EL CORONEL VARGAS TORRES[1]
Oswaldo Albornoz Peralta
La lucha que antecede a la toma
del poder por el liberalismo tiene rasgos de epopeya, pues que la heroicidad
es, podríamos decir, su denominador común. Y la vida y la acción de Vargas Torres
son parte insustituible de esa etapa heroica.
El
combate liberal se desenvuelve en medio de la crisis en que se debate el caduco
régimen político dominado por los terratenientes. Y es, en ese entonces, no
sólo manifestación de los intereses de la burguesía que emerge, sino que
también expresa sentidas aspiraciones populares. Por eso tiene el aliento del
pueblo, el viento del pueblo, como
dijera el poeta español Miguel Hernández.
En
efecto, como en todo movimiento social de trascendencia, las masas populares,
persiguiendo reivindicaciones postergadas, juegan un papel protagónico y son,
al final, el factor decisivo del triunfo. Alberto Hidalgo Gamarra[2]
nos narra como los peones de la hacienda de su padre se incorporan a las filas
liberales y se convierten en la columna vertebral de la célebre campaña de los chapulos que dirige Nicolás Infante,
persiguiendo, básicamente, romper las cadenas del concertaje aunque sea a
costa de la propia vida. Más y más conciertos, pequeños y medianos
campesinos de la costa, en un primer momento, engrosarán las huestes
capitaneadas por Alfaro. Del seno oscuro de la manigua, de los pueblos humildes
de las playas costaneras, surgirán soldados valerosos y guerrilleros
indomables, como los hermanos Cerezo por ejemplo.
Varias
fueron las etapas de esta lucha a muerte.
En
una de ellas, en la emprendida contra el general Ignacio Veintemilla -el
Ignacio de la cuchilla de Las Catilinarias de Montalvo- que ha
instaurado una oprobiosa y corrompida dictadura, Vargas Torres hizo su entrada
en la historia ecuatoriana. Luego de liquidar la Casa Comercial Avellaneda y Vargas T. de Guayaquil,
compró armas con el dinero obtenido y se alistó en el ejército del general Eloy
Alfaro. Jefe Supremo de las provincias de Manabí y Esmeraldas. Comandando una
de sus divisiones participó en la toma de la ciudad antes nombrada -9 de julio
de 1883- acción en la que también intervino la llamada coalición restauradora, formada por conservadores no adictos al
dictador. Terminadas las operaciones militares, como resultado de su gallarda
actuación, fue elegido diputado a la Convención que se había convocado.
Luis Vargas Torres (segundo de la derecha primera fila) junto a liberales que combatieron la dictadura de Veintemilla. En el centro de la fotografía Eloy Alfaro. 1883 |
Por
inexperiencia el liberalismo no cosechó ningún fruto de la victoria obtenida.
El escritor Patricio Cueva se expresa así sobre este particular:
Los restauradores...
birlaron el triunfo a Alfaro a pesar de que su campaña fue decisiva en la
derrota del Dictador. «Me conduje como un recluta», dirá más tarde el General.[3]
Eso
aconteció, desgraciadamente. Y lo peor fue que el presidente elegido, José María
Plácido Caamaño -de pura cepa latifundista- quiso detener a sangre y fuego el
ascenso de las fuerzas progresistas, resucitando la represión garciana y
convirtiéndose en un pequeño tiranuelo. Un tirano
pigmeo porque no tenía la talla de García Moreno, tal como está calificado
por José Peralta en su libro El régimen
liberal y el régimen conservador juzgados por sus obras.
Más
todavía: a la represión Caamaño unió la corrupción. El folleto titulado La Revolución del 15 de Noviembre de 1884
que Vargas Torres publicó en el exilio, contiene estas duras palabras:
¿Qué significa aquel
desbarajuste de las rentas nacionales y el haber empleado a su hermano y a su
cuñado en los destinos más lucrativos de la república? Significa nada menos que
falta de dignidad y de honradez; significa que el robo público tiene sus
principales agentes en quienes deberían exterminarlo.[4]
Se
trata de aquella empresa familiar que ha perdurado en nuestra historia con el
sugestivo nombre de La Argolla.
Ante
estos hechos, el liberalismo se preparó nuevamente para la pelea, dirigido
siempre por Alfaro, caudillo irreductible. Y una vez desatada la revolución en
el año 84, sus combatientes escribieron
las páginas más gloriosas de su largo historial, a la par, que las más
sangrientas. Gran parte de la costa se conmovió al paso de la montonera, expresión magnífica de la
guerra popular. Los revolucionarios, declarados piratas y bandoleros, eran
fusilados contra toda ley y contra toda justicia. Muchos pueblos fueron
incendiados y saqueados por orden de los jefes gobiernistas, que luego dirían
con descaro, que habían procedido “paternalmente” con los descarriados... como
consta en la Memoria del ministro de
Guerra. Quizás el incendio del Alhajuela
con propia mano para no rendirse, sea el símbolo más alto del heroísmo de esta
etapa de lucha. Heroísmo otra vez vano, pues que fue la derrota, el epílogo
triste y doloroso.
Vargas
Torres estuvo inmerso en la contienda y participó desde un principio. En su Diario de Campaña, publicado por el
gobierno que se apoderó del documento, están narrados los trabajos realizados
en Centro América para preparar el movimiento revolucionario. Su centro de
acción, esta vez, fue la provincia de Esmeraldas.
Incansable
luchador, poco después, desde el Perú, donde se había radicado a raíz de la
derrota, atravesó la frontera a fines de 1886 para reiniciar el combate. Pero
en esta ocasión el desenlace fue rápido y cayó prisionero en la ciudad de Loja.
Dadas las características del régimen, la suerte estaba echada.
Los
acontecimientos, justamente, se desarrollaron como era de esperarse. Un Consejo
de Guerra conformado con gentes escogidas exprofeso, se reunió en la ciudad de
Cuenca y le condenó a la pena de muerte, pese a que la Constitución vigente
prohibía ese castigo para los delitos políticos. El Consejo de Estado se
pronunció en contra de la conmutación de la pena impuesta. Y, por fin, el
presidente Caamaño, basándose hipócritamente en el pronunciamiento de tal
organismo, negó también dicha conmutación, conduciendo al patíbulo, en esta
forma, al joven héroe esmeraldeño.
Era
el 20 de marzo de 1887.
Se
había preparado todo el escenario para la cruel venganza, inclusive llevando a
colegiales para que presenciaran como se castigaba a los herejes. Se quiso humillar
a la víctima exigiéndole que se arrodillara, pero él se negó a tal afrenta,
manifestando que moriría como en ese tiempo morían los hombres: con el pecho y
la mirada al frente. Y así fue. Sonaron los disparos y todo había terminado.
Fusilamiento del revolucionario liberal Luis Vargas Torres en la plaza central de la ciudad de Cuenca (parque Calderón), 20 de marzo de 1887 |
No,
no había terminado todavía la tragedia. El cadáver fue llevado en una jerga y
se le negó sepultura en el cementerio por tratarse de un descreído que no había
querido confesarse pese a los esfuerzos del obispo. Se arrojó su cuerpo en la
quebrada de Supay-huaicu, y sólo
gracias a la caballerosidad del doctor Miguel Moreno, pudo ser colocado en una
caja mortuoria y enterrado en una fosa. El doctor Moreno mencionado, era el
vate mariano que posteriormente, en 1907, publicaría los sentidos versos del Libro del Corazón.
Caamaño,
a manera de colofón del doloroso drama, diría en su Mensaje de ese mismo año, que la muerte de Vargas Torres “llegó a hacerse ineludible, ante las
exigencias de la vindicta pública”.[5]!!
Otros
detalles, detalles que emocionan y muestran la vigorosa contextura moral de
Vargas Torres, se pueden encontrar en la biografía escrita, con pulcra y
erudita pluma, por el distinguido historiador doctor Jorge Pérez Concha.
Nosotros
terminamos con una estrofa de su paisano, Nelson Estupiñán Bass, gran poeta y novelista:
Coronel,
Coronel,
ahora
todos los hombres comprendemos
que
decir tu nombre es hacerle a la Libertad una oración;
que
decir Vargas Torres
es
como agitar una lámpara en la noche,
como
tocar en el fondo del alma una campana jubilosa,
como
desplegar ante el viento una bandera.[6]
Lámpara
y bandera, exactamente. Porque para quienes recogemos las tradiciones avanzadas
de nuestra historia, las luchas heroicas del ayer son guía y ejemplo para las
luchas del presente. Por esto, su nombre, sigue siendo lámpara y bandera.
Monumento en Esmeraldas su ciudad natal |
[1] Tomado de Oswaldo
Albornoz Peralta, Páginas de la historia
del Ecuador, t. I, Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín
Carrión”, Quito, 2007, pp. 421-426.
[2] Ver Eugenio de Janón y Alcívar,
El Viejo Luchador, t. I, Editorial
“Abecedario Ilustrado”, Quito, 1958, p.79.
[3] Patricio Cueva, Ecuador, Casa de las Américas, La Habana, 1966, p. 44.
[4] Luis Vargas Torres, La
Revolución del 15
de Noviembre de 1884, Litografía e Imprenta de la Universidad de Guayaquil,
Guayaquil, 1984, p. 18.
[5] Manuel A. Yépez, Capítulos-Apuntes varios. 1830-1940,
Talleres Gráficos Nacionales, Quito, 1945, p. 195.
[6] Nelson
Estupiñán Bass, “Ante la tumba de Luis Vargas Torres”, en Homenaje de la
Municipalidad de Esmeraldas al Coronel Luis Vargas Torres
Héroe y Mártir esmeraldeño gloria de la Patria, Editorial “Ecuador”, Esmeraldas,
1953, p. 99.
Luis Vargas Torres es la figura histórica insigne del país y de la provincia de Esmeraldas entre esa pleyade revolucionaria del siglo IXX bajo la conducción del mas grande ecuatoriano de todos los tiempos Eloy Alfaro, traicionado, sacrificado, e inmolado por las huestes fanáticas incitadas por la iglesia católica y los rezagos garcianos conjugados con los intereses de poder de la vieja oligarquía feudal serrana, la nueva oligarquía agro exportadora de la costa, y los conjugados traidores de la revolución liberal.
ResponderEliminarEn marzo se inmola a Vargas Torres en Cuenca y en Enero años mas tarde se masacra a Alfaro y sus principales colaboradores en Quito.
Mucho se ha escrito sobre esta gesta heroica, pero nos queda una deuda histórica con Luis Vargas Torres, pues la reseña anecdotica de su vida o refleja la profundidad e su pensamiento político y etico. Memoria que nos hace falta en estos momentos de duda y vacilacion.