Montalvo es hombre de su época. Su valor está en haberse encuadrado con las fuerzas progresistas de su tiempo, con aquellas que quieren sacar al país del retraso feudal para conducirlo hacia el capitalismo, que no otro es el rumbo señalado por la historia. Es pues, un ideólogo burgués, con todas sus virtudes y defectos.
Sus méritos ante la historia son muy grandes.
La titánica lucha que emprende contra la dictadura garciana –dictadura
sanguinaria de los terratenientes– sin doblegarse nunca y sufriendo
persecuciones sin cuento, es suficiente pedestal para su gloria. No se puede
negar que es la voz más alta que se levanta contra el tirano. Su pluma que
golpea como maza de gigante, siempre está alerta para denunciar los crímenes,
para condenar las constantes violaciones a los derechos del pueblo. Su
incendiario opúsculo, La dictadura perpetua, no es sino el resumen total, alfa y
omega, de ese sombrío período de la vida ecuatoriana. Y si dice refiriéndose a
García Moreno, mi pluma lo mató, dice bien, y no es jactancia como se
ha afirmado. Porque si las ideas devienen en fuerza material cuando penetran
en el cuerpo social, no hay duda que las suyas penetran hondamente, y por lo
mismo, se convierten en acción.
Montalvo es un defensor ardiente de las libertades y de los derechos
del hombre. Es enemigo de las limitaciones al sufragio, que cree debe ser
universal y directo para todos los ciudadanos, a fin de que pueda sacar “de los talleres
sastres y carpinteros y los ponga en el solio a causa de la sabiduría y las
virtudes”. El derecho de reunión es esencial para la vida de los pueblos y sólo
puede ser suprimido por la tiranía, porque el tirano no es solamente el que
derrama sangre, sino también el que “impide y persigue la asociación, condena
al aislamiento a los asociados, sumerge el espíritu en un pozo de tinieblas”.
La libertad irrestricta de imprenta, es libertad imprescindible, razón por la
que combate duramente el silencio impuesto a la prensa por García Moreno, que
impide toda publicación que no se atenga a los dogmas de la Iglesia y que
sepulta a los censores de su gobierno –son sus palabras– en las ciénegas del
Napo. Una prensa puesta bozal y enmudecida, tal “como el ladrón de casa suele
hacer con el perro fiel, para que de noche no haga ruido”.
Tampoco olvida la igualdad, condoliéndose
porque no sea ella, sino su contrario, la desigualdad de las clases sociales,
la que campee por el mundo. Por lo menos, quiere acortar las distancias
existentes en los dominios de la educación: “Esto de que todo lo sepan unos y
nada otros –dice– es fuente de tantos males como eso de que todo lo posean unos
y nada otros: el hambre del espíritu, la desnudez de la inteligencia son
desdichas tan grandes por lo menos como el hambre y la desnudez del cuerpo. Que
todos sepan leer, escribir y alabar a Dios, es tan necesario como el que todos
tengan un plato de comida y un trapo con que cubrirse. Esta, esta igualdad, es
la que deseamos, y la que hará la felicidad de los hombres, algún día”. Y al
lado de todo esto, los otros principios liberales.
Este, pues, el aporte positivo de
Montalvo. Del Montalvo real y verdadero. Aporte suficiente que no necesita
aditamentos, y menos forzadas interpretaciones, aunque sea con el laudable
propósito de acrecentar sus merecimientos. Mejor el Montalvo con oscuridades y
con luz, así, a la vez. Como es, y como fue.
Párrafos tomados del libro MONTALVO,
IDEOLOGÍA Y PENSAMIENTO POLÍTICO de Oswaldo Albornoz Peralta que hoy
ponemos a disposición de todos aquellos que quieran profundizar en el
conocimiento de estas facetas del célebre Cosmopolita:
https://drive.google.com/file/d/1RN4w6Li8tECbPa09fixFF41rm9d2ip_s/view?usp=drivesdk