viernes, 23 de agosto de 2024

Caudillos indígenas

CAUDILLOS INDÍGENAS


Escritas en distintos momentos de su actividad intelectual las cuatro breves semblanzas que conforman el libro Caudillos indígenas, hoy se lo publica, tal cual fuera el deseo del autor, reunidas bajo ese título las de Alejo Sáez, Jesús Gualavisí, Dolores Cacuango y Ambrosio Laso, destacados líderes de las luchas indígenas del Ecuador que no habían sido considerados hasta entonces en las investigaciones de nuestros científicos sociales. Obra pionera, por lo tanto, construye un panorama de esa trascendental problemática social que recorre un período importante de nuestra historia: desde las luchas revolucionarias del alfarismo radical hasta los años setenta del siglo pasado, cuando fallece Dolores Cacuango. Ilustrada con fotografías poco conocidas de los personajes, este libro de 147 páginas contribuye a rescatar las trayectorias vitales de estos luchadores populares ausentes en la historiografía nacional, para que sirvan de ejemplo a las nuevas generaciones en las futuras batallas por la construcción de una sociedad ecuatoriana más justa, ideario y acción  al que dedicaron lo mejor de sí Sáez, Gualavisí, Cacuango y Laso, nombres que  cada vez más se incorporan indeleblemente en la conciencia del pueblo ecuatoriano.






martes, 9 de julio de 2024

La fundación de la CTE

 Del 4 al 9 de julio de 1944 se reunió en Quito el Congreso convocado por el Comíte Nacional de Trabajadores, fundándose la Confederación de Trabajadores del Ecuador

 

LA LUCHA DE LOS TRABAJADORES Y LA FUNDACIÓN DE LA CTE

Oswaldo Albornoz Peralta[1]


 




En la situación de crisis que se había generado, los trabajadores acentuaban su actividad, desarrollando sus organizaciones y redoblando su combatividad para en­frentarse a sus explotadores. En 1943 se encontraban registradas 497 asociaciones de trabajadores en la Dirección General del Trabajo, la mayoría de las cuales se crearon a partir de 1938, fecha de expedición del Códi­go del Trabajo. Los viejos gremios cedían paso a los sin­dicatos y comités de empresa, mejor capacitados para la lucha en las nuevas condiciones. Así, en el año mencio­nado existían 138 sindicatos, 42 comités de empresa, 14 federaciones, 12 confederaciones y 2 uniones, con­centradas sobre todo en Guayaquil y Quito.

Entre 1942 y 1943 se efectuaron 47 huelgas, de las cuales 27 fueron por aumento de remuneraciones, 10 por estabilidad y 8 demandando cumplimiento de las disposiciones legales. En 1943, se celebró el primer con­trato colectivo en el país, entre la Cemento Nacional y el comité de empresa de los trabajadores.

Una gran contribución al proceso organizativo de los trabajadores brindó la visita al Ecuador de Vicente Lombardo Toledano y Guillermo Rodríguez -presiden­te y vicepresidente de la CTAL- en octubre de 1942. Con tal motivo, se reunió en la ciudad de Guayaquil una conferencia nacional de dirigentes sindicales y se firmó un pacto para organizar un nuevo congreso de trabaja­dores, luego del fracaso de la organización creada en 1938. Se fijó como fecha para el nuevo congreso el pri­mero de marzo de 1943, comprometiéndose los concu­rrentes a su organización. Estuvieron presentes en la conferencia nacional los representantes de las siguientes organizaciones:

 

Unión Sindical de Trabajadores de Pi­chincha

 Sociedad Artística e Industrial de Pichincha

 Confederación Obrera del Tungurahua

Confederación Obrera del Chimborazo

 STAGPORG

 Unión Sindical del Guayas

Asociación Gremial del Astillero

Frente Obrero Independiente y

Confederación Obrera del Gua­yas

 

Además, concurrió la directiva de la Confederación Obrera del Ecuador nominada en el Congreso de Ambato. El pacto está suscrito por Pedro Saad, Primitivo Ba­rreto, Víctor Hugo Briones, Alberto Torres Vera, Gilber­to Pazmiño, Ángel Fernández, Segundo Naranjo, Antonio Espinoza, José Montenegro, Francisco Mora Guerrero y los dirigentes de la CTAL antes nombrados. Se encargó al Comité de Organización del Gran Congreso de Unidad los trabajos preparativos.

Desde un principio, las clases dominantes y el cle­ro, que siempre han combatido con furor todo intento de unificación de los trabajadores -pues comprenden que la unidad va en mengua de sus intereses- hace todo lo que está a su alcance para impedir la reunión del Congre­so proyectado.

El arzobispo de Quito es el primer abanderado de la campaña. Mediante una Pastoral, donde afirma que “Lombardo Toledano había sido enviado por el Gobier­no de Méjico… a fomentar una guerra del comunismo y del pueblo ecuatoriano contra el clero y la iglesia católi­ca”, condena la reunión del Congreso, prohíbe de manera terminante la asistencia de obreros católicos a este even­to clasista. La CEDOC -que en ese entonces no es sino un apéndice de la Iglesia y obedece ciegamente sus órde­nes- respalda al arzobispo y pide que se impida la entrada al país de Lombardo Toledano y que se expulse a Guillermo Rodríguez, pedido que como es de suponer, consigue sin mayor demora. Burdamente se califica al primero de “agente de Stalin y asalariado de la III Inter­nacional”, y al segundo, de “pastuso bribón encumbra­do por encima del mismo Carlos Marx”. A todo esto, se agrega una serie de ataques y calumnias contra los partidos de izquierda. “¡Socialistas, comunistas, van­guardistas, escuchad! Conocemos uno a uno, todos vues­tros nefastos crímenes: incendios, saqueos, asesinatos, etc., etc…. lucharemos con heroísmo, moriremos, pero aplastando vuestra audacia; sabed que somos los verda­deros soldados de Dios y de la Patria”.[2] Esto se dice en un Mensaje del obrerismo quiteño al obrerismo ecuatoriano.

El gobierno de Arroyo del Río, que representa los intereses de la oligarquía dominante, no se queda atrás. Ejercita una serie de maniobras para obstaculizar la reunión del Congreso, o al menos, para conseguir que no alcance los objetivos clasistas que se persiguen. Estas ma­niobras son ejecutadas principalmente por intermedio de elementos divisionistas y servidores incondicionales del régimen introducidos en el movimiento sindical, entre los cuales están los oportunistas de la dirección de la Confederación Obrera del Ecuador, que ya sabemos asis­tieron a la Conferencia de 1942 y firmaron el pacto para la reunión del nuevo Congreso. Además, el gobierno im­pone condiciones “para prestar apoyo” para su realiza­ción, entre ellas, la de que no se permita la asistencia de delegados extranjeros y la de que sea obrera exclusiva­mente, a fin de impedir, mediante esta última imposi­ción, la presencia de ciertas organizaciones progresistas, como la de maestros, por ejemplo. Se impone también el aplazamiento del Congreso y, lo que es más, un temario aprobado por la Oficina General del Trabajo.

Hay que decir, desgraciadamente, que el Comité Organizador -donde se encuentran varios compañeros abnegados y dignos de toda confianza- acepta varias de esas condiciones en el afán de no perder todo y lograr que el Congreso se realice a toda costa, lo que no por eso, deja de reflejar las limitaciones ideológicas de nues­tro movimiento sindical. En el temario en referencia hay puntos como los siguientes. “Segundo.- Métodos de colaboración entre las autoridades del trabajo, patronos y trabajadores en la solución pacífica de problemas de trabajo.- Tercero.- Métodos de colaboración entre auto­ridades del trabajo, patronos y trabajadores, para el in­cremento de la producción destinada a la defensa nacional y continental”.[3]­ No cabe duda, que esos temas, implican colaboración de clases, inaceptable para toda organización obrera revolucionaria. A más de esto, no se dice nada en dicho temario sobre la unidad internacional de los trabajadores, nada sobre reformas en el agro ni reivindicaciones campesinas, nada sobre las compañías extranjeras ni la penetración imperialista. Estas omisio­nes y otras -a excepción de la que nosotros señalamos sobre el imperialismo - son anotadas con razón por Gui­llermo Rodríguez, vicepresidente de la CTAL, en el In­forme que redacta para esa central continental.

Por fin, venciendo la cerrada oposición reacciona­ria, el Congreso puede reunirse el 18 de marzo de 1943 en la ciudad de Quito, asistiendo a la inauguración cerca de 200 delegados. La inmensa mayoría de los asistentes son partidarios de la unidad y están imbuidos de un sen­tir auténticamente democrático, por lo cual, en la prime­ra sesión se elige por abrumadora mayoría presidente del Congreso a Luis Humberto Heredia - dirigente de la So­ciedad de Carpinteros de Guayaquil y firme defensor de los intereses de los trabajadores -aparte de tomarse im­portantes resoluciones que rebasan y rompen el temario impuesto por el Gobierno. Además, se acuerda la adhe­sión a la CTAL y se nombra como miembros de honor del Congreso a Vicente Lombardo Toledano y Guiller­mo Rodríguez, presidente y vicepresidente, como ya sabemos, de la central continental. Ante estos hechos, los divisionistas introducidos allí, que reciben órdenes del régimen arroyista, resuelven romper el Congreso con cualquier pretexto. Aprovechan entonces la presencia de los representantes de los empleados para protestar, ar­gumentando, conforme a la tesis oficial, que se trata de una reunión exclusiva de obreros, siendo replicados por los delegados del sector unitario y revolucionario que el Congreso es de todos los trabajadores ecuatorianos y que por lo tanto su asistencia es necesaria y procedente, porque ellos también son parte del gran ejército de com­batientes por la liberación y progreso de nuestro pueblo. Esta nueva derrota, da motivo para que los divisionistas -en número de 26- abandonen la Asamblea y vayan a pedir la intervención de la fuerza pública contra sus compañeros de clase. Nada sorprendente desde luego es­ta actitud vil y canallesca, pues que con anticipación se habían dirigido al ministro de Gobierno para que “en las sesiones posteriores concurra una fuerte escolta a fin de poder mantener el orden”,[4] según consta de una co­municación. Los firmantes son Alberto Torres Vera, An­tonio Espinosa y Gilberto Pazmiño González.

A la mañana siguiente, soldados armados con ametralladoras, rodean el edificio “El Cóndor” donde se rea­liza el Congreso, impidiendo la entrada de los delegados y expulsando mediante la fuerza a los que se encontra­ban ya en el local. Para evitar una masacre y dar así una fácil victoria a las fuerzas reaccionarias, se decide que to­das las delegaciones vuelvan a sus respectivas provincias, no obstante lo cual se desata una cruel y tenaz persecu­ción. Muchos trabajadores que no pueden regresar opor­ tunamente, son apresados y llevados a la cárcel, donde son apaleados por los pesquisas. Otros sufren igual suer­te cuando llegan a su lugar de residencia. El c. Pedro Saad, por ejemplo, es capturado en Guayaquil y perma­nece varios meses detenido por el delito -como consta en el Informe de Guillermo Rodríguez que antes men­cionamos- “de ser un dirigente capacitado, leal y firme en la defensa del pueblo”. También son detenidos en Quito los dirigentes socialistas doctores Juan Isaac Lovato y Ezequiel Paladines.

Como era de esperarse, toda la opinión democráti­ca del país condena y protesta por este atropello. El régimen arroyista, tratando de disculparse, dice “que se había estado fraguando una revolución y que el Congre­so de Trabajadores se hallaba a punto de transformarse en un Soviet Central”,[5] tal como afirma el doctor Ma­nuel Agustín Aguirre en su Informe al X Congre­so del Partido Socialista Ecuatoriano. Una vez más, como se ve, se echa mano del anticomunis­mo para justificar desmanes. De ese anticomunismo bur­do, calificado por Tomás Mann, como idiotez suprema.

El día 21 de marzo, para engañar al público y sobre todo al vicepresidente Wallace de los Estados Unidos que debía visitar el Ecuador, con el pleno auspicio y apoyo económico del gobierno, los divisionistas y unos cuantos delegados que han podido cohechar, reúnen un llamado Quinto Congreso Obrero y constituyen una Confederación Obrera Ecuatoriana (COE), organización espuria y servil que será disuelta con la revolución del 28 de Mayo.

Pocos días después -el 25 de marzo- el ministro de Gobierno hace la siguiente advertencia: “El Gobierno declara que mantendrá indeclinablemente su criterio y no permitirá que conocidos elementos subversivos, to­mando el nombre de los obreros o trabajadores del país, intenten celebrar reuniones o asambleas cuyos fines po­líticos se saben desde hoy”.[6]

Ratificando esa decisión, el presidente de la república, Arroyo del Río, dicta pos­teriormente un decreto prohibiendo la reunión de un nuevo Congreso de Trabajadores. Es decir, se pone en la ilegalidad a todo el movimiento sindical.

Se puede decir, con certeza, que pese a sus limita­ciones y a que no se logra conseguir su objetivo funda­mental, la formación de una central de trabajadores, el balance del Congreso de 1943 es positivo, por ser una clara manifestación del anhelo unitario y de la concien­cia democrática y clasista de la inmensa mayoría de las delegaciones asistentes. Una demostración de su valor y de su independencia de clase, que no obstante las presio­nes ejercidas por el gobierno, son capaces de no dejarse manipular y de rechazar con dignidad sus imposiciones. Todo lo cual, es prueba a la vez, de la fuerza y del alto nivel organizativo e ideológico alcanzado por nuestro movimiento sindical.

Sin amedrentarse por la persecución desatada por el régimen, al regresar a sus provincias, los delegados inician de inmediato los trabajos para llevar adelante la consigna que había sido adoptada al disolverse el Con­greso: mantener la unidad y reunir un nuevo Congreso que haga realidad la Confederación de Trabajadores del Ecuador.

En cumplimiento de esa decisión se realizan reu­niones en las diversas provincias y cada una nombra un representante para que integre el Comité Coordinador de Trabajadores, organismo cuya formación había sido acordada en el primer día de sesiones por el Congreso disuelto, a fin de que se encargue de las tareas tendientes a la consecución del objetivo que se acaba de señalar.

Dándose otro paso, en forma clandestina, se reúne en la ciudad de Guayaquil el Comité Coordinador de los Trabajadores, que toma importantes resoluciones, tanto en el aspecto ideológico como organizativo.

Allí se acuerda reemplazar al Comité Coordinador antes nombrado, por un Comité Nacional de los Trabaja­dores del Ecuador con sede en Guayaquil, organismo que asume la dirección del movimiento sindical, debien­do en consecuencia impulsar todas sus tareas y contro­lar las actividades de las demás organizaciones del país. Se crea un Comité Regional de la Sierra -subordinado al Comité Nacional- para el trabajo en esta región. Se re­suelve la realización de Congresos Provinciales, a fin de constituir Federaciones de Trabajadores en las provin­cias donde no existan todavía. Secretario General del Comité Nacional de Trabajadores del Ecuador es elegido el c. Pedro Antonio Saad, y el c. Miguel Ángel Guzmán, secretario general del Comité Regional de la Sierra.

Además de lo indicado, se aprueba lo siguiente:

 

1º El documento titulado “Los trabajadores del Ecuador y las tareas actuales”.

2º El “Plan de tareas para lograr la unidad ideoló­gica y orgánica de los trabajadores del Ecuador”.

3º El “Reglamento interno del Comité Nacional de los Trabajadores”.

4º. Enviar un saludo a las Naciones Unidas y a sus dirigentes.

5º Ratificar la afiliación a la Confederación de Trabajadores de América Latina.

 

El documento primeramente mencionado es, sin duda, el más importante, pues como se advierte en una nota que precede a su texto, “constituye una verdadera línea de orientación para todo el movimiento de los tra­bajadores del Ecuador”.[7] Para su elaboración, se toma como base el proyecto presentado por la Unión Sindical de Trabajadores del Guayas.

Se exponen allí, en efecto, los criterios y puntos de vista de los trabajadores ecuatorianos sobre los principa­les asuntos nacionales e internacionales, a más, claro es­tá, de sus reivindicaciones específicas. Puede conside­rarse, por esto, como un verdadero programa.

Veamos, brevemente, sus aspectos más salientes.

Se estudia, en primer lugar, el candente problema de la segunda guerra mundial, que en ese momento se halla en todo su apogeo. Al respecto, la oposición al nazi-fascismo es terminante y se llama a todos los ecuatorianos a luchar para su derrota, pues se comprende que es el enemigo más peligroso y feroz del movimiento obrero y de la democracia en general, razón por la que se afirma que “la guerra actual debe ser considerada co­mo una guerra de liberación de los pueblos”. Pero a la vez, se advierte, que se debe estar en guardia respecto a los manejos de las fuerzas reaccionarias existentes en los mismos países aliados, “que quieren aprovechar esta guerra para conservar el dominio de unas naciones sobre otras, para especular y enriquecerse a costa de los pue­blos y su miseria, usufructuando la sangre que están de­rramando los trabajadores del mundo”. Y por esto, tam­bién se llama a combatir a estas fuerzas oscuras -quintas columnas- llámense imperialistas o especuladores nacio­nales.

Sobre la penetración imperialista en el Ecuador se hacen algunos planteamientos y formulaciones.

Se dice que el apoyo a la lucha contra el fascismo no debe significar una entrega de nuestra soberanía a fuerzas extrañas. Se habla de la necesidad de defender los precios de los productos ecuatorianos y de crear una industria independiente. Sobre las compañías foráneas se expresa lo que sigue: “Como elemento de concordia y unificación democrática debe ser también fijada nues­tra posición ante las grandes empresas extranjeras establecidas en nuestro país. No queremos en este momento la expulsión o expropiación de ellas. Reclamamos única­mente el establecimiento de relaciones armónicas con ellas que, a la vez que garanticen sus intereses y utilida­des prudenciales, representen una equitativa contribución de las mismas a nuestra economía y a nuestro pro­greso”.[8] ­

Si bien son correctas las consignas concretas, la concepción general nos parece débil, inclusive un tanto conciliadora, pues no se señala al imperialismo como enemigo de nuestros pueblos y se crea la ilusión de que sus monopolios pueden ser factor de progreso y desarro­llo, cuando se sabe que son freno y fuente de explota­ción.

Esta debilidad, es consecuencia, sin duda, de las complejas condiciones del momento, cuando luchan en el mismo campo contra el nazi-fascismo, naciones de dis­tinto régimen social, coalición en la que, dada la natura­leza anotada, existen al mismo tiempo tendencias unificadoras y separadoras, las primeras provenientes de la necesidad de derrotar al enemigo común, y las segun­das, originadas en las contradicciones de clase que hay entre la Unión Soviética y los otros países capitalistas aliados. Esta situación, debido a la inmadurez de nuestro movimiento sindical, causa confusiones y vacilaciones, que dan como resultado la insuficiente apreciación sobre el verdadero significado de la penetración imperialista.

Respecto al problema de la tierra, problema capital para nosotros, se anota lo siguiente:

 

Obreros y campesinos tenemos un objetivo común frente al feudalismo ecuatoriano: su desaparición, su sustitución, no solo por formas capitalistas en la agricultura, sino también por nuevas formas de producción, en especial, por formas cooperativas debidamente orientadas que, libertando al campesi­no, lo incorporen a la economía nacional y lo con­viertan en un factor de progreso.

En este plano reviste especial interés el problema de las masas indígenas, ya que son el sector más afectado por tales sistemas, y debemos apoyar irrestrictamente todos los movimientos tendientes a su liberación.[9]

 

También en este punto se pueden anotar vacíos y debilidades, al lado de aspectos indiscutiblemente positi­vos. Entre estos últimos cabe señalar la destrucción del feudalismo y la introducción de formas cooperativas de producción, forma a la que ahora se ha dado toda la im­portancia que tiene por parte del Partido Comunista, como medio de transición al socialismo en la etapa de la revolución de liberación nacional. Pero en cambio no se habla de una reforma agraria radical que entregue la tie­rra a quienes la trabajan, pues como anota el c. Saad en la CTE y su papel histórico que ya citamos, se deja “como una solución del problema la implanta­ción de formas capitalistas en el campo”.[10]

No está por demás decir, que estas formas capitalistas son las que hoy se han impuesto gracias a las seudoreformas agra­rias realizadas por la burguesía, que han dejado sin tierra a miles de campesinos y que en nada han mejorado su mísera existencia.

La lucha por alcanzar una amplia democracia es otro de los postulados que se levanta, considerando que un ambiente de libertad y garantías es “necesario para que las masas laboriosas busquen el camino de su libera­ción”. Esto significa que la defensa y ampliación de los derechos democráticos burgueses, no es un problema indiferente para los trabajadores, sino una tarea constan­te que no debe ser descuidada, porque de ella depende la preservación de sus propios derechos y porque facilita el logro de mayores conquistas. Defensa que no implica el desconocimiento de sus limitaciones y de la naturale­za de clase de la democracia burguesa.

Entre las reivindicaciones inmediatas constan las que se indican a continuación:

 

– Aumento de sueldos y salarios para el mejora­miento de la vida de las masas populares.

– Control estricto de precios para impedir la espe­culación.

 Control y reducción de las utilidades -con inter­vención de los trabajadores- para que, garantizando un promedio prudencial al agricultor, al industrial y al co­merciante, se impida la explotación.

– Defensa y aplicación integral del Código del Tra­bajo.

– Ampliación de la legislación protectora del tra­bajo y del Seguro Social.

– Mayor cultura para el pueblo y tecnificación de la enseñanza, adaptándola a las necesidades nacionales.

– Aplicación de medidas para impedir la explota­ción de los inquilinos.

– Perfeccionamiento de los sistemas de Asistencia Pública.

 

Finalmente, se señala como máxima aspiración, la imperiosa necesidad de conseguir la unidad y la creación de la Confederación de Trabajadores del Ecuador, como organismo que agrupe no solo a los obreros, sino también a campesinos, empleados, artesanos, maestros, etc. Unidad que sea parte inseparable de los demás tra­bajadores del continente y de los trabajadores de todo el mundo.

Este programa, pese a las debilidades que hemos puntualizado, es no solo el primero con tal carácter, sino el más avanzado que se ha elaborado hasta el momento, siendo, por consiguiente, medida al nivel ideológico al­canzado por nuestro movimiento sindical. Los trabaja­dores ecuatorianos analizan y toman posición, ya no so­lo frente a los asuntos específicos y de clase, sino tam­bién frente a los grandes problemas nacionales, dándose por tanto un paso grande en el camino de su politización. Ellos afirman, que ese programa, “expresa el ideal co­mún mínimo de todas las fuerzas democráticas del país”.[11] Y quizás, esta afirmación, no es exagerada pa­ra la época.

Los asistentes a la reunión de agosto, una vez es­tructurado el Comité Nacional de Trabajadores del Ecuador, regresan a sus respectivas provincias para llevar a la práctica el cumplimiento de sus resoluciones, ini­ciando de inmediato y con todo entusiasmo los trabajos para el efecto, tanto los que se refieren al especto ideo­lógico como al aspecto orgánico, para lo cual se dictan previamente una serie de cursos de capacitación a fin de formar cuadros sindicales que puedan ayudar a la orientación y unificación de los trabajadores del país.

Así, ya el 12 de noviembre de este mismo año -1943- con la presencia de 72 delegados, se organiza el primer Congreso de la Federación de Trabajadores del Guayas, que elige a Pedro Saad como presidente y a Víc­tor Hugo Briones como vicepresidente. Los trabajos pa­ra llevar a cabo este evento han sido dirigidos por el Co­mité Nacional de los Trabajadores, con el auspicio y la ayuda de la Unión Sindical de los Trabajadores del Gua­yas, la Federación Nacional de Trabajadores del Petróleo y el Sindicato de Trabajadores Agrícolas, Campesinos pobres y obreros rurales del Guayas. Durante tres días se discute un temario compuesto de varios puntos, entre los cuales figuran, en primer término, los que tienen que ver con la organización y las condiciones de vida de los trabajadores de la provincia. Al final, se nombra a los miembros de la directiva de la Federación de los Traba­jadores del Guayas que queda constituida, siendo estos los siguientes: Víctor Hugo Briones, Segundo Ramos, Luis Humberto Heredia, Marco Oramas, Luis A. Guzmán, Julio Cueva, Leónidas Casares, Julio Román López y Jacinto Mateus.

Desgraciadamente en Pichincha, si bien se dan pa­sos acelerados hacia la unidad, no se puede conformar todavía una Federación Provincial por existir algunas di­ferencias con la Sociedad Artística e Industrial. El traba­jo se realiza, aquí, a base de la Unión Sindical, donde es­tán los sindicatos más unitarios y conscientes.

También se reúne el Congreso de Trabajadores Textiles del Ecuador, que funda la Federación Nacional de este importante ramo de nuestra industria, uno de los más desarrollados en esta época.

El 1º de abril de 1944, no obstante el clima de re­presión existente y con el fin de ganar la legalidad para el movimiento sindical, el Comité Nacional de los Traba­jadores celebra públicamente una sesión plenaria en la ciudad de Quito, donde presentan informes el c. Saad y el c. Guzmán, a nombre del Comité Nacional y del Co­mité Regional de la Sierra, respectivamente. Allí, des­pués de hacer un balance de los trabajos efectuados y de discutir la situación económica y política del país -tan­to nacional como internacional- se consolida la organi­zación del movimiento sindical y se aprueban una serie de resoluciones importantes. La principal es de carácter político: la participación de los trabajadores en la insu­rrección que se prepara contra el gobierno de Arroyo del Río.

Los partidos políticos integrados en Alianza Demo­crática Ecuatoriana -coalición heterogénea, compuesta tanto de fuerzas de izquierda como de derecha, que tie­nen por lo mismo objetivos diferentes- preparan en ese momento una sublevación armada contra el régimen arroyista, pues habían llegado a la conclusión de que únicamente por ese medio podía ser finiquitado, ya que se hallaba en marcha la preparación de un fraude electo­ral en favor del candidato oficial a la presidencia, para burlar en esta forma las aspiraciones populares. El can­didato de la coalición, es el doctor Velasco Ibarra.

Los trabajadores, antes de plegar al levantamiento, se habían puesto en contacto mediante una delegación con el candidato Velasco que se hallaba en Colombia, para pedirle que acepte y se comprometa a cumplir un pliego de aspiraciones. Ese pliego contiene ocho puntos, que sintetizados, son los siguientes:

 

1º Apoyo del gobierno para la reunión de un Congreso Nacional de Trabajadores para constituir la Confederación de Trabajadores del Ecuador.

2º Reconocimiento del Comité Nacional de los Trabajadores como central nacional hasta que se realice el Congreso.

3º Mantenimiento del Código de Trabajo y am­pliación del mismo en beneficio de los trabajadores cuando la CTE considere conveniente.

4º Reforma de los Estatutos de la Caja del Segu­ro para dar entrada en el Consejo de Administración a una representación igual de obreros y patronos. Auto­nomía absoluta de la Caja del Seguro.

5º Donación de una casa, imprenta y más útiles necesarios para que la CTE pueda desenvolver efi­caz y libremente sus actividades.

6º Apoyo económico y social a las comunas indí­genas, sindicatos y cooperativas campesinas. Reconoci­miento legal por parte del Estado del movimiento orga­nizado de los indígenas.

7º Ampliación de la democracia, libertad sindical de prensa, de asociación, de manifestación y expresión libre del pensamiento por todos los medios modernos de propaganda.

8º Creación de un verdadero Consejo de Econo­mía en el que tomen parte todas las fuerzas vivas del país, en especial los trabajadores, cuyos representantes serán designados por la CTE.

 

No es mucho lo que se pide como se puede obser­ var. Velasco, deseoso de ganar el apoyo de la gran fuer­za que representan los trabajadores organizados del país, da su aceptación a todo lo solicitado, aunque como se sabe, después hará caso omiso de sus ofrecimientos. Si algo se consigue, no es por su voluntad, ni dádiva gratui­ta de su parte, sino como resultado de la lucha y sacrifi­cio de las masas populares.

La respuesta de Velasco Ibarra es esta:

 

Acepto con toda simpatía las sugerencias anteriores y en prueba de mi sinceridad, extraña a los cálculos políticos, acudo a todos mis escritos sobre el dere­cho de los trabajadores y a mi conducta cuando Presidente.

Pasto, 29 de marzo de 1944.

 

J. M. Velasco Ibarra.[12]

 

Largo se podría escribir sobre sus escritos y sobre su conducta cuando presidente en 1934, y más largo todavía sobre su simpatía y sinceridad al aceptar las su­gerencias. Mas dada la limitación de este trabajo, pasa­mos eso por alto.

Establecido el compromiso con el candidato presi­dencial de Alianza Democrática Ecuatoriana, los trabaja­dores y sus organizaciones, dirigidos por el Comité Na­cional, redoblan sus esfuerzos para derrocar al régimen y no falta su presencia en ninguno de los actos conducentes a ese objetivo, como por ejemplo los sepelios de la niña María del Carmen Espinosa y del estudiante Héc­tor Pauta -asesinados por los carabineros en Quito y en Guayaquil respectivamente- que se convierten en manifestación gigantesca de repudio. Cuando estalla la sublevación militar el día 28 de mayo en la ciudad de Guayaquil, el Comité Nacional respalda inmediatamente el movimiento y decreta la huelga general, inclusive, un gran número de trabajadores empuñan las armas y derra­man su sangre en aras de sus ideales. En Quito, el Comi­té de Huelga integrado por dirigentes sindicales y estu­diantes universitarios, ordena el paro el día 29, pese a que las tropas aquí acantonadas permanecen indecisas y no se pronuncian todavía. Igualmente, en otras provin­cias, con mayor o menor relevancia, los trabajadores par­ticipan activamente en la insurrección.

Es pues, destacada y brillante la actuación de la cla­se obrera y de los trabajadores en general en la insurrec­ción popular de mayo, constituyendo factor de suma importancia para la derrota del gobierno de Arroyo del Río. Una prueba de lo aseverado es el hecho de que el c. Pedro Saad, secretario general del Comité Nacional de los Trabajadores, haya sido nombrado miembro del Gobierno Provisional Revolucionario de la ciudad de Guayaquil, centro de la insurrección.

 

Pedro Saad, secretario general del PCE, interviniendo en el homenaje tributado por los sindicatos
 a Velasco Ibarra por el triunfo de la revolución del 28 de Mayo de 1944.

 No se puede dejar de manifestar tampoco, que los trabajadores están orientados por los partidos políticos de izquierda, el Partido Comunista y el Partido Socialis­ta, sobre todo, que asimismo han jugado un papel de pri­mer orden en la insurrección, tanto que Velasco se ve obligado a incluir en su gabinete a ministros de esos dos partidos. A las filas de estos partidos, como ya se dijo, pertenecen los dirigentes más firmes, y experimentados. Son ellos los que infunden combatividad en sus organi­zaciones y los que señalan con mayor certeza los objeti­ vos de la lucha. Son ellos, los principales guías de nues­tro movimiento sindical

La amplitud de la movilización popular, la tónica democrática dada a la insurrección de mayo por los par­tidos políticos de izquierda, crean un ambiente propicio para la realización de reformas y la conquista de reivin­dicaciones por parte de los trabajadores, como en pocas etapas de nuestra accidentada vida republicana. A esto se agrega el favorable panorama internacional, caracteri­zado ese momento por la inminencia de la derrota defi­nitiva de la fiera fascista, que alienta de esperanzas a los pueblos y pone más cerca de las masas la plasmación de sus anhelos. Anhelos, inscritos en la Carta del Atlánti­co.

Este ambiente facilita la actividad del Comité Na­cional de los Trabajadores, que se dedica por entero a la organización del Congreso, premura que se explica no solo por el vehemente deseo de forjar la unidad tanto tiempo apetecida, sino porque se piensa también, que dada la fuerza de las clases reaccionarias que empiezan a moverse ya en las sombras, que la situación favorable existente puede desaparecer y no ser muy duradera. Y es así como muy pronto -a un mes apenas de la revolución- puede reunir el Congreso el día 4 de julio de 1944, en la ciudad de Quito.

La sesión inaugural se efectúa en el Teatro Sucre y en un clima de gran fervor y entusiasmo. Asisten el Pre­sidente Velasco, ministros de Estado y miembros del Cuerpo Diplomático. Velasco, con oratoria fogosa como acostumbra, pide que los trabajadores tengan confianza en su gobierno, porque “yo -dice- no os he de traicio­nar moralmente, eso es imposible, porque mi tempera­mento, mi temperamento fisiológico y psicológico, no me permitiría traicionaros”. Pedro Saad, en nombre del Comité Nacional de los Trabajadores responde con un discurso, y luego Miguel Ángel Guzmán presenta un in­forme sobre los trabajos realizados, informe que finaliza haciendo la entrega al Congreso de los poderes conferi­dos al Comité Nacional. Los integrantes de este organis­mo -es de justicia nombrarlos por haber sido ellos los que hasta ese entonces han dirigido con valentía el movi­miento sindical ecuatoriano- son los siguientes: Pedro Saad, Miguel Ángel Guzmán, Luis Humberto Heredia, Juan Isaac Lovato, Primitivo Barreto, Víctor Hugo Brio­nes, Neptalí Pacheco, Jorge Maldonado Cornejo, Mar­co Oramas, Tirso Gómez, Sergio Barba Romero, Carlos Velasco, Julio Cueva, Segundo Naranjo, Luis Barba, To­más Peñafiel, Jorge Salazar López, N. Landázuri y Mora Guerrero. La inmensa mayoría son militantes del Parti­do Comunista y del Partido Socialista.

Son 1200 los delegados, provenientes de todas las provincias de la república, sin que antes, nunca, se haya podido congregar una representación tan numerosa de trabajadores. Su composición es heterogénea. Están obreros, artesanos, campesinos, maestros, empleados y pequeños comerciantes, esto es, en todo conforme al pensamiento manifestado por el Comité Nacional en su documento de agosto de 1943, donde se decía que su as­piración era una Confederación de Trabajadores que agrupe a los sectores mencionados cabalmente. Están, por otra parte, las organizaciones más grandes y fuertes que existen en el país, tales como las de los obreros tex­tiles, ferroviarios y petroleros, por ejemplo. Faltan, como es de suponer, las pertenecientes a la CEDOC que, como sabemos, se hallan supeditados a la Iglesia.

 


 

Los principales materiales que el Comité Nacional presenta al Congreso son un documento titulado Los trabajadores del Ecuador y la situación económica del país y el Proyecto de Estatutos de la Confederación de Trabajado­res del Ecuador.

El primer documento contiene un análisis detallado de la economía ecuatoriana en sus diferentes aspectos: agricultura, ganadería, industria, minería y situación monetaria. Se señalan allí los principales obstáculos que impiden el desarrollo en cada uno de esos campos -obs­táculos que son causa de la miseria popular- sugiriéndo­se al final una serie de medidas inmediatas que deberían ser adoptadas para su desaparición. Pero, si es cierto que este estudio es más completo y profundo, y que también las soluciones que se dan son más claras y concretas, se puede afirmar resumiendo que subsisten las limitaciones constantes en el documento aprobado en la reunión de agosto de 1943 -Los trabajadores del Ecua­dor y las tareas actuales- sobre todo en rela­ción a la lucha contra el latifundismo y contra la pene­tración imperialista. Aunque hay que reconocer, que respecto al imperialismo y a las empresas extranjeras, la denuncia es menos tímida y ha desaparecido el tono conciliador. Se habla de la necesidad de poner límites al drenaje de la riqueza nacional por esas compañías y de terminar con futuras concesiones.

El Proyecto de Estatutos -como es obligatorio- se refiere a la composición, organismos directivos y demás normas organizativas de la Confederación. Todo lo cual va precedido por el señalamiento de sus objetivos, que es sin ninguna duda la parte fundamental del documen­to, ya que constituye una declaración de principios, tan­to políticos como clasistas, de nuestro movimiento sin­dical.

Todos los objetivos constantes en el Proyecto son aceptados por el Congreso, aunque en unos pocos casos, con modificaciones de significación. A continuación, transcribimos esos objetivos por la importancia que tie­nen, tal como son aprobados de manera definitiva:

a)    Por la conservación y ampliación de la democra­cia ecuatoriana y por el desarrollo de la vida nacional dentro de esos marcos, superando todos los vicios y de­fectos de su estructura semifeudal;

b)   Por el desenvolvimiento de las fuerzas producti­vas nacionales, destruyendo las trabas que la oprimen, desarrollando sus posibilidades industriales, poniendo en juego los recursos naturales de toda índole del país, ha­ciéndolo como medio de obtener el mejoramiento de las condiciones de vida de las masas del país;

c)    Por la mejora inmediata de las condiciones de vida y trabajo de los obreros y empleados del país, por el aumento de sus salarios reales, con la tendencia al salario vital, por la reducción de la jomada de trabajo, por la efectividad de la legislación protectora del trabajador, por el derecho de huelga, de asociación y de manifesta­ción para los trabajadores; por la atención a los desocu­pados, etc., sin perder de vista en ningún momento, que la lucha por estas reivindicaciones inmediatas es solo parte de la lucha por los objetivos finales del proletaria­do y por la solución definitiva de sus problemas;

d)     Por la abolición de todas las trabas feudales que pesan sobre el campesino; por la implantación de méto­dos modernos de cultivo; por la devolución a las comu­nidades indígenas y campesinas de las tierras y las aguas que les han sido arbitrariamente arrebatadas; por una política de utilización real de las tierras de propiedad particular, mediante medidas que tiendan a ese fin; por la supresión del pago de arrendamiento de tierras en es­pecie; por el establecimiento de un efectivo sistema de crédito fácil y beneficioso para los campesinos; por la ampliación de los sistemas de riego, base principal para el desarrollo de la agricultura y de la producción alimen­ticia del país; por el mejoramiento de las condiciones de vida de los asalariados agrícolas; por el establecimiento de sistemas colectivos de explotación; que aumenten la producción nacional;

e)     Por la resolución de las necesidades más urgen­tes de las masas populares, empleando medidas que im­pidan la elevación del costo de la vida, que protejan la salud pública, que diariamente mejoren las condiciones de existencia de los ecuatorianos;

f)      Por la participación equitativa de la Nación en las utilidades que las grandes empresas extranjeras ex­traen de nuestro suelo y sus riquezas; por la limitación justa de las utilidades excesivas de las empresas naciona­les;

Por la evolución de la educación ecuatoriana para que constituya un factor de progreso al servicio de las mayorías; por la cultura técnica del trabajador y la desaparición del analfabetismo en el menor tiempo po­sible;

g)   Por la más decidida protección a las mujeres y niños trabajadores, mediante una legislación especial pa­ra ellos;

h)   Por la ampliación de la protección que presta el Seguro Social y su extensión a los trabajadores agrícolas;

i)    Por la ampliación a los servidores del Estado de todas las medidas de protección del trabajo;

j)    Por la difusión del deporte y la cultura física entre las masas trabajadoras;

k)   Por la organización de cooperativas de consu­mo, de producción agrícola, de artesanos, de pequeños comerciantes, sin que el movimiento cooperativo deten­ga la organización sindical de los trabajadores y los dis­traiga de sus objetivos esenciales de lucha;

l)    Por el incremento de la solidaridad entre los trabajadores en la lucha por estos objetivos;

m) Por la más amplia democracia para todos los trabajadores en el país, en todo orden de actividades, tendiendo a dar fisonomía acorde con este postulado al Estado Ecuatoriano;

n)   Por construir la unidad de los trabajadores den­tro de las normas organizativas de la CTE y de sus principios, como elemento indispensable para obtener los objetivos ya señalados.[13]

 

También se declara que la Confederación de Trabajadores del Ecuador no intervendrá en actos de carácter religioso y que la religión es una cuestión de la concien­cia individual. Se llama a combatir a todas las ideas fas­cistas e imperialistas -cualquiera sea la forma que to­men- añadiendo que los trabajadores prestarán todo su apoyo a toda acción que tenga esta finalidad. Y hacien­do una vez más profesión de fe internacionalista, se ma­nifiesta que su posición tiene amplitud internacional, ra­zón por la que “propugna la más estrecha solidaridad con todos los trabajadores del mundo y en especial con los trabajadores de América Latina, afiliándose desde el momento mismo de su constitución a la Confederación de Trabajadores de América Latina, aceptando sus prin­cipios, Estatutos y Resoluciones y colaborando con to­dos sus esfuerzos al triunfo de sus aspiraciones”.[14]

No se puede negar que existen algunos vacíos y limitaciones en los objetivos de la Confederación de Trabajadores del Ecuador que acabamos de transcri­bir. De manera particular, siguen siendo notables los que se refieren a los dos problemas fundamentales de nues­tro pueblo: el problema del imperialismo y el problema agrario.

No hay una declaración de carácter general sobre el significado de la penetración del imperialismo como traba principal para nuestro progreso y como instru­mento de reducción de la soberanía nacional. Al redu­cirse a la sola exigencia de una participación equitativa de las utilidades de las grandes empresas extranjeras, se toca únicamente un aspecto parcial de esa penetración, dejando de lado todos los otros que configuran la mag­nitud del dominio y del peligro que representa. Se ha suprimido lo que constaba en Los trabajadores del Ecuador y la situación económica del país sobre la oposición a nuevas concesiones para la explotación de nuestras riquezas. Y se ha suprimido también un párrafo del Proyecto de Estatutos: “limitación de utilidades… hasta que llegue el momen­to en que el pueblo ecuatoriano sea el legítimo dueño de sus recursos naturales”,[15] supresión que se podría interpretar como una renuncia, aunque sea temporal, a la lucha por la nacionalización de las compañías extran­jeras.

Cosa parecida sucede en lo relacionado a la cues­tión agraria. Asimismo, se pone énfasis en aspectos par­ciales y solo se exigen innovaciones en los procedimien­tos de explotación de tipo feudal, como la supresión del pago de arrendamiento de tierras en especie, por ejem­plo. Este criterio reformista -aunque no haya sido in­cluido en la redacción de los objetivos aprobados- se transparenta de manera notoria en el documento sobre la situación del país tantas veces mencionado, donde se habla de reglamentación del “sistema de trabajo de los huasipungueros, yanaperos y suplidos y de todas las otras trabas de esta índole”.[16] Más aún: en el Proyecto de Estatutos se establece la necesidad de “una política de liquidación de los latifundios de propiedad particu­lar” y de la parcelación “de los latifundios del Estado, de la Asistencia Pública y del Seguro Social”, todo lo cual, que implica redistribución de la propiedad, ha sido eli­minado, dejándose solamente dentro de esta línea, la devolución de las tierras y aguas arrebatadas a las comu­nidades indígenas y campesinas. En definitiva, no se pro­pugna todavía una verdadera reforma agraria. Se puede decir, por lo tanto, que se sigue considerando como una de las soluciones del problema agrario, la introducción del capitalismo en el campo.

Empero, las limitaciones anotadas, pronto desapa­recen en el fragor de la lucha.

La consigna de una reforma agraria sindical que destruya el latifundismo y entregue la tierra a los campe­sinos lanzada primeramente por el Partido Comunista, es acogida por la Confederación de Trabajadores, convir­tiéndose desde entonces en uno de los objetivos princi­pales de su lucha. Igualmente, y con mayor razón, sus filiales campesinas: la Federación Ecuatoriana de Indios y la Federación de Trabajadores Agrícolas del Litoral.

También se ahonda y se precisa en la concepción sobre el imperialismo -el mayor enemigo de nuestro pueblo- como amenaza permanente para nuestra inde­pendencia y como el gran obstáculo para nuestro progre­so y desarrollo. Toda intromisión imperialista, sea en el campo económico, político o cultural, ha sido combati­da con la máxima energía por la Confederación, escri­biendo páginas que honran y enorgullecen a los trabaja­dores ecuatorianos. Ha luchado contra la voracidad de los monopolios, contra los empréstitos usurarios, contra nuevas concesiones a empresas extranjeras, contra la per­manencia de nuestras riquezas naturales en sus manos, como la del petróleo, por ejemplo, en que hoy está em­peñada. Levantando en alto la bandera de la soberanía nacional, en unión de las demás fuerzas progresistas y patriotas, pudo impedir que las islas de las Galápagos fueran entregadas a los Estados Unidos después de la segunda guerra mundial, como querían Velasco y la oligarquía vendepatria. Ha peleado constantemente por el respeto del mar territorial, pidiendo sanción para los piratas yanquis, cada vez que han sido descubiertos pescando y robando en sus aguas. Tampoco ha dejado de protestar cuando las naciones hermanas- del continente han sido agredidas por los salvajes fuerzas del Imperio -Guatema­la, Cuba y Santo Domingo- tal como ahora mismo lo es­tá haciendo en defensa de los heroicos pueblos de El Sal­vador y Nicaragua. Nunca, en suma, ha faltado su voz para condenar la explotación y los desmanes del impe­rialismo.

Pero, más que las debilidades anotadas en la decla­ración de principios de la CTE, mucho más, son sus aspectos positivos, que constituyen valioso legado para las nuevas generaciones de trabajadores. Veamos los más importantes, aunque sea en apretada síntesis.

En primer lugar, como ya estaba esbozado en el do­cumento de agosto de 1934, la lucha de los trabajadores no se concreta solamente a sus reivindicaciones específi­cas, sino que se extiende al campo de los problemas na­cionales fundamentales, ocupando por consiguiente un puesto de avanzada en el combate emprendido por nues­tro pueblo para alcanzar su liberación económica y so­cial, pues se tiene conciencia de que sin su participación decidida y en sitio de primera línea, ese gran objetivo no puede convertirse en realidad. Que esa participación, es la mejor garantía de victoria.

Desde el primer momento -recogiendo la tradición del sindicalismo revolucionario- condiciona su acción a la lucha de clases, motor de toda verdadera transforma­ción. Esto significa que la CTE es contraria a toda conciliación entre patronos y trabajadores, a todo pacto o concertación social como forma de resolver sus proble­mas mediante concesiones, tal como propugna el reformismo, sin que esto signifique ningún abandono de la lu­cha por las reivindicaciones económicas inmediatas, pero no como un fin en sí mismo -que sería caer en el economicismo- sino como paso previo y necesario para elevar la lucha a un plano superior: al plano político, que es el que debe primar. Esta posición, significa también, que la CTE es contraria al apoliticismo que las clases domi­nantes y el imperialismo se empeñan en introducir en el movimiento sindical, ya que la lucha de clases es siempre política: es la lucha entre explotados y explotadores, lu­cha contra el régimen capitalista, causa de la existencia de la explotación. Esta es la esencia política de la lucha de la clase obrera.

Si es cierto que no aparece literalmente la consig­na de la alianza obrero-campesina, esa alianza está im­plícita en los objetivos que se señalan para renovar el pa­norama agrario del país y para mejorar la vida de sus ca­pas laboriosas. Está implícita en la misma composición de la CTE, pues se da preferente entrada en su seno - Art. 3º- a los sindicatos de asalariados agrícolas, a las ligas o comités campesinos y a las comunidades indígenas. No podía ser de otra manera, ya que existe una an­tigua tradición de unidad y de luchas conjuntas, desde el apoyo obrero a los indios oprimidos por el gamonalismo y a los montubios de la Costa explotados por hacenda­dos y compañías extranjeras, en las dos décadas anterio­res a su fundación. No podía ser de otra manera, porque se comprende claramente que la alianza obrero-campe­sina, es imprescindible para la transformación revolucio­naria del país.

Ya hemos visto -no hay para qué añadir más- que la CTE nace propugnando la unidad de todos los trabaja­dores, no solo del Ecuador, sino de América y del mun­do. Nace enarbolando la hermosa bandera del interna­cionalismo, sintetizado en la célebre frase del Manifiesto Comunista: ¡Proletarios del mundo, uníos!

Y en cuanto se refiere a las reivindicaciones inme­diatas, recoge las principales y más sentidas por los dis­tintos sectores que militan en sus filas. Algunas no han sido conquistadas todavía, constituyendo por lo mismo más bien objetivos de lucha para el futuro, que efectiva­mente serán alcanzados en diferentes épocas a través de un combate tenaz y constante. Unos, solamente recién han sido logrados: la disminución de la jomada de traba­jo -40 horas- el seguro social para los campesinos, pon­gamos por caso.

Después de lo que se deja expuesto, solo cabe una conclusión: la línea de acción y los principios trazados por la Confederación de Trabajadores del Ecuador, al nacer, significan un gran paso hacia adelante, un inmen­so progreso del movimiento sindical. Y su historia, escri­ta con sacrificios y muchas veces con sangre, es un hermoso ejemplo para las nuevas generaciones de trabajado­res que continuarán la lucha emprendida por los funda­dores, hasta conseguir la solución total de sus problemas mediante la instauración del socialismo.

El 9 de julio se clausura el Congreso luego de nom­brar una directiva unitaria, donde se hallan los mejores dirigentes de nuestros trabajadores, miembros en su ma­yoría de los dos partidos de izquierda que más valiente­mente han luchado en pro de su organización y en de­fensa de sus intereses: los partidos Comunista y Socialis­ta. presidente es designado el c. Pedro Saad y vicepresi­dente el c. Juan Isaac Lovato, ambos protagonistas prin­cipales de la ruda campaña emprendida para la creación de la CTE y por eso, ambos, blanco de la furia arroyista.


A poco de fundada la Confederación de Trabajado­res del Ecuador, tiene ya que hacer frente al embate de las fuerzas reaccionarias.

La Asamblea Constituyente que se reúne a raíz de la revolución de mayo, dicta una Constitución progresis­ta, donde al lado de varios postulados avanzados y de­mocráticos, se incluyen las principales conquistas alcan­zadas por los trabajadores. Esto ha sido logrado gracias a la acción de los Diputados de izquierda, sobre todo, que junto con los representantes funcionales de los tra­bajadores -Pedro Saad, Víctor Hugo Briones, Ricardo Paredes, Miguel Ángel Guzmán, Neptalí Pacheco y Car­los Ayala Cabanilla- forman un sólido y combativo blo­que.

Velasco Ibarra y las fuerzas reaccionarias que le ro­dean, ven en la Constitución promulgada un peligro para los intereses de las clases dominantes. Y así, el 30 de marzo de 1946, se rompe el orden constitucional y se proclama la dictadura de quien ayer no más, decía que tenía el corazón a la izquierda y que nunca traicio­naría a los trabajadores. Las esperanzas puestas por el pueblo en la insurrección de mayo quedan frustradas.

El dictador y sus acólitos, ya sin ninguna conten­ción legal, inician una inicua persecución contra el mo­vimiento sindical y los partidos de izquierda. Nueva­mente, como en la época de Arroyo, son apresados y vejados. Y la joven Confederación de Trabajadores, a menos de dos años de fundada, desde la clandestinidad, sin amedrentarse en ningún momento, tiene que hacer frente al ataque gubernamental.

Esta no es sino la primera prueba por la que tiene que pasar. Después vendrán muchas otras, porque los explotadores siempre trataron y tratarán de destruir las organizaciones de los trabajadores, porque saben que allí reside su fuerza. Pero los trabajadores también saben eso y, por lo mismo, están en guardia y prevenidos para su defensa.

Nacida de la lucha -amén de los errores y equivo­caciones que pueda haber cometido- la CTE ha sido fiel a esta tradición honrosa y ha sabido defender con altivez los derechos y conquistas de los trabajadores. Y estamos seguros de que al igual que ayer, en esta hora aciaga que vive el país, sabrá salir airosa nuevamente.






[1] Publicado en 28 de Mayo y fundación de la CTE (varios autores), cap. IV, pp. 77-110, Quito, Iniesec, 1984.

[2] Ycaza Patricio, Apuntes sobre la Historia del Movimiento Obrero Ecua­toriano, Quito, Editorial Rafael Perugachi, s. f.

[3] Rodríguez Guillermo, “Informe al Presidente de la CTAL” en Forma­ción y Pensamiento de la CTE, Quito, 1983.

 

[4] Idem.

[5] Aguirre, Manuel Agustín, Informe al X Congreso del PSE, 1942-1943, Quito.

[6] Rodríguez G., op. cit.

[7] CTE, Los trabajadores del Ecuador y las Tareas Actuales, Guayaquil, 1943.

 

[8] Idem.

[9] Idem.

[10] Saad Pedro, La CTE y su papel histórico, op. cit.

[11] Idem.

[12] Citado en Formación y Pensamiento de la CTE, Quito, 1943.

[13] Estatutos de la CTE, 1947, Quito.

[14] Idem.

[15] Proyecto de Estatutos de la CTE, 1943.

[16]  Documentos de la CTE, Los Trabajadores del Ecuador y la situación económica del país, Quito, 1944.