Banco Central, Quito, 1982, p. 32.
[11] Idem, p. 375.
[12] Idem, p. 375.
[13] Idem, p. 382.
[14] Varios, Pensamiento Ilustrado Ecuatoriano, op. cit., p. 130.
[15] Idem, p. 144.
[16] Ekkehart Keeding, “Las ciencias naturales en la Antigua Audiencia  de Quito”, en Boletín de la Academia Nacional de Historia Nº 122, Editorial Ecuatoriana, Quito, 1973, p. 62.
[17] Idem, p. 66.
[18] Severo Gomezjurado S. J.,  Vida de García Moreno, t. I, Editorial El Tiempo, Cuenca, 1954, p. 126.
[19] Citado por I. Grigulevich, Historia de la Inquisición, Editorial Progreso, Moscú, 1976, p. 132.
[20] Federico González Suárez, Estudios Bíblicos, Impreso por F. Ribadeneira, Quito, 1897, p. 174.
[21] Idem, pp. 174-175.