EL 1º DE MAYO EN EL ECUADOR[1]
Oswaldo Albornoz Peralta
Es una teoría muy
extendida –desgraciadamente hasta entre
gentes de izquierda– la que sostiene que las conquistas alcanzadas por los
trabajadores ecuatorianos son concesiones gratuitas de algunos mandatarios u
obra meritoria de algunos intelectuales progresistas, como se dice en el caso
del Código del Trabajo, por ejemplo.
Esta peregrina
teoría ha podido prosperar porque la historia de nuestra clase obrera, la
historia de las heroicas luchas de nuestros trabajadores, es desconocida casi
por completo. Los libros de los historiadores oficiales, los textos de
enseñanza, nada dicen sobre ellas. Se ignora al pueblo totalmente, no obstante
ser él, con su laborar constante y su combate permanente por una mejor vida
–combate donde la sangre se riega generosamente, sin regateo, sin la mezquindad
de los falsos héroes– el verdadero artífice de toda historia.
Y esto ha sucedido
también con la historia del 1º de Mayo en el Ecuador. Nuestras generaciones
desconocen por qué esa fecha magna fue declarada oficialmente como Día de los
trabajadores. Desconocen las luchas efectuadas para obtener esa conquista.
Los siguientes
datos, tienen el objetivo de contribuir –aunque sea un poco– a aclarar este
problema.
La gesta de 1886 y
el asesinato de sus héroes en Chicago, por la repercusión mundial que tiene, no
es desconocida en el Ecuador. Así mismo, se sabe. Que es la jornada por las
ocho horas de trabajo, por lo que la clase trabajadora combate en esa ocasión.
Pero en esa fecha
por la debilidad de la clase obrera, es natural que el drama no tenga un eco
profundo entre nuestros trabajadores, siendo más bien noticia periodística y
comentario de intelectuales progresistas. Empero, apenas el obrerismo empieza a
crecer y a organizarse en rudimentarios gremios y asociaciones de ayuda mutua
–fenómeno que toma mayor envergadura a raíz de la revolución liberal de 1895–
se empieza a luchar en el Ecuador por la disminución de horas de trabajo y la
jornada de ocho horas. Y es lógico que
esto suceda, pues es conocido que la burguesía, para acrecentar la ganancia –la
plusvalía– recurre fundamentalmente a la disminución de salarios y al aumento
de horas de trabajo. Aquí, eso acontece en grado máximo. No existe aún una
regulación que fije el tiempo de labor diaria, omisión de la que se aprovechan
largamente los patronos para explotar al obrero. Se obliga al trabajador a
realizar jornadas de doce y más horas al día, con salarios miserables,
sumiéndole en la miseria más espantosa. Ya José Peralta, el ideólogo liberal,
clamando por reformas laborales y por la elevación del estándar de vida del
obrero, dice en 1894 en el artículo titulado “Pobre pueblo”: “El proletariado
es el paria de la República: nace para servir; ni esperanza para el corazón, ni
luz para la mente, ni elevación para el alma, le ofrece la sociedad en cambio
de sus desvelos. Para el proletariado la Patria no existe; la fraternidad es
mentira, la libertad un sarcasmo, la igualdad una blasfemia”.[2]
Entonces, ¿cómo no luchar contra esta situación inaguantable?
Y, en efecto, la
lucha aparece, siendo cabalmente la disminución de la jornada diaria y el pago
de mejores salarios, las reivindicaciones más importantes y por las que más se
combate.
En lo que respecta
a la primera reivindicación –que es la que más nos interesa por ahora– podemos decir que la lucha empieza temprano.
Es así como, en 1896, a raíz del incendio de Guayaquil, gracias a una huelga,
los carpinteros de la ciudad, que trabajan diez y más horas diarias, logran
conseguir que la jornada se disminuya a nueve. Ya en 1905, cuando se crea la
Confederación Obrera del Guayas, el combate por las ocho horas se convierte en
reclamo de carácter general por parte de todos los trabajadores de la
provincia, pues en sus Estatutos se hace constar, como objetivo inmediato, el
“procurar obtener el descanso semanal de un día y la reglamentación de las
horas de trabajo a ocho”.[3]
Y más tarde, en 1913, la Sociedad de Carpinteros, con el apoyo de la Sociedad
“Hijos de Vulcano”, de hecho, pone en práctica la jornada de ocho horas.
Aquí debemos
aclarar, sin embargo, que merced a la lucha entablada por la naciente clase
obrera, ya en el Código de Policía dictado en el año de 1906, se establece la
jornada de ocho horas, precepto legal que no llega a tener ningún valor real,
efectivo, por falta de una adecuada reglamentación, conquista que solamente se
consigue mediante el Decreto del 11 de septiembre de 1916 distado por el Congreso,
donde se establecen también pagos mayores por las horas de trabajo
suplementario y una serie de otras importantes garantías para los trabajadores.
Pero, ni aún con
esto, finaliza la lucha. La burguesía siempre es cicatera, avara, cuando se
trata de quitar peso al bolsillo. Apenas unos días después de dictada la ley a
que acabamos de referirnos, el 4 de octubre de 1916, los conductores y
vagoneros de los carros urbanos de Guayaquil, tienen que declararse en huelga
para exigir su cumplimiento, razón por la cual los empresarios toman
represalias y despiden a los trabajadores que intervienen en el movimiento.
Todavía en 1919, los obreros gráficos de Quito tienen que realizar un paro para
conseguir el aumento de salarios y la efectividad de las ocho horas de trabajo.
Hasta la década del 30 –¡quién lo creyera!– todavía esa conquista no tiene una
vigencia plena. El doctor Pablo Arturo Suárez, asegura que en 1934 –Contribución al estudio de las realidades
entre las clases obreras y campesinas– que el 90% de los obreros de las
fábricas de Quito trabajan once horas diarias!
Los pocos ejemplos
dados bastan para comprender como ha sido de difícil, de tenaz y constante, la
lucha de los trabajadores ecuatorianos para conseguir la jornada de ocho horas.
Toda esta larga
lucha –como no puede ser de otra manera– está ligada indisolublemente al recuerdo y al
ejemplo de los mártires de Chicago. El 1º de Mayo, desde que nuestro obreros
comienzan el combate por la jornada de ocho horas, es ya de hecho, su propio
día. Eso lo saben y lo sienten nuestros trabajadores, tanto más que en otros
países, es fecha de celebración grandiosa y de combate por las reivindicaciones
proletarias. Fisher, uno de los héroes, había dicho: “Estoy persuadido de que
nuestra ejecución ayudará al triunfo de nuestra causa”. Y estas palabras,
también han llegado hasta el corazón de nuestro pueblo trabajador que, con su
acción contribuye para que sea realidad el ideal de los caídos en la gran urbe
norteamericana.
Pero es sólo en
1911, según datos que nos da José Buenaventura Navas en su interesante y
documentado trabajo titulado Evolución
social del obrero en Guayaquil, cuando se empieza a celebrar en forma
práctica el 1º de Mayo y a luchar para que la fecha sea declarada en el Ecuador
como Día de los trabajadores. Este autor nos cuenta que, “por iniciativa del
señor Rafael Ramos M., entonces presidente de la sociedad “Abastecedores del
Mercado”, se celebró por primera vez en Guayaquil, en los salones de esta
institución, en una velada de carácter íntimo, la fiesta del Trabajo”. A esta
reunión se invita a todas las sociedades obreras de la ciudad, enviando sus
representantes, la gran mayoría de ellas.
Poco después, en
1913, la celebración ya no tiene el carácter de intimidad, sino que se la hace
en forma pública y con gran pompa en una gran asamblea, a la que asisten
numerosas sociedades de trabajadores y una gran cantidad de público. El éxito
que se consigue se debe al gran trabajo previo realizado por las organizaciones
de trabajadores y el Comité que para el efecto se crea, llegándose, inclusive,
a publicar un periódico para la propaganda. El historiador Camilo Destruge nos
dice a este respecto en su Historia de la
Prensa en Guayaquil: “El 1º de Mayo, periódico de publicación eventual,
apareció en 1913 en formato pequeño, de cuatro planas, a tres columnas, impreso
en tinta roja y editado en la imprenta “América”. Dedicado, exclusivamente, a
hacer llamamiento a las clases obreras para la celebración de la Fiesta del
Trabajo, se publican en él las invitaciones del Comité Organizador, los
programas, etc.”.[4]
Entre las
organizaciones obreras y artesanales que asisten a la asamblea antes mencionada
están varias que más tarde tomarán parte activa en la triste jornada del 15 de
Noviembre de 1922. También, como delegados, están presentes algunos dirigentes
que alcanzan distinción en la historia de los trabajadores ecuatorianos. Tal el
caso, por ejemplo, de Juan Elías Naula, que representa en esta ocasión a la
Sociedad de Vivanderos.
Trabajadores en las protestas del 15 de Noviembre de 1922 en Guayaquil |
La asamblea, a más
de festejar el 1º de Mayo, conoce ciertos proyectos de leyes a favor de los
trabajadores. Uno se refiere a un reglamento redactado por la Sociedad de
Tipógrafos para hacer realidad la jornada de ocho horas. Otro se refiere a la
creación de un fondo para la ilustración de las clases populares mediante el
gravamen del 4% al derecho de herencia o sucesión y un último tiene por tema un
objetivo largamente perseguido por el movimiento obrero: una ley que obligue a
patronos y empresarios a sufragar los gastos por accidentes de trabajo. También
en Quito, en este mismo año, se organiza un comité para la celebración del 1º
de Mayo. Está dirigido por los miembros de la Sociedad Artística e Industrial
de Pichincha. Se redacta una hoja suelta pidiendo la asistencia del pueblo al acto
programado.
El año siguiente
también se celebra la Fiesta del Trabajo y prosigue funcionando el Comité
guayaquileño dedicado a la labor de preparación, el mismo que, además, llega a
solicitar a las autoridades de la provincia la suspensión de actividades en el
día 1º de Mayo, sin conseguir ningún resultado positivo para su pedido. Y es en
vista de esta negativa que en 1915, cuando el mencionado organismo se halla
presidido por el doctor Carlos Rolando –representante del “Centro Abdón
Calderón”– se resuelve por iniciativa de éste, dirigirse directamente al
presidente de la república para recabar que la fecha sea declarada día festivo
en todo el país. Esta vez, la voz de los trabajadores es oída, y el viejo
anhelo se hace realidad.
He aquí el decreto
que se dicta:
Leonidas Plaza
Gutiérrez
Presidente de la
República
Considerando:
1º.- Que es laudable y justa la
solicitud del Comité 1º de Mayo de los obreros de Guayaquil, encaminada a
conseguir que las sociedades obreras de la República, puedan celebrar la fiesta
universal del Trabajo, el día 1º de cada año;
2º.- Que en la mayor parte de
los pueblos cultos se ha señalado aquella fecha para conmemorar la eficaz
influencia de ese importante factor de progreso y
3º.- Que incumbe al Poder
Público cooperar a la acción social, con el objeto de dignificar el trabajo y
conseguir su organización libre y ordenada como fundamento de la paz y
bienestar general,
Decreta:
Art. 1º.- Declarar el 1º de Mayo
de cada año día feriado para los obreros del Ecuador.
Art. 2º.- Enarbólese en esa
fecha la bandera nacional en todos los edificios fiscales y municipales de la
República.
Art. 3º.- El señor Ministro de
Estado en el Despacho de Gobierno encárguese de la ejecución de este decreto.
Dado en el Palacio Nacional en
Quito a 23 de abril de 1915.
Leonidas Plaza
Gutiérrez
El Ministro de
Gobierno.- Modesto A. Peñaherrera.[5]
¿Cómo se explica
que un gobierno oligárquico, como el de Plaza, haya dado este decreto?
El factor
fundamental para que se haya logrado esta conquista es, sin duda alguna, la
lucha tesonera de la clase obrera. Sin ella hubiera sido imposible, ya que al
trabajador nada ha caído gratuitamente del cielo, menos de la cerrada mano de
los explotadores. Es la lucha, y es el
combate sin tregua, el único argumento que puede obligarles a ceder en algo.
No obstante lo
dicho, sería errado no reconocer que también existen causas de carácter
político, que facilitan en mucho la promulgación del Decreto transcrito. Debe
tenerse en cuenta que el gobierno de Plaza, después del crimen de El Ejido y
cuando todavía los heroicos guerrilleros de Concha combaten en la selva
esmeraldeña, tiene una gran impopularidad y soporta una fuerte oposición, a las
que se debe capear de la mejor manera. Y una de esas maneras es, precisamente,
aceptar algunas peticiones populares. El doctor Carlos Rolando,
inteligentemente, se da cuenta de estas circunstancias y las aprovecha para
lograr su objetivo. Esto se desprende de las siguientes palabras que constan en
el libro de José Buenaventura Navas: “El Dr. Rolando –dice–se dirigió al
Presidente de la República y particularmente al señor General Leonidas Plaza
G., manifestándole la conveniencia de acceder a lo solicitado por el Comité 1º
de Mayo porque ese paso sería una atención a la mayoría de los ciudadanos que
forman la parte más respetable de la Nación, que contribuiría a un lazo de
unión entre los obreros de la República, y que atendidas a las ideas políticas
del pueblo guayaquileño era también una manera de captarse las simpatías del
pueblo, ya que era tan combatido su Gobierno”.[6]
No hay, nos parece, necesidad de comentario para el párrafo anterior.
Al gobierno de
Plaza sucede el de Alfredo Baquerizo Moreno, otro servidor incondicional de las
oligarquías.
Respecto a los
trabajadores –así mismo urgido por la lucha de éstos y por las especiales
circunstancias internas de la nación– prosigue la política de concesiones y no
desaprovecha momento para hacer demagogia y componer frases altisonantes. Se
proclama el campeón de la política de conciliación de clases que, como se sabe,
favorece totalmente a la burguesía, pero que tiene la virtud de desorientar a
las capas obreras más retrasadas. Dice que no serán las prisiones sino la
libertad y el derecho, los que conseguirán la conciliación del capital con el trabajo.
Y para lograr esta “conciliación” se hace invitar y procura asistir a toda
reunión obrera. Es así como el 1º de Mayo de 1916, haciéndose presente, toma la
palabra y dice: “La vida para nosotros, y la vida para nosotros todos, reclama
la justicia de un derecho igual para el rico y para el pobre; para el que
atesora y para el que trabaja su pan de vida diario”.[7] Pero ya veremos como más tarde, este mismo
presidente demuestra su devoción para los trabajadores. Y como pone término a
su teoría de la conciliación entre explotados y explotadores.
De todas maneras,
el Día de los Trabajadores, desde esta época, cada vez va adquiriendo mayor
amplitud y mayor resonancia nacional. Las organizaciones obreras, cada vez con
mayor cariño y entusiasmo celebran su fiesta clásica. Y los periódicos y
revistas progresistas ya no pueden olvidar la fecha. Siempre hay un artículo
alusivo o el poema escrito para la ocasión.
He aquí unos versos, por ejemplo, publicados en la revista Caricatura de Quito, en el año 1919:
1º
de Mayo
Esta es fecha de luto y es de glorias:
es fecha de dolor y de venganza.
¡Abre una puerta al porvenir y suena
como un grito de triunfo entre las llamas!
La sangre de los mártires, ardiente,
regando ideas se volcó en la entraña
de una tierra fecunda que tenía
el aspecto de estéril y de bárbara.[8]
Desde luego, hay
que advertir, que en algunos lugares de la república se retrasa la celebración
del día de los trabajadores, debido a la desigualdad del desarrollo económico y
a la falta de fuerza de la clase obrera en ciertas ciudades, donde, por
consiguiente, la reacción puede poner toda clase de obstáculos para impedir
toda labor con ese objeto.
Esto sucede por
ejemplo en Cuenca –la tercera ciudad ecuatoriana– que solo después de tenaz
lucha con la clerecía que domina gran parte de los gremios, puede organizar
recién, en 1925, su primer acto público. Es aquí como un trabajador, el señor
José Benigno Solís, recuerda es lejana fecha en discurso pronunciado con motivo
de la inauguración de un busto del doctor Peralta:
Cúmplese hoy día, primero de mayo de 1941 –dice– dieciséis años en que
por primera vez en esta ciudad, formóse un Comité denominado PRIMERO DE MAYO
integrado por obreros y universitarios, cuya inauguración constituyó un
verdadero éxito, haciendo estremecer a los reaccionarios y apolillados Partidos
Políticos. Nuestro rotundo triunfo se lo debió al Señor Doctor Don José
Peralta, que entonces desempeñaba merecidamente la Rectoría de la Universidad
del Azuay, porque fue él, quien con videncia apoyó nuestra idea, demostrando
así su concepción izquierdista de la vida: “Yo os prometo, nos dijo en su
discurso inserto en el periódico LA ILUSTRACIÓN OBRERA, del 10 de mayo de 1925,
que estaré a vuestro lado y que uniré mi ya débil esfuerzo a la trascendental
labor que comenzáis ahora. Ya no es posible retardar la concesión de garantías
a que es acreedor el obrero”. Y estas palabras del invicto luchador, sirven
para encasillarle entre los luchadores de la Justicia Social, pero entre
aquellos guerreros más grandes y conspicuos! Hubo algo más aún. Su ayuda al
obrero desvalido, pero repleto de ideales que se proponía celebrar la FIESTA
UNIVERSAL DEL TRABAJO en el año de 1925, no solamente fue moral sino también
material. El salón máximo de la Universidad abrió de par en par sus puertas
para el desarrollo de nuestra Velada, la misma que se realizó con un esplendor
que, otra igual, no verán nuestros ojos, porque quizá, para nuestra desgracia,
cada día parece más honda la separación entre la Universidad y el obrero.[9]
Es decir, que el
combate es prolongado, y que en cada región o ciudad, se tiene que vencer la
dura resistencia de las fuerzas del retraso.
La celebración del
1º de Mayo, en realidad –aunque muchas veces ha sido tolerada por los gobiernos
y las clases dominantes– ha sido mirada con rencor y odiada profundamente por
la burguesía y la reacción. Y la razón es obvia: tal celebración implica una
jornada más de lucha por las reivindicaciones de la clase obrera y es una
reafirmación de fe en el futuro de los trabajadores, es decir en el socialismo,
en la sociedad encargada de expropiar a
los expropiadores. Por esto, muchas calles y plazas del mundo, en esta
fecha, se han manchado con la sangre proletaria. Ha sido día en que el
capitalismo, valiéndose de la fuerza estatal que tiene en sus manos, ha
sembrado la muerte y ejercido brutales represalias.
En el Ecuador, si
no con la magnitud de otros países, también han existido actos de fuerza,
represalias salvajes, por parte de los gobiernos reaccionarios.
Solamente queremos
recordar aquí, brevemente, los sucesos del 1º de Mayo de 1932.
Ese día, sin
embargo de hallarse prohibida la manifestación, los obreros y estudiantes de la
ciudad de Quito tratan de realizar el tradicional desfile del 1º de Mayo,
siendo atacados bárbaramente por la Policía, el batallón “Yaguachi” y grupos de
compactados bonifacistas
exprofesamente preparados. La represión es feroz, pues según reseña del diario El Día, hay centenares de heridos y las
calles quedan cubiertas con charcos de sangre. Algunos manifestantes logran
esquivar el primer golpe y se refugian en la Casa del Estudiante, pero ni
aun allí encuentran protección, ya que
la fuerza pública allana el edificio y las casas vecinas, de donde conducen
presas a innumerables personas, después de maltratarlas con “inaudita
violencia, con saña reveladora de una consigna criminal”.[10]
Aun el día siguiente continúa el furor antiobrero, con la venia y protección de
las autoridades, ya que las fuerzas de choque de la reacción siguen atacando a
los hombres de izquierda al grito de ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva el señor Bonifaz!
Y ¡Abajo los comunistas y socialistas!
Este ataque es
planeado cuidadosamente y con anticipación por las autoridades del gobierno,
los partidos de derecha y el clero. Desde días antes de la proyectada
manifestación, se hace circular siniestros rumores, en el sentido de que se
planea asaltar el Panóptico e incendiar los templos. A este respecto, en el
mismo diario El Día –artículo
titulado “Deslinde de responsabilidades”– se dice lo siguiente: “Para exaltar
al pueblo sencillo los sanguinarios estrategas que dirigieron el movimiento
desde sus antros propalaron la noticia de que los estudiantes iban a quemar los
conventos y a ultrajar la imagen de la Dolorosa del Colegio”.[11]
Se trata, entonces, de un crimen premeditado y realizado con toda alevosía.
Por lo mismo, causa
indignación entre el pueblo y la ciudadanía honesta. La protesta es enérgica y
extensa. Todos los partidos políticos progresistas dejan oír su voz para
condenar el acto, al igual que amplios sectores del magisterio y el
estudiantado, hondamente conmovidos por los acontecimientos.
Clotario Paz, en su
libro Larrea Alba, dice que “el 1º de
Mayo, en Quito, el régimen por medio de sus agentes, con premeditación,
alevosía y traición, destacó fuerzas de policía y del regimiento de caballería
Yaguachi contra la bizarra juventud de la ciudad capital, en lo mejor de su
complexión, los universitarios, a quienes ultrajaron, golpearon e hicieron
salvajemente a vista y paciencia del lírico Encargado del Poder”.[12]
¿Y cuál es el
lírico Encargado del Poder que patrocina este atropello inaudito?
Alfredo Baquerizo Moreno junto a oficiales del ejército |
Nada menos que don
Alfredo Baquerizo Moreno, antiguo amigo
del obrero y el teórico de la conciliación entre el capital y el trabajo.
El escritor Manuel
Benjamín Carrión, al protestar por los hechos, afirma que don Alfredo ha
cambiado, que no es el mismo que el de los años anteriores. Nosotros creemos
que el cambio no es de don Alfredo, sino que el cambio es, más bien, de los
tiempos. Las clases explotadoras actúan según las circunstancias: a veces se
ponen la piel de oveja, y otras, muestran los dientes del lobo. Eso es todo.
Los explotadores,
pues, temen y odian el día 1º de Mayo.
Es por esto que,
cuando imponen regímenes dictatoriales –durante los cuales desaparece todo
vestigio de democracia y las clases dominantes se muestran tales como son–
impiden por todo medio la celebración del Día de los trabajadores. Recordemos
que la Dictadura Militar –1963 – 1966– todo el lapso de su aciago paso por el
Poder, prohíbe terminantemente todo acto y toda manifestación en el 1º de Mayo.
¿Y cómo permitirlos, si los dictadores saben que los obreros pedirán la
libertad de sus dirigentes presos, que exigirán la vigencia de las conquistas
laborales, que, en fin, protestarán por la infame entrega de la patria a la
voracidad imperialista? Para ellos, conviene el silencio, el silencio pleno. El
puño en alto de la clase obrera, es, y será siempre, fantasma aterrador para
todo déspota y todo dictadorzuelo.
La represión, el
atropello, resultan impotentes, sin embargo. Porque nada puede borrar de las
mentes de los trabajadores los elevados ideales que defiende, nada puede
impedir la prosecución de la lucha por sus justas reivindicaciones, aunque sea
en las difíciles circunstancias de la clandestinidad, con el peligro acechando
por doquiera. No, no se puede poner valladar para su avance, porque la clase
obrera camina hacia el cumplimiento de su destino histórico: liquidar la
explotación del hombre por el hombre.
Y símbolo de este
noble combate, símbolo de ese futuro luminoso para la humanidad, es el 1º de
Mayo. De aquí, que la fecha se halle tan dentro del corazón de los
trabajadores. De todos los hombres que miran hacia el porvenir y quieren una
sociedad nueva, de justicia e igualdad.
Esa sociedad nueva
–con tierra y pan para todos– se forjará también en el Ecuador. Y el 1º de Mayo
será entonces, la más hermosa de las fiestas. Será un día de alegría
desbordante, donde el recuerdo del pasado oscuro, servirá solamente para
acrecentar la felicidad del pueblo y de la clase obrera liberada.
Que todo 1º de Mayo, sea por lo mismo, una
manifestación de decisión inquebrantable, para alcanzar ese futuro.
El Paro, Oswaldo Guayasamín |
[1] Tomado de Oswaldo
Albornoz Peralta, Páginas de la historia
ecuatoriana, t. II, Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín
Carrión”, Quito, 2007, pp.
[2] José Peralta, “Pobre
pueblo”, en la Revista de Quito, vol. I, Nº V, Imprenta de “El
Pichincha”, Quito, 2 de febrero de 1898, p. 132. Dirigida por Manuel J. Calle.
[3] José Buenaventura
Navas V., Evolución social del obrero en
Guayaquil, Imp. Guayaquil, Guayaquil, 1920, p. 107.
[4] Camilo Destruge, Historia de la Prensa en Guayaquil, t.
II, Tipografía y Encuadernación Salesianas, Quito, 1925, p. 154.
[7] Alfredo Baquerizo Moreno, Selección
de ensayos, apuntes y discursos de Alfredo Baquerizo Moreno, Imprenta y
Talleres Municipales, Guayaquil, 1940, p. 122.
[8] Alberto Ghiraldo,
“1º de Mayo”, en la revista Caricatura
Nº 20, Quito, 4 de mayo de 1919, p. 15.
[9] José Benigno Solís,
“Discurso”, en Anales de la Universidad de Cuenca,
t. XI, Nº 2, Cuenca, 1955, p. 301.
[12] Clotario E. Paz, Larrea Alba, (Nuestras Izquierdas), Imp.
“Tribuna Libre”, Guayaquil, 1938, pp. 65-66.