PRÓLOGO
La contribución de
Oswaldo Albornoz Peralta para el esclarecimiento de nuestra historia nacional
es ampliamente reconocida, especialmente en problemáticas poco o nada tratadas
por otros autores, con un enfoque sociológico que va más allá de los simples
hechos, descubriendo la compleja trama de relaciones sociales que se entreteje
en el accionar de sus actores, como exige la verdadera ciencia social.
De los múltiples
temas tratados a lo largo de su prolífica actividad investigativa, el de la
Independencia es uno de los que más le apasionó.
Ya desde la Historia de la acción clerical en el Ecuador[1]
deja trazadas las ideas centrales que posteriormente desarrollará en varios
trabajos: los factores internos y externos del movimiento libertario, las
clases y sectores sociales en pugna, los intereses que defienden y
reivindicaciones que persiguen, la variopinta ideología y confrontación de
ideas que les impulsa a tomar una u otra posición en el proceso, las traiciones de los falsos próceres.
Paralelamente en La oposición del clero a
la Independencia americana,[2]
hace similar análisis, pero para todas las colonias que, una vez conseguida la
libertad, constituirían la América Latina.
En Las luchas indígenas en el Ecuador,[3]
dedica todo un capítulo al análisis de la participación de los indios en las
batallas por la independencia nacional, siendo posiblemente el primero en la
historiografía ecuatoriana que desentraña este complejo proceso: hechos como su
actuación el 2 de agosto de 1810, en la campaña militar de 1812, en las
jornadas del 9 de octubre de 1820, o de noviembre del mismo año en Cuenca. La inmolación de los
héroes Chambi y Lamiña, salvajemente decapitados y expuestas sus cabezas en el
Mesón de San Blas en Quito, la valiosa contribución del jefe shuar Pinchopata,
o del héroe de Sidcay Manuel Castillo Paucar, de los caciques cuzqueños Farfán,
Escobedo y Álvarez, o del pueblo cañari participando masivamente en juntas
electorales para designar sus diputados que luego promulgarán la Constitución
de la República de Cuenca, se traslucen en estas páginas. Analiza también la
pasividad de grandes sectores de indígenas en el proceso independentista,
especialmente en su primera etapa, dado el contrapuesto interés de éstos con el
de sus explotadores, los terratenientes criollos.
La recepción,
difusión, adaptación y desarrollo de las ideas avanzadas de la época es uno de
los aspectos a los que mayor atención prestó.
En un pequeño
estudio sobre la destacada actuación de José Mejía Lequerica rescata su ideario
democrático,[4]
reclamando al mismo tiempo la reivindicación que se merece en nuestra historia.
Más tarde en El pensamiento avanzado de
la emancipación. Las ideas del prócer Luis Fernando Vivero[5]
explica detenidamente las influencias ideológicas que inspiraron las luchas
libertarias y que sirvieron de base para la formación de los nacientes estados
latinoamericanos. Concretamente, la gran difusión de las ideas liberales de la
ilustración ─en lo económico, político y filosófico─ en la Real Audiencia de
Quito, desmitificando los antojadizos enfoques de quienes sostienen que estas
ideas no tuvieron nada que ver en el magno hecho histórico, con el afán de
abogar por la falsa tesis que el tomismo y otras concepciones de la Iglesia
católica fueron sus propulsoras espirituales esenciales. Demuestra que desde el
inicio de la revolución liberadora, “Frente al tibio autonomismo de los
marqueses en la gesta iniciada en Agosto de 1809, se alza el pensamiento
auténticamente libertario alentado por los filósofos franceses, el pensamiento
de Morales, Rodríguez, Antonio Ante, Quiroga, Mariano Castillo, Francisco
Calderón y numerosos otros”.[6]
Además, en esta
obra deja establecida una de las mayores limitaciones del proceso de
independencia latinoamericana: “con la independencia, el latifundismo en el
Ecuador se extiende en forma considerable a costa del despojo de los
campesinos, siendo este hecho su aspecto más negativo”,[7]
pues “Se pugna únicamente por suprimir
determinados aspectos y lacras del
latifundismo americano ─mitas, mayorazgos, censos y la gran
concentración de tierras eclesiásticas─ pero nunca, ni siquiera se propone la
erradicación total del feudalismo como modo específico de producción. Y esto
tiene una inmensa trascendencia histórica: al quedar en pie el latifundio se
retrasa por largos, larguísimos años, el desarrollo económico de la nación. La
demolición de sus cimientos, y su agonía, durará hasta nuestros propios días”.[8]
Y haciendo el balance de las transformaciones sociales, concluye que “Hay sin
ninguna duda, una evidente disparidad entre los insignificantes cambios de la
estructura económica de la sociedad y el gran avance ideológico de carácter
burgués que se ha efectuado. Tal avance se explica, porque es producto de una
amplia politización de sectores populares participantes en la cruenta guerra de
liberación nacional ─del ejército sobre todo─ que no puede menos que producir
esos resultados”.[9]
En 1990 publica Bolívar: visión crítica,[10]
profundo estudio sobre el pensamiento del Libertador ─que por su calidad se
hace merecedor del Premio Mejía del Ilustre Municipio de Quito a la mejor obra
en historia de ese año─, donde profusamente devela el carácter reaccionario de
los terratenientes involucrados irremediablemente en la vorágine libertaria.
Nuevamente demuestra la amplia difusión de las ideas modernas y de la
ilustración a lo largo de todo el continente americano y la denodada
controversia cuando las fuerzas sociales en pugna tienen que concretar en
reivindicaciones sociales gran parte de sus postulados: la soberanía y la unidad
regional, el acuciante problema de la tierra, la posición de los próceres y
patriotas respecto a la lacra humana de la esclavitud en nuestras sociedades,
el problema de la democracia y la dictadura como alternativas en el nuevo
régimen de gobierno, en definitiva, un enfoque dialéctico del intrincado
proceso fundacional de las nuevas naciones latinoamericanas.
Con motivo de los
250 años del nacimiento de Espejo publica en 1997 un estudio[11]
en homenaje al ilustre revolucionario, en el que lo califica como el espíritu más avanzado de la ilustración
en el siglo XVIII quiteño. Destaca su labor de suscitador, al crear las
primeras organizaciones de la libertad: la Escuela
de la Concordia y la Sociedad Amigos
del País, y de sembrador de los ideales de la ilustración en receptivos
discípulos ─José Mejía, Miguel Antonio Rodríguez, Juan de Dios Morales y
Antonio Ante─ que superarían en
radicalismo al maestro. Además, reconstruye el ambiente colonial de peligro,
censura y represión en que tiene que moverse con suma cautela el Chúzig para poder expresar y divulgar su
ideario político que resume en tres postulados fundamentales: independencia
conjunta de todas las colonias españolas, independencia plena y no simple
autonomía y sistema republicano opuesto a la monarquía como postulados que, en
el desenlace de la gesta independentista, se impondrían en Nuestra América.
En la misma década,
la última de su producción intelectual, prosigue profundizando sobre
importantes aspectos del proceso de la emancipación en una serie de pequeños
ensayos, temas, en su criterio, no tratados como ameritan por la historiografía
nacional: el papel de la Inquisición española y la persecución a los primeros
simpatizantes de las ideas liberales en nuestro país, las Actas secretas y Exclamaciones, de que se valen la aristocracia
criolla vacilante y el alto clero para salvar sus cabezas cuando participan en
las sublevaciones, el realismo de gran parte de los criollos y el temor al
pueblo, la actitud de los cabildos coloniales en la independencia, el homenaje
a dos sacerdotes de valía, verdaderos
patriotas del 10 de Agosto, y el singular caso del primer legislador indígena.
Sin faltar entre ellos un ameno trabajo titulado Subasta de marquesitas y aristócratas, en el que con fina ironía
revela el oportunismo del criollismo terrateniente, casando a sus hijas con los
oficiales de alta graduación de los ejércitos libertarios para defender sus
bienes y convertirles en instrumento armado de sus intereses económicos.
Además, los entronques familiares que surgen de estas nuevas alianzas para
controlar el poder político del Estado constituido en 1830. Publicados
recientemente todos ellos en Páginas de
la historia ecuatoriana,[12]
completan su aporte investigativo sobre nuestra primera independencia, que permitió
a nuestros pueblos dejar atrás, lenta y tortuosamente, la sociedad colonial
impuesta por España con toda su carga negativa.
Entre sus últimos
estudios, como previendo que con motivo del bicentenario de la independencia de
los pueblos latinoamericanos se despertaría un inusitado interés y abundarían
las publicaciones sobre los más diversos aspectos de este período clave de
nuestra historia, escribe éste que ha permanecido inédito y que hoy
presentamos, dirigido a esclarecer la esencia clasista de los sectores
dominantes de nuestra sociedad colonial que, con su accionar político, no sólo
determinarían el rumbo del proceso emancipador, sino también el de la
conformación del joven Estado ecuatoriano con todas sus secuelas estructurales.
En apretada síntesis analiza el intrincado tejido de relaciones de poder que
convierten a la antigua Real Audiencia de Quito en una sociedad de inequidad extrema,
dominada por una seudo aristocracia terrateniente ─conformada por un pequeño
círculo de familias─ mediante la instauración del Estado oligárquico que frenó
el desarrollo social del país, aspecto clave para comprender las causas de
agudos problemas sociales que generarían, a lo largo de nuestra vida
republicana, nuevas protestas, sublevaciones y revoluciones. Con la meticulosidad
de las pruebas empíricas pacientemente reunidas a lo largo de años, demuestra
como la propiedad y el poder, los intereses económicos y políticos, se
entrelazan para ir configurando la estructura social sobre la cual se levanta
el nuevo Estado ecuatoriano.
Valorando en su
justa medida el inmenso acontecimiento histórico acaecido hace dos siglos,
Oswaldo Albornoz Peralta nos presenta a lo largo de su obra un complejo y rico
panorama del mismo, destacando el heroísmo de los sectores populares y el
pensamiento democrático y avanzado de abnegados patriotas, pero también las
mezquindades y limitaciones de otros sectores sociales que a la postre
determinaron el curso de nuestra historia al controlar el poder político,
garantía para la defensa de sus intereses económicos y freno de un desarrollo
adecuado al sentir de las grandes mayorías.
La honestidad del
investigador social en el esclarecimiento de la verdad, está lejos de todo
cálculo, aunque incomode especialmente a aquellos que desde un positivismo
unilateral, resaltan sólo lo que parece conveniente. La dialéctica como método
científico no comulga con ese tipo de conveniencias.
Jorge
Núñez Sánchez en esa misma línea, a través de su profundo conocimiento de
nuestra historia, llega en estos días de recordación bicentenaria a similares
conclusiones: “hubo también revoluciones anticoloniales de corte conservador, dirigidas
por una clase dominante local, que buscaron romper la dependencia externa, pero
prefirieron preservar intacta la estructura interna de dominación social. La
más notoria de esas “revoluciones de corte conservador” fue la independencia de
los EE. UU., donde los colonos blancos se liberaron del dominio inglés, pero
manteniendo intocado el sistema esclavista que les favorecía, al que convirtieron
en una de sus ventajas productivas y comerciales.” Y, al calificar lo que
aconteció al sur, dice nada menos que esto: “Algo similar ocurrió en
Hispanoamérica, donde la clase criolla buscó emanciparse de la dominación
española, pero en general preservó cuidadosamente el sistema de dominación
interna resultante del dominio colonial europeo. Esa clase, heredera de los
antiguos conquistadores y colonos españoles, era para entonces la dueña de
todos los recursos fundamentales: tierras, minas, obrajes, batanes y mecanismos
de comercio. Detentaba también el poder cultural, la preeminencia social y los
cargos inferiores del poder político. Pero ansiaba controlar la cabeza del
poder, hasta entonces en manos de los funcionarios chapetones, muchos de los cuales
venían de España con ansia de enriquecimiento pronto y fácil.” Y si esa fue la
tónica en las otras colonias españolas, también “nuestra independencia fue
revolucionaria hacia afuera, en cuanto rompió las ataduras coloniales y dio a
luz nuevas naciones independientes. Pero fue profundamente conservadora hacia
adentro, pues en general no se propuso cambiar el brutal sistema de dominación
existente, por el cual millones de indios, negros y mestizos gemían en minas,
haciendas u obrajes, bajo el látigo de implacables capataces.”[13]
De ahí que, continúa Jorge Núñez, “Resulta
imperativo aclarar estas verdades a la hora del Bicentenario, no para disminuir
la importancia de la lucha de nuestros próceres, sino para entender mejor sus
límites políticos e incluso las causas de su fracaso militar, porque resulta
evidente que otro hubiera sido el poder de las fuerzas quiteñas si hubiesen
contado a su favor con el respaldo de esos millones de trabajadores indígenas y
negros, a los que nadie convocó a luchar por la independencia.”[14]
Oswaldo Albornoz Peralta, historiador comprometido
con ese quehacer científico, cumple a cabalidad el imperativo planteado, como
podrá comprobar el amable lector al recorrer las páginas de este pequeño libro,
que lo llevará por los insospechados caminos de la transformación social
iniciada ese glorioso 10 de Agosto de 1809.
César Albornoz
Quito, 2009
LA ACTUACIÓN DE PRÓCERES Y
SEUDOPRÓCERES EN LA REVOLUCIÓN DEL 10 DE AGOSTO DE 1809
Los aristócratas
criollos, algunos con sendos títulos de nobleza, participan activamente en
nuestro movimiento de emancipación, siendo algunos de ellos sus más altos
dirigentes tanto en el campo político como en el campo militar. Todos son
dueños de grandes haciendas de índole feudal diseminadas a lo largo y a lo
ancho del suelo ecuatoriano. Es decir, forman o constituyen la clase
terrateniente, cuyo poder social se basa principalmente en el dominio de la
tierra. La inmensa mayoría de sus miembros, salvo casos excepcionales, están
ligados por parentesco. Y conseguida la independencia, esa misma mayoría, ocupa
los cargos más importantes del nuevo Estado.
Aquí, elaboraremos
un pequeño listado de los personajes más destacados de la gesta emancipadora,
señalando, en lo posible, sus propiedades territoriales y otros bienes
vinculados con la economía agraria, para al final poder sacar algunas
conclusiones. Los enumeraremos por orden alfabético.
Vicente Aguirre Mendoza
Es hijo político de
Juan Pío Montúfar, presidente de la Junta Suprema formada a raíz de la
revolución del 10 de Agosto de 1809, pues está casado con su hija Rosa Montúfar
Larrea.
Es prócer de última
hora. Se adhiere al bando patriota después de la revolución del 9 de Octubre de
1820 realizada en Guayaquil. Antes, conforme prueba documentadamente el doctor
Manuel María Borrero en su libro Quito,
Luz de América, sirve con entusiasmo a la causa española. Tiene “la
cobardía de incorporarse a los mulatos de Lima, como edecán del detestable
Arredondo, apenas se proclamara la contrarrevolución en Riobamba”.[15]
Es dueño de las
siguientes haciendas, según consta en el libro Estructura Agraria de la Sierra Centro-Norte: Chillo, Turubamba y
Pinllacoto en la provincia de Pichincha, y Tigua, en la de Cotopaxi. A estas
propiedades hay que añadir el gran latifundio de Mindo donde instala un ingenio
de azúcar. Y en su obraje que tiene en Chillo, en 1832, establece una fábrica
textil moderna.
Sus hijos, Carlos
Aguirre y Montúfar y Juan Aguirre y Montúfar, aumentan grandemente el
patrimonio familiar. Comparten la propiedad de quince haciendas en Imbabura,
Pichincha y Cotopaxi.
El poder político
de esta familia es igualmente grande y prolongado. Nuestro “prócer” es ministro
del presidente Noboa y su hermano Francisco es vicepresidente en la segunda
administración del general Flores. Su hijo Carlos, casado con Virginia Klinger
Serrano, es ministro de García Moreno en su primera administración. Su hermana
María es abuela de Javier León y Chiriboga, otro ministro del presidente que
acabamos de nombrar. Y por fin, su nieta Virginia Klinger Aguirre, es esposa de
Rafael Barba Jijón, ministro del presidente Luis Cordero.
Vicente Álvarez y Torres
Es secretario
particular del presidente Juan Pío Montúfar y, como tal, de la Junta Suprema.
Aunque en el Informe de Núñez del Arco conste como insurgente seductor, la verdad es que colabora con entusiasmo para
la rendición y entrega del gobierno revolucionario al conde Ruiz de Castilla.
Hombre de su confianza, el traidor conde de Selva Florida, le comisiona para
exigir que las tropas patriotas presten juramento de fidelidad a Fernando
Séptimo.
Es dueño de cinco
haciendas: Amboasí en Pichincha y Huachi, San Javier, Pachanqui y Guayrapata en
Tungurahua. Pero si esto no es mucho, las propiedades de la familia en su
conjunto ─hermanos y descendientes de estos─ es verdaderamente impresionante
según aparece en Estructura Agraria de la
Sierra Centro-Norte. Basta citar el caso de su hermano José, poseedor de
veintiséis haciendas en cuatro provincias: Imbabura, Pichincha, Cotopaxi y
Tungurahua.
Naturalmente, está
entroncado con las familias latifundistas más poderosas. Por ejemplo, su
sobrina Josefa Álvarez Villacís ─hija de su hermano José─ está casada con
Manuel Gómez de la Torre y Gangotena, ministro de Roca y Borrero y hermano de
Teodoro Gómez de la Torre y Gangotena, ministro de Urbina. Otros familiares
están emparentados con los Valdivieso y Carcelén.
Tampoco, la familia
está alejada del poder político. Su sobrino Mariano Álvarez Villacís ocupa el
cargo de ministro a raíz de la transformación del 6 de marzo de 1845. Su
hermano, Gabriel Álvarez Villacís, es padre de Teresa Álvarez Tinajero, esposa
del general José María Sarasti, ministro de Caamaño y Cordero. Su esposa
Rosario Arteta y Borja, es sobrina del vicepresidente de Jerónimo Carrión,
Pedro José Arteta Calisto. Una hermana de su mujer, Leticia Arteta y Borja,
está casada con Manuel Pérez Pareja, hermano de Rafael Pérez Pareja, miembro del
Pentavirato de 1883. Y ya hablamos de los ligámenes con los Gómez de la Torre,
cuya presencia política se ha extendido hasta el presente siglo por medio de
sus descendientes.
Pedro José Arteta y Calisto
Consta como prócer
en el diccionario de Próceres de la
independencia de Manuel de Jesús Andrade. Empero, su procerato es por demás
pequeño, porque su actuación es posterior a la batalla de Pichincha. El doctor
Julio Tobar Donoso, en una semblanza biográfica, dice que con el grado de
capitán de milicias concedido por Bolívar, “dio muestras de patriotismo y de su
valor en la lucha que sostuvo el Jefe realista Agualongo, en persecución del
cual fue, a las órdenes del general Salem, hasta Pasto”,[16]
de donde regresa a Quito para graduarse de abogado. Esto es todo. Otros
miembros de su familia, como sus hermanos Ignacio y José María, son realistas y
combaten con ardor contra la independencia patria.
Sus haciendas,
todas en Pichincha, son las siguientes: “Cotocollao 8, San Agustín de Pasochoa,
San Antonio de Pasochoa, Yama-Compañía, Yura-Compañía”.[17]
A esto, seguramente, habría que añadir las propiedades de sus tres esposas,
Dolores Villacís, Josefa Jijón y Vivanco y Juana Arteta, ya que todas proceden
de ricas familias terratenientes. Los otros familiares, los Arteta Calisto y
sus descendientes, son igualmente grandes latifundistas.
Durante toda su
vida, Pedro José Arteta, ocupa cargos elevados. Es legislador numerosas veces.
Es ministro de Relaciones Exteriores, aunque por pocos días, de Vicente
Rocafuerte. Es miembro del Gobierno Provisorio de 1859, del cual tiene que
renunciar por ser tachado de floreano.
Y, finalmente, es vicepresidente, en el gobierno de Jerónimo Carrión.
El poder político
de la familia es largo. Su segunda esposa, Josefa Jijón y Vivanco, es hermana
de la mujer del presidente Juan José Flores. Es primo del presidente Diego
Noboa, hijo de su tía Ana Arteta y Larrabeytia. Su hermana, Mariana Arteta y
Calisto, está casada con Bernardo León y Carcelén, primo de Juan Bernardo León
y Cevallos, vicepresidente de Vicente Rocafuerte. Su hermana, María Antonia
Arteta y Calisto, es casada con
Francisco López Arboleda, hijo de Manuel López Escobar, ministro de Rocafuerte.
Su sobrina, Leticia Arteta y Borja, hija de su hermano José María ya nombrado,
es esposa de Manuel Ignacio Pérez Pareja, hermano de Rafael Pérez Pareja,
miembro del Pentavirato de 1883. Pasamos por alto otros parentescos menores y
más lejanos.
Melchor Benavides y Loma
Es miembro de la
Junta Suprema y como tal se confabula con los otros integrantes de esa
organización para devolver el poder al gobierno español como efectivamente se
hace.
Es propietario de
las haciendas Tiopullo, Guaytacama, Pilapuchín, Sigchos y Patoa en la provincia
de Cotopaxi, y tierras en el Batán, aledañas a la ciudad de Quito. Además,
según consta en el libro Las mitas en la
Real Audiencia de Quito del profesor Aquiles Pérez, compra a la Junta de
Temporalidades Tontapi Grande y Tontapi Chiquito, propiedades expropiadas a los
jesuitas a raíz de su expulsión en 1767.
El poder político
de la familia es lateral, pues proviene de su hermana Mariana Benavides y Loma,
que se liga mediante matrimonio con un Lizarzaburo, perteneciente a una familia
de terratenientes con gran poder en la provincia de Chimborazo. Nieto de ella
es Pedro Lizarzaburo y Borja, miembro del Gobierno Provisional de 1883 y
ministro del presidente Luis Cordero y de las transitorias administraciones de
Lucio Salazar y Carlos Matheus que le suceden. Don Pedro ─a quien algunos dan
el grado de general─ es tío de Julio Román Lizarzaburo, ministro de Alfaro en
su segunda administración. Tío asimismo de Agustín Guerrero Lizarzaburo,
ministro del presidente Borrero y miembro del Gobierno Provisorio de 1883. Y
por fin, su sobrina nieta Ana Román Lizarzaburo, está casada con Pacífico
Villagómez Borja, ministro del general Alfaro.
Melchor Benavides
sólo tiene un hijo que muere niño. Su esposa es María Ignacia Villacís y Freire
─desheredada “expresamente” por mala conducta según el doctor Fernando Jurado
Noboa[18]─
pertenece a una familia de ricos terratenientes.
Felipe Carcelén, marqués de Solanda
Este noble es uno
de los más notorios traidores, pues está en la Junta Suprema por expresa
disposición del conde Ruiz de Castilla. En la acusación fiscal de Tomás de Arechaga
se dice que él y Juan José Guerrero siguieron en sus empleos con “anuencia de
V. E. que conociendo sus buenas intenciones, les previno que continuasen en
aquellas ocupaciones para no hacerse sospechosos a los insurgentes, y poder
obrar por consiguiente por la buena causa a su debido tiempo y con subjesion
(sic) a las superiores órdenes de V.E.”.[19]
No hay para que decir que las superiores
órdenes se cumplen con entusiasmo y disciplinadamente.
El general español
Toribio Montes, presidente de la Real Audiencia de Quito, le premió en 1814 con
el grado de teniente coronel de milicias por sus servicios a la causa realista.
Es dueño, según
consta en algunos estudios, de las siguientes propiedades ubicadas en Pichincha
e Imbabura: El Deán, Chisinche, San Antonio de Turubamba, San Pedro, La Calera,
Ocampo, Sigsicunga y La Banda. También es propietario de obrajes. Y su señora,
Teresa Larrea Jijón, es poseedora de algunas haciendas.
El marqués aprecia
con desmesura los bienes mencionados, pues según el historiador venezolano
Ángel Grisanti, ofrece al mariscal Sucre a su hija Mariana como esposa, para
que la espada del héroe ─así dice─ sea salvaguardia de sus valiosas
propiedades. Desde luego, otros nobles, aunque más recatadamente, hacen igual
cosa con sus hijas casaderas.
El poder político
del marqués de Solanda ─que muere en 1823─, se extiende a través de sus
descendientes. Luis Felipe Barriga Carcelén, hijo de Mariana Carcelén Larrea
─que como se sabe contrae nupcias con el general Barriga una vez que es asesinado
Sucre─ se casa con Josefina Flores Jijón, hija del presidente Juan José Flores.
Su otra hija Rosa Carcelén Larrea, es casada con su pariente José Javier
Valdivieso y Sánchez de Orellana, que llega a ser Encargado del Poder en 1851.
Las hijas de esta pareja, Isabel y Mercedes Valdivieso Carcelén, están casadas
con Javier Eguiguren y Emilio Gangotena y Posee respectivamente, el primero
ministro de Hacienda de García Moreno y el segundo ministro de Alfaro. Y otra
hija del marqués, también de nombre María, es esposa de otro pariente suyo,
José Modesto Larrea y Carrión, con vínculos políticos más extensos que los
anteriores, que veremos luego, cuando tratemos de su padre Manuel Larrea Jijón.
José Fernández Salvador
Es miembro de la
Sala de lo Civil del Senado creado por los patriotas luego de la revolución del
10 de Agosto de 1809. Poco después, cumpliendo una comisión de la Junta Suprema
ante el gobernador Cucalón de la ciudad de Guayaquil, se pasa a las filas
contrarrevolucionarias e invita a su compañero, marqués de Villa Orellana para
que imite su paso traidor. El historiador conservador Pablo Herrera dice que
“sirvió al rey con fidelidad, pero después de la batalla de Pichincha abrazó la
causa de la independencia con entusiasmo y aceptó los empleos de grande
importancia”.[20] El
historiador liberal Celiano Monge, en su libro titulado Lauros, le califica de fiel realista.
También en eso de los empleos de grande importancia está en lo cierto el doctor
Herrera. Obtiene altos cargos en el
régimen colonial como en el republicano. En este último asiste a las
Convenciones Nacionales de 1830, 1835, 1843, y 1845, siendo presidente de la
primera reunida en Riobamba. Es legislador en los Congresos de 1837, 1839,
1848, y 1849. Es ministro de lo Interior y relaciones Exteriores y presidente
del Consejo de Estado en la administración de Ramón Roca. Y por fin, entre
otros cargos que omitimos, hay que señalar que es Director de Estudios y
ministro juez de la Corte Suprema.
Vamos a los
parentescos familiares principales.
Está casado con
Carmen Gómez de la Torre y Tinajero, tía de Manuel y Teodoro Gómez de la Torre
y Gangotena, ministros de varios regímenes. Su hijo, general Daniel Fernández
Salvador Gómez de la Torre, es ministro de Guerra en la primera administración
de García Moreno. Su hija, Josefa Fernández Salvador Gómez de la torre, es
madre del general Julio Sáenz y Fernández Salvador, ministro de Guerra de los
presidentes Antonio Borrero y Antonio Flores Jijón. Su hija Ignacia Fernández
Salvador Gómez de la Torre, está casada con Pacífico Chiriboga y Borja,
vicepresidente en el gobierno del general Urbina y miembro del Gobierno
Provisorio de 1859. Su nieta Mercedes Chiriboga Fernández Salvador está
desposada con Timoleón Flores Jijón, hijo del presidente Juan José Flores. Su
nieto Pedro Cevallos Fernández Salvador, es vicepresidente de la república en
la administración del presidente Caamaño. Su nieto, Luis Fernández Salvador
Gangotena, es padre de Luis Antonio Fernández Salvador Chiriboga, ministro del
presidente Cordero. Su hermano, Antonio Fernández Salvador López, es ministro
en la primera administración del general Flores. Su sobrino, Antonio Fernández
Salvador Gangotena ─hijo de su hermano Luis─ está casado con Mercedes Flores
Jijón, hija del presidente Flores. Y su sobrino, Manuel Fernández Salvador
Gómez de la Torre ─hijo de su hermano Francisco─ es padre de Leopoldo Fernández Salvador
Valdivieso, ministro del general Veintemilla.
Es una familia que
retiene el poder político durante todo el siglo XIX.
Y naturalmente,
toda la parentela, sin ninguna excepción, está formada por grandes
latifundistas. Aquí sólo señalamos las haciendas del doctor José ─pues no se
debe olvidar que es notable jurista─ que son las siguientes: La Arcadia, La
Merced de Saguanchi, San Antonio de Saguanchi, San José de Turubamba y San
Joaquín. Todas estas en la provincia de Pichincha, a excepción de la última,
que se halla en la provincia de Cotopaxi (Estructura
Agraria de la Sierra Centro–Norte).
Mariano Flores, marqués de Miraflores
Al igual que los
otros miembros de la Junta Suprema a la que pertenece, también se pronuncia por
la devolución del poder al conde Ruiz de Castilla. En su declaración
juramentada dice que permaneció en la Junta por sugerencia del marqués de Selva
Alegre, quien “no había admitido la renuncia porque lo necesitaba para que lo
auxiliase en el empeño que tenía de restituir al señor Conde el Gobierno”.[21]
Anhelo ─dice que había sido siempre suyo.
Sobre sus bienes
dice esto Manuel de Jesús Andrade en su diccionario de próceres:
Fue uno de los más acaudalados quiteños en esa época,
y fallecida su única hija, su inmensa fortuna pasó a aumentar con creces el
rico patrimonio del marqués de San José, por haber prohijado una de sus hijas
recién perdida la propia.[22]
El genealogista
doctor Fernando Jurado Noboa, rectificando al escritor Andrade, afirma que la
prohijada del marqués de Miraflores no es ninguna hija del marqués de San José,
sino su esposa Rosa Carrión y Velasco.
Tenemos pocos datos
sobre las propiedades del marqués. El doctor Jurado que acabamos de citar dice
que las haciendas que deja a su prohijada Rosa Carrión son Tilipulo, Saquisilí,
La Calera, Maca, Mulaló, Ilitio, Pansachi, Cunchibamba y Tambillo. Una hermana
suya, casada con Pedro Quiñones Cienfuegos, le hereda el fundo de Pucarrumi.
También es dueño de La Viña, Callete, Tilitusa, Aguallaca y Sumbalica. Y hay
constancia de la compra de Tanlagua, Guatus y Nieblí a la Junta de
Temporalidades, que pasan luego, a manos de los frailes mercedarios. Están
situadas en Pichincha, Cotopaxi y Tungurahua.
Es, además, dueño
de obrajes, pues le pertenece el de Tilipulo y el de La Calera, por ejemplo.
Por cuanto su única hija muere sin dejar descendencia, la familia del marqués
se prolonga a través de su hermana, esposa de Pedro Quiñones y Cienfuegos, que
también figura en los fastos de nuestra independencia como senador de la Sala
de lo Civil formada en agosto de 1809.
El doctor Jurado
Noboa, en su libro Sancho Hacho,
pondera la vida suntuosa y mundana del abogado barbacoano Quiñones y
Cienfuegos. Dice que “es fama dio banquetes servidos por esclavas casi
desnudas, que ofrecían las viandas en vajilla totalmente de oro”.[23]
Mas parece que la fortuna se esfuma pronto, pues Gustavo Arboleda en su Diccionario Biográfico de la República del
Ecuador, refiriéndose a Pedro Manuel Quiñones, afirma que su familia es
riquísima antes de la independencia, pero que éste quedó en precaria situación y que sólo gracias a
sus esfuerzos pudo graduarse de abogado.
Es necesario aclarar
en este punto, que Arboleda, al igual que Pérez Merchant en su Diccionario Biográfico del Ecuador, considera
a Pedro Manuel como hijo de Quiñónez y Cienfuegos, mientras que Jurado Noboa
–seguramente con mayores datos– le considera nieto. Ya que manifiesta en la
obra antes citada que es hijo del teniente coronel de milicias Mauricio Quiñones
Flores y de Bárbara Carrión y Valdivieso.
Sin duda porque los
cargos van siempre aparejados con la fortuna, durante mucho tiempo los
descendientes del marqués no llegan a los cargos máximos de la república,
aunque no dejan de estar en cargos importantes ─como legisladores o ministros
de las cortes de justicia por ejemplo─ ya que ostentan el atractivo de la
nobleza que en esos tiempos vale mucho, puesto que Quiñones y Cienfuegos y su hijo Mauricio adquieren el
marquesado de Miraflores, título que permite a sus descendientes vincularse
mediante matrimonio con otras familias “nobles” y latifundistas, y elevar su
poder político en las últimas décadas del siglo XIX.
Veamos algo al
respecto.
La tataranieta de
la hermana del marqués, Manuela Quiñones Pérez, se casa con Vicente Lucio
Salazar y Cabal, ministro de los presidentes Caamaño y Cordero, y primo del
general Francisco Javier Salazar, ministro de García Moreno. Otro descendiente
es el doctor Carlos Pérez Quiñónez, ministro de Luis Cordero y de sus sucesores
Lucio Salazar y Carlos Matheus. Y este a su vez tiene una parentela de envidia
que se prolonga hasta el siglo XX:
─ Su hermana, Isabel Pérez Quiñónez,
está casada con José María Cárdenas Proaño, hermano del ministro de Cordero
Alejandro Cárdenas y del ministro de Alfaro Lino Cárdenas.
─ Es sobrino de Rafael Pérez
Pareja, miembro del Pentavirato de 1883, pues éste es hermano de su padre Pedro
Pérez Pareja, esposa de Manuela Quiñónez Villagómez.
─ Es primo del
doctor Francisco Pérez Borja –hijo de su tío Miguel Pérez Pareja– ministro del
encargado del poder en 1932, doctor Alfredo Baquerizo Moreno.
─ Es tío del doctor José María
Pérez Echanique, ministro del presidente Juan de Dios Martínez Mera, pues es
hijo de su hermano José María.
─ Y por fin, su sobrina Judith Pérez Dávalos, es esposa
del presidente Aurelio Mosquera Narváez.
El marqués de
Miraflores fallece en el mes de mayo de 1810, siendo muy corta por consiguiente
su actuación en el drama revolucionario. Manuel de Jesús Andrade dice que muere
agobiado de pesar por la derrota, pues le considera patriota, a pesar de la flaqueza de ánimo que dice le
caracteriza. Y a manera de prueba de su aserto, un poema publicado en Bogotá
lamentando su fallecimiento. He aquí su primera estrofa:
Venid
a contemplar, Americanos,
Este
enlutado cúmulo de horrores:
Aquí
yace el ilustre Miraflores,
Esta
la obra fue de los tiranos.[24]
Juan José Guerrero y Matheu
Varios autores le
dan el título de conde de Selvaflorida, afirmación que niega Roberto Andrade en
su Historia del Ecuador, porque a su
parecer es sólo un aspirante al condado. Otros dicen que no hace uso del
título, suposición increíble, porque eso significaría una reducción voluntaria
de poder.
Este noble es
quizás el más bajo de los traidores. El historiador Alfredo Flores Caamaño, en
1909, publica un estudio titulado Descubrimiento
histórico relativo a la independencia de Quito, donde demuestra con nutrida
documentación su pérfido comportamiento y pide que su nombre sea borrado de la
nómina de los próceres. Nosotros ya vimos lo que se dice sobre él en la
acusación del fiscal Arechaga. No sólo que como presidente de la Junta Suprema
─cargo cedido por Juan Pío Montúfar─ maquina para la entrega del poder a los
españoles, sino que arteramente toma una serie de medidas para que las tropas
patriotas ─tanto las del norte como las del sur─ no tengan ningún auxilio y sean derrotadas.
Más tarde, después de conseguidos sus desleales propósitos, según documento que
consta en el libro de Flores Caamaño antes citado, se jacta de haber
contribuido con su dinero para conseguir ese fin. No tiene vergüenza para pedir
que se premie su innoble conducta.
El historiador
Camilo Destruge, en su Álbum biográfico
ecuatoriano publicado en 1904, por no conocer sin duda la documentación que
le condena en forma irrefutable, considera que Guerrero entrega el poder a los
españoles con las mejores intenciones.
Pero los realistas
de la época, contradiciendo esta opinión, le consideran hombre de su plena
confianza y le confieren cargos que no se dan a los adversarios. Así sucede
después de la derrota. Es Alcalde Ordinario de primer voto y Regidor Fiel
executor de la ciudad. Y en 1815, como miembro del Ayuntamiento de Quito y en
junta de sus otros colegas, rinden a la “Real Persona los más reverentes y
debidos homenages”, y le felicitan “con expresiones significantes de su
acendrado amor y lealtad, con motivo de su restitución a España, y reparación
del Trono de sus mayores”.[25]
Es personaje
opulento, según se afirma en algunas publicaciones. Es dueño de las
haciendas El Condado, Itulcachi y San
Isidro en Pichincha, y de El Galpón, en Cotopaxi, según consta en Estructura agraria de la Sierra Centro–Norte.
Pero es de pensar que la lista es incompleta. También es dueño de obraje.
La esposa de
Guerrero es Juana Dávalos, y la hija única de este matrimonio, Joaquina
Guerrero Dávalos, se casa con Juan Antonio Caamaño y Arteta, tío del presidente
José María Plácido Caamaño. La hija de doña Joaquina, Dolores Caamaño y
Guerrero, es esposa de Emilio Gangotena y Posse, hermano de Víctor Gangotena y
Posse, ministro del general Alfaro.
La hija de Juan
José Guerrero antes nombrada, aparte de ser cuñada de las hermanas de éste, por
su matrimonio con Juan Caamaño y Arteta, se convierte en tía política de sus
hijos, que como es de suponer, están bien emparentados y gozan de gran poder
económico, social y político. Veamos sólo dos casos: Hijas de José María Caamaño
y Arteta, padre del presidente Caamaño y ministro del general Urbina, son
Ángela y Ana Caamaño Gómez Cornejo. La primera es esposa de José María Vivero y
Garaicoa de la alta sociedad guayaquileña, que aunque no acepta el cargo, es
nombrado ministro por el presidente Borrero. Y la segunda está casada con el
general Reynaldo Flores, hijo del presidente Juan José Flores.
Los parientes
colaterales ─tíos abuelos, tíos, primos y los descendientes de ellos─ son tan
numerosos que es imposible consignarlos en este trabajo de carácter sintético.
Basta decir que pertenecen a las familias que han gobernado y desgobernado el
Ecuador, acaparando los principales cargos de la nación. Son, entre muchas
otras, los Gómez de la Torre, Ascásubi, Aguirre, Fernández Salvador, Lasso de
la Vega, Zaldumbide, Alcázar, Pallares, Gangotena, Chiriboga y Borja.
Antes de la
independencia ya Juan José Guerrero está vinculado con las familias más ricas y
poderosas: los Montúfar, los Larrea y los Matheu. Por consiguiente, los
parentescos posteriores que hemos señalado, no son sino prolongación y
proliferación de los anteriores. Una suerte de multiplicación de los peces.
Manuel Larrea y Jijón
Pertenece a la
Junta Suprema y junto con los otros miembros es partícipe de la contrarrevolución
que se verifica. Convertido en confidente del conde Ruiz de Castilla, le pide
que se aloje en una de sus haciendas para estar protegido, a la vez que le
ofrece reclutar gente para combatir a los patriotas. No obstante esto, por el
influjo social que tiene, vuelve a formar parte de la segunda Junta de 1810. ¡Y
en 1812 aparece como firmante de nuestra primera Constitución!
Sus servicios
prestados a los españoles son bien recompensados. Es alcalde y presidente del
Municipio de Quito. Se le otorga el grado de coronel de milicias. Y por fin, en
1815, consigue lo que más ambiciona: los títulos de marqués de San José y
vizconde de Casa Larrea.
Empero, poco
después, sin duda porque avizora su triunfo, vuelve a conspirar con los
patriotas, razón por la que es desterrado en 1818. Conseguida la independencia
con la batalla de Pichincha, se olvida su sinuosa trayectoria y vuelve a gozar
de los favores de las nuevas autoridades. Inclusive Bolívar le concede su
amistad y le califica de patriota.
Su fortuna es
inmensa, tanto que el doctor Jurado Noboa en su libro Los Larrea, manifiesta que es el mayor latifundista que ha tenido
el país y enumera las siguientes propiedades:
Añaburo, Peguche, Pitura en Cotacachi, San Francisco de Tumbabiro, San José de Urcuquí,
Tambillo Alto, Ayaurco, Abagac, Barrio en el mismo lugar, Capiola, Cotanca en
Otavalo, Chiriacu en Chimbacalle, Pasochoa en Amaguaña, la quinta Pomasqui, La
Merced en Sangolquí, Pansachi, Pilopata en Uyumbicho, Cualaví en Urcuquí, El
Hospital en el mismo lugar, El Molino en Cotacachi, Gualaví en Ibarra,
Jatunyacu en Otavalo, Pantavi en Urcuquí, Piñán en Cotacachi, Pisangacho en
Urcuquí, Pucará en Otavalo, San Buenaventura de Urcuquí, San Isidro de Urcuquí,
San Juan de Urcuquí, San Roque de Ibarra. Hacia el sur poseía: el obraje de
Tilipulo, el Tilipulo de Alaques, San Juan de Mulaló, La Ciénega, San Joaquín
de Mulaló, Patococha, Pansache de Alaques, Mulinliví en Pujilí, Mulaló, La
Provincia en Isinliví, Guyatacama, Churupinto en Mulaló, Cunchibamba Chiquito
en Latacunga y La Compañía en Saquisilí.[26]
¡Nada menos que 44 propiedades!
Manuel Larrea y
Jijón, casado con Rosa Carrión, es padre de José Modesto y de N. Larrea Jijón que muere niña.
José Modesto Larrea
y Carrión, desde que nace la república, ocupa sus cargos más importantes. Es
vicepresidente en la primera administración de Flores, ministro de lo Interior
y Relaciones Exteriores del mismo en su tercer gobierno y en el régimen del
presidente Noboa. Además es senador y diputado en varias ocasiones, ejerce
cargos diplomáticos y hasta es candidato a la presidencia del Ecuador.
Contrae tres
matrimonios: con María Caamaño y Arteta, María Carcelén Larrea y María Donoso
Zambrano.
Su primera esposa
es hermana del ministro de Urbina José María Caamaño y Arteta y tía del
presidente José María Plácido Caamaño, siendo por tanto hermano político del
primero y tío político del segundo y de todos los otros hijos de los hermanos
de su esposa, que como ya sabemos –ver Juan José Guerrero– son bien emparentados.
Su segunda esposa
es hermana de la marquesa de Solanda, mujer de Sucre y madre en su segundo
matrimonio de Felipe Barriga, casado con Josefina Flores Jijón, hija del
presidente Juan José Flores, siendo por tanto tía de Barriga y tía política de
su esposa Josefina Flores.
Su tercera esposa
da origen a las familias Larrea Donoso y Larrea Jijón, siendo vástago de la
segunda Modesto Larrea Jijón, ministro de la primera Junta Juliana, del general
Luis Larrea Alba, del doctor Mariano Suárez Vintimilla, de Carlos Julio
Arosemena Tola y candidato a la presidencia de la república.
Además, este
personaje ─bisnieto de Manuel Larrea y Jijón y nieto de José Modesto Larrea y
Carrión─ está vinculado por parentesco
con varias familias que han gravitado en la cima del poder político
ecuatoriano. Unos pocos datos al respecto: Su esposa Cecilia Freile Gangotena
es hija de Juan Freile Zaldumbide, ministro de Alfaro, al igual que su hermano
Carlos Freile Zaldumbide, también encargado del Poder en 1912. Su hija Susana
Larrea Freile, es casada con Leonidas Plaza Laso, hijo del presidente Leonidas
Plaza Gutiérrez y hermano del presidente Galo Plaza. Y su sobrina Rosa Barba
Larrea ─hija de su hermana Beatriz Larrea Jijón─ es esposa de Manuel Freile
Larrea, hermano del ministro y Encargado del Poder en 1932 Carlos Freile
Larrea, hijo del ya nombrado Carlos Freile Zaldumbide y nieto de Genaro Larrea
Vela ministro del presidente Luis Cordero.
Poder constante y
privilegiado: desde la colonia hasta nuestro siglo.
Manuel Matheu y Herrera
Varios
historiadores le dan los títulos de marqués de Maenza y conde de Puñonrosto,
aunque ellos pertenecen según el genealogista Cristóbal Gangotena ─Boletín de la Sociedad Ecuatoriana de
Estudios Históricos Americanos Nº 10─ a su hermano mayor Juan José,
realista que se radica en España y contrae matrimonio con una hija del barón de
Carondelet, antiguo presidente de la Real Audiencia de Quito.
Manuel Matheu, como
miembro de la Junta Suprema, junto con su primo Juan José Guerrero y los otros miembros
de ese organismo, maquina para la devolución del poder a los españoles, según
consta de su declaración juramentada rendida en la causa que se sigue por la
revolución del 10 de agosto, aunque vuelve a las filas patriotas cuando viene
de comisionado Regio Carlos Montúfar. Roberto Andrade, refiriéndose a su
actuación en la Junta, dice que era joven bien intencionado, pero que claudicó como cobarde. Quizás, más que
cobardía era vacilación política, pues después, formando guerrillas, combate
con acierto a las tropas realistas. Manuel Matheu está presente en la Asamblea
Constituyente de Riobamba, donde es candidatizado para la vicepresidencia de la
república conjuntamente con el poeta José Joaquín Olmedo, que gana la elección.
Asiste también a los congresos de 1831 y 1833, oponiéndose con vigor en este
último, a la concesión de las facultades extraordinarias pedidas por el
presidente Flores. Empero, en la segunda
administración de este, acepta la cartera de Guerra.
El general Matheu
─tenía este grado─ fallece soltero en 1845 sin dejar descendencia, razón por la
que su familia se prolonga principalmente por medio de los hijos de su hermana
Mariana Matheu y Herrera, casada con su primo José Xavier Ascásubi y Matheu.
Esos hijos son Manuel, Rosa y Rosario, ya que sus hermanos dolores María y
Roberto permanecen célibes. Este último es ministro del presidente Roca,
Secretario General del Gobierno Provisorio de 1859 y ministro de García moreno
en su segunda administración.
Manuel Ascásubi y
Matheu ostenta los siguientes cargos: Encargado del Poder en 1849, ministro de
García Moreno en su primer gobierno, ministro del presidente Carrión,
vicepresidente en 1869 cuando se derroca a Espinosa, ministro en la segunda
administración de García Moreno y de Francisco Xavier León. Se casa con Carmen
Salinas y de la Vega, hija del capitán Juan Salinas, razón por la que veremos
su descendencia cuando tratemos de este personaje.
Rosa de Ascásubi y
Matheu es esposa de Gabriel García Moreno, que domina durante quince años el
panorama político del Ecuador, siendo dos veces su presidente. Las cuatro hijas
de este matrimonio mueren en su tierna edad.
Rosario de Ascásubi
y Matheu se casa con Manuel Alcázar. Hija de este enlace es Mariana del
Alcázar, segunda esposa de García Moreno. De otros de sus hijos, Alejandro del
Alcázar, proviene la familia Borja del Alcázar, a la cual pertenece el
presidente Rodrigo Borja.
Las propiedades
suyas que se mencionan en Estructura
Agraria de la Sierra Centro–Norte, son las siguientes: Atapulo, Cumbijín,
El Galpón, La Ciénega, La Esperanza, Nintanga, Noctanda, Ortuno, Pachusala,
Salamalag, San José, Tilipulito, y Yanahurco. Neptalí Zúñiga, en su Historia de Latacunga añade La Avelina y
Guaytacama. Total 15 haciendas, todas en la actual provincia de Cotopaxi.
Algunas haciendas
aquí nombradas aparecen como propiedades de otros dueños, seguramente por la
compra y venta que con frecuencia se realiza entre los grandes latifundistas.
Al igual que sus
padres ─Manuel Matheu y Aranda y Josefa Herrera y Berrío─ es también un rico
obrajero nuestro general Matheu.
Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre
Desde la Junta
Suprema, de la cual es presidente, se pone de acuerdo con sus otros miembros y
el conde Ruiz de Castilla, para devolver el gobierno a los españoles, acto que
se cumple cuando entrega el cargo a Juan José Guerrero que hace la entrega
acordada. Toda esta maquinación
contraria a la independencia consta en cartas escritas de su puño y letra al
virrey Abascal. Pero cuando llega su hijo Carlos Montúfar como Comisionado
Regio, regresa a las filas patriotas y trabaja con entusiasmo, según el decir
de su biógrafo Neptalí Zúñiga, a favor de las ideas monárquicas y los intereses
familiares. Vencida la revolución es muy perseguido, y el fiscal Arechaga, pide
para él la pena de muerte y la confiscación de sus bienes. Una vez apresado es
confinado a Loja y, más tarde, enviado a España donde fallece en 1818.
Sus bienes y los de
sus familiares son por demás cuantiosos. Desgraciadamente no constan en el libro
Estructura Agraria de la sierra
Centro–Norte, seguramente, porque en sus momentos de desgracia, gran parte
de ellos son vendidos o traspasados a miembros de su familia. Zúñiga cita unas
pocas haciendas, entre ellas Cochicaranqui, Angla y Milán, situadas en la
provincia de Imbabura. Pero para darnos cuenta de la magnitud de su riqueza,
basta citar las ricas propiedades que compra a la Junta de Temporalidades:
Chillo y Pinllocoto en Pichincha, Tigua, Naxiche, Provincia y Guambay en
Cotopaxi y Licto en Chimborazo (Las mitas
en la Real Audiencia de Quito). Es dueño de los importantes obrajes de
Chillo y Licto. Y, por último, es poseedor de tiendas de comercio que realizan
un activo tráfico inclusive con el exterior.
Según Cristóbal
Gangotena, la descendencia de Juan Pío Montúfar que subsiste en el Ecuador es
la que proviene de su hija Rosa Montúfar y Larrea, casada como sabemos con
Vicente Aguirre y Mendoza, cuyos vínculos familiares dejamos señalados cuando
tratamos de él.
Esta única descendencia
indicada por Gangotena se debe a que los hermanos del marqués no dejan
sucesión. Tampoco sus otros hijos Carlos y Francisco Javier Montúfar y Larrea.
El primero, como es conocido, es fusilado por los españoles en la ciudad
colombiana de Buga en 1815. Y el segundo ─tercer marqués de Selva Alegre─ viaja
a España con su padre, donde contrae matrimonio que deja un hijo que no tiene
prole.
También, al tratar
de Manuel Larrea y Jijón, hemos señalado los inmensos vínculos políticos y
sociales de la familia Larrea, a la que pertenece la esposa del marqués. Teresa
Larrea y Villavicencio.
El historiador
Neptalí Zúñiga dice esto sobre la familia que acabamos de citar:
(…) la simiente de los Larrea en combinación diversa
con el chapetonismo o criollismo colonial ─sin contar con el elemento mestizo,
cholo y aun indio─ se entroncó poderosamente con lo más notable de la
Presidencia de Quito y del Virreynato de Nueva Granada, deviniendo hasta ahora
en parentesco con nombres y figuras que tienen que ver mucho en las presentes
circunstancias con los destinos políticos, económicos y sociales de la
República del Ecuador, viviendo así, pues, la proyección del potente binomio
Montúfar ─ Larrea.[27]
Y a continuación de
lo que dejamos transcrito, Zúñiga señala nada menos que 97 apellidos que han
dominado la vida política ecuatoriana, faltando sólo unos pocos ─de la
provincia de Guayas sobre todo─ para que la nómina sea completa. ¡Potente binomio, verdaderamente!
Juan Salinas y Zenitagoya
El capitán Salinas,
como es conocido, es el jefe principal del ejército patriota que se forma a
raíz de la revolución de 1809. Pero, al igual que los miembros de la Junta
Suprema, coopera decididamente para la entrega del gobierno a los españoles. Es
más, obrando por su cuenta, según consta de oficio de 18 de octubre del año
antes citado, pide al conde Ruiz de Castilla que vuelva al poder y le ofrece la
entrega de todas las armas y baterías, eso sí, todo en silencio para que no se
entere el populacho, sin que se haga
novedad ni averiguaciones, porque se irritará el pueblo y será sacrificado por
la entrega de las armas”.[28]
Además, confiesa que con mis políticas,
ha causado la derrota de las tropas patriotas en las campañas emprendidas. Dice
que por esto, el doctor Ante, ha querido matarle! Muere asesinado en la masacre
del 2 de Agosto de 1810.
Salinas está casado
con María de la Vega y Nates, señora muy
principal de Quito, según Cristóbal Gangotena. Su descendencia y ligamen con el poder económico y
político se inicia por medio de su hija María del Carmen, casada con Manuel
Ascásubi y Matheu, personaje que ya conocimos anteriormente, razón por la cual
aquí sólo trataremos de su progenie y parentescos políticos principales.
Veamos:
Un nieto, Neptalí
Bonifaz y Ascásubi ─hijo de Josefina Ascásubi y Salinas y de un diplomático
peruano de apellido Bonifaz─ electo presidente de la república en 1932, es
descalificado por el Congreso.
Una nieta y prima
del anterior, Avelina Lasso y Ascásubi ─hija de Avelina Ascásubi y Salinas y
José María Lasso de la Vega─ se casa con el general Leonidas Plaza Gutiérrez,
presidente de la república.
Es hijo de este
matrimonio Galo Plaza Lasso, casado con Rosario Pallares Zaldumbide, dama
emparentada con un sinnúmero de personajes políticos, de los cuales anotaremos
únicamente los siguientes relacionados con sus hermanos:
─ Es hermana de
Luis Pallares Zaldumbide, ministro de Carlos Julio Arosemena Monroy.
─ Hermana de Jaime
Pallares Zaldumbide, casado con una hija del general Francisco Gómez de la
Torre, miembro de la Junta de Gobierno formada a raíz de la revolución del 9 de
Julio de 1925.
─ Hermana de
Rodrigo Pallares Zaldumbide, casado con una hija de Manuel Benjamín Carrión,
ministro de Guerrero Martínez.
Otro hijo de este
matrimonio, el mayor Leonidas Plaza Lasso, está casado con Susana Larrea
Freile, cuya familia ha sido estudiada con algún detenimiento cuando se habló
de Manuel Larrea Jijón.
Por último, el
hermano de doña Avelina, el coronel Juan Manuel Lasso y Ascásubi, es padre de
Patricio y Bolívar Lasso Carrión, ambos ministros de Velasco Ibarra en su
cuarta administración. Y ambos, como es de suponer, bien entroncados política y
económicamente.
No tenemos mayores
datos sobre los bienes de la familia Salinas. Consta en la partida de bautizo
del capitán Juan Salinas ─ver Monografía
del cantón Rumiñahui de Luis Armendáriz y Darío Guevara─ que sus padres son
hacendados en la jurisdicción del pueblo de Sangolquí. La dote matrimonial de
su esposa María de la Vega es de tres
mil pesos, “señalándolos en la hacienda de Pomasqui, que se halla en los
términos de esta ciudad”.[29]
El historiador Celiano Monge en su libro Relieves,
afirma que el patrimonio de la señora antes nombrada consiste en un obraje
situado en Zámbiza.
Se sabe que los
bienes muebles e inmuebles son confiscados por los españoles y devueltos por el
mariscal Sucre una vez lograda la independencia. No conocemos ninguna
documentación sobre la confiscación ni devolución de tales bienes.
* *
*
Todos los
personajes que hemos citado pertenecen a la nobleza criolla de la Antigua Real
Audiencia de Quito. Todos ellos presumen de vieja alcurnia hispana y ostentan
escudos y títulos nobiliarios. En sus nombres y apellidos usan el y
y el de,
razón por la que hemos conservado aquí esos aditamentos, como muestra de la
tonta vanidad de esos tiempos.
La nómina podría
haber sido muchísimo más larga, pero la hemos acortado todo lo posible porque
creemos que los nombres dados, entre los que están las principales
personalidades criollas que actúan en la guerra de la independencia, son
suficientes para sacar algunas conclusiones.
Salta a la vista,
primeramente, ese inmenso entretejido de parentescos que vincula a todas las
familias de la nobleza, haciendo de esta un conglomerado sólido y solidario,
donde los intereses económicos se unen con lazos consanguíneos. Y no puede ser
de otra manera, ya que las uniones matrimoniales siempre se realizan entre miembros
de la misma clase, regla que solo se rompe cuando el bolsillo de uno de los
contrayentes rebosa de dinero, como se dice que sucede por ejemplo con los
Sánchez de Orellana, que según algunas versiones son descubridores del tesoro
de Quinara, que les sirve para comprar marquesados que cubran la mácula de un
oscuro apellido. O cuando el contrayente exhibe espada reluciente que le da
poder político, como sucede con los rudos soldados de la guerra emancipadora
─muchos de ellos salidos de los estratos pobres de la sociedad y con galones
ganados a costa de valor y hombría que roban los corazones con facilidad en
otrora inexplicable, de lindas damitas linajudas.[30]
Es comprensible
todo lo expresado arriba porque se trata de una sociedad estamental donde la
cumbre está ocupada por la nobleza criolla. Para conservar ese estamento cimero
y el estatus social se hace necesario el establecimiento de lazos matrimoniales
entre las familias que se dicen nobles, hecho que se manifiesta luego, en la
marcada endogamia de esa clase. Son
varios y conocidos los pleitos y juicios por matrimonios desiguales, es decir,
los contraídos por gentes consideradas de inferior calidad o sin la pureza de sangre imprescindible, que
según los marinos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, es aquilatada hasta
causar risa, por los nobles quiteños. A este respecto es de recordar el caso de
una heredera de mayorazgo de la familia Freire, a quien se le priva de sus
derechos por haberse casado con el Dr. Mariano Miño, que al parecer, no puede demostrar
su hidalguía…
Estos nuevos
miembros adheridos a la nobleza, o más claramente a la clase terrateniente ─ya
hemos visto que su poder económico se basa en sus haciendas─ con su dinero o su espada fortalecen a la
clase que les acoge en su seno.
La clase
terrateniente ecuatoriana, entonces, es una clase sólidamente unida y poderosa.
Esto explica sin duda su larga persistencia en los dominios del poder a través
de nuestra vida republicana. Explica que, como se ha dejado anotado,
monopolicen los principales cargos de la nación. Nosotros, para abreviar,
cuando hablamos de los parentescos y cargos ocupados por las familias de esta
clase, nos referimos principalmente a los relacionados con la presidencia,
vicepresidencia y ministerios, cuando en realidad el acaparamiento de altos
empleos es mucho más amplio, ya que las curules legislativas, las
representaciones diplomáticas, las cortes de justicia, la dirección del
ejército y hasta las elevadas jerarquías eclesiásticas ─que hasta antes de la
revolución liberal y la separación de la Iglesia del Estado es fuerza política
de gran importancia─ está en sus manos. Si a lo largo del siglo pasado se
encuentran algunos puestos de figuración desempeñados por personas ajenas al
sector latifundista, en la Sierra sobre todo, son excepciones que confirman la
regla.
Veamos, ahora, cual
es la posición y comportamiento de la nobleza criolla en la guerra de la
independencia.
A nuestro modo de
ver, su posición no es única ni homogénea, pues son tres las que se destacan de
manera clara.
1.
Los que se oponen abiertamente a
la separación de la metrópoli.
2.
Los que solo quieren gozar de
autonomía y ejercer el poder político al que piensan tener derecho por ser
dueños del poder económico.
3.
Los que quieren la total
independencia de España.
La primera
posición, es decir aquella de irrestricto apoyo al régimen español, se hace
presente en todas las colonias. Desde luego, no en la misma proporción. Depende
de la fuerza y cohesión que haya adquirido la clase terrateniente, así como de
circunstancias específicas de cada país. Se sabe, por ejemplo, que una mayoría
de la aristocracia peruana es fiel al rey hasta el último momento, al que
apoyan fervorosamente con su dinero mediante préstamos cuantiosos. Préstamos
que, como indemnización, tienen la
desvergüenza de reclamar a la república
independiente ─reclamo que consiguen─
según expone Rogelio Roel en su obra Los
libertadores.
En el Ecuador no
faltan los realistas fieles ─así
calificados en el Informe de Núñez del Arco─ entre los que se encuentran varios
nombres de la aristocracia, respecto de la cual el historiador Roberto Andrade
se expresa de esta forma:
De la nobleza fueron D. Pedro y D. Nicolás Calisto, D. Francisco y D.
Antonio Aguirre, D. Pedro y D. Antonio Cevallos, D. Andrés Salvador y otros
que, como perros de presa, andaban a caza de insurgentes.[31]
El Dr. Borrero, en
su obra antes citada, da la lista de los personajes que obedeciendo un decreto
del conde Ruiz de Castilla se encargan de la captura de los insurgentes,
personajes a los que considera de su confianza según consta en la providencia.
Se debe advertir
que varios de los nobles que militan en las filas patriotas, no son solo
vacilantes, sino que son realistas introducidos allí para servir a los
españoles. Neptalí Zúñiga dice que en la Falange los capitanes Andrés y José
Salvador servían de espías.
Con el sector
realista de los terratenientes colabora una gran parte del clero, sobre todo
aquel que corresponde al Alto Clero, pues el arzobispo y todos los obispos del
Virreinato de Nueva Granada ─al que pertenece en ese entonces el Ecuador─ son contrarios a la independencia. Y es
explicable esta postura, si se tiene en mente que todas las órdenes monásticas,
al igual que la nobleza criolla, son propietarios de inmensos latifundios. Si
se tiene en cuenta, además, que la Iglesia es la portadora de la ideología de
corte feudal de los terratenientes.
Es conocida el Acta de Exclamación[32]
firmada por el obispo Cuero y Caicedo y el Cabildo de la diócesis de Quito,
donde en forma cobarde y vergonzosa, se jura lealtad al amado rey Fernando y se
desconoce el gobierno insurgente. El obispo Quintián de Cuenca reparte
excomuniones contra los patriotas, da lecciones militares al general Aymerich y
organiza una compañía de clérigos con el nombre de Muerte, según asevera el historiador colombiano Eduardo Posada.
Otros sacerdotes, desde púlpitos y confesionarios, soliviantan los ánimos del
pueblo contra la revolución. Y otros más, sirven de espías y de portadores de
pliegos reservados.
La segunda
posición, aquella que persigue la captación del poder político, está muy
generalizada en los primeros conatos revolucionarios y se manifiestan en varias
de las primeras Juntas que se forman a raíz de la invasión napoleónica a
España. Las actas en que se expresa fidelidad a la monarquía y a Fernando VII,
no son solamente un ardid para esconder los propósitos revolucionarios como se
ha dicho, sino que en verdad reflejan los deseos y sentimientos de una gran
parte de sus firmantes. Como ya se dijo, esta posición expresa el firme anhelo
de la aristocracia terrateniente de acceder al gobierno y reemplazar a los
funcionarios españoles, pero sin romper los lazos con la metrópoli.
Se sienten con
derecho para esto ─y no solo con derecho sino también con la suficiente fuerza─
porque ya tienen el poder económico, basado, principalmente, en la propiedad de
la tierra. Esta es quizá su reivindicación más sentida y contradicción
principal con el régimen español. Roberto Andrade piensa que este es el
pensamiento de gran parte de los miembros de la primera Junta Suprema. Dice que
estuvieron por el gobierno, pero no por la emancipación
absoluta.
Esta aspiración
criolla es muy vieja y está basada en el derecho de conquista adquirido por sus
padres. Aparece ya en 1592 durante la Revolución de las Alcabalas. Poco después
el obispo Gaspar de Villarroel sostiene que a ellos se debe la adquisición de un
Mundo Nuevo y que eso les da derecho para la prelación en los oficios.
¿Cuáles son las
razones para que no se quiera romper los vínculos con España conforme se revela
en las dos posiciones antes mencionadas?
Los escritores
norteamericanos Stanley y Barbara Stein afirman lo siguiente:
Para muchos criollos… el sistema imperial significaba algo más que la
explotación: les permitía compartir con los españoles de las colonias el
control sobre el trabajo, la riqueza, los ingresos, el prestigio y el poder. Así
que la mayoría de los criollos prefirieron esperar señales de que la metrópoli
estuviera dispuesta a hacer los ajustes necesarios en el sistema colonial, a
satisfacer a los grupos de presión criolla y a remendar las partes, preservando
a la vez los principales elementos estructurales del privilegio y la
explotación compartida.[33]
Esa aspiración es
cierta. Gran parte de las élites criollas ─tanto terratenientes como
comerciales o mineras─ quieren la explotación compartida. Y no es solo por
generosidad o afinidad ideológica. Es, principalmente, porque piensan que
España, pese a los últimos
acontecimientos, es todavía una potencia que puede salvaguardar mejor sus
intereses que pueden peligrar con la revolución. Las masas populares
constituyen para ellos un fantasma temible, y el pánico que les causa, les
obliga a cobijarse bajo el ala imperial y a luchar conjuntamente. Eso sucede
cuando la sublevación de Túpac Amaru. Y eso sucede ya en plena lucha por la
independencia, cuando los indios y mestizos que siguen las banderas de Hidalgo
y de Morelos, plantean y exigen sus propias reivindicaciones, que son
totalmente antagónicas a sus intereses.
El actual Ecuador
no constituye excepción de esta realidad. Un criollo realista, en unas cartas
anónimas, refleja ese odio y temor al pueblo de manera por demás patética.
Refiriéndose a los acontecimientos del 10 de Agosto de 1809, dice:
(…) no sólo los amenazados chapetones, sino los hombres de bien
americanos que no habían entrado en la rebelión, velan por sus vidas con el
mayor peligro, y sus bienes expuestos al saqueo de un pueblo ladrón por
naturaleza, y en la presente ocasión ladrón y sanguinario, no sólo por los
principios que le imbuían los más malvados de entre ellos, que se denominaban
Tribunos, sino porque podían saquear, matar y robar con superior permiso.[34]
Esos tribunos a los que llama plebeyos abandonados, son hombres del
pueblo que conforman el Consejo de
vigilancia, que según el historiador Neptalí Zúñiga, se encarga de
controlar a los elementos sospechosos de realismo y capaces de traicionar la
causa patriota. Salidos de la entraña popular, no pueden menos que
transformarse en voceros de las necesidades de los humildes. Son los
revolucionarios más radicales y decididos. Por eso el odio.
Aún más claro, a la
par que más rencoroso, es el sacerdote Manuel José Caicedo ─pariente del obispo
Cuero y Caicedo y decidido realista─ que en comunicación al traidor Juan José
Guerrero y Matheu, dice esto:
Se ha levantado una caterva de hombres que están impresionando al ínfimo
vulgo en las ideas de una Soberanía quimérica qe. dicen ha recaído en esa
pequeña porción de Ciudadanos sin educación ni principios. De aquí puede
resultar no solo qe. sacuda el yugo dela obediencia ese populacho rudo qe. no
es capas de alcanzar a persivir las verdaderas ideas del Vasallage, ni
distinguir lo cierto delo falso; sino también qe. revestido del poder Supremo
qe. quiere concedérsele se abansara a echarse sobre las propiedades y
atropellar alas personas más respetables.[35]
También se
vanagloria de haber utilizado su ministerio
pastoral en la catedral de Quito para instruir a los feligreses en los
principios de sumisión y obediencia al soberano español. Dice que sus trabajos apostólicos, no han sido
inútiles.
El temor de los
terratenientes reflejados en las citas anteriores, como es obvio, también se
extiende a las masas indias sujetas de manera directa a la explotación de
ellos. Es necesario recordar que a fines del siglo XVIII y principios del siglo
XIX la Real Audiencia de Quito es escenario de grandes sublevaciones indígenas,
algunas de las cuales, inclusive, tienen lugar en sus propias haciendas. El
levantamiento más poderoso, aquel que tiene como centro la población de
Guamote,[36] ese
de 1803, es reprimido sangrientamente por el corregidor de la Villa de Riobamba
Xavier Montúfar, hijo del Presidente de la Junta Suprema y participante de
relieve en la revolución del 10 de Agosto. Él y el abogado Fernández Salvador
son los que condenan a muerte a sus principales caudillos ─Lorenza Avemañay, Cecilio
Taday, Francisco Sigla─ que deben ser arrastrados hasta la horca a la cola de una bestia de albarda. ¡Y
otros son condenados a perder sus bienes y sufrir diez años trabajando en sus
obrajes!
También intervienen
en las represiones de indios otros próceres y seudo próceres de la
emancipación. Unos pocos nombres: Juan José Guerrero, Bernardo León Cevallos,
Juan Salinas, Solano de la Sala y José Larrea.
Es natural,
entonces, el temor a los reprimidos y oprimidos. Es necesario alejarles de la
lucha hasta donde sea posible. Es peligroso poner las armas en sus manos.
Hay otro temor de
la mayoría terrateniente que no debe ser olvidado: el temor a las ideas
democráticas y liberales. Temor así mismo lógico y comprensible, porque la
ideología liberal proviene de la burguesía, clase antagónica a la suya. Y como
tal constituye amenaza para el statu quo
social que ellos anhelan y propugnan. Sus principios, pueden lesionar sus
intereses.
Y esta alarma por
los principios liberales es bastante temprana. Según demuestra el escritor Ruiz
Villoro ─El proceso ideológico de la
revolución de la independencia─ personajes importantes de la élite criolla
protestan y combaten las innovaciones liberales de las Cortes de Cádiz.
Quintana Roo, airado, dice que no tienen derecho para disponer de los bienes
eclesiásticos. Otro, Cos, llama anticristiana a la libertad de imprenta
decretada. Y Carlos María Bustamante declara que es antirreligiosa la abolición
de la Inquisición realizada por impíos, herejes y libertinos!
Más tarde, cuando
el liberalismo español se radicaliza con la revolución de Riego, la alarma
cunde. Las élites criollas, aún las que hasta ayer luchaban contra la
independencia se unifican bajo la dirección de Iturbide y acuerdan la
separación definitiva con el Plan de Iguala que, apresuradamente, establece la
monarquía y rechaza todo principio progresista. Iturbide dice:
La religión, casi desconocida ya por muchos de los habitantes del
antiguo mundo, desaparecería de nuevo si no se hubiese decidido éste a ser
independiente de aquél… El altar subsistirá a pesar de los filósofos.[37]
Los maldecidos
filósofos, esos que ponen en punta los pelos del criollismo rico, no son otros
que los enciclopedistas.
El fenómeno
mexicano es general, en distintas proporciones, en toda la América hispana, sin
que nuestra patria sea la excepción. Varios terratenientes que habían combatido
contra la independencia como Aguirre y muchos otros, varios clérigos ex
capellanes de las milicias contrarrevolucionarias, ahora, temerosos y olvidando
su oscuro pasado, se cobijan bajo la bandera patriota. El clero, como siempre
es el portavoz del combate ideológico.
Después de lo que
se deja expuesto, es fácil comprender las actitudes vacilantes, las idas y
venidas de un bando a otro, las declaraciones contradictorias o la traición
clara y lironda de los sectores a los que hasta aquí nos hemos referido, pues
sus límites son muy cercanos y tienen como común denominador su nexo y
fidelidad al monarca español. Desde luego esto no significa que en el sector
que quiere la independencia, no pueda haber similares comportamientos.
Significa solamente, que en los dos primeros sectores, el campo es más abonado.
Se ha dicho que
todas las actitudes negativas y cobardes no son sino medios de protección para
no ser reprimidos y poder conservar la vida. Esto es admisible en casos personales,
pero no como característica general, porque eso sería como afirmar que la
cobardía es patrimonio de esos dos sectores, concepto que no se puede aceptar
sociológicamente. No se puede decir que es defensa tomar las armas, como sucede
en muchos casos, para atentar contra la vida de los compañeros de ayer. Y peor
todavía si se tiene a la vista la postura varonil de otros combatientes,
cabalmente de aquellos que mayor peligro corrían, por no ser dueños de grandes
fortunas ni tener títulos nobiliarios.
Ellos no tienen empacho en poner en alto sus ideas emancipadoras. Como
Morales. Como el plebeyo Villalobos.
Próceres de la Independencia del sector democrático y de ideas avanzadas |
Tratemos ahora del
último sector: de aquel que en verdad desea la independencia.
Este sector, en un
principio no muy amplio, va creciendo y fortaleciéndose poco a poco, hasta que
al final llega a constituir la mayoría. ¿Cuáles las causas o razones para la
verificación de este suceso? Primeramente, el sector que quiere el gobierno con
la tutela real, llega a la convicción de que los españoles no están dispuestos
a conceder esa reivindicación ni a ninguna clase de transacción, sino al
sometimiento completo por medio de las armas. Segundo, como ya se vio, se
piensa que para evitar el peligro del liberalismo peninsular, el poder debe
pasar a sus manos para asegurar sus
intereses sociales y económicos. Y, tercero, porque se ve inminente el triunfo
patriota que hace imposible toda otra solución, pues la irrupción del pueblo en
la contienda ha puesto a España al borde de la derrota.
Mas, tanto como la
independencia, el criollismo terrateniente, pretende una separación nada
traumática, sin cambios de ninguna clase. Su más caro ideal es el statu quo colonial. El historiador y político ecuatoriano
Francisco Xavier Aguirre dice esto:
No siendo posible establecer las monarquías, todos los conatos se
dirigieron constantemente a formar gobiernos fuertes para contener los desmanes
de la democracia acusada de ser autora de todas las revoluciones que agitaban a
las nuevas repúblicas.[38]
Las monarquías
propugnadas fundamentalmente por la aristocracia terrateniente no se pueden
establecer, porque tal como constató Bolívar con visión certera, las masas
populares son contrarias a esa forma de gobierno. Pero la idea monárquica no
desaparece muy prontamente, pues al parecer, tiene un fuerte arraigo. Desde la
tentativa montufarista se pasa al intento floreano de importar un príncipe
español para que nos gobierne. Más tarde, ya en la década del sesenta, García
Moreno pretende ponernos bajo la protección de un monarca francés. Ninguno de
esos proyectos hubiere sido posible sin la existencia de una base social de
consideración constituida por el segmento más reaccionario de esta clase.
El ideal de los gobiernos fuertes tiene también la marca
de la misma clase social. Su primera bandera es la Constitución Boliviana escrita por el Libertador. Flores fabrica la
Carta de la Esclavitud y García
Moreno pone en vigencia la Carta Negra.
No falta en la literatura política del siglo XIX la defensa y patrocinio de las tesis o preceptos de esta
clase de gobiernos. Se exige presidentes, legisladores y jueces vitalicios. Se
elaboran y se sancionan leyes draconianas para coartar las libertades
democráticas. Y se llega a erigir al catolicismo, durante el despotismo
garciano, como religión única y fuente ideológica de gobierno.
No obstante lo
aseverado, no se puede negar ni dejar de lado, el hecho de que dentro del
sector que quiere la independencia también existe un contingente avanzado con
ideas liberales. Sus componentes alcanzan a comprender que la historia humana,
inexorablemente, se encamina hacia el dominio de la burguesía. Y deducen que la
independencia americana ─que se incluye y realiza dentro del ciclo de
revoluciones burguesas de la época─ debe
tener esa misma dirección.
Ellos, junto con
los miembros de la naciente burguesía ecuatoriana ─esencialmente comercial─
tienen el mérito de iniciar el movimiento revolucionario liberal en nuestra
patria. Ya están presentes en la elaboración de la Constitución de 1812 y
combaten para que se incluyan en ella los primeros y débiles postulados
democráticos. Luego, ya conseguida la independencia, ayudan para que esos
postulados se amplíen en nuestras primeras constituciones republicanas,
dándolas el contenido liberal que indudablemente tiene a pesar de sus rezagos
coloniales. Algunos militan en las logias masónicas y otros son miembros de El Quiteño Libre ─embrión del partido
liberal─ desde donde empujan al país hacia adelante.
Digamos que esta
posición es su mérito. Pero como sucede en todas partes con los militantes
liberales salidos de la matriz de la nobleza terrateniente, algunos retroceden
y vuelven a su primitivo redil, sobre todo como en el caso nuestro, donde las
fuerzas avanzadas alcanzan débiles cuotas de poder y donde la estructura agraria
del país permanece inalterable. Un ejemplo patético de esta regresión es el
caso del noble Manuel Ascásubi y Matheu, que desde la sociedad El Quiteño Libre, donde es conmilotón
del coronel liberal Hall, al final se refugia compungido en la Congregación de
Caballeros de la Inmaculada creada por el jesuita Terenziani, que según la
contundente afirmación del doctor Tobar Donoso, se trata de una institución
creada para “conservar el influjo de la aristocracia quiteña, como fuerza
social y política, y emplearla para la
restauración católica de todo el país”.[39]
Otro caso es el de nuestro conocido Manuel Matheu y Herrera, que volviendo a
las vacilaciones de que dio pruebas durante la lucha emancipadora, se sale de
la misma sociedad liberal que combate sin tregua al gobierno del general Flores
y colabora con éste en su tercera administración desde un cómodo sillón
ministerial.
Nos falta sólo un
punto por examinar: la participación popular en la guerra de la independencia.
Una historiografía
amañada y escrita con dedicatoria había venido afirmando ─y todavía se afirma─
que las masas populares casi no participan en la emancipación de nuestra patria
y que todo el mérito de esa lucha la tiene la nobleza criolla.
Pero, poco a poco,
conforme se ha ido descubriendo documentos silenciados o celosamente
escondidos, la verdad se va imponiendo. Ya el historiador Roberto Andrade,
basándose en nuevas pruebas documentales, refutando la afirmación de Pedro
Fermín Cevallos que sostiene que la nobleza de Quito es la fuerza más importante
en la revolución del 10 de Agosto de 1809, da ese mérito a los gremios y a las
masas pobres de la ciudad. Y más tarde, Manuel María Borrero, aportando mayores
pruebas, afirma:
Hay que anotar que los héroes del 10 de Agosto de 1809 no fueron los grandes,
los ricos, los titulados señores marqueses y mayorazgos, los prominentes
eclesiásticos, los dueños de obrajes y haciendas, sino principalmente el pueblo
medio y bajo de Quito.[40]
Efectivamente, son
los hombres del pueblo los que establecen vigilancia sobre los nobles traidores
e impiden en un primer momento la entrega del poder al conde Ruiz de Castilla
por medio de protestas y amotinamientos que obligan a los nobles a refugiarse
en sus haciendas. El combate popular prosigue con diferentes medios cuando la
traición se consuma. Y poco más tarde, el 2 de agosto de 1810, heroica y
masivamente derrama su sangre tratando de libertar a los patriotas apresados.
No falta en ningún
momento el apoyo popular a pesar de las mezquinas dádivas a sus aspiraciones: la
rebaja de unos pocos impuestos y un tímido oficio de la Junta Suprema para que
se extirpen algunos abusos contra los indios. Son hombres del pueblo los que
acuden entusiasmados a los cuarteles donde se les somete a estricta vigilancia
por parte de los oficiales salidos de la nobleza, muchos de ellos sin ningún
conocimiento militar y no aptos para ningún esfuerzo: la Falange ─dice el
sacerdote patriota Riofrío─ está compuesta “de oficiales delicados que no
pueden dormir sino en catres, que no pueden salir al aire sin temor de un
resfrío, que no pueden comer más que pucheros exquisitos y manjares”.[41]
Y cuando venciendo estos obstáculos con el valor de los soldados, se puede
llegar hasta las puertas de la victoria, viene el sabotaje de los altos jefes o
las órdenes desde arriba para emprender la retirada.
Queda claro,
entonces, que no es la falta de apoyo
popular, sino las vacilaciones y traiciones de los terratenientes criollos, las
que conducen a la derrota a la revolución del 10 de Agosto de 1809, primera etapa
de la guerra emancipadora.
De este baldón sólo
se salva la pequeña legión de combatientes nobles, que dejando de lado la
posición desleal e indecisa de su clase, se convierten en verdaderos
partidarios de la independencia.
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NOTAS:
[1] Ver Oswaldo Albornoz Peralta, Historia
de la acción clerical en el Ecuador. Desde la conquista hasta nuestros días,
Editorial “Espejo” S. A., Quito, 1963, capítulo II, pp. 67-92.
[2] Cfr. Oswaldo Albornoz Peralta, La
oposición del clero a la independencia americana, Editorial Universitaria,
Quito, 1975. Actualmente circula la segunda edición (enero 2009) en masivo
tiraje, publicada en la Campaña de Lectura Eugenio Espejo, Colección Bicentenaria, auspiciada por la Empresa Eléctrica Quito.
[3] Oswaldo Albornoz P., Las luchas
indígenas en el Ecuador, Editorial Claridad, Guayaquil, 1971, pp. 93-104.
[4] La primera versión se publica en Prisma,
Revista de Opinión Docente de la Federación de Asociaciones de Profesores de la
Universidad Central del Ecuador, febrero de 1982, pp. 1001-105; en posteriores
ediciones amplía sustancialmente este trabajo que forma parte de su libro Ideario y acción de cinco insurgentes,
Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Quito, 2012.
[5] Cfr. Oswaldo Albornoz Peralta, El
pensamiento avanzado de la emancipación. Las ideas del prócer Luis Fernando
Vivero, Biblioteca de Autores Ecuatorianos Nº 67, Departamento de
Publicaciones de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de
Guayaquil, Guayaquil, 1987.
[11] Ver su libro Eugenio Espejo, el
espíritu más progresista del siglo XVIII, Abya Yala, Quito, 1997.
[12] Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas
de la historia ecuatoriana, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2007,
voluminoso libro en dos tomos que dilucida importantes hechos de nuestra
historia a lo largo de los últimos cinco siglos. Una selección de esos trabajos
incluimos en la segunda parte de esta publicación por el valor que tienen para
comprender con mayor profundidad el magno hecho histórico de nuestra primera
independencia.
[13] Jorge Núñez, “Revoluciones conservadoras”, El Telégrafo, Ecuador, miércoles 6 de mayo de 2009, p. 10.
[15] Neptalí Zúñiga, Montúfar, primer
presidente de América revolucionaria, Talleres Gráficos Nacionales, Quito,
1945, p. 429.
[16] Julio Tobar Donoso, Monografías
históricas, Editorial Ecuatoriana,
Quito, 1938, p. 407.
[17] Carlos Romero y Bruno Andrade, Estructura
Agraria de la Sierra
Centro–Norte, Banco Central del Ecuador, Quito, 1986, p.
53.
[18] Fernando Jurado Noboa, “Vigencia de Dña. María Delgado Jaramillo”, en Boletín de la Academia Nacional
de Historia Nº 124, Editorial Ecuatoriana, Quito, 1974, p. 318.
[19] “Acusación fiscal de Tomás de Arechaga”, en Revista Museo Histórico Nº 19, Instituto Municipal de Cultura, Quito, 1954, p. 61.
[20] Pablo Herrera, Antología de prosistas ecuatorianos, t.
II, Imprenta del Gobierno de Quito, 1896, p. 97.
[21] Manuel María Borrero, Quito, Luz
de América, Editorial “Rumiñahui”, Quito, 1959, p. 63.
[22] Manuel de Jesús Andrade, Próceres de la Independencia, Tipografía
y Encuadernación de la Escuela de Artes y Oficios, Quito, 1909, p. 131.
[25] Alfredo Flores Caamaño, Descubrimiento histórico relativo a la
independencia de Quito, Imprenta de “El Comercio”, Quito, 1909, p. LXXIV.
[28] José Gabriel Navarro, La revolución de Quito del 10 de Agosto de
1809, Plan Piloto del Ecuador, Quito, 1962, p. 105.
[29] Archivo Nacional de
Colombia, “El prócer Juan de Salinas nació en Sangolquí”, en Revista Museo Histórico Nº 22,
Departamento Municipal de Educación y Cultura, Quito, 1956, p. 34.
[30] Sobre este tema veáse el
estudio “Subasta de marquesitas y aristócratas” del mismo autor en su libro Páginas de la historia ecuatoriana, t.
I, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2007, pp. 213-215.
[31] Roberto Andrade, Historia del Ecuador, t. I, Corporación
Editora Nacional, Quito, 1982, p. 213.
[32] Cfr. al respecto “Actas
secretas y exclamaciones”, Páginas de la
historia ecuatoriana, t. I, op. cit., pp. 171-179, donde el autor analiza
con más detalle este tema.
[33] Stanley J. y Barbara H. Stein, La
herencia colonial de América Latina, Siglo Veintiuno Editores, México,
1970, pp. 108-109.
[35] Alfredo Flores Caamaño, Descubrimiento
histórico relativo a la independencia de Quito, op. cit., p. XXXII.
[36] Veáse Oswaldo Albornoz
Peralta, Las luchas indígenas en el
Ecuador, Editorial Claridad, Guayaquil, 1971, p. 33.
[37] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, Universidad Autónoma de México, México, 1967, p. 191.
[38] Francisco X. Aguirre, Bosquejo histórico de la República del
Ecuador, Corporación de Estudios y Publicaciones, Guayaquil, 1972, p. 427.