V
NUEVOS OJOS PARA LA LITERATURA Y EL ARTE
Veamos,
aunque sea a grandes rasgos solamente, la influencia de la Revolución de
Octubre en la literatura y en el arte ecuatorianos. A grandes rasgos solamente,
porque pretendemos ampliar este tema en otra oportunidad.
No hay duda que el calor revolucionario de Octubre caldea los
corazones de nuestros literatos y artistas, que ven con nuevos ojos la
lacerante realidad de nuestro pueblo, para así, sufrido y lacerado, llevarlo
hasta su obra. Todos admiran el gran auge cultural que tiene lugar en la Unión
Soviética como consecuencia inmediata de la victoria del proletariado. Admiración
que, naturalmente, se convierte en influencia.
Las obras
literarias de los primeros autores revolucionarios, en efecto, se leen con
inmenso interés y se comentan ampliamente en los círculos intelectuales,
conforme se puede constatar examinando revistas y periódicos de la época.
Ricardo Álvarez,[1]
en Notas sobre la literatura moderna,
que se hallan incluidas en su libro Oasis,
se expresa de esta forma sobre el particular:
La Revolución Rusa operó en la carne túrgida de la literatura y siendo
de suyo materia alada de espíritu, ya ofreció al mundo los primeros frutos…
Hemos podido apreciar la riqueza de esa literatura nueva en obras como La derrota de Fadeiev, El Cemento, de Gladkov, El Séptimo Camarada de Lavrenef.
Literatura nueva la rusa. Dentro de un absoluto realismo ha logrado explotar el
sentido colectivo y ha esquematizado la emoción haciéndola universal, infinita
y muy humana, dentro del límite humano que debemos ver en todas las cosas…[2]
El poeta Jorge Carrera Andrade traduce en 1930 –sin duda del francés–
la novela de Lavrenef que cita Álvarez, que se publica en España. Entre fines
de la década del 30 y principios de la década del 40 se conocen muchas obras
literarias soviéticas que, publicadas por editoriales españolas principalmente,
ejercen notable influencia en nuestra intelectualidad. A título de ejemplo,
mencionamos algunas obras llegadas en ese periodo: Los Tejones, Edificación y Agua turbia de Leonov, Caminantes
de Lidia Seifulina, Las ciudades y los
años y Los mújics de Konstantín
Fedin, Hombres y máquinas de Larisa
Reissner, Campesinos y bandidos de
Ivanov, La nueva tierra de Gladkov, El desfalco de Kataev, Schkid,
La república de los vagabundos de Belyk-Panteleev, Sobre el Don apacible de Sholojov, Tren blindado de Vsevolod. Y en poesía Mayakovski.
El gran escritor Máximo Gorki, sin embargo, es el que mayor influencia
ejerce en nuestra literatura. Y ello es explicable porque el Amargado[3] es
muy conocido en nuestro medio, ya que desde principios de este siglo sus obras
son muy leídas, algunas de las cuales se publican inclusive en forma de
folletín en los periódicos, como sucede con Los
vagabundos y En la estepa
aparecidos en el diario El Telégrafo de Guayaquil en 1902 y El milagro dada a la publicidad por El Mercurio de la misma ciudad en 1909.[4] Lo
que significa que interesa no solo a los grupos literarios sino al pueblo en
general. A veces, por esa popularidad, sus trabajos son traducidos a otros
idiomas por escritores ecuatorianos, como lo hace J. Trajano Mera que vierte
del francés –al igual que Rubén Darío con Foma
Gordeev[5]–
su cuento titulado El Khan y su hijo,
publicado por la Revista de la Sociedad
Jurídica‒Literaria en 1905.[6] Se
puede decir que gran parte de sus libros, inclusive su gran novela Los Artamonov que aparece en castellano
a fines de la década del 20, son conocidos en el Ecuador.[7] Y
todos ellos, así como la serie de artículos que sobre la revolución de 1917 y
sobre los problemas de la nueva literatura, ejercen mucha influencia y ayudan
grandemente a señalar el derrotero realista que empiezan a seguir nuestros
artistas.
Luego, es el Congreso de Escritores Soviéticos, reunido en 1934, cuyos
principales informes son publicados por el Centro de Trabajadores Intelectuales
del Uruguay en 1935, el que contribuye a una mayor orientación. Los aspectos
del realismo que se estudian allí con mayor detalle por parte de los mejores
escritores soviéticos, son mejor conocidos y aquilatados gracias a ese
certamen. “El realismo socialista –define Gorki‒ afirma la existencia como un
acto, como una creación, cuyo fin es el desarrollo incesante de las capacidades
individuales más preciosas del hombre en nombre de su victoria sobre las
fuerzas de la naturaleza, en nombre de la salud y de la larga vida, en nombre
de la gran felicidad de vivir sobre la tierra que él quiere transformar, de
conformidad con el crecimiento incesante de sus necesidades, en una espléndida
ciudad de la humanidad unida en una sola familia”.[8]
Nada raro, entonces, que uno de los más distinguidos intelectuales del
Ecuador, Méntor Mera, bajo el pseudónimo de Paul Colette, se refiera al gran
literato proletario, en los siguientes términos:
Con Gorki entraron en la eterna vida de los libros quienes en la vida
ocupan el fondo anónimo y desconocido de la tristeza social. Hasta entonces el
héroe era inconcebible sin frac pulcro, cuello pajarita y orquídea perversa en
el ojal. Pero Gorki descubrió los héroes del extramuro y aquellas Malvas de
carnes lacradas y vida engusanada, aquellos mendigos que se acostaban con la
muerte –¡su única amante!– en el lecho nupcial de la nieve, aquellos trotamundos
de esperanza fracasada, aquellos “ex hombres” de congoja podrida, tuvieron en
Gorki su Jesús de cabellera desaliñada y túnica en desgarro. Y con él –con
quien habían transitado por la gris latitud de la tribulación– se presentaron
ante la emoción y la vida. Reclamando que se les reconozca lo que hay en todo
hombre, por agrietada y prieta que haya sido su vida, un víscera de ternura
mutilada y un gran derecho, irrenunciable derecho, a ocupar un sitio entre los
hombres y frente el sol. Aquel derecho por el cual sufrió, peleó y murió
aquella madre, en la que Gorki cuajó el más bello ejemplo de mujer batalladora
y responsable.[9]
No hay para que decir que esta hermosa perspectiva cautiva a nuestros
escritores, a aquellos que miran adelante, hacia el futuro. También causa
admiración y entusiasmo el hecho de que en ese Congreso aparecen los primeros
representantes de nacionalidades que hasta ayer carecían de literatura propia y
yacían abandonados en la oscuridad del retraso. Esto, seguramente, les lleva a
pensar en nuestros pueblos indios, en nuestros pueblos negros.
La benéfica influencia de la literatura soviética es particularmente
notoria en los intelectuales que surgen en la década del 30, que produce las
obras más representativas de nuestra literatura y que hace de la novela
ecuatoriana, según el decir del gran escritor chileno Volodia Teitelboim, “una
de las más recias de América”. Reciedumbre sí, porque allí se denuncia con gran
virilidad la explotación y la injusticia, haciendo de los hombres del pueblo
protagonistas de sus obras, que, por primera vez quizás, hablan un lenguaje
reivindicatorio.
La novela indigenista muestra las lacras del latifundio y pinta con
gran patetismo la
situación inhumana de nuestros indios, oprimidos hasta el
máximo por infamen gamonales. El Grupo de
Guayaquil dirige la mirada hacia el montubio, y lo encuentra entre la
jungla y los manglares amarillos de tanto paludismo, explotados día a día por
la voracidad de caciques y terratenientes. Los trabajadores y obreros de los
centros urbanos tampoco son olvidados, pues que a la par que se cuenta su
miseria se describen sus heroicas luchas, como se hace en Las cruces sobre el agua, la gran novela de Joaquín Gallegos Lara.
Se habla con simpatía de la labor que realizan los partidos de izquierda y de
la propagación de las ideas revolucionarias en los medios obreros y campesinos,
donde son acogidas con cariño, mezclándose algunas veces con ingenuas
supersticiones, tal como sucede con ese viejo montubio del cuento de José de la
Cuadra, –El santo nuevo– que vela la
figura amada y patriarcal de Lenin, al lado de las viejas imágenes religiosas.
Y la rapacidad imperialista, la política del garrote del Tío Sam, aparece en Canal Zone de Demetrio Aguilera Malta.
Todo esto en un lapso relativamente corto, realiza una generación brillante. Y
más aún, no se limita únicamente a la denuncia, sino que se da a comprender que
no es el mejor de los mundos posibles, y que por lo mismo no es eterno y debe
ser cambiado, para dar paso a otro mejor donde impere la felicidad y la
justicia. Así se destierra el pesimismo y se da paso a la esperanza. Se da una
salida histórica.[10]
Las obras de teatro, aunque en menor escala, también reflejan esta
nueva orientación, pues allí mismo llevan a los nuevos trabajadores y hombres
del pueblo hasta el escenario, para desde allí, hacer oír su voz de protesta
contra las injusticias sociales. No queremos citar sino unos pocos ejemplos.
Primero Alba de Sangre, que se refiere a la matanza del 15 de Noviembre,
escrita por José Miguel Pozo en 1923, autor que dedica las dos ediciones que
aparecen el mismo año, “a la clase trabajadora guayaquileña”.[11]
Años después, en 1938, Augusto Sacoto Arias escribe Velorio del albañil, obra ahíta de emoción, donde se muestra el
triste final de un humilde trabajador:
Ya dejamos anotado como la poesía, abandonando la torre de marfil,
alejándose del lloriqueo individualista de los románticos y adquiriendo
virilidad, se inspira en la gesta de la España Leal y de la Guerra Patria de la
Unión Soviética. Los temas nacionales tampoco le son extraños, pues en sus
estrofas también, donde antaño aparecían los cisnes y las princesitas de
porcelana, empiezan a ser ocupadas por las vigorosas figuras de nuestros
trabajadores. La paz, esa necesidad vital para la humanidad, ese anhelo sentido
por todo espíritu noble, es tema preferido de algunos poemarios.
La crítica literaria adquiere, así mismo, una fisonomía nueva. Donde
antes existía preocupación únicamente par lo formal, donde era función
primordial del crítico hacer el inventario minucioso de los quebrantamientos de
los cánones gramaticales, ahora, este punto de vista es reemplazado por aquel
que considera el contenido como la categoría principal, y la obra de arte, como
el resultado del equilibrio armonioso de contenido y forma, de acuerdo con la
estética marxista asimilada por algunos literatos. Más tarde, esta nueva visión
para la crítica se plasmaría en La Moderna Novela Ecuatoriana de Edmundo Rivadeneira.[15]
Y, por último, también la pintura es partícipe del cambio y adquiere
un carácter social.
La revolución mexicana y la revolución soviética tienen gran
repercusión entre nuestros artistas plásticos, al igual de los que sucede, con
mayor o menor profundidad, en todos los países latinoamericanos. La primera,
más cercana a nosotros por la identidad de los problemas, el indígena sobre
todo, nos llega de lleno y las ideas estéticas que emanan de su muralismo,
prestigiado con la fama de Rivera y de Siqueiros, tienen gran difusión. Y la
segunda, tal como acontece en la literatura, les conduce al tema social y a la
lucha por las causas populares. Las dos corrientes convergen y se complementan.
La obra anterior, de motivos frívolos o religiosos aptos para la
satisfacción de las clases dominantes, es sustituida por el lienzo o la
escultura encendido de protesta social. Y surge entonces una gran generación de
artistas, tan recia como la literatura, que emprende en una tarea renovadora de
significativo alcance. Para que se vea el valor de esta generación, basta citar
unos pocos nombres: Abraham Moscoso, Camilo Egas, Diógenes Paredes, César Bravo
Malo, Eduardo Kingman y Oswaldo Guayasamín.[16]
La mayor parte de escritores y artistas a los que nos hemos referido
son afiliados a los partidos políticos de izquierda, o por lo menos sus
simpatizantes, que se interesan por los problemas nacionales y que participan
en algunos momentos con vigor en las luchas de nuestro pueblo.
Desgraciadamente, también en este campo, como hemos constatado en los otros,
unos cuantos han renegado de su pasado, para seducidos por el señuelo del
bienestar y la comodidad burguesa, pasar a servir al amo imperialista o a las más
asquerosas oligarquías nacionales. Otros, en cambio, han sabido resistir los
cantos de sirena y han permanecido enhiestos y firmes en sus ideales. O han
marchado a la tumba con el puño y el honor en su debido sitio.
Paradigma de estos últimos, por su diafanidad y pureza, es Joaquín
Gallegos Lara, fiel militante del Partido Comunista.
Él no es solo el gran cuentista de Los
que se van ni el gran novelista de Las
cruces sobre el agua. No solo el suscitador
como se lo ha llamado. Es, sobre todo, un gran orientador.
[1] “Ricardo Álvarez ponía fe,
pasión, vehemencia en toda obra que acometiera. No encontraba valla alguna
capaz de no ser superada. Por eso, desde las columnas de “Humanidad”, y poco
después en las páginas de “La Antorcha” –primera publicación de carácter abiertamente
socialista– propugnaba la revolución. Se tornó un decidido defensor de la
justicia social. Su espíritu tomaba dimensiones insospechadas para la lucha.
Habría preferido empezar, no por la campaña doctrinaria, sino por la contienda
armada”. Hugo Alemán, Presencia del
pasado. CCE, Quito, 1953, p. 84.
[2] Ricardo Álvarez, Notas sobre literatura moderna, en Oasis, sin imprenta, sin lugar, 1934, p.
151.
[3] Máximo Gorki (1868-1936), fue el
pseudónimo utilizado por Alekséi Maksímovich Peshkov. Traducido del ruso, Gorki
significa Amargado.
[4] Doctor Carlos A. Rolando, Las bellas letras en el Ecuador,
Imprenta y Talleres Municipales, Guayaquil, 1944, pp. 146 y148.
[5] Volodia Teitelboim, El corazón escrito. Una lectura
latinoamericana de la literatura rusa y soviética, Ed. Ráduga, Moscú, 1986,
p. 206.
[6]
Máximo Gorki, El Khan y su hijo,
Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria
N° 35, Imprenta de la Universidad
Central, 1905, p. 290.
[7] En el Catálogo General de la Librería Española de Janer e hijo,
Guayaquil, 1911, p. 295, se promocionan los siguientes títulos de obras de
Gorki: Caín y Artemio, En América, Entrevistas, En la cárcel,
En la estepa, Escritos
filosóficos y sociales, La angustia,
Los bárbaros, Los degenerados, Los ex -
hombres, Los hijos del sol, Los tres,
Los vagabundos y Tomás Gordeief.
[8] Informes del Congreso de
Escritores Soviéticos, Centro de Trabajadores Intelectuales del Uruguay,
1935.
[9] Paul Colette (Méntor Mera), “Este
crespón para Gorki”, Surcos N° 19, Quito, 21 de marzo de 1944, p. 9.
[10] Ángel F. Rojas -La novela ecuatoriana, Fondo de Cultura
Económica, México, 1948, p. 187- dice: “La boga de la literatura-documento
social sigue creciendo… Esa boga no es difícil de explicar: la realidad
ecuatoriana empezaba a ser descubierta e interpretada, bien o mal, por nuestros
marxistas. Si, además, eran escritores, hacía al propio tiempo, con la obra de
ficción, la literatura revolucionaria de «denuncia y de protesta»”.
[11] José Miguel Pozo, Alba de Sangre, 1923,
[12] Augusto Sacoto Arias, Velorio del albañil, 1938,
[13] Ricardo Descalzi, Portovelo (seis estampas de un campamento
minero), en Revista del Sindicato de
Escritores y Artistas del Ecuador SEA N° 4, Quito, 1939, pp. 1-14.
[14] Idem.
[15] Edmundo Rivadeneira M., La Nueva Novela Ecuatoriana, Editorial
Casa de la Cultura, Quito, 1958.
[16] Todos los mencionados y muchos
otros intelectuales notables son miembros del Sindicato de Escritores y
Artistas del Ecuador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario