ELOY ALFARO
Entre las figuras relevantes de nuestra
accidentada historia, la del general Eloy Alfaro, ocupa sin discusión la
primacía.
José Martí, el héroe cubano, al decir que era de los pocos americanos de creación,
avaliza con su prestigio la apreciación que emitimos.
Su aparición en el escenario político, en las
últimas décadas del siglo XIX, está ligada al ciclo de revoluciones burguesas
que tienen lugar en algunos países de Centro y Sud América, donde el
desarrollo alcanzado ha fortalecido a la burguesía. Está ligada también al
surgimiento del dominio del pulpo imperialista, que trata de extender sus
dominios a los más alejados reductos de nuestro continente para extraer de allí
también la ambicionada ganancia
monopolista que, como se sabe, es mayor y más suculenta que la obtenida
durante la etapa del capitalismo de la libre competencia. Por tanto, la
actuación de Alfaro, desenvolviéndose dentro de los marcos de este panorama,
no puede menos que estar sometido a las diversas influencias que de esta
situación se derivan. Y su valor reside, precisamente, en la respuesta
revolucionaria y progresista que sabe dar a su obra en las condiciones sociales
e históricas que dejamos anotadas.
Esta respuesta tiene dos facetas principales:
la del revolucionario liberal y antifeudal, y la del revolucionario
anticolonialista y antiimperialista, amante de la independencia y la soberanía
de nuestros países.
Aquí queremos referirnos, preferentemente, a esas
facetas del quehacer histórico de Alfaro.
El revolucionario liberal y antifeudal
Su acción como revolucionario
liberal no solo se limita a su pequeña patria ecuatoriana, sino que se expande
generosamente a otros pueblos de América Latina que combaten por esos mismos
principios, pues con un gran sentido de solidaridad clasista −que
también existe en los representantes del liberalismo de los otros países− no
reconoce fronteras para su lucha. Piensa que la instauración de la democracia y
la implementación de instituciones progresistas es tarea continental, y por
lo mismo, obra de todos los hombres avanzados de la época.
Manifestación de este modo de
concebir la revolución es el llamado Pacto de Amapala, mediante el cual
representantes liberales de Nicaragua, Colombia, Venezuela y Ecuador, se
comprometen a la ayuda mutua para el triunfo del liberalismo en sus respectivas
naciones. Por esto, dondequiera que esté, nunca deja de prestar su
contingente: su consejo y experiencia, su dinero, y si es necesario su espada
y su vida, están siempre a disposición de la causa democrática, objeto y meta
de su existencia. Jamás, olvida la solidaridad jurada.
Su bregar en el Ecuador es
largo y porfiado, pues comprende un período de treinta interminables años,
donde se alternan los efímeros triunfos con los grandes desastres. Se le llama
el General de las derrotas. No
obstante, su constancia no tiene límites y permanece indoblegable, seguro del
triunfo final. A su frente, tiene al clericalismo y a los grandes terratenientes,
que basan su fuerza en el poder económico emanado de la propiedad latifundista
de la tierra. Tras de él están los exponentes más avanzados de la burguesía y
el pueblo ansioso de mejoramiento y de progreso. El pueblo sobre todo −compuesto
de hombres pobres de las ciudades y campesinos especialmente− que
le acompañan sin tregua en la pelea y forma el núcleo fundamental de la
guerrilla, como para probar una vez más, que son las masas populares las que
forjan la historia. Y Alfaro, es en ese momento, la personalidad que interpreta
el sentir y los anhelos de ese pueblo que le sigue.
La lucha, entonces, está
entablada entre las fuerzas del progreso y del retraso, entre las fuerzas que
encarnan lo nuevo y las fuerzas que representan lo viejo. Y como es ley
histórica ineludible, las primeras, aunque sea a costa de grandes sacrificios,
finalmente se imponen y obtienen la victoria. El 5 de Junio de 1895, señala
este hecho memorable.
Ya en el gobierno, el
liberalismo emprende en una serie de reformas tendientes a impulsar el
desarrollo del país y a imponer los principios democráticos.
Sobresalen por su
trascendencia, entre aquellas reformas, las siguientes:
─ El establecimiento de las libertades de conciencia y cultos, de pensamiento
y prensa, de trabajo y reunión, que son incorporadas en forma clara y
terminante a la Constitución de 1906 −una
de las más progresistas de América Latina en aquella época−
donde se plasman en norma legal las principales aspiraciones de la burguesía.
─ La separación de la Iglesia y el Estado que da término al dominio
clerical soportado por el país, anteriormente doblegado por el yugo del
Concordato impuesto por la tiranía garciana, que hacía del Ecuador un miserable
feudo pontificio y constituía un formidable instrumento de imposición y
dominio.
─ La implantación de la enseñanza laica que suprime el monopolio
ejercido por el Clero en este campo, monopolio superestructural de importancia
suma para la clase gobernante, pues que era el principal vehículo para la
imposición de la ideología conservadora. Para consolidar el laicismo, se fundan
los institutos normales encargados de la formación de un profesorado abierto a
las modernas ideas pedagógicas y sociales.
─ La institución de la educación primaria con el carácter de gratuita y
obligatoria, con el fin de impulsar la instrucción popular y contribuir a la
disminución del analfabetismo reinante. Desgraciadamente, ese objetivo no se
logra en toda su extensión, particularmente en el campo, por la cerrada oposición
de los terratenientes.
─ La promulgación de la Ley de Beneficencia en 1908, mediante la cual
se expropia los bienes territoriales de las comunidades religiosas, base
fundamental de su poderío económico.
─ La supresión de diezmos y primicias, de derechos parroquiales y otros
gravámenes eclesiásticos, que a más de constituir trabas para el desarrollo de
la agricultura principalmente, son formas de explotación a las masas populares,
a la par que fuente de cuantiosas entradas para la clerecía.
─ La adopción de algunas medidas para aliviar la situación del indio,
como la supresión de la contribución
territorial, la fijación de un salario mínimo y la elaboración de
recomendaciones para frenar los abusos de los patrones, en especial, en
relación al concertaje. El decreto de 12 de abril de 1899 tiene este último
objetivo.
─ Creación de escuelas nocturnas y de artes y oficios para los trabajadores,
pues se considera, según se dice en un decreto de 1901, “que de la educación de
la clase obrera depende, en gran parte, la prosperidad del país”. También se
les dota de locales para el funcionamiento de sus organizaciones.
─ Acceso de la mujer a los empleos públicos y a las universidades,
suprimiendo en esta forma la odiosa discriminación que existía anteriormente
en este aspecto. La fundación de institutos normales femeninos amplía así mismo
su campo de trabajo, además que le posibilita para que pueda participar en
actividades sociales y culturales. Varias otras leyes, como las de matrimonio
civil y divorcio, contribuyen para su progreso y liberación.
─ Aprobación y vigencia de varias leyes tendientes a favorecer el
incremento del comercio y la industria, de acuerdo con los intereses de la
nueva clase gobernante. Así, por ejemplo, en 1906 se dicta la Ley de Industrias
que fomenta el desarrollo de las industrias y manufacturas nacionales. La
adopción del talón oro ayuda al
incremento del comercio.
─ Y, finalmente, se da inicio a un gran plan vial, en el que sobresale
por su magnitud e importancia la obra del Ferrocarril del Sur, que rompe con el
aislamiento feudal de las provincias y se convierte en un poderoso instrumento
para el crecimiento de la producción y la formación de una mercado nacional
unificado.
Todo esto, en comparación al
estado de atraso político y económico en que se vegetaba anteriormente,
representa un gigantesco paso hacia adelante, que favorece el desarrollo
capitalista del país y abre las puertas para conquistas posteriores. Las cifras
confirman este aserto. Durante los últimos años de la dominación conservadora
los ingresos ascienden a S/. 4.325.701, mientras que en 1909, y no obstante la
larga guerra civil desatada por la reacción, llegan a S/. 16.370.698. Igual
cosa sucede con las entradas provenientes de la aduana.
Desde luego, la revolución
liberal dirigida por Alfaro tiene grandes limitaciones y lados negativos, pues
que la debilidad de nuestra clase burguesa −fundamentalmente comercial y con
fuertes vínculos con el latifundio− no permite una mayor radicalización. Esto
impide, sobre todo, que no se realice ni siquiera una superficial reforma
agraria. Basta decir que las tierras expropiadas al clero permanecen indivisas
en manos del Estado que, como otro señor feudal, continúa manteniendo allí el
régimen de servidumbre de los campesinos existente con anterioridad, ya que son
dadas en arriendo a los mismos terratenientes.
Esta limitación de la
revolución liberal ecuatoriana, que deja indemne todo el poder económico de los
latifundistas, favorece la pronta reacción de las fuerzas vencidas. Fuerzas
que, en unión de nuevos aliados −los liberales terratenientes y de derecha−
sacrifican pronto y bárbaramente a su principal gestor.
En el agro, indudablemente,
está el talón de Aquiles de nuestra revolución.
El revolucionario anticolonialista y antiimperialista
Alfaro, como ya dijimos, es
también un luchador antiimperialista y un defensor decidido de la soberanía de
los pueblos latinoamericanos.
Nuestro país, desde su
nacimiento mismo como Estado independiente, conoce la dureza de la explotación
extranjera. El capitalismo inglés, sin escrúpulo ninguno, mediante préstamos
verdaderamente usurarios que hace durante la campaña emancipadora, afianza su
dominio sobe las jóvenes repúblicas y carga sobre sus espaldas el peso de una deuda
insoportable, que se convierte en grande obstáculo para su pronto desarrollo.
El Ecuador no es una excepción: la llamada Deuda
Inglesa es el dogal que le aprisiona.
Alfaro, antes de llegar al
poder, hace la historia de esa deuda y demuestra lo onerosa que ha sido para la
nación, señalando las nefastas consecuencias del empréstito y mostrando los
oscuros manejos financieros a que ha dado lugar por parte de los acreedores y
sus cómplices nacionales. A su estudio le da un título por demás elocuente y
significativo: La deuda gordiana, que
es sin duda el primer y más valioso alegato aparecido en nuestra patria contra
la intromisión extranjera.
Pero no solo se trata de los capitales
de la Gran Bretaña. En su continuo deambular por el continente, combatiendo y
buscando apoyo para sus ideas, puede ver y palpar los alcances de la
penetración norteamericana y los trágicos resultados de sus depredaciones. La
predicción del Libertador Simón Bolívar, de que los Estados Unidos estaban
destinados por la Providencia para encadenarnos en nombre de la libertad, se
había cumplido plenamente. México ha perdido la mayor parte de su territorio,
el comercio y las riquezas de los países centroamericanos y del Caribe están en
manos yanquis, donde los marines desembarcan como en casa propia
para cometer los más innombrables abusos. El garrote del Tío Sam se divisa en
todo el horizonte americano.
Y esta realidad adquiere tintes
más sombríos todavía, cuando la libre competencia en aquella época es
reemplazada por el dominio de los monopolios, etapa superior del capitalismo al
decir de Lenin. Y esta nueva etapa, que no es otra que el imperialismo, para
los países débiles y poco desarrollados como los nuestros, significa una
opresión mayor y una explotación redoblada. Significa, la subordinación y la
dependencia.
Ante tales hechos, Alfaro se
demuestra como un opositor convencido de toda clase de dominación e injerencia
extranjera en los pueblos americanos, estando siempre dispuesto a prestar su
concurso personal para el combate por su autonomía e independencia. Así, según
afirma el historiador Emeterio Santovenia en su obra Eloy Alfaro y Cuba, cuando “el estado de Panamá, aun no separado de
aquella república (Colombia), se hallaba amenazado de caer bajo la dominación
norteamericana, Alfaro, reuniendo a compatriotas suyos, compareció ante las
autoridades del Istmo y ofreció sus servicios para repeler la agresión en
germen”.
También, durante su larga estadía
en otros países centroamericanos, combate incansablemente para lograr la unión
y amistad entre aquellos países, como el medio más idóneo para poder presentar
resistencia a la creciente presión norteamericana, actuando algunas veces como
árbitro de sus conflictos merced al prestigio adquirido, tal como sucede en
1890 en la guerra que involucra a Guatemala, Honduras y El Salvador. A este
respecto, el escritor español Ferrándiz Albors, con el pseudónimo de FEAFA,
dice lo siguiente en un artículo publicado en 1935 en el diario El Día de la ciudad de Quito:
Testimonios oficiales
particulares señalaron a Alfaro como uno de los más destacados mediadores de
aquel conflicto que encarriló a Centro América por la ruta de la colaboración
mutua y comprensión, ya que una misma es la historia que une a las cinco
Repúblicas y uno mismo es el interés que los sitúa en la lucha contra el
imperialismo.
La reunión del Congreso
Internacional verificado en México en 1896 bajo el patrocinio de Alfaro, tiene
así mismo un sentido antiimperialista, pues que sus miras no son otras que la
defensa mancomunada de la agresión permanente de los Estados Unidos. Su
objetivo principal, es poner coto a la interpretación unilateral de la Doctrina Monroe por parte de los
gobiernos norteamericanos, que habían hecho de ella, desde el momento mismo de
su aparición, un instrumento de conquista y sojuzgamiento de nuestros pueblos.
El primer punto de la Agenda a discutirse dice: “La formación de un derecho
público americano que, dejando a salvo intereses legítimos, dé a la doctrina
iniciada por Monroe la extensión que merece y las garantías indispensables para
su exacta aplicación”.
Es natural que esto no podía
convenir a los detentadores exclusivos de esa efectiva arma de dominio, pues que
una interpretación por parte de los afectados, necesariamente se encaminaría a
mellar su filo y a impedir todo empleo nocivo para sus intereses. Esta es una
de las causas −ya se verá la otra− para
la tenaz oposición de la diplomacia yanqui al Congreso que, a la postre,
determina su fracaso.
El Congreso Internacional
quiere tener además un carácter anticolonialista, porque como afirma el
escritor Manuel Medina Castro −La otra
historia: El Ecuador contra la dependencia y la intervención−Alfaro se
preparaba para demandar a los países asistentes un pronunciamiento reconociendo
la independencia de Cuba que Estados Unidos consideraba “prematura”, ya que
aspira y prepara el sojuzgamiento del pueblo hermano, conforme lo hace después
mediante su premeditada intervención en la contienda y la imposición de la
Enmienda Platt.
Esta, pues, la siguiente causa
para que el secretario de estado Olney, como portavoz de su gobierno, se
convierta en el mayor enemigo del Congreso, a la vez que en solapado
intrigante pues, según confiesa el diplomático Genaro Estrada, manifiesta a sotto voce que el Ecuador no tiene el
prestigio suficiente para auspiciar una empresa tan importante. Dice que es
inoportuna su reunión por la inasistencia de varios otros países. Que, en fin,
no es el momento adecuado para abrir una discusión sobre la doctrina Monroe…
La posición de Alfaro, frente a
la lucha del pueblo cubano por su independencia, como queda de manifiesto por
lo que acabamos de exponer, es firme y terminante. Su adhesión a esa noble
causa es vieja. Se remonta a su peregrinaje por Centro América, donde conoce a
sus principales gestores: Martí y Maceo, con los cuales forja planes para la
liberación de la Perla de las Antillas, y a los cuales ofrece su espada para el
batallar que se aproxima. Por esto, cuando llega al Poder en el año de 1895, se
apresura a prestar todo el apoyo posible a los hermanos del Caribe. A la reina
de España, en carta histórica, le exhorta para que ponga término a la cruenta y
exterminadora guerra. Más todavía: prepara una expedición militar para reforzar
el ejército de Máximo Gómez, expedición que no llega a salir del Ecuador por
causas ajenas a su voluntad. De todas maneras, queda patente su anhelo y su
sentir.
Y finalmente, también en su
patria, el Ecuador, tiene que luchar denodadamente contra la voracidad del
imperialismo.
Una primera batalla, es quizás
la de 1900, cuando el gobierno de Estados Unidos trata de imponer al país un
tratado de comercio lesivo para sus intereses, pues allí se incluía la célebre
cláusula de la nación más favorecida
y de reciprocidad comercial que, como es conocido, no es sino un instrumento
utilizado por las grandes potencias en contra de los pueblos poco desarrollados
económicamente. Ese tratado es puesto en conocimiento del poder legislativo
mediante escasas frases contenidas en el Manifiesto
que Alfaro dirige al Congreso y en una Nota suscrita por el canciller Peralta,
donde, significativamente, no se hace ninguna alusión a su valor ni menos se
sugiere su aprobación. Este tácito rechazo, tal como afirma Medina en el libro
que antes mencionamos, ayuda para que los legisladores se pronuncien en contra
de su suscripción. De esta manera, se pone fin a la tentativa yanqui.
El rechazo del Congreso da
ocasión para que el canciller José Peralta −par de Alfaro en la lucha antiimperialista−
limite por medio de una ley el tratamiento de nación más favorecida, a fin de
salvaguardar al país de las imposiciones de las potencias imperialistas. El
doctor Jorge Villacrés Moscoso, en su Historia
diplomática de la República del Ecuador, dice lo siguiente sobre este
particular:
Esta toma de posición que
adoptó el Senado, fue motivo más que suficiente para que el Canciller Peralta,
aprovechara de esta oportunidad, para solicitar a la Legislatura, que se diera
una norma, que tendría muy en cuenta en el futuro, para impedir que países de
mayor potencialidad, trataran de obligar al nuestro otorgarle mayores ventajas,
que las que ellos nos otorgaren, y el Congreso, acogiendo este pedido, dictó un
decreto mediante el cual se instruía al Poder Ejecutivo, para que solo a base
de la más estricta reciprocidad se pudieran negociar los tratados de comercio.
El decreto mencionado por el
doctor Villacrés Moscoso es aprobado el 2 de octubre de 1900. Y el ejecútese firmado por Alfaro y el
ministro Peralta, tiene fecha de 5 de octubre del mismo año.
Otras batallas que libra Alfaro
contra el imperialismo, se relacionan con el Archipiélago de Galápagos, ese
cúmulo de islas descubiertas por un fraile español e incorporadas al patrimonio
nacional en los primeros años de nuestra vida independiente.
Este archipiélago, donde Darwin
vislumbra la evolución de las especies, desde muy temprano atrae la mirada de
las grandes potencias, no por la riqueza de su fauna, que tanto cautiva al
sabio inglés, sino por su posición estratégica privilegiada. Todas ellas han
tentado a diferentes gobernantes con el brillo del oro, y no han faltado
algunos con alma nada limpia, que alucinados por los ofrecimientos, no han
vacilado en entrar en obscuras componendas. Y si no hemos perdido las
codiciadas islas, es porque el pueblo, siempre alerta, se ha puesto de pie para
impedir todo intento de enajenación de ese territorio patrio.
A Alfaro, al igual que a los
otros, también se le propone, varias veces, el arrendamiento de Galápagos.
Intereses poderosos y altos funcionarios políticos son partidarios del
negocio, razón por la que tiene que recurrir a diversos medios para impedir el
éxito de las presiones interesadas, siendo el principal la publicidad de las
ofertas, pues sabe que el pueblo hará oír su voz y que su oposición será
determinante. Así, promoviendo la discusión pública y desechando los anteriores
métodos basados en el sigilo y el secreto, logra impedir toda resolución que
menoscabe la soberanía nacional y que las Islas
Encantadas caigan en manos extranjeras. Un solo ejemplo que confirma lo
expuesto: cuando en 1910, aprovechando las dificultades que en ese instante
atraviesa el Ecuador por el conflicto que mantiene con el Perú, el gobierno
norteamericano intenta una vez más apoderarse de Galápagos, Alfaro pone esto en
conocimiento de la nación para que decida, democráticamente, lo que se debe
hacer. Y, como él esperaba, la respuesta popular es un no rotundo. “Buscar una
solución en el desmembramiento de nuestro territorio −dice
en un Mensaje dirigido al Congreso−
sería un crimen atroz: ni una pulgada del suelo de la patria puede cederse a
nadie, sin hacerse reo de parricidio; nada de mermar la sagrada herencia que
nos legaron los libertadores.”
Estas pocas palabras, henchidas
de patriotismo, resumen su modo de pensar sobre el mantenimiento de la
integridad territorial y la soberanía de la nación.
Queda así sintetizada −aunque
sin la fuerza que merece− la egregia figura del luchador que enarbola la
bandera por la defensa de la independencia de los pueblos latinoamericanos,
como cumple a todo genuino representante de un liberalismo democrático y
revolucionario. Bandera que, desgraciadamente, pronto será arrojada por la
borda por la mayoría de los gobiernos que le suceden.
El trágico final del gran caudillo del radicalismo liberal
Anticipamos, en páginas
anteriores, el fin trágico del gran caudillo del liberalismo ecuatoriano.
A raíz de la revolución
realizada por el general Montero y después de las derrotas de Huigra, Naranjito
y Yaguachi, es tomado prisionero y conducido a Quito, en unión de sus
principales colaboradores, no obstante de que un tratado garantizado por los
cónsules de Inglaterra y Estados Unidos, asegura su vida y su libertad.
Mas esto nada importa, pues el
traslado ilegal a Quito está convenido por sus más encarnizados enemigos, que
saben que eso significa su seguro sacrificio. Y así sucede en efecto. Apenas llegados
a la Penitenciaría Nacional, sin que se intente la menor defensa, un turba ex
profesamente preparada asesina vilmente a los prisioneros y los arrastra por
las calles de la ciudad hasta llegar al sitio denominado El Ejido, donde son
incinerados sus cadáveres. La historia recuerda este episodio con el título de
Hoguera Bárbara.
¿Quiénes son los responsables
de la masacre?
Tres son las fuerzas, que
igualmente interesadas, preparan el crimen inaudito: la reacción conservadora,
el liberalismo de derecha y la mano del imperialismo.
La actuación del
conservadorismo −que comprende a la clerecía y a los terratenientes
aristócratas sobre todo− nada tiene de extraña. Son los vencidos de ayer y
quieren recuperar los perdidos privilegios.
Llevados de ese fin, desde
mucho antes de la tragedia, maquinan hábilmente promoviendo revoluciones y
pactando con los liberales vacilantes. Ya en 1906 organizan un Comité Central
de la coalición liberal−conservadora según denuncia el escritor Manuel María
Borrero en su obra titulada El Coronel
Antonio Vega Muñoz. Allí están, con nombres y apellidos, los integrantes
de esa híbrida asociación. Y ahora, llegado el momento de la inmolación del
caudillo, al que consideran como el mayor peligro para la consecución de los
objetivos que persiguen, ponen en tensión todas sus fuerzas y participan
abiertamente en la matanza. Sus más notables representantes, como consta en
documentos irrefutables, se hacen presentes mediante comunicados en que piden
el traslado del general a Quito y la imposición del “más ejemplar de los
castigos”. Hasta el arzobispo, máxima autoridad de la Iglesia Ecuatoriana,
guardando silencio, permite la realización de los horrorosos hechos.
El liberalismo de derecha, que
hace unidad con el conservadorismo como dejamos dicho, está compuesto
especialmente por grandes hacendados que han plegado a la revolución por
diversas causas y por burgueses ligados al latifundismo, que temen que prosiga
el avance liberal bajo la dirección del alfarismo hasta un punto incompatible con
sus intereses. Tienen una fuerza poderosa, pues detentan un gran poder
económico, ya que muchos son acaudalados exportadores y dueños de extensas
plantaciones de cacao, que inclusive, mantienen bajo su conducción a los
mayores bancos del país.
El comando de esta facción está
constituido por el placismo dirigido
por el general Leonidas Plaza Gutiérrez, quien, cuando se verifican los
luctuosos hechos que reseñamos, se halla prácticamente adueñado del Poder, ya
que los más altos miembros del gobierno están vinculados políticamente con él,
razón por la que la eliminación física del Viejo Luchador se orienta desde
sitial tan elevado, siendo por lo mismo el presidente Freile Zaldumbide y su
gabinete, los principales culpables de la catástrofe.
El liberalismo de derecha al
que nos hemos referido, en verdad, tanto porque así convenía a sus intereses
como por la tibieza de sus principios políticos, nunca aceptó con agrado la
elevación a la primera magistratura del general Eloy Alfaro, pues su deseo fue
siempre tener un presidente manejable y perteneciente a su círculo, igual en
medianía doctrinaria y con pujos aristocráticos. Tiene toda la razón el coronel
Carlos Andrade −Recuerdos de la guerra
civil− cuando manifiesta lo siguiente:
La Junta de Notables reunida con
el objeto de procurar que pacíficamente se efectuara la transformación, luego
de conseguido esto, trató de constituir un Gobierno Provisional y para nada se
acordó de que existía en el mundo el General Eloy Alfaro. El pueblo, idólatra
de ese nombre y admirador de las virtudes y sacrificios de su caudillo, al
tener conocimiento del poco caso que de él hacían los Notables, invadió los
contornos de la sala de deliberaciones y a gritos pidió que el General Eloy
Alfaro fuera proclamado Jefe Supremo. Intimidados los Notables por tan enérgica
actitud, accedieron a pesar suyo y suscribieron un acta conforme a los deseos
manifestados por el pueblo.
Esta es la verdad entera que
nuestros historiadores han venido silenciando. Tal como dice Andrade, es el
pueblo, el que eleva al Poder al general Alfaro.
Nos corresponde tratar sobre el
tercer personaje del drama: el imperialismo.
Su participación, no obstante
ser hipócrita y velada, ha dejado huellas suficientes para basar una acusación
de manera terminante. Tanto es así, que ya a raíz mismo de los hechos, varios
periódicos del continente denuncian y señalan al nuevo responsable.
Es que el incumplimiento del
Tratado garantizado por los cónsules de Inglaterra y Estados Unidos, tiene
lugar por cuanto dichos funcionarios extranjeros, para actuar tan
desdorosamente, reciben órdenes expresas de sus superiores, que no son otros
sino los ministros acreditados ante nuestro país por las naciones citadas. He
aquí lo que afirma al respecto el historiador conservador Wilfrido Loor en el
tercer tomo de su biografía de Alfaro:
Carlos R. Tobar, como Ministro
de Relaciones Exteriores, protesta ante las Legaciones de Estados Unidos y Gran
Bretaña por esta intervención oficial de los agentes consulares en asuntos que
sólo atañen al Ecuador. “Los cónsules se están atribuyendo facultades que no
tienen −dice− ellos no pueden gozar entre
nosotros de más derechos que los que les corresponden en todos los países
civilizados, porque somos nación libre y no sujeta a capitulaciones consulares.”
El ministro norteamericano Evan
R. Young cree que Tobar está en lo justo y ordena al cónsul de Guayaquil que “se
abstenga de tomar parte en la política interior del país y limite sus
atribuciones al cumplimiento de los deberes de su cargo”. Esto significa la
aprobación, el visto bueno para la
remisión de los presos a Quito y el consiguiente asesinato. Así lo comprende
Tobar que, ufano, envía este telegrama a Guayaquil:
“Quito. Enero 25.- 1.20 p.m.- Gobernador.- Cuerpo
diplomático residente háme dicho haber telegrafiado a sus cónsules en
Guayaquil, la abstención más completa respecto a los asuntos que no les concierne,
tales como los relativos a lo que el Gobierno ha ordenado tocante a los
cabecillas de la revuelta de cuartel que terminó.- Ministro de Relaciones”.
Véase entonces, que es el
ministro de Estados Unidos, que como residente en Quito sabe perfectamente que
la venida de los prisioneros significa su muerte, el que obliga al cónsul a que
rompa el Tratado por él firmado y deje de cumplir con su palabra. Y con el
pretexto más inteligente: el de que “se abstenga de tomar parte en la política
interior del país”.
Resulta inconcebible, que un
representante de la nación que se inmiscuye en los asuntos de todos los países
del continente, ahora, para patrocinar la imposición del “más ejemplar de los
castigos” que piden los enemigos de Alfaro, no tiene empacho en aparentar
respeto para el débil y pequeño Ecuador. Hasta este punto se puede llegar para
proteger los intereses del Imperio.
El móvil para la contribución
norteamericana en los arrastres de enero de 1912, no puede ser otro sino la
necesidad de deshacerse de un ardoroso nacionalista defensor de la soberanía de
la patria, para así facilitar la penetración imperialista en nuestro suelo,
cuyas riquezas naturales, ya desde entonces, son miradas con ojos de codicia.
El experimentado Tío Sam sabe
que los sucesores de Alfaro serán sometidos con facilidad y convertidos en
dóciles instrumentos de sus afanes de dominio.
* *
*
La revolución liberal de 1895
no puede pasar desapercibida para el pueblo ecuatoriano, porque es la única
revolución de capital importancia verificada en el largo ciclo republicano.
Siendo esto así, hay una necesidad imperiosa para acrecentar los estudios y las
investigaciones alrededor de su máximo líder y de su obra, porque hay que
confesar que los realizados hasta el momento, son cortos e insuficientes.
Es manifiesto, en efecto, que
aún no se ha investigado con la debida profundidad sobre muchas fases de la
prolongada trayectoria histórica del general Eloy Alfaro, existiendo por lo
mismo varios vacíos o lagunas que deben ser llenadas para la mejor comprensión
de su esclarecida personalidad.
Personaje controvertido como
es, ya que dada la índole de su acción revolucionaria no puede menos que ser
combatida con acritud por sus contrarios, muchas de sus actuaciones han sido
falseadas e interpretadas de acuerdo a las conveniencias ideológicas de los
historiadores, siendo así incorporadas, inclusive, a los textos de enseñanza.
Se han escrito voluminosas biografías suyas que tienen como fin primordial
defender posiciones conservadoras y privilegios de clase que fueron suprimidos
por la revolución liberal, para lo cual se utiliza una documentación parcial y
hábilmente escogida y presentada. Urge, por consiguiente, emprender en la
tarea de corrección y refutación de los errores propagados, teniendo en cuenta
que la literatura antialfarista es lo que más se difunde, cumpliendo por lo
mismo con amplitud su objetivo desorientador.
[1] Este artículo se
publicó por primera vez por la Asociación de la Escuela de Sociología de la
Universidad Central del Ecuador como folleto mimeografiado en julio de 1979 y
por su gran valor histórico ha sido reeditado en múltiples ocasiones.
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