En julio de 1767, a la edad de 20
años, se gradúa como médico el prócer de la primera independencia
latinoamericana Eugenio Espejo. En conmemoración de su natalicio, 21 de febrero, se instaura en su honor el día del médico ecuatoriano por sus múltiples aportes en el campo de la ciencia y la salud pública. Por eso y más los ecuatorianos lo recordamos siempre en esta fecha.
El Pensamiento
científico de
Oswaldo Albornoz Peralta
Durante el
medioevo, la teología ‒doctrina sobre Dios‒ se había convertido en la ideología
única y predominante al anexar y transformar en aditamentos suyos a todas las
otras formas ideológicas: filosofía, ciencias, política, moral, etc.
Supremacía adquirida, como consecuencia lógica de la posición predominante de
la Iglesia.
Y la
escolástica, filosofía del feudalismo cristiano, como no puede ser de otra
manera, está totalmente subordinada a la teología, es su “sierva”, como a
menudo se ha dicho. Por tanto, todos los asuntos tienen que explicarse y
concordar con los dogmas eclesiásticos, las afirmaciones bíblicas, las
doctrinas de los Padres de la Iglesia o de algunos filósofos antiguos,
Aristóteles principalmente, pero tergiversado y mutilado. Así, se pone a la
religión y a la fe por encima de todo, inclusive, por encima de la razón.
Moviéndose
dentro de este círculo de hierro, la escolástica toma la característica de un vacío y estéril arte de discusión, en
puro verbalismo, donde la verdad no interesa para nada, pues está dada para
siempre por la religión. No tiene en consecuencia ningún interés en el
desarrollo de las ciencias naturales y la experiencia está totalmente fuera de
su esfera. Y en esta forma ‒no hace falta decirlo‒ se convierte en valladar
para todo progreso.
Mas esto no
puede subsistir. El adelanto alcanzado por la economía, el avance de la
industria y la expansión del comercio, imponen nuevas concepciones. Se hace
necesario el fomento de la técnica y de las ciencias naturales. Y para esto
resulta imprescindible un cambio en el sistema educativo, monopolizado por el
clero y, por ende, sometido a las normas impuestas por la escolástica.
La fuerza
que impulsa la transformación no es otra que la burguesía, que ve en la
independencia de la ciencia una palanca para el desarrollo de la economía, conforme
conviene a sus intereses de clase. En España son los ilustrados, que pese a su
debilidad y obstáculos que tienen que vencer, los que siguen este camino. Y en
sus colonias esta posición es adoptada por los hombres más progresistas de los
diferentes países.
Espejo, ojo
avizor a todo lo nuevo, no podía estar fuera de este movimiento, tanto más que
en nuestra patria hay mucho que hacer en este campo, pues el atraso reina por
doquier se dirija la mirada. Pocas son las personas ‒Miguel Jijón, Pedro Vicente
Maldonado, Franco Dávila y algunos otros‒ que salen de esta mediocridad que
rodea el ambiente.
Eduardo Kingman, Historia Ilustrada del Ecuador. |
La tarea
que tiene por delante, entonces, es por demás dura y riesgosa.
Ya en su
primer libro, El Nuevo Luciano de Quito,
inicia su ataque contra la escolástica, como hemos dicho, rectora omnímoda en
todos los claustros de enseñanza. Al respecto, pone en boca del doctor Mera ‒personaje
que representa su pensamiento en los diálogos de la obra‒ las siguientes
palabras:
La lógica verdaderamente era una intrincada metafísica; y de una
exacta indagación de la verdad, se había vuelto una eterna disputadora de
sutilezas despreciables e incomprensibles. De allí tantas cuestiones inútiles,
en que se evaporaba la delicadeza de los ingenios. Y empezando desde las
Súmulas, nuestro término lógico era
la piedra de escándalo en que tropezaban con infinitas novedades vagas y
confusas, predecesores y catedráticos sucesores (...) era el arte de ejercer
solamente el ingenio en zancadillas imaginarias, de enervar la razón, y de
tener ligado a un vergonzoso ocio el juicio, facultad animástica la más
excelente, la más necesaria y la que hace el mérito del hombre hábil.[2]
La crítica
nos parece certera, aunque González Suárez diga que “Espejo confunde la ciencia
con los defectos de Escuela de los cultivadores adocenados de la Escolástica” [3] y que sus
ataques provienen de la lectura de escritores galicanos como Fleury. Pero, ¿acaso
no son archiconocidas las absurdas discusiones de los más altos representantes
del escolasticismo? También se sabe con detalle su ceñuda oposición a evidentes
avances científicos, su tenaz guerra a los pensadores más esclarecidos por
pensar que sus afirmaciones se oponen a los dogmas de la Iglesia o a las Sagradas
Escrituras. El adocenamiento, es la esencia misma de la Escolástica.
La adhesión
de Espejo a las ideas del estudioso portugués Luis Antonio de Verney enunciadas
en su libro El verdadero Método de Estudiar
‒que aparece con el seudónimo de Barbadiño para evadir la censura‒ evidencia
también su actitud en favor de las reformas. En el mismo libro ya citado
demuestra con franqueza su admiración a los trabajos de este reformador. Admira
su erudición y la solidez de sus juicios.
¿Cuáles son
las novedades y proposiciones del Barbadiño? Jean Sarrailh las resume así:
Los profesores se hallan demasiado sometidos a la autoridad de
Aristóteles y a la escolástica. Se tiene por los antiguos un culto
supersticioso, y a los modernos se les niega todo mérito. Nadie se preocupa
por la observación ni por la experimentación. El derecho se estudia sin la
ayuda de las ciencias auxiliares que permitirían entender los hechos. Lo único
que se pone a contribución es la memoria. La teología se complace en las
sutilezas más que en el examen de las Sagradas escrituras.
La física, si ha de ir precedida del
estudio de las matemáticas, tan descuidadas aún, ni puede enseñarse sino
mediante experimentos. La medicina debe conceder un lugar muy amplio a la
anatomía, de la cual depende todo, y a las observaciones de los enfermos de los
hospitales, tal como el derecho debe atender a la historia romana, a la
historia nacional y a la crítica de las leyes, que no son intangibles.[4]
Este
pensamiento renovador tiene una gran difusión en España y contribuye poderosamente
para que se introduzcan reformas en la enseñanza y se modernicen los planes de
estudios en las universidades. En América también tiene influencia. González
Casanova, luego de mostrar las tesis esgrimidas y las intrascendentes
discusiones de los escolásticos, afirma que la obra de Verney tiene gran
propagación en la Nueva España.[5]
Naturalmente
la obra de Barbadiño no podía pasar desapercibida por los contrarios. Uno de
los primeros en entablar el combate es el jesuita José Francisco Isla, que pese
a ser el autor de la célebre Historia del
famoso predicador Fray Gerundio de Campazas condenada por la Inquisición en
1740 por las sátiras contra las otras órdenes religiosas, es de ideas
absolutamente conservadoras y enemigo jurado de todos los que simpatizan con
las doctrinas de los filósofos franceses, cuyos libros califica de pestilentes
y apestados. Otro jesuita, el padre Antonio Codormín, es todavía más violento
en el ataque. En su libelo Desagravio de
los autores y facultades que ofende el Barbadiño, tacha a la obra de Verney
como heterodoxa: “Nunca ─dice─ cita escritor hereje sin elogio, ni católico
sin censura”.[6]
En América
sucede igual fenómeno. Hasta es denunciado ante el Santo Oficio “por una
expresión vilipendiosa del Sumo Pontífice y por otra en que el filósofo
portugués hablaba de las dificultades de probar la existencia de Dios”.[7] Y en este
caso, el denunciante, el sacerdote Juan Benito Díaz de Gamarra, no es
cabalmente un oscurantista, pues, es partidario de la renovación de los
estudios, razón por la que también fue denunciado alguna vez ante el mismo
tribunal. Son hechos extraños y contradictorios de esa época de pugna y
ebullición de ideas.
Volvamos a
Espejo.
El
precursor, como todos los pensadores liberales de ese entonces, considera la
educación como factor primordial para el progreso de los pueblos. Por esto, en
el periódico Primicias de la Cultura de
Quito, propugna el destierro de principios pedagógicos caducos para la
enseñanza de la juventud, a la cual asigna fundamental importancia como semilla
y venero de la sociedad futura. La consigna medieval “la letra con sangre
entra”, que hace del castigo medio de aprendizaje, debe ser borrada para
siempre. Aconseja a los educadores, que la “primera máxima que deberían tener
presente, es que el maestro ha de hacerse primero amar que temer”.[8] Educación
de esclavos, llama a la educación colonial.
En el mismo
periódico Espejo recomienda una serie de libros que pueden servir de base para
la lectura en las escuelas de primeras letras. Allí, quizás para no causar
temor a los timoratos y atenuar las críticas que se puedan hacer a su
publicación, incluye obras que no cuadran precisamente con el espíritu de la
reforma que le anima. Pero aun así, como a escondidas, introduce en la lista
aconsejada la novela pedagógica del padre Pedro Montengón titulada Eusebio, objeto de duros ataques de
parte de los oscurantistas por sustentar ciertas ideas no admitidas por los
patrones religiosos. Poco después de la recomendación de Espejo, en 1798, será
prohibido por la Iglesia.
Un tema
relacionado con los estudios, que se convierte en campo de batalla entre
reformistas y conservadores, es el referente al sistema copernicano, razón por
la que conviene que sea brevemente tratado.
La
afirmación del sabio polaco Nicolás Copérnico de que la Tierra gira alrededor
del sol ‒comprobado científicamente‒ es negada por los escolásticos con un
argumento contundente: contradecir lo aseverado por la Biblia. Se aferran por
eso a Ptolomeo que sostiene igual punto de vista. Cuando más, ante la evidencia
de la verdad copernicana, aceptan que se pueda discutir el asunto como una mera
hipótesis. El mismo padre Feijóo, tan abierto en algunas materias a una visión
nueva, no se atreve a pasar de este límite, aunque deja entrever que su
verdadero pensamiento es otro. Aconseja acoger el sistema menos peligroso de
Tycho Brahe.
El combate
que se libra, por tener que ver con la religión, no puede estar exento de
imposiciones y persecuciones. A Jorge Juan, el científico español que viene a
América con los geodésicos franceses, se le obliga al igual que a Galileo, a
decir en sus Observaciones astronómicas
que el movimiento de rotación de la tierra era falso, afirmación que
desmentirá el mismo en una obra póstuma.[9] Se sabe
del hostigamiento que sufre José Celestino Mutis por enseñar la doctrina
copernicana en Nueva Granada. El sabio, sólo puede evitar la condena de la
Inquisición, gracias a que el rey había permitido la enseñanza de los
principios de Newton que confirmaban las afirmaciones de Copérnico.
En la Real
Audiencia de Quito, donde por fuerza también tiene lugar la pugna suscitada,
las mentes más lúcidas, unas con mayor decisión que otras, se alinean en favor
del sistema copernicano. Espejo, que se había graduado de maestro de filosofía
en 1762, no puede estar en otro lado. Ekkehart Keeding afirma lo siguiente
sobre este particular:
Eugenio Espejo, que en 1760/61 había aprendido el sistema copernicano
y las leyes físicas de la gravedad de los cuerpos celestes según Isaac Newton
en el curso del Padre Hospital, criticaba el hecho, que la Universidad de Quito
había hecho pasos atrás en la enseñanza de filosofía, enseñando a Tycho Brahe.[10]
Junto a
Espejo están varios intelectuales avanzados, que más tarde, llevando en alto sus ideas, se convertirán en
luchadores por la independencia patria, demostrando así que el avance de las
ciencias no estaba divorciado de los cambios políticos y sociales. Descuella
entre ellos el sacerdote Miguel Antonio Rodríguez que según Astuto es el
primero en enseñar en Quito la teoría de Copérnico. Sin duda, quiere decir, en
forma más sistemática y franca, puesto que su doctrina no era desconocida.
Motivo de
sus afanes de reforma son, naturalmente, las ciencias médicas, vinculadas
directamente con su profesión. Tanto más que estas ciencias están muy atrasadas
en la ciudad de Quito, tal como han puesto de manifiesto distinguidos
profesionales que se han ocupado de esta materia. El libro donde Espejo expone
su pensamiento médico es el titulado Reflexiones
sobre el contagio y transmisión de las viruelas.
El libro
citado es escrito por encargo del Cabildo que le comisiona para que emita su
parecer sobre una obra publicada en Madrid por el médico español Francisco Gil,
donde sostiene que el mejor medio de evitar la propagación de las viruelas es
el aislamiento de los enfermos, problema de gran importancia en ese entonces
por la mortandad que causan las frecuentes epidemias.
Empero,
cuando Espejo presenta su informe ‒las Reflexiones‒
es violentamente combatido. “Este libro ‒dice el doctor Gualberto Arcos‒ fue
rechazado por el Cabildo, a petición de los médicos y de los betlemitas, porque
en la parte que trata de los malos médicos, como plaga peligrosa, les analizaba
demostrando todas sus deficiencias y destruyendo su falso prestigio”.[11] Se le pide
que modifique los términos considerados como injuriosos y satíricos por sus
impugnadores. Enrique Garcés añade que éstos apelaron al Presidente
Villalengua, que llamó al informante “para que entregue ese escrito, lo
reprendió severamente y le advirtió que si publica le castigaría cruelmente y
ordenó que lo rompa”.[12] Lejos de
obedecer ese mandato, Espejo hace circular el manuscrito en Quito, Lima y otras
ciudades americanas. Más aún, se imprime en Italia fragmentos de la obra como
apéndice en la segunda edición del libro del doctor Gil. No modifica ni una
sola palabra del texto presentado.
Refiriéndose
a estos ataques, el doctor Reinaldo Miño dice con razón lo siguiente:
Si el Despertador de ingenios ─El Nuevo Luciano de Quito─ despertó el mal genio y la mala voluntad de
las clases dominantes contra el crítico de lo profano y lo sagrado, se
planearon, tras él, su destierro al Amazonas, las Reflexiones médicas le convirtieron
otra vez en blanco de odio y la mala voluntad de autoridades, curas,
hacendados, etc. y también se le persiguió, porque se dijo la verdad, aunque
haya escándalo.[13]
Este libro
de Espejo tiene indudables méritos, digan lo que digan sus contrarios antiguos
y modernos.
En primer
lugar, en una época en que se cree que las epidemias son castigos divinos ‒tesis
teológica que fomenta groseras supersticiones‒ él busca un fundamento
material como causa de las enfermedades.
Así, basándose en opiniones de médicos antiguos, vislumbra la teoría
microbiana y sostiene que son la variedad de atomillos vivientes los que explican “la multitud de epidemias tan
diferentes y de síntomas tan varios”.[14] Y piensa
que el progreso de las observaciones microscópicas, mostrando el desarrollo de
esos corpúsculos movibles, podrían
dilucidar “toda la naturaleza, grados, propiedades y síntomas de las fiebres
epidémicas y en particular de la
viruela”.[15]
Fernando
Ortiz Crespo, escritor versado en asuntos de carácter científico, pondera así
las ideas bacteriológicas del doctor Espejo:
Anticipa así los hallazgos de la ciencia moderna, pues los virus no
son otra cosa que moléculas infectivas que pueden viajar a través del aire.
Yendo más allá todavía, según él “la diversa configuración” en la geometría de
estas moléculas las hace afectar un organismo u otro, o a un animal y no al
hombre.
Esta noción ha sido confirmada en los últimos
años por la biología molecular, que ha revelado la presencia de moléculas
receptoras en la superficie de las células con las que hacen contacto los virus
y otros agentes patógenos cual llaves en cerraduras antes de entrar en ellas.[16]
Además,
agrega, que parece que Espejo llega a entrever “las mutaciones y
recombinaciones en los genes de los virus que infunde una temible variabilidad
a ciertas enfermedades”.[17] ¡Todas
estas predicciones geniales, aparecidas en un rincón oscuro de la colonia,
hace doscientos años!
Para la
superación de los estudios médicos, tan retrasados como ya se dijo, hace una serie de valiosas
sugerencias. Critica acerbamente la ignorancia de los “falsos médicos” y los
mediocres profesores, aquellos que se guían por pésimos libros envueltos en la
“algarabía de los malos aristotélicos y perversos escolásticos”.[18] Piensa que
el médico debe ser una persona de gran cultura, nutrido con los conocimientos de los adelantos
modernos, en especial con los relacionados con la medicina. Tal es el caso de
la anatomía, por ejemplo. Esta ciencia se debe enseñar, indica, no solo
teóricamente con las obras de los buenos autores, “sino por la observación práctica
hecha en las disecciones de los cadáveres y en las que se dice Zootomía o
disección comparada, que es la que se hace en los brutos”.[19] Y, para la
ayuda de los médicos y atención de los enfermos, llega a proponer la creación
de un cuerpo de enfermeras, retribuidas con un salario digno, o competente, como él lo denomina.
Convencido de que la prevención es el mejor medio de
evitar las enfermedades, manifiesta que la higiene es imprescindible para
lograr ese objetivo, razón por la que los doctores Arcos, Garcés y Miño le
consideran como el primer sanitario o higienista de nuestra patria. Así,
anticipándose a su tiempo, da una serie de normas para mantener la limpieza de
la ciudad de Quito. Considera como peligrosos focos de infección los entierros
que se realizan en el interior de los templos, debiéndose por consiguiente
prohibir la continuación de esta práctica, sin que importe la condición social
de los difuntos, porque el beneficio común está por encima de todo. Y, tampoco,
no olvida criticar la suciedad de ciertos monasterios. Nombra algunos, y dice
que son “los seminarios de las inmundicias”.[20]
Señala,
finalmente, otra fuente de pestes y enfermedades: la mala alimentación del
pueblo. Afirma que estas empiezan “ordinariamente entre las gentes de la ínfima
plebe, porque su alimento es de los peores siempre”,[21] mientras
que los ricos, bien alimentados y de mesa colmada, pueden evadirlas más
fácilmente. Una de las causas de la pobreza popular constituye los miserables
salarios que ganan los trabajadores, y otra, la especulación de parte del
poderoso hacendado que sube los precios de artículos de primera necesidad y va
“haciendo su bolsa a costa de la miseria y hambre del público”.[22] Desde
luego, para esta denuncia, tiene que ampararse en San Crisóstomo y San
Bernardo, enemigos de usureros y especuladores.
Estos,
pues, en síntesis, los esfuerzos de Espejo para la modernización de los
estudios, modernización de índole burguesa, como la que propugnan los
ilustrados españoles.
Espejo por Galo Galecio |
Es que una
reforma de esta clase, es ya una necesidad perentoria. Tan necesaria, que por
encargo del Presidente de la Audiencia, el Obispo Pérez Calama ‒sacerdote
inteligente y culto‒ redacta un plan de estudios para la universidad que
entraña una renovación por demás tímida. Tímida, porque se declara obligatorio
para la enseñanza de filosofía un texto donde no se acepta el sistema
copernicano y, en lo que respecta a la medicina, se establece una sola cátedra
y se recomienda un solo libro, todo muy lejos de las proposiciones de Espejo. Pero
al lado de estas debilidades, no se puede dejar de reconocer, existen
sugerencias muy valiosas, que son cabalmente, las que reprocha el escritor
conservador Julio Tobar Donoso. Veamos lo que dice:
En el plan del Sr. Calama están recomendados dos canonistas célebres
por su oposición a los derechos pontificios y por haber quemado incienso al
Poder Civil, como Van Espen, Boujat y Selvaggio. Allí se honra a Barbadiño,
vademécum de la reforma literaria de la época, pero cuyas doctrinas
sensualistas y sincretistas constituían letal veneno para la juventud. Allí se
propone para la enseñanza de Legislación a Filangieri, “antorcha de políticos y
jurisconsultos; y con el deseo de fomentar los estudios de Economía política,
que despuntaban en España, se patrocina la introducción de las publicaciones de
las Sociedades Económicas, y
especialmente de la Vascongada y Matritense, focos de corrupción de las sanas
ideas. Allí, en fin, se enaltece a Campomanes y a sus libros, con todo de haber
sido ese desapoderado publicista el exponente de regalismo y el principal
promotor de la expulsión de los Jesuitas”.[23]
Si en esta
época las proposiciones de Pérez Calama causan tanta alarma al doctor Tobar
Donoso, es de imaginarse el susto y la protesta que provocarían en los tiempos
de Espejo. Esto explica que su plan no haya sido aprobado y la guerra promovida
en contra del prelado, tanto más que había combatido y denunciado al rey la
ignorancia y corrupción de los clérigos. Guerra, guerra a muerte, ganada por
los oscurantistas coloniales. El bienintencionado sacerdote tiene que hacer
maletas y renunciar al obispado.
[1] Tomado de Oswaldo
Albornoz Peralta, Eugenio Espejo, El
espíritu más progresista del siglo XVIII, Quito, 1997, pp. 33-49.
[2] Eugenio Espejo, El Nuevo Luciano de Quito, op. cit., pp.
74-75.
[3] Federico González Suárez, Ultima Miscelánea, Imprenta del Clero,
Quito, 1942, p. 434.
[4] Jean Sarrailh, La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, Fondo de Cultura Económica,
Méjico, 1957, pp.
199-200.
[5] Pablo González Casanova, El misoneísmo y la modernidad cristiana en
el siglo XVIII, Editorial Stylo, Méjico, 1948, p. 181.
[6] Citado por Jean Sarrailh, op.
cit., p.201.
[7] Pablo González Casanova, op.
cit., p. 213.
[8] Eugenio Espejo, Primicias de la Cultura de Quito, Unión
Nacional de Periodistas, Quito, 1944, p. 77.
[9] Jean Sarrailh, op. cit., p. 497.
[10] Ekkehart Keeding, “Las ciencias
naturales en la antigua Audiencia de Quito”, en Boletín de la Academia de Historia Nº 122, Editorial Ecuatoriana,
Quito, 1973, p. 62.
[11] Gualberto Arcos, La Medicina en el Ecuador, Tip. L.J.Fernández,
Quito, 1933, p. 285.
[12] Enrique Garcés, Eugenio Espejo, Médico y Duende,
Talleres Municipales, Quito, 1944, p. 217.
[13] Reinaldo Miño, Pensamiento médico de Eugenio Espejo,
Departamento de Publicaciones de la Facultad de Ciencias Médicas, Quito, 1987,
p. 71.
[16] Fernando Ortiz Crespo, “Eugenio
Espejo y la biología molecular”, en Hoy,
Quito, 1 de enero de 1993.
[23] Julio Tobar Donoso, La Iglesia ecuatoriana en el siglo XIX, Editorial
Ecuatoriana, Quito, 1934, p.15.