El 27 de diciembre de 1795 fallece Eugenio Espejo prócer y precursor de nuestra primera independencia. Recordemos las ideas políticas del revolucionario quiteño.
ideario
político y libertario DE EUGENIO
ESPEJO[1]
Oswaldo
Albornoz Peralta
Nos
corresponde ahora explorar un poco en el mundo de las ideas políticas y
libertarias de Espejo.
Empecemos
por manifestar, como es muy comprensible, que tampoco sus ideas políticas
radicales y menos las que se relacionan con la independencia de los pueblos
americanos, pueden ser encontradas en sus libros. Al contrario, varias veces
critica allí algunas proposiciones de los enciclopedistas y se pronuncia contra
la revolución francesa calificando sus reformas de irreligiosas en un sermón
que escribe en 1793. A este respecto, Philip Louis Astuto piensa que “había
intercalado estos comentarios derogatorios
sobre la Revolución Francesa, así como sus observaciones elogiosas sobre
la Conquista, para aquietar los temores de las autoridades coloniales que a
buen seguro sospechaban de sus actividades sediciosas y traicioneras”.[2] Es
seguro que esto sea así, porque en su última prisión ─1795─ se le acusa
precisamente de haber manifestado que no era pecado la decapitación de Luis XVI
y que los pueblos tienen derecho a sublevarse contra los malos gobernantes.
Además, como dice González Suárez, la
idea sobre el establecimiento de gobiernos republicano─democráticos era nacida
del ejemplo de Francia y de los Estados Unidos. De lo que se desprende que
Espejo, aparte de los reparos que puede haber tenido acerca de asuntos
religiosos ─pues su cristianismo no ha sido puesto en duda─ no era enemigo de
la gran transformación burguesa de 1789.
Espejo es
sumamente precavido. En su libro La
ciencia blancardina, protestando porque el fraile Juan de Arauz había
afirmado que El Nuevo Luciano
vomitaba un “humor pestilente y un cruel veneno aún contra lo más respetable y
sagrado”,[3] confiesa
haber usado seudónimo y no su verdadero nombre en esa obra, por temor a ser
denunciado ante el Tribunal de la Inquisición. Véase pues, hasta donde se
extiende su reserva.
Sin embargo
de todo esto, algunos estudiosos de Espejo, al no hallar pruebas firmadas y
autenticadas en juzgado de sus ideales más revolucionarios, unos con buena fe
y otros no tanto, han tratado de disminuir su valor como pensador avanzado. Felizmente, sólo son
las excepciones.
Pero, si no
todo su pensamiento está contenido en sus obras, lo que aparece allí es
suficiente ─como parte ya lo hemos visto─ para considerarlo como el espíritu
más progresista del siglo XVIII. Todos sus trabajos están saturados de ideas
liberales y cita a sus autores cuando estos no representan mayor peligro, como
Groccio y Puffendorf pongamos por caso, ambos teóricos del derecho natural y
pensadores tempranos de la burguesía europea, con huellas por consiguiente, en
muchos aspectos, de la jurisprudencia feudal. El primero ─cuyas concepciones
se forman bajo la influencia de la lucha en Holanda por su independencia del
dominio español y la instauración de la república burguesa─ sostiene que
proviene de la “naturaleza” del hombre y no de la voluntad de Dios como
enseñan los teólogos medievales. El segundo, con la cobardía propia de los
burgueses alemanes que Engels pone tan bien de relieve, defiende los derechos
de los príncipes germanos y se pronuncia por la limitación de los poderes del
emperador, estimando legítima la existencia de la servidumbre feudal. La larga
cita de este autor que Espejo transcribe en sus Reflexiones acerca de las viruelas, donde se señalan los deberes
del buen ciudadano, tiene por objeto criticar la avidez de riquezas y
comodidades de las clases elevadas.
También ─y
no podía ser de otra manera─ en sus libros se transparentan las ideas de los
principales pensadores ilustrados de España, que aunque con la timidez
proveniente del escaso desarrollo de su burguesía, tienen una intención
antifeudal. Al hablar de Campomanes demuestra haber conocido sus obras, por lo
menos sus más importante y conocidas: Tratado
de la regalía de amortización, a la que ya nos referimos, Discurso sobre el fomento de la industria
popular (1774) y Discurso sobre la
educación popular de los artesanos y su fomento (1775-1777). Y es seguro
que está al tanto de los estudios de Jovellanos y de las Sociedades Económicas
de la metrópoli.
De los
autores franceses ─cuyos libros son harto conocidos a pesar de estar prohibidos─
menciona a Montesquieu, del cual acoge su teoría sobre la influencia del clima
sostenida en El espíritu de las leyes,
pues en su Voto de un Ministro Togado de
la Audiencia de Quito, al referirse a la desidia de los pobladores de
Ibarra, piensa que el defecto se debe al clima, “tan dominante en las operaciones
de la vida y sus costumbres”.[4] Nombra
así mismo a Voltaire, alabando su prosa, pero como es natural, haciendo reparos
a sus ideas religiosas. Estudia la obra de Guillaume Raynal, Histoire philosophique des établissements et
du comerce des européens dans les deux Indes, donde se condena el
colonialismo español y que según Keeding influye para que Espejo se adhiera a
la teoría del libre comercio reflejada en su obra Memoria sobre el corte de quinas. Y aunque sea sin nombrar a
Rousseau y llamando a acatar las órdenes del rey, con suficiente claridad,
acoge los fundamentos del contrato social.
Cuando no consideramos ─dice─ más de que por una
necesidad inevitable de solicitarnos las ventajas de la sociedad, hemos
radicado el depósito de la Autoridad Pública en el Rey. Que por la misma razón
le hemos entregado voluntariamente parte de nuestra libertad, para que haga de
nosotros lo que juzgue conveniente; que su poder, en atención a este sacrificio,
se extiende únicamente a procurar el bien común de sus vasallos: Y que bajo
estas miras, no podemos resistir a sus preceptos, considerando bien que ellos
no tienen otro objeto, que el del buen orden, la economía, la conservación y la
felicidad del Estado...[5]
Es seguro
que conoce la Constitución francesa. Esto no es difícil, porque en España su
circulación es amplia, y todos los impresos de allá llegan prontamente a las
colonias americanas merced a las relaciones frecuentes que existen con la
metrópoli. Keeding piensa que, posiblemente, la obra de “filosofía en francés”
que Rodríguez sacó de la antigua biblioteca de los jesuitas ─que consta de una
nota del bibliotecario José Pérez─ era la constitución de los Estados Unidos de
1776 o de la constitución francesa de 1791. Luego añade: “No parece imposible. Pues,
que Eugenio Espejo tenía entre los casi 15.000 volúmenes de la Biblioteca
Pública algunos manuscritos con respecto al constitucionalismo moderno, los
cuales escondidos entre los libros menos recorridos por los lectores, estaban
más seguros que en su casa. Estos papeles hizo conocer a Miguel Rodríguez”.[6] Es más
probable que se tratara de la Constitución francesa, ya que allí están
incluidos los "derechos del hombre" que más tarde el sacerdote
Rodríguez ─uno de los mejores discípulos de Espejo─ los traduciría al
castellano.
El
verdadero pensamiento político de Espejo, además, puede ser rastreado en los
numerosos informes y cartas de las autoridades españolas, donde, restando las
factibles exageraciones, no cabe duda que mucho tienen de verdad. En todos
ellos se le tilda de peligroso subversivo, armado de un arsenal de ideas
peligrosas que, para tales funcionarios, no son otras sino las provenientes de
la Francia revolucionaria y de los pensadores liberales avanzados de la época.
Igual contenido tienen las denuncias que sus enemigos y partidarios de la
monarquía presentan en su contra. Tal, por ejemplo, la acusación de fray
Esteban Mosquera presentada al virrey de Santa Fe. Allí, según Carlos
Paladines, se califica a él y sus partidarios de sediciosos afrancesados,
jacobinos y convencionalistas, términos “en que se refleja la ideología de los
republicanos franceses y se plantea la ruptura con la monarquía española”.[7]
Las ideas
políticas de sus principales discípulos ─sin que esto signifique igualdad de concepciones,
pues algunos de ellos, como Mejía, llegaron a superar a su maestro─ son un hilo
conductor que nos lleva hacia su auténtico pensamiento. Los más avanzados son
sin duda el nombrado Mejía, Miguel Antonio Rodríguez, Juan de Dios Morales,
Manuel Rodríguez de Quiroga y Antonio Ante, todos ellos republicanos y
demócratas partidarios de la independencia total, como lo demostraron en sus
posteriores actuaciones. Ellos sí, son los “herederos de los proyectos
sediciosos de un antiguo vecino, nombrado Espejo”,[8] de que
habla el Presidente Molina en una carta.
Después de
lo que se deja escrito, no es extraño que la gran mayoría de los escritores que
se han ocupado de Espejo, hayan llegado a la conclusión de que es conocedor y
simpatizante de las corrientes políticas más avanzadas de su tiempo. Benites
Vinueza dice al respecto:
La base de su cultura es francesa, enciclopedista y por lo mismo,
revolucionaria.
Los filósofos de la Pre-revolución,
especialmente Montesquieu, D'Alambert, Rousseau y Voltaire, modelan su
pensamiento político y determinan su actitud ante la vida. Tiene una inmensa fe
en la "ilustración" y sus ideas pedagógicas inquietan el medio
quiteño.[9]
Y Enrique
Garcés añade a lo anterior:
Espejo conocía a fondo toda la obra realizada por los
republicanos de Estados Unidos de Norte América. Sabía de memoria la
declaración de Filadelfia y estudiaba cuidadosamente todo el proceso de la
independencia y formación de los Estados Unidos. Washington le era familiar.
Espejo, estaba profundamente saturado de la tesis de la Revolución Francesa.
Los enciclopedistas eran sus amigos íntimos.[10]
No se puede
dudar de las afirmaciones anteriores. En la época de Espejo las ideas
liberales, provenientes de diferentes fuentes y países, están ampliamente
difundidas. La monarquía española hace toda clase de esfuerzos para impedir la
entrada de libros subversivos en sus colonias. Los obispos no se cansan de
prohibir su lectura, a la vez que la Santa Inquisición, persigue sin tregua a
sus poseedores y lectores. Jorge Carrera Andrade, basándose en el cronista
Ascaray y refiriéndose a Quito, dice:
Las corrientes del pensamiento seguían una dirección insospechada desde
la época de Montúfar y Fraso; el pensamiento democrático se fortalecía en los
barrios populares, los libros franceses adquirían gran boga, el prestigio de
las autoridades religiosas iba en disminución cada día y un viento liberal
soplaba aun entre las clases elevadas.[11]
También
afirma este mismo escritor ─artículo periodístico antes citado─ que los miembros de la Sociedad de Amigos del País no sólo son lectores de los filósofos
franceses, sino que traducen y copian sus escritos para difundirlos en los
pueblos de la Real Audiencia de Quito. Y en su Galería de insurgentes, aludiendo a la propagación de las ideas
liberales norteamericanas ─“filosofía de Filadelfia”─ afirma que el sabio
Franklin mantiene correspondencia con los animadores de las Sociedades
Económicas de España y América, entre ellos con Espejo, secretario de la
clandestina Escuela de la Concordia.
Pensar que
Eugenio Espejo, ojo avizor y receptáculo de todo lo nuevo, no conozca y no esté
comprometido con estas ideas, resulta bastante ingenuo.
Pasemos a
ver cuales son sus ideas relacionadas con la independencia de las colonias españolas.
De nuevo
tenemos que recalcar aquí, que si sus principios políticos tienen que ser
escondidos al máximo, con mayor razón esto se hace obligatorio con las ideas
emancipadoras, ya que ellas, directamente, están relacionadas con los intereses
más caros de España. Por consiguiente, el control y celo de las autoridades, es
muy estricto sobre este particular. Y las penas para los rebeldes y
conspiradores, están en consonancia con la gravedad que se atribuye a la falta
o delito. No hay que dejar ninguna huella, ninguna señal que puedan alertar a
los suspicaces cancerberos metropolitanos, Se impone el secreto más absoluto.
La primera
vez que Espejo aparece públicamente como sedicioso es con motivo del sumario
que se instaura en su contra en 1788 como autor de la sátira antiespañola
denominada El retrato de Golilla, por
haberse encontrado en su poder un ejemplar de ese escrito versificado, donde
se pone en ridículo a encumbrados personajes: se llama “rey de barajas” al
soberano español, y sobre todo, se aplaude el levantamiento acaudillado por
Túpac Amaru, por considerar justa la defensa de los derechos de los indios.
Espejo niega, rotundamente, ser el autor de ese “terrible pasquín”.
El
presidente de la Real Audiencia de Quito, Juan Josef Villalengua y Marfil, en
nota reservada y dirigida al virrey de Santa Fe, manifiesta que cualquier
tribunal de Europa condenaría a prisión perpetua al responsable de ese crimen.
Y luego añade:
El no haberlo yo executado, o esta Rl. Audiencia sin embargo de no ocultársenos la justicia que así lo
exijia, ha sido no sólo por las Causales que en el Auto del Tribunal a fol. 53
de los susodichos se tuvieron presentes, sino también por la que habiendo de
salir reos forzosamente en la causa, muchos sugetos de clase distinguida,
amigos, corresponsales y confidentes de Espejo, ocacionaría semejante
procedimiento en esta Providencia, un incendio difícil de apagar a menos de
cortar la Causa en el Estado que se nota (...) [12]
De lo
transcrito se desprende que la conspiración es ya bastante extendida y cuenta
con comprometidos de importancia social. Se teme que esto salga a la luz
pública y que los resultados de un escándalo de esta naturaleza sean
contraproducentes. Mejor, entonces, suspender la causa.
El escritor
cuencano Alberto Muñoz Vernaza asevera que los versos de la primera parte y
fragmentos de la segunda de El retrato de
Golilla pertenecen a un poeta francés, y que Espejo es autor solo de las
últimas estrofas, donde se hace referencia al Ministro de Indias José Gálvez y
a la sublevación de Túpac Amaru, porque ese personaje aún no había sido
nombrado para tal cargo, ni tampoco se había verificado la rebelión del segundo
al momento de aparecer la sátira. Si esto es así, quiere decir que Espejo, al prolongar
la mordaz crítica, está de acuerdo con el contenido de lo ya escrito. Y el
aditamento que le corresponde tiene singular valor, porque significa que
comprende toda la trascendencia de la insurrección del caudillo peruano. A la
vez que demuestra, nuevamente, su predisposición para la defensa de las
reivindicaciones y anhelos del pueblo
indio.
El pensador
argentino Arturo Andrés Roig ─al que siguen algunos escritores ecuatorianos─
piensa en cambio que Espejo es partidario de las reformas y enemigo de los
movimientos populares. En su libro titulado Humanismo
en la segunda mitad del siglo XVIII, asimilando o incorporando al mestizo
quiteño al ideario de una fracción de la nobleza criolla, deduce y sostiene que
es contrario de todos los movimientos de las masas “ignaras" y
"plebeyas”, razón por la que se opone a insurrecciones como la de Túpac
Amaru y la de los comuneros de Nueva Granada. Dice que analizando sus textos
“se nos presenta en una posición que no podemos sino declararla conservadora”. [13] Un ilustrado inofensivo, en suma.
Dejando a
los lectores la apreciación y medida de esta tesis, prosigamos adelante.
Con el
objeto de atender su defensa de la acusación planteada en su contra por este
motivo ─aunque algunos piensan que su verdadero propósito es trabajar por la
independencia─ se encamina a Bogotá. En esa ciudad entra en contacto con los
próceres colombianos Nariño y Zea, donde se integra a la logia secreta dirigida
por el primero, que trabaja por la emancipación y por la divulgación de principios
revolucionarios. El viaje le sirve sin duda para radicalizar su pensamiento y
trazar planes más concretos sobre la futura liberación de las colonias
españolas. Y así, con ideales más profundizados y pulidos, vuelve a Quito para
seguir su trayectoria de rebelde.
Años más
tarde, en 1794, una nueva inculpación recae sobre su persona. El día 21 de
octubre de 1794 aparecen en algunos lugares de la ciudad de Quito unos
banderines de color escarlata con el siguiente texto latino: ¡Salva cruce! Liberi esto. Felicitatem et
gloriam consequtor. La traducción sería esta: Al amparo de la cruz seamos
libres. Consigamos gloria y felicidad.
Existen
algunas versiones, aunque con pocas diferencias, de las palabras latinas
escritas en los banderines. Hemos escogido la que consta arriba por ser la más
clara, tal como corresponde a una consigna de agitación y propaganda, objetivo
central de su colocación. Otra clase de enunciado ─menos inteligible─ resulta
del todo inapropiado para esa finalidad.
Las
autoridades españolas, comprendiendo prontamente el sentido subversivo de los
letreros, emprenden con afán la búsqueda de los culpables. Espejo, ya inscrito
en el libro negro de los conspiradores, es apresado como su inspirador. Y no
hay duda, aunque no aparezcan pruebas y otros sean los autores materiales, que
él, solo él, es el verdadero responsable de un acto tan audaz y peligroso.
Porque, no en vano, es el eje y cerebro de la conjuración que se está gestando.
El
escándalo tiene resonancia y llega lejos. El presidente de la Real Audiencia
ordena que patrullas de soldados vigilen las calles por las noches y, sin
embargo, nuevos carteles aparecen en las paredes. El virrey de Santa Fe envía
sendas comunicaciones para que se corte de raíz el brote conspirativo. Y desde
Madrid, el duque del Infantado ─Manuel Godoy, el favorito de la reina María
Luisa─ refiriéndose a los letreros y banderas colocadas en las calles de Bogotá
y Quito,
(...) advirtió propagados los excesos, y ser estos el resultado de las
primeras roturas del fuego, que renacería continuamente con más fuerza, si no
se aplicaba toda la vigilancia debida; consideró también en el Virrey Espeleta
una especie de indulgencia y concepto menos serio y perjudicial, y le previno
seriamente en orden de 23 de marzo que ejecutase las penas que conviniese
imponer a los seductores para su castigo y tranquilidad pública, y sin ser
indulgente ni detenido en reflexionar, si la materia era o nó más o menos
grave.[14]
La alarma
es justificada. Ya no se trata de hechos aislados. Por todas las colonias
españolas de América llueven los papeles subversivos y cada vez son más
frecuentes las manifestaciones de descontento. El fuego, que más tarde ardería
en todo el continente, de brasa, empieza a convertirse en llama.
En nuestra
misma Audiencia, poco después, en marzo de 1795, se exhibe en la ciudad de
Cuenca un largo cartel versificado, ya no en latín subversivo, sino en
castellano claro, más expresivo y contundente. De allí, para muestra,
entresacamos los siguientes versos:
A morir, o
vivir sin Rey,
prebénganse,
valeroso vecindario,
que la
libertad queremos,
y no tantos
pechos y opresiones de Valle.
Indios,
negros, blancos y mulatos,
ya,
ya, ya. El que rompiere
su vida
perder quiere;
no se puede
sufrir;
como
valerosos vecinos
juntos a
morir o vivir,
unánimes
hemos de ser.[15]
Aquí
también se redoblan las pesquisas por parte del gobernador Vallejo. Pero el
atrevimiento no se detiene ante nada. Nuevos anónimos, de igual o parecido
contenido, se dejan en los intersticios de las puertas de calle de las casas de
la ciudad. Todos con esta significativa advertencia: “El que rompiere, su vida
perder quiere”.[16]
La
concepción de Espejo sobre la independencia puede resumirse en los siguientes
puntos principales.
1º Independencia
conjunta de todas las colonias españolas
Considera,
sagazmente, que los movimientos aislados para lograr la emancipación están
condenados al fracaso, dado el poderío militar de España. Esta idea le impulsa
a buscar contacto con los separatistas de los demás países dominados por
España, a fin de trabajar mancomunadamente para el éxito de tal propósito.
Espejo ─dice González Suárez─ quería que el primer grito de independencia
se diera a un mismo tiempo en todas las capitales de los virreinatos y de las
audiencias, y que todas las colonias se unieran estrechamente unas con otras,
para apoyarse y defenderse del poder de la Metrópoli, la cual sin duda, haría
grandes esfuerzos para impedir la emancipación de ellas.[17]
La historia
ha confirmado la justeza de este parecer. Los levantamientos son casi
simultáneos y la lucha, en extensos espacios territoriales, se efectúa
solidariamente. Los ejércitos de uno y otro país se ayudan mutuamente, y sus
soldados, sin egoísmos, derraman su sangre a miles de kilómetros de su tierra
natal. De otro modo, la guerra de liberación, hubiera sido más larga y más
cruenta todavía.
2º Plena
independencia
Una gran
parte del criollismo, sobre todo en los primeros momentos, no piensa en una
separación total de España. Aspira meramente a la autonomía, es decir, a
reemplazar a la burocracia española en el comando político de las colonias,
conservando, empero, la protección de la monarquía extranjera. De aquí, esos
iniciales pronunciamientos difusos, donde a la par que se habla de libertad, se
manifiesta una completa lealtad al amado Fernando VII. No se trata sólo de
táctica como algunos han dicho: es reflejo del pensamiento de un amplio sector
criollo. Tanto es así, que los historiadores Stanley y Bárbara Stein consideran
que si se hubiera aceptado el plan de Aranda de crear monarquías en América
vinculadas dinásticamente con España, éstas habrían sido, durante el siglo XIX,
“la forma predominante de organización política”.[18] Por lo
menos, nos parece a nosotros ─ya que la proposición anterior minimiza el peso y
poder de las otras clases sociales─ la resistencia a un cambio de este modelo
de gobierno por parte de la seudo nobleza americana, hubiera sido muy amplia y
desesperada.
La posición
autonomista de este sector criollo es comprensible. La autonomía garantiza, con
el paso del poder a sus manos, la conservación de sus vastas propiedades y el
control sobre todas las riquezas de las colonias. Todo esto con el amparo de la
fuerza militar de España para defender
sus intereses y doblegar cualquier rebelión de las masas populares oprimidas y
explotadas. Le significa, por tanto, una espléndida salida, a la vez que un
buen negocio.
Espejo es
totalmente contrario a esta posición oportunista. El propugna una independencia
total y absoluta.
3º República
y no monarquía
Otra parte
del criollismo, cuando comprende que la autonomía se hace imposible por la
terca oposición española y por la creciente opinión popular en favor de una
total independencia, se pronuncia también por la emancipación, pero propugnando
la monarquía como forma de gobierno, a sea con soberanos importados de Europa o
escogidos en la élite de nuestra seudo nobleza. Así, descartada la autonomía,
el estado monárquico se convierte en una nueva alternativa tendiente a la
preservación de los privilegios de los terratenientes criollos.
Por
entrañar la defensa de los intereses del criollismo, el pensamiento monárquico
gravita con fuerza durante toda la etapa de la lucha emancipadora y aún después
de conseguida la libertad. Basta recordar ese ir y venir desesperados, desde
varios países de América, en busca de posibles reyes, sin siquiera importar su
procedencia, con tal de que garantizaran el statu
quo social de las ex colonias. O recordar esos proyectos que se forjan por
doquier para implantar monarquías a contrapelo de la voluntad popular, que
siempre está presente, para oponer su veto.
Benites Vinueza dice:
Cuando se piensa que los movimientos emancipadores del sur del
Continente, hasta principios del siglo XIX, tuvieron en general una marcada
aspiración monárquica, y que en México surgió el imperio de Agustín I de
Itúrbide, asombra que Espejo, con aguda visión de futuro, auspiciara el sistema
republicano quizás como eco de la emancipación de América sajona ocurrida años
atrás.[19]
En el
Ecuador también hay intentos monárquicos. Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva
Alegre, trata de establecer una ridícula corte de oropel sostenida por la
nobleza quiteña, mezquina aspiración que divide a los patriotas. Después, fray
Vicente Solano, desde su periódico El Eco
del Azuay, aboga por la creación del Imperio de los Andes para coronar a
Bolívar. El general Flores, apoyado por altos militares y aristócratas del
Distrito del Sur, también es partidario de una monarquía bolivariana.
Felizmente, el Libertador, que comprende que el pueblo es contrario a esos
planes, rechaza el servil ofrecimiento.
Empero,
desde un principio, las aspiraciones monárquicas de la nobleza no tienen
mayores perspectivas en nuestra patria. La primera constitución que se dicta en
1812 es republicana. Se incluyen allí los tres clásicos poderes: ejecutivo,
legislativo y judicial. La inspiración del liberalismo francés ─con las
concesiones de rigor en el campo de la religión sobre todo─ es franca y
bastante marcada. El jurista conservador, doctor Ramiro Borja, reconoce este
hecho al afirmar que
(...) en esta Constitución se habla de pacto social, de derechos
naturales del hombre, de la conservación de la libertad; bajo la influencia
clara de la teoría del “Contrato Social”
y de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, en la cual se
dice que “El objeto de toda sociedad política es la conservación de los
derechos naturales e imprescriptibles del hombre...”, enunciado que casi con
los mismos vocablos se contiene en la Carta Política de 1812. [20]
Igual
parecer sostiene otro escritor conservador, Julio Tobar Donoso, en el estudio
titulado Desarrollo Constitucional de la
República del Ecuador.
El autor de
esta constitución es un discípulo de Espejo, el sacerdote Miguel Antonio
Rodríguez, a quien ya mencionamos. Es uno de los patriotas republicanos más
esclarecidos y valientes. Por su actividad revolucionaria es condenado a
muerte, pena que luego se la conmuta con la de destierro en Filipinas. El
furibundo realista Ramón Núñez del Arco se expresa así de su persona:
(...) criollo, insurgente y seductor. Se precipitó con extraordinario
furor y entusiasmo y fue Representante que siempre peroraba con arrogancia y
desvergüenza. Hizo publicar una obra titulada Derechos del Hombre extractada de las máximas de Voltaire,
Rousseau, Montesquieu y semejantes. Presentó al Congreso las constituciones del
estado republicano de Quito las que fueron adoptadas, publicadas y juradas. En
suma fue tan insolente y atrevido que a nuestro Soberano el señor don Fernando 7º
lo trataba públicamente con el epíteto triscón de el hijo de María Luisa.[21]
Eugenio Espejo en el Museo de cera de Quito |
Hoy, estas
palabras, tienen sabor de loanza. Loanza para él y para su maestro Espejo.
Porque el gran precursor que dinamita los cimientos de la colonia, quiere que la
guerra de independencia ─guerra de liberación nacional─ desemboque en una
república verdaderamente democrática e igualitaria. Es decir, una república
avanzada, enmarcada dentro de lineamientos liberales y burgueses, meta
progresista máxima a la que se puede aspirar en esa época. Sueño generoso, que
no se cumple en todas sus perspectivas.
Espejo,
entonces, es el que señala el mejor camino por donde debe recorrer la patria. Y
convertido en guía, para que no se equivoque el rumbo, ofrenda su vida sin arredrarse
ante los riesgos de la peligrosa senda.
Por esto,
merecidamente, este audaz baqueano del porvenir, pasa a la historia.
Mas aquí
también es preciso advertir antes de terminar ─a fin de que no nos acusen de
silenciar opiniones diferentes─ que no todos los historiadores y escritores
están de acuerdo en la amplitud y radicalidad de sus ideas relativas a la
emancipación americana. Blandiendo el argumento de la insuficiencia de pruebas,
han minimizado al máximo su pensamiento y su acción revolucionaria. Roig habla
de su “monarquismo”. Zaldumbide, después de profundas dudas y vacilaciones, le
niega la calidad de doctrinario y sólo le concede generosamente el título ─para
él de segunda clase─ de simple propagandista... Y Samuel Guerra Bravo dice que “le
faltó tiempo para cuajar un plan y unas estrategias transformadoras”, añadiendo
además, que “sus preocupaciones en este campo no pasaron de meras conversaciones”.[22]
Al restar
así los méritos de Espejo, se quiera o no, se desvaloriza su título de Precursor.
Desvalorización que cuando no entraña una sutil y disimulada forma de
discriminación, por lo menos a nuestro parecer, constituye una gran injusticia.
[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Eugenio Espejo, Quito, 1997, pp. 73-93. También en Oswaldo Albornoz
Peralta Ideario y acción de cinco insurgentes, Casa de la Cultura
Ecuatoriana Benjamín Carrión, Quito, 2012, pp. 68-86.
[2] Philip Louis Astuto, Eugenio Espejo, Fondo de Cultura
Económica, México, 1969, p. 148.
[3] Escritos de Espejo, t. II, Imprenta Municipal de Quito, Quito, 1912,
p. 13.
[4] Eugenio Espejo, op. cit., p.
205.
[5] Eugenio Espejo, Reflexiones sobre el contagio y transmisión
de las viruelas, Imprenta municipal, Quito, 1930, p. 22.
[6] Ekkehart Keeding, “Espejo y las
banderitas de Quito de 1794: ¡Salva Cruce!”, en Boletín de la Academia Nacional de Historia N° 124”, Editorial
Ecuatoriana, Quito,1974 p. 66.
[7] Carlos Paladines, “El
pensamiento económico, político y social”, en Espejo: conciencia crítica de su época, Ediciones de la Universidad
Católica, Quito, 1978, p. 223.
[8] Federico González Suárez, Ultima miscelánea, Imprenta del Clero,
Quito, 1942, p. 415.
[9] Leopoldo Benites, Un zapador de la colonia, Quito, 1949,
p.28.
[10] Enrique Garcés,Eugenio, Espejo, Médico y Duende, Talleres
Municipales, Quito, 1944, p. 225.
[11] Jorge Carrera Andrade, Galería de místicos e insurgentes, Casa
de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1959. p. 79.
[12] Citado por Guillermo Hernández
de Alba, “Viaje de Espejo, el precursor ecuatoriano a Santa Fe”, en el Boletín de la Academia Nacional de Historia
N 65, Litografía e Imprenta Romero, Quito, 1945, p. 104.
[13] Arturo Andrés Roig, Humanismo en la segunda mitad del siglo
XVIII, t. II, Corporación Editora Nacional, Quito, 1984, p. 76.
[14] Ekkehart Keeding, “Espejo y las
banderitas de Quito de 1794: ¡Salva Cruce!”, en Boletín de la Academia Nacional de Historia Nº 124, Editorial
Ecuatoriana, Quito, 1974, p. 253.
[15] Ídem, p. 258.
[16] Víctor Manuel Albornoz, La independencia de Cuenca. Relato histórico,
Tip. Municipal, Cuenca, 1943, p. 5.
[17] Federico González Suárez, Ultima miscelánea, op. cit., p. 414.
[18] Stanley y Barbara Stein, La herencia colonial de América Latina,
siglo XXI editores, México, 1979, p. 165.
[19] Leopoldo Benites Vinueza, Francisco Eugenio Espejo, Habitante de la
noche, Casa de la Cultura
Ecuatoriana, Quito, 1984, pp. 37-38.
[22] Samuel Guerra Bravo, “Itinerario
filosófico de Eugenio Espejo”, en Espejo:
conciencia crítica de su época, Ediciones de la Universidad Católica, 1978,
p. 336.
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