Oswaldo Albornoz Peralta
Cuenca ha dado al país muchos destacados trabajadores
de su cultura, intelectuales que han dedicado su vida a descubrirnos y a
construir nuestra identidad nacional. En esta ciudad, justamente, nació Oswaldo
Albornoz, el 8 de mayo de 1920.
Crece en un ambiente propicio para que escribir, más
tarde, se convierta en inclinación natural. A su padre, Víctor Manuel Albornoz,
poeta, periodista e historiador que llegó a ser declarado cronista vitalicio de
Cuenca, lo tenía en su recuerdo armando sobre una gran mesa La Crónica, periódico del cual fue su
director propietario siete años, hasta 1930.
Luego su traslado a Quito, a la casa del abuelo
materno, otra personalidad fuerte que le marcó para toda la vida, el ideólogo
de la revolución liberal, el brazo derecho de Alfaro: José Peralta, ese
personaje que quienes lo admiran lo llaman titán, porque obra de titanes fue la
construcción del Ecuador moderno emprendida por los liberales de la revolución
del 95. En la tertulia familiar con frecuencia recordaba la preferencia que
sentía su abuelo para que él le leyera los periódicos del día, o el libro que
su deteriorada vista le impedía hacerlo, con la profusión de antes, para
apropiarse de la inmensa cultura que había consumido sus ojos.
Ya en la capital, concluye sus estudios primarios en
la Escuela Espejo, y los secundarios en el normal Juan Montalvo. Años treinta,
las ideas progresistas del liberalismo radical que envuelven el ambiente
familiar, son enriquecidas en las aulas
por algunos maestros que contagian en los futuros profesores las novedosas del
socialismo. Así se va configurando la concepción filosófica del mundo que
abrazaría como guía en su vida y como
método en sus escritos, siéndole fiel desde entonces porque la realidad se empecinaba
en demostrarle sus certezas.
Tres años en Guayacán sería su ejercicio como maestro
en la única escuela del lugar, recóndito poblado orense, donde conoció la vida
del montubio, las alegrías y tristezas del agro costeño. Fijada en la memoria
la belleza de los paisajes vistos, agotados los libros que se proveía en sus
visitas a la librería de Zaruma, los reiterados llamados familiares hacen que
regrese a Quito en 1942.
Es cuando empieza su actividad intelectual, alimentada
por su activa militancia política de tres décadas, al ingresar entonces al
Partido Comunista del Ecuador, el único al cual perteneció y en el que desde la
base llegó a dirigente provincial, miembro del Comité Central y del Ejecutivo,
y a dirigir por diez años su semanario El
Pueblo.
La capital de los años cuarenta es una sociedad en
ebullición en todos los sentidos. La oposición al nefasto gobierno de Arroyo
del Río, el interés con que se sigue la segunda guerra mundial, las
organizaciones que se forman, generan un semillero de donde surgen varios de
los más destacados representantes de las letras y artes ecuatorianas. La
Universidad Central publica Surcos,
periódico donde empieza su oficio de escritor, en el cual no desmayó nunca, en
su afán de esclarecer aspectos soslayados o tendenciosamente interpretados de
la historia nacional y latinoamericana.
Una mejor visión para lo que escribe, le da su
participación directa en los acontecimientos políticos de los sectores
populares a los que preferentemente dedicó sus investigaciones. Para conocer
mejor la situación del indio, por ejemplo, no solo aprendió lo que al respecto
dicen escritores progresistas, sino que en aquellos años de su juventud fue a
vivir con ellos, alrededor de un año, en una comunidad de Tigua donde ayuda a organizar
una de las primeras cooperativas campesinas que se crean en el país. Las
reuniones con dirigentes campesinos y obreros, con destacados dirigentes de
otros partidos del pueblo, el socialista básicamente, y en algunas
circunstancias incluso con personeros de otros partidos, actividad normal
dentro de su militancia política, le permitieron no solo ser narrador sino
también actor de lo que después convertiría en textos. La militancia política,
recalcaba, fue su mejor escuela para poder entender y escribir los problemas en
que centró su atención de investigador social. Incluso, las largas décadas como
empleado público en el Poder Judicial que a más de sobrevivir, porque sus
sueldos para eso alcanzan, le dieron un caudal de conocimientos jurídicos para
la comprensión del sistema legal que se ha tejido para sustentar la injusta
sociedad en que vivimos.
Hasta 1960 el campo de su labor intelectual está básicamente en el periodismo. A más de Surcos donde se inició y de El Pueblo, del cual es su director desde
1949 hasta 1960, dirige también, de 1945 al 47, el semanario Ñucanchic Allpa (Nuestra Tierra), órgano
de la Federación Ecuatoriana de Indios y El
Trabajador, órgano del Comité provincial de Pichincha del Partido
Comunista. En los años cincuenta colabora asiduamente con sus artículos en el prestigioso diario El Sol que dirige Benjamín Carrión.
Por esa época inicia también su producción con obras
de mayor aliento. Así, uno tras otro, con la dificultad que significa ser
escritor comprometido con la otra historia, la que incomoda a las clases dominantes,
se publican sus trabajos que conforman su contribución a nuestras ciencias
sociales: Semblanza de José Peralta
(1960), Historia de la acción clerical en
el Ecuador (desde la conquista hasta nuestros días) (1963), Del crimen de El Ejido a la revolución del 9
de Julio de 1925 (1969), Las luchas
indígenas en el Ecuador (1971),
Dolores Cacuango y las luchas campesinas de Cayambe (1975), La oposición del clero a la independencia
americana (1975), Breve historia del
movimiento obrero ecuatoriano (1983),
El pensamiento avanzado de la emancipación: las ideas del prócer Luis Fernando
Vivero (1987), Montalvo, ideología y
pensamiento político (1988), El
caudillo indígena Alejo Saes (1988), Ecuador:
Luces y sombras del liberalismo (1989), Bolívar:
visión crítica (1990), Eugenio Espejo
(1997), José Peralta, periodista (2000),
El 15 de Noviembre de 1922 (2000). A
lo que habría que sumar gran cantidad de artículos aparecidos en revistas y
periódicos del país.
En la tertulia familiar contaba cómo fue posible
publicar uno de sus libros que más trascendió en la formación de los futuros
estudiosos de la realidad ecuatoriana, Historia
de la acción clerical en el Ecuador, que prácticamente se convirtió en texto
de historia nacional en colegios y universidades, porque era el único de la
nueva interpretación que existía, hasta que en 1975, gracias al esfuerzo
mancomunado de varios prestigiosos intelectuales, apareció Ecuador: pasado y presente preludiando el inusitado auge de la
investigación de nuestra sociedad que se ha producido en las décadas siguientes.
El mayor empeño puso su entrañable camarada Luisa Gómez de la Torre, incansable
revolucionaria en la organización del movimiento indígena y obrero, con iguales
arrestos en la labor de propaganda, porque así entendía la función del libro
que se propuso vea la luz. Personalmente recolectó fondos de todos los que
había calificado como seguros colaboradores, entre ellos ilustres personajes de
la tendencia de izquierda como Benjamín Carrión, quien puso la cuota individual
más alta, o el maestro Guayasamín que puso lo que mejor sabía hacer: una cruz
roja en la portada, con sus inconfundibles pinceladas de denuncia y de
protesta. Luego la siguiente dificultad, su difusión, en plena dictadura
militar ─para recuperar la inversión y devolver su parte a cada uno de los
contribuyentes─ entre ellos Jaime Galarza Zavala, otro camarada y entrañable
amigo, vendiendo el libro por todo el país junto a otros nombres que guardaba
con cariño en su memoria.
La característica de sus trabajos es una visión
diferente de la que, sin desmerecer esfuerzos anteriores, seguramente es
pionero en el país: la interpretación marxista de la historia ecuatoriana. Así
su enfoque, eminentemente sociológico, rompe con la tradición liberal,
tradicional o conservadora de resaltar hechos unilateralmente privilegiados,
ciertos personajes o fechas, para empezar a reconstruir una historia viva en la
que el pueblo es su actor y protagonista más importante: los indios en su
condición de conciertos o mitayos, o como rebeldes ante el cúmulo de
injusticias que ha sido el comportamiento de las clases explotadoras en los
últimos 500 años en nuestra patria; los trabajadores, obreros, artesanos, etc.,
en su organización gremial, sindical o política, en su lucha por arrancar
reivindicaciones que dignifiquen su existencia; la mujer y su abnegada lucha
por ganarse el espacio que le corresponde en una sociedad con taras de las que
todavía no logra desprenderse.
Las revoluciones y movimientos populares más
relevantes que han tenido lugar en el país es otra parte fundamental de sus
escritos. Y junto a ello, el rescate de aquellos compatriotas que difícilmente
encuentran lugar en las historias oficiales, porque temen que al conocerlos el
pueblo siga su ejemplo: ahí están, en sus escritos, los dirigentes indígenas
que pusieron las bases de ese respetable movimiento social que es el de
nuestros días: Rumiñahui, Jumandi, Lorenza Avemañay, Cecilio Taday, Francisco
Sigla, Daquilema, Guamán y Saes, Puma de Vivar, Jesús Gualavisí, Ambrosio Laso,
Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña, todos de pie, organizando a su pueblo,
indicando el camino correcto, del que a ratos parecen desviarse algunos de los
dirigentes que hoy los han reemplazado. Igual, el movimiento obrero con sus
jornadas de luchas trascendentales. O los más altos valores de la
intelectualidad progresista del ser ecuatoriano: Espejo, Mejía, Vivero,
Montalvo, Joaquín Chiriboga, Vargas Torres, Alfaro, Peralta y tantos más.
Rompiendo tabúes, incursionó en campos vedados para
cierta historiografía que guarda reverencial silencio en problemas como la
actuación de la iglesia en la historia ecuatoriana, o de las empresas
extranjeras y su nefasta presencia en el Ecuador. Todavía, importantes trabajos
sobre la realidad ecuatoriana salidos de su amplio conocimiento y prolija
investigación, permanecen inéditos: Notas
sobre el desarrollo social y las creencias religiosas de los antiguos
pobladores del Ecuador, Juan Honorato
Peralta, pionero del socialismo en el Ecuador, Estudios Históricos. Y quería reunir todos los estudios biográficos
de líderes indígenas que ha escrito para ponerlos en una misma galería, hombro
a hombro, bajo el título de Caudillos
indígenas. Además, entre uno de sus últimos deseos, con la dificultad para
hablar por el cáncer que ponía inexorablemente fin a sus días, dijo: de mis
escritos que he dedicado al problema indígena, quisiera que se traduzca algo al
quichua, para que ellos puedan leerlo en su propia lengua.
La Escuela de Sociología de la Universidad Central del
Ecuador le rindió homenaje publicando su libro Las compañías extranjeras en el Ecuador (2001) a los pocos meses de
su deceso. El 2007 la Casa de la Cultura Ecuatoriana publicó en dos voluminosos
tomos sus Páginas de la historia
ecuatoriana. El 2009, con motivo del bicentenario de la Independencia, la
Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador, su Actuación de próceres y seudopróceres en la
Revolución del 10 de Agosto de 1809. Con el mismo motivo, la campaña de
lectura Eugenio Espejo publicó en su colección
bicentenaria, en un gran tiraje, la segunda edición de su Oposición del clero a la independencia
americana. Y el 2012, una vez más, la Casa de la Cultura Ecuatoriana puso
en manos de los lectores su Ideario y
acción de cinco insurgentes (Espejo, Mejía, Joaquín Chiriboga, Marcos Alfaro,
Manuel Cornejo Cevallos).
Algunos reconocimientos han merecido sus trabajos. En
1990 su Bolívar ganó el premio Mejía del
Municipio de Quito en Historia, Más tarde, con motivo del centenario de la
revolución liberal, el Consejo Provincial de Pichincha le extendió la orden
Rumiñahui por su contribución al análisis de ese magno acontecimiento y por su
compilación de las inéditas Cartas del
General Eloy Alfaro, voluminoso libro publicado por la misma institución en
1995. Y por último, en julio del 2000, la Universidad Central del Ecuador
premió su labor de más de cincuenta años de producción para las ciencias
sociales ecuatorianas otorgándole el Doctorado Honoris Causa. La más
prestigiosa universidad ecuatoriana, a sus ochenta años, le graduaba de doctor.
El Ministerio de Educación y Cultura, en septiembre le otorgó la Condecoración
al Mérito de Primera Clase y, al mismo tiempo, la Casa de la Cultura
Ecuatoriana le incorporó como miembro honorario de su Departamento de Historia.
Siempre se mantuvo optimista en que la redención del
ser humano es su único destino, y convencido de que el socialismo por más
reveses o reflujos tenga ─al fin y al cabo procesos dialécticos de la historia─
será más temprano o más tarde el camino de la racionalidad recuperada. Por eso
produjo casi hasta el final, hasta cuando la enfermedad le arrebató su energía,
porque pensaba que los temas y problemas que se deben esclarecer, sobre los que
en su criterio no se ha dicho suficientemente la verdad, o no se ha dicho nada,
eran varios y los tenía anotados en un cuaderno como para recordar cuánto le
faltaba escribir. Esa la tarea que se impuso, fiel a su convicción de que la
historia de una sociedad se escribe porque tiene una justificación: conocerla
en sus procesos pasados, relacionarlos con el presente, para no equivocar
rumbos en el futuro.
El 27 de noviembre del 2000, con su conciencia
tranquila, en paz consigo mismo por haber sido útil al país cuya historia
escribió y su problemática social desentrañó en lo que le fue posible, rindió
tributo a la muerte, pero para seguir viviendo en sus obras.
César Albornoz
Comentario sobre el libro encontrado en internet:
ResponderEliminarhttp://casadelaculturaloja.gob.ec/?p=84
César, siempre tengo en mente lo que aprendí del compañero Oswaldo. Su ejemplo de revolucioonario nos mantiene tidavía en pie y en la lucha.
EliminarHonor a quien honor merece. gracias por compartir lo que cada vez eleva su brillo, luz y verdad, obra para la cual lo eterno de su mensaje, contrasta con la finitud del tiempo...
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