En
el centenario de Max Weber
César
Albornoz
Quito,
14 de junio de 2020
El
mundo de las ciencias sociales conmemora en estos días el centenario de uno de
sus mayores clásicos, el filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo Max Weber (1864‒1920),
antipositivista, neokantiano, crítico del marxismo y creador de la sociología
comprensiva.
Reconocido
por sus contribuciones al estudio de la burocracia, los tipos ideales, la
teoría de la acción social y el carácter
subjetivo de la misma con cuatro tipos básicos que orientan la conducta humana
(racional, con arreglo a fines y valores, tradicional y afectiva); su teoría de
la dominación y sus tres tipos
predominantes en la historia humana (tradicional, carismática y racional). Para
no seguir enumerando yo aquello por lo que ha trascendido, pregunto a mis
estudiantes del último semestre de la carrera de Sociología de la facultad de
Ciencias Sociales y Humanas donde trabajo: ¿qué destacarían del célebre
pensador alemán? Y entre varios de los
aspectos ya señalados añaden también la importancia de su explicación económica
y sociológica del origen y desarrollo del capitalismo, sus ideas acerca del
Estado-nación moderno, la institucionalidad, legitimación y el monopolio de la
violencia que le compete; su contribución a la sociología económica con Economía y sociedad y a la de la
religión y la política con su clásico La
ética protestante y el espíritu del capitalismo que varios lo han leído; además destacan entre lo
fundamental del pensamiento weberiano su explicación del funcionamiento de la
sociedad estructurada a partir de un Estado moderno basado en derechos
políticos y civiles, de una sociedad, en fin, jerarquizada y dividida entre los
dominados y los que ejercen la dominación.
Una
de sus obras fundamentales que aparece en español por primera vez con el título
Historia Económica General, traducida
por Manuel Sánchez Sarto[1] en
1942 para la prestigiosa editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, permitió
que su pensamiento se difunda relativamente temprano en nuestro continente. Reviso
esa primera edición, libro que perteneciera a mi padre, y constato que él debe haber sido de los primeros
ecuatorianos en el campo de las ciencias sociales que lo debe haber leído. Con
esa costumbre suya de poner en la página final la fecha cuando concluía la
lectura de un libro, veo que lo ha hecho en diciembre de 1948.
Hojeo
las páginas del voluminoso tomo y me detengo en los subrayados que ha hecho su
dueño original, con lápiz bicolor, de todo lo que a sus 28 años llamaba su
atención y consideraba importante resaltar del célebre sociólogo nacido en
Értfurt el 21 de abril de 1864 y muerto el 14 de junio de 1920 en Múnich.
El
primer párrafo señalado en la página 22, con
una llave en rojo, es sobre los aspectos esenciales que se deben
destacar en la historia económica. En la siguiente página, el párrafo que
resalta también con una llave va acompañado con un signo de interrogación en
azul que refleja su duda o disconformidad con parte de lo sostenido por Weber, respecto
a la relación entre historia económica, lucha de clases y cultura.
Las características de la zádruga
de serbios y croatas como forma comunal de vida atrae su interés y subraya
varias de sus características, seguramente por similitudes con algunas de
nuestras comunidades indígenas que conoce bien, pues hace apenas un año ha
pasado en Tigua, provincia de Cotopaxi, conviviendo con los miembros de una de
ellas durante un año, ayudando a organizar allí una de las primeras
cooperativas indígenas del país.
Volviendo al interés que provoca a Oswaldo Albornoz la
lectura de este libro de Weber, señala como muy importante la organización
rural germánica, el mir de los rusos y
sus formas de servidumbre, las formas de comunidad agraria de la China y de la
India que Weber en algunos casos define como comunismo agrario; y todas las
variantes de régimen económico que adoptan comunidades humanas que se inician
en la agricultura como su actividad económica fundamental. Llama su atención la
tesis weberiana de que no todas las que emprendieron ese camino lo hicieron a
partir de formas de propiedad comunista.
Cuando Weber aborda el análisis de la relación entre
matriarcado y socialismo, el lector manifiesta dudas con un signo de
interrogación, en algunas partes en las que claramente está en desacuerdo con sus
postulados y para comparar escribe al margen: Ver Engels, Origen de la familia.
Subraya también algunas reflexiones weberianas sobre el
desarrollo de la prostitución casi como fenómeno universal, desde tiempos remotos
de la sociedad y como fenómeno presente en las más disímiles culturas. Siempre
interesado en el tema de la religión subraya, en la página 56, la relación de
la poderosa Iglesia con la institución de la prostitución: “En la Edad Media, a
pesar de la doctrina de la Iglesia, fue reconocida oficialmente y poseyó una
organización gremial”.
Otros fenómenos sociales que resalta por su importancia son
la institucionalización de la monogamia en Roma y el origen de la familia. Le
parece de especial importancia la larga y detallada explicación de Weber sobre
el surgimiento de la propiedad señorial
y sus formas (págs. 73-79). Allí subraya
la referencia que hace a la encomienda como una de esas formas, pero pone un
signo de interrogación donde el sociólogo alemán afirma que subsiste en las
colonias españolas hasta inicios del siglo XIX, un poco antes de su
independencia.
Especial interés pone en el capítulo sobre la situación de
los campesinos en diferentes países europeos antes de la instauración del
capitalismo, es evidente que el tema para analizar el caso ecuatoriano ya está
madurando en su mente. La gran variedad de relaciones precapitalistas en el
agro, que en casos como el noruego, en algunas regiones alpinas y hasta en
Inglaterra no llegaron a convertirse en feudales llama su atención, así como la
apropiación de los terrenos y pastos de la marca
alemana por parte de los señores feudales. Subraya como relevante todo el
acápite sobre la situación de los campesinos europeos de la parte occidental.
Igualmente le parece importante el apartado dedicado a la
evolución capitalista del régimen feudal en el sistema de plantaciones y
haciendas, seguramente vinculándolo con las especificidades del caso
ecuatoriano. Hay varias interrogantes que demuestran que no está muy de acuerdo
con lo que afirma Weber, especialmente cuando se refiere a lo que llama la condición
dominante de la América del Sur hasta antes de la Independencia. La
especificidad de lo que sucede en Estados Unidos le parece muy importante y
señala con llaves dos páginas y un poco más de lo descrito por Weber, destacando
la modalidad de explotación del trabajo de los esclavos. No puede faltar un
signo de interrogación que manifiesta su desacuerdo con esta afirmación weberiana: “La mala
política de los vencedores del norte, que exageraron las cosas hasta convertir
a los negros en seres casi privilegiados…”, de mucha actualidad para lo que
acontece en ese país en estos días, que demuestra cuanto pueden equivocarse
hasta teóricos de su inteligencia.
De la explotación que Weber llama hacendaria subraya lo que
pasa con los campesinos alemanes en el siglo XVIII, algo que conoce bien por
ser común para los nuestros, tratados como objeto de pertenencia de la hacienda:
“Estaba obligado [el campesino] a un servicio doméstico forzoso, que no sólo le afectaba a
él mismo, sino que le obligaba a colocar a sus hijos adolescentes como criados
en la casa del dueño de la finca, aunque este solo fuese arrendatario del
dominio”.
Resalta lo que dice sobre la temprana abolición del
feudalismo en China en el siglo III
antes de nuestra era y su subsistencia todavía en el siglo XIX en Japón, la
India, además de su prolijo análisis del fenómeno en varios países de la cuenca
del Mediterráneo. Cuando trata de la abolición de la servidumbre, estableciendo
diferencias entre el occidente y oriente europeos en una parte Weber dice: “la
adopción de medidas radicales fue posible en Francia porque en este país había
una burocracia integrada por jurisconsultos, pero no en el Este, como tampoco
en Inglaterra, frente a unos jueces de paz designados entre aristócratas”. El
lector no puede evitar poner una nota al margen de esto que ha subrayado: ¡Qué infantilidad!
Pensando seguramente en la pugna entre liberales y
conservadores ecuatorianos del siglo XIX y principios del XX subraya lo
siguiente: “Otros intereses vinieron a sumarse desde fuera: el interés que le
inspiraba el mercado a una burguesía urbana de nueva creación,
deseosa que se debilitara y hundiera el señorío territorial porque constituía
un obstáculo para sus intereses mercantiles”.
En el capítulo sobre el desarrollo de la industria desde la antigüedad
demuestra su interés en esas formas de talleres adscritas a la gran propiedad
rural y al margen escribe: obrajes,
para comparar seguramente con lo que hicieron los españoles en nuestras
tierras. Cuando Weber analiza el mismo caso en Rusia, al margen pone para no
olvidarse donde hay más información al respecto: Ver Pedro el Grande de Alejo Tolstoi. Y cuando Weber explica la
formación de las ciudades como centros industriales con la complejidad de
nuevos actores sociales, al margen para reforzar eso sobre lo que ya ha leído,
escribe: Ver Pirenne: Historia económica y social de la Edad Media.
Igualmente le parece importante el análisis de Weber sobre
los gremios. Resalta como importante
toda su explicación sobre las políticas, reglamentos y organización interna de
los mismos, formas de abastecimiento de la materia prima y modalidades de
trabajo. De la página 160 a la 166 le parece relevante todo lo que trata sobre
estas organizaciones precapitalistas de los trabajadores artesanales y más
adelante todo lo que Weber escribe acerca de su origen en el occidente europeo.
No tiene desperdicio el análisis de la producción en el
taller y la fábrica donde los subrayados son abundantes. Siempre relacionando
lo que lee con otras fuentes. Cuando Weber habla de la producción de la
porcelana en Alemania, al margen anota Ver
Ilín: Un paseo por la casa. Subraya
las especificidades del funcionamiento del taller en la India y su sistema de
castas, como las de China sobre el mismo asunto: la relación de servidumbre,
trabajo a domicilio y linajes en la China imperial en la producción de su
afamada porcelana.
En el análisis del mercantilismo como forma precapitalista de
producción se interesa por lo que Weber dice respecto a las características de
los judíos y su papel en el desarrollo de esta etapa, y al margen pone: Ver Kautsky. También le parece
importante el apartado sobre el comerciante sedentario, aquel que se establece
en una localidad, esa protoburguesía que se irá formando en los burgos
europeos, no olvida poner una nota al margen: Ver Pirenne.
Subraya también tópicos como el comercio y las ferias, el
surgimiento de la contabilidad en la Italia medieval, el acápite sobre las
guildas de comerciantes y el caso de la Hansa alemana. Igual lo hace con el
acápite sobre el dinero y su historia y su relación directa con la propiedad
individual, sus funciones, formas de acuñación, la compra de mujeres
exclusivamente con cabezas de ganado y en ninguna parte con otras formas de
moneda; los medios de atesoramiento, las formas más insospechadas de dinero en
distintos pueblos y culturas hasta la utilización de los llamados metales
nobles. Al respecto le parece interesante esto y lo subraya: “Desde los
descubrimientos de oro hechos en el Brasil
este metal afluyó a Inglaterra en cantidades crecientes”. El acápite
sobre el interés en la sociedad precapitalista como origen de futuros bancos es
otra sección del libro que atrae su atención.
Del capítulo IV sobre el origen del capitalismo moderno,
destaca esa premisa weberiana que dondequiera que se organizan empresas
administradas con contabilidad moderna con fines de lucro para satisfacer cualquier
necesidad, hay capitalismo. Manifiesta
su disconformidad con un signo de interrogación cuando el autor dice que eso es
peculiar solo de Occidente. Especial interés pone en lo que se refiere a la
conformación de las grandes sociedades
coloniales como la de las Indias orientales holandesas y la de las Indias
orientales inglesas. Resalta también el análisis de Weber sobre las crisis del
capitalismo y su periodicidad por causas especulativas. Es de especial interés
en su lectura el acápite sobre la política colonial desde el siglo XVI hasta el
XVII, por tener que ver directamente con nuestra historia. Subraya como
importante esta distinción: “Podemos distinguir al respecto dos tipos
principales de explotación: el feudal,
en las principales colonias españolas o portuguesas, y el capitalista, en las holandesas e inglesas”. También que en las
colonias capitalistas eso se resolvió mediante las plantaciones, aunque
seguramente tuvo pereza de poner alguna nota que plantaciones también hubieron
en las colonias españolas y portuguesas. No está de acuerdo en que “La
acumulación de riquezas tal como resultó a consecuencia del comercio colonial,
posee muy escasa importancia para el desarrollo del capitalismo moderno
afirmación que hacemos en oposición a la tesis de W. Sombart”.
No comparte la tesis de Weber que organización
empresaria del trabajo solo se desarrollara en Occidente, peor que solo
Occidente “posee una ciencia en el sentido
actual: teología, filosofía, meditación sobre los últimos problemas de la
vida fueron cosas conocidas por chinos e indios acaso con una profundidad como
nunca la sintió en el europeo; pero una ciencia racional y una técnica racional fueron cosas
desconocidas para aquellas culturas. Finalmente la cultura occidental se
distingue de todas las demás, todavía, por la existencia de personas con una ética racional de la existencia. En todas
partes encontramos la magia y la religión, pero solo es peculiar de Occidente
el fundamento religioso del régimen de la vida cuya consecuencia había de ser
el racionalismo específico”. Con dos signos de interrogación el lector escribe, en este largo párrafo que subraya,
su nota de total desacuerdo: Toma el
rábano por las hojas.
Le parece importante
esto que sostiene Weber sobre el surgimiento de la burguesía nacional: “De la
forzada alianza del estado con el capital surgió el estamento burgués nacional,
la burguesía en el sentido moderno de la palabra” y que es “el estado racional
cerrado el que procura al capitalismo las posibilidades de subsistencia;
mientras no cede su puesto a un imperio mundial puede perdurar el capitalismo”.
Muchos dirán ahora que el capitalismo postcoronavirus puede encontrar una
alternativa por esta vía.
Gran parte del acápite sobre el desarrollo de la ideología
capitalista está resaltado por los subrayados del lector. A veces dándole la
razón, en otras manifestando desacuerdos, especialmente cuando repite su conocida
tesis de la reforma protestante como el factor fundamental del desarrollo
capitalista.
Como vemos, de una atenta lectura de un solo libro suyo, Weber
es mucho más que aquellos tópicos que se señalaron al principio, que es lo
común cuando se destacan sus aportes o sus limitaciones.
Cuando
termino de hojear y ojear el libro, se me viene a la mente una conversación que
alguna vez tuve con un colega alemán, Philipp Altmann ‒experto en teorías
sociológicas, especialmente de varios clásicos de su mismo origen‒ profesor de
la facultad en la que los dos trabajamos. Me preguntaba si conocía autores ecuatorianos
que hayan leído a Georg Simmel y otros grandes sociólogos alemanes. Y me digo
ahora qué fácil sería dar parte de esa respuesta si tuviéramos acceso a los
libros de las bibliotecas particulares de nuestros más prestigiosos
intelectuales, si pudiéramos revisar aquello que destacaban en sus lecturas: con
cuántas sorpresas de su desarrollo intelectual, como las que dejo descritas,
nos encontraríamos. Sería casi como poder acceder a ese íntimo momento de ellos
e imaginárnoslos leyendo esas obras de las que, con espíritu crítico, extraían
o extraen valiosas reflexiones para la interpretación de lo nuestro desde la
óptica de su concepción científica construida a través de múltiples lecturas.
Realmente
nunca imaginé que cien años después de muerto Max Weber le recordaría escribiendo
estas líneas que lo relacionan con una de las prolijas lecturas de mi padre, y
caigo en cuenta en una de esas caprichosas coincidencias: 1920, el año que moría Weber, venía él al mundo.
¿Por
qué tengo ese libro en mis manos? Porque en mis inicios como sociólogo en un
proyecto de la Universidad Central del Ecuador del año 1989 ‒entonces no sabía
que mi destino y trayectoria laboral se vincularía definitivamente a esta
universidad del 91 en adelante‒, fui aceptado como parte del equipo de
investigación del Dr. Luciano Martínez Valle, docente de la facultad de
Economía y especialista en sociología agraria, que dirigía su proyecto Los campesinos-artesanos en la Sierra
central: el caso Tungurahua.[2]
Era
uno de mis primeros trabajos serios y al preguntarle a mi padre ¿qué me podría
recomendar para entender teóricamente el problema?, con esa memoria privilegiada
que tenía me dijo al instante: hay dos libros que te van a ser de utilidad, El desarrollo del capitalismo en Rusia de
Lenin, donde estudia detenidamente el problema del tránsito de trabajadores
campesinos a asalariados y La Historia
económica de Weber. Y del entusiasmo que al fin encontraba trabajo en un
proyecto que duraba al menos un año, me regaló los dos libros que los conservo
como algo de un valor muy especial para mí: el de Weber, porque con franqueza
me dijo te va a ser más útil a vos y yo seguramente ya no lo utilice, y el
de Lenin, porque lo tengo también en sus
Obras Completas.
Todavía,
en medio de las páginas del libro de Weber, permanece una hoja de cuaderno a
cuadros, improvisada ficha nemotécnica que ha estado allí por más de 30 años,
en la que he registrado y extraído todo lo que consideraba relevante para mi
trabajo de investigador en el proyecto mencionado: las etapas y características
del trabajo a domicilio, las formas de explotación en la relación
artesano-comerciante con endeudamientos mediante préstamos o suministro de
materia prima por parte del patrón, el control del proceso de producción por
parte del distribuidor y como este proporciona los instrumentos al artesano,
especialmente en la industria textil, combinando distintos procesos de
producción, las formas de desintegración de gremios pasando a depender de intermediarios
o comerciantes; los antecedentes de la producción del taller o de la fábrica,
las formas que adopta el taller, las diferencias entre fábrica y manufactura,
factores necesarios para la existencia de las fábricas, como paulatinamente los
talleres artesanales, al funcionar sin capital fijo y con altos costos de
instalación, son desplazados del proceso productivo capitalista por esas clases
que disponen de capital fijo (terratenientes, comerciantes, socios, etc.); los
orígenes de la fábrica y la importancia de las fuentes de energía para ello,
los beneficios que obtiene el capitalista con el reemplazo del trabajo servil
por el asalariado, y algunos otros aspectos más. Sumado a lo de Lenin, en
realidad, salía más o menos bien armado al “trabajo de campo”, a la
recopilación de información y a conocer una realidad inimaginable para mí: la
riqueza y variedad de la producción artesanal de la provincia de Tungurahua.
Pero esa ya es otra historia.
Respecto
a Weber, no era la primera vez que me
aproximaba a sus ideas, ya lo había estudiado cuando cursaba el segundo año de Sociología.
Tuve la suerte de hacerlo con un especialista en la materia, pues mi profesor
de Historia de la Sociología, Georgui Fotev, lo había leído directamente en su
idioma y para ese tiempo ya había publicado un libro sobre el tema titulado Las teorías sociológicas de E. Durkheim, V.
Pareto, M. Weber,[3] la
fuente principal que sus estudiantes teníamos que leer sobre esos tres clásicos.
Muchos años después conseguí los dos tomos de sus lecciones, que las había ido
puliendo a lo largo de su docencia en 1090 páginas, y publicado con el título Historia de la Sociología[4] en
la que a Weber le dedica alrededor de cuarenta de ellas.
Faltaría,
para terminar, decir algo sobre la posición de mi padre respecto a la concepción
teórica de Weber para la interpretación de los fenómenos sociales. Alguna vez conversando con él sobre
los méritos de Weber, me decía que indudablemente su erudición y conocimientos
en materia histórica y económica son notables y que ahí había mucha información
valiosa. Sin embargo ideológicamente no participaba de su idealismo filosófico,
de su claro antimarxismo, peor de sus postulados de la neutralidad intelectual
y eso de evitar emitir juicios de valor para construir una verdadera ciencia,
pues, mi padre estaba convencido que todo investigador en el campo de las
ciencias sociales siempre toma una posición ideológica, de acuerdo a sus
convicciones y a la orientación teórica
que adopta, como lo había hecho el propio Max Weber, al convertirse en uno de
los más representativos ideólogos de la burguesía europea en su versión política
de la socialdemocracia. No compartía tampoco aquello de que al ser los
fenómenos sociales diferentes e irrepetibles no se podían establecer leyes en
la comprensión del desarrollo de la sociedad, puesto que incluso toda esa
inmensa información recopilada y comparada por el propio Weber en sus escritos
económicos e históricos demostraba lo contrario, encontrando similitudes y
regularidades en los casos estudiados. Claramente era mucho lo que le
distanciaba del sociólogo alemán, pues tempranamente se había definido por la
teoría social creada por otros coterráneos suyos, Marx y Engels, por aquella que en honor del primero se la
había denominado teoría marxista de la sociedad.
La
importante fecha conmemorativa del gran pensador alemán hizo revivir estos recuerdos
testimoniales del acercamiento de un historiador y un sociólogo ecuatorianos a su
pensamiento. Así que este breve relato surgido con motivo del centenario de la
muerte de Weber, en medio del encierro
involuntario causado por el coronavirus, va en su homenaje.
[1] Economista y catedrático universitario, traductor español del alemán, inglés, francés e italiano. Uno de los exiliados
españoles después de la guerra civil de su patria que contribuyeron al
desarrollo intelectual de México.
[2]
Sus resultados más importantes fueron publicados en el libro: Luciano Martínez
Valle, Los campesinos-artesanos en la Sierra
central: el caso Tungurahua, Centro Andino de Acción Popular – CAAP,
Quito, 1994.
[3]
Georgui Fotev, Las teorías sociológicas de E.
Durkheim, V. Pareto , M. Weber, Editorial Ciencia y Arte, Sofia, 1979
(Георги Фотев, Социологическите теории на Е. Дюрkeм, В. Парето, М. Вебер, Наука
и изкуство, София, 1979.
[4]
Georgui Fotev, Historia de la Sociología
(2 tomos), Editorial Universitaria “San Clemente de Ojrid”, 1993 (Георги Фотев,
История на социологията (2 тома), Университетско Издателство „Cв. Климент
Охридски“, 1993).
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