LA MUJER EN LA JORNADA DEL 15
DE NOVIEMBRE DE 1922
Oswaldo Albornoz Peralta
Está presente en los levantamientos
indios de los tiempos coloniales. Las hermanas Manuela y Baltazara Chuiza son
condenadas a la horca por haber participado en Guano en la lucha contra el
censo general. Lorenza Avemañay, en la rebelión de Columbe y Guamote en 1803,
surge como paradigma de combatiente valerosa. Y más tarde, ya en la república,
cuando Daquilema se levanta, está a su lado, como capitana de sus huestes,
Manuela León, la bella, así retratada por el ojo de la tradición.
También está presente en las luchas
emancipadoras. Y desde el alba, desde el inicio. Allí está Manuela Cañizares
que, en agosto de 1809, señala con su coraje el camino del futuro. Está
Manuelita Sáenz, la Caballeresa del Sol
de la novela histórica de Demetrio Aguilera Malta, que en Lima se convierte en
conspiradora, y que después, como coronela, acompaña a los ejércitos
libertadores por las breñas de los Andes. Está Rosa Campuzano, asimismo Caballeresa y empedernida conspiradora
patriota en la capital peruana, y que, además, tiene el mérito de que su nombre
haya figurado en el registro secreto de la Inquisición limeña, según nos cuenta
don Ricardo Palma en sus Tradiciones
peruanas. Está, en fin, doña Rosa Zárate, fusilada y decapitada en Tumaco,
en 1813, por su adhesión a la causa de la emancipación americana.
Tampoco podía faltar su presencia
en las luchas liberales. Son muchas, muchísimas las mujeres que se cobijan con
las banderas del liberalismo y ayudan con fervor para su triunfo. En todas las
jornadas: unas veces son transmisoras de comunicaciones y noticias, otras veces
acogen y esconden a los perseguidos, no faltan las que apoyan la causa con su
dinero, inclusive, algunas toman las armas y participan en la campaña. Unos
pocos ejemplos: María Gamarra –la ñata Gamarra– que
redime de sus deudas a los conciertos de su hacienda La Victoria para que puedan incorporarse a las guerrillas
alfaristas: son los célebres chapulos
que, durante todo el régimen de Caamaño, sin escatimar sus vidas, combaten al
ejército conservador. Después, dos mujeres intervienen directamente en la
contienda. Son las coronelas Joaquina Galarza y Filomena Chávez. A la primera,
según nos cuenta Eugenio de Janón Alcívar, en su libro El Viejo Luchador, el propio general Alfaro, en pleno combate, le
confiere su grado militar por méritos de guerra. Y la segunda, pelea al lado
del coronel Zenón Sabando en el verdor de las selvas manabitas, y más tarde,
cuando Alfaro es incinerado en las piras de El Ejido, se adhiere a la
revolución del coronel Carlos Concha para protestar contra el crimen.
Después de escritas tantas páginas
de heroísmo ¿cómo podía estar ausente de los trágicos acontecimientos del 15 de
noviembre?
No podía estar ausente. Y allí
está, ahora, en forma masiva como pocas veces, en representación de la mujer
trabajadora. Está al lado de sus compañeros obreros y artesanos, llevando en
sus brazos a sus pequeños hijos para reclamar justos salarios y protestar
contra su vida miserable. Tal como en otras ocasiones, la decisión y el valor
rubrican todos sus actos. Segundo Ramos, ese gran dirigente obrero, dice que
dos mujeres, América Delgado y Tomasa Garcés, esta última con sus cuatro
tiernos hijos, junto con veinte trabajadores huelguistas, se tiran a los rieles
de la línea férrea y obligan al maquinista a parar el tren junto a sus cuerpos.[1] Una
lavandera analfabeta, la negra Julia –se desconoce su apellido– le arroja la bandera nacional a un capitán del
ejército y pide que la respete, actitud que desconcierta a los militares y que
permite que muchas personas salven sus vidas.[2] Otras
como la cocinera María Montaño y la lavandera Sebastiana Peña, se convierten en
oradoras y voceras del pueblo. Y así, el coraje brota a raudales, por todas
partes.
Pero el precio que cuesta ese
coraje es muy alto: según algunas fuentes, el número de mujeres victimadas, va
de doscientas a trescientas. Junto a ellos, en muchos casos, sus inocentes y
pequeños hijos.
Empero, la participación de la
mujer en el 15 de noviembre adquiere mayor relieve, si se toma en cuenta que
por primera vez en nuestra historia están presentes dos organizaciones
femeninas: los Centros Feministas “La Aurora” y “Rosa Luxemburgo”, a los que
queremos rendir homenaje aquí recordando su historia, aunque sea en pocas
líneas. Empecemos por el Centro Feminista “La Aurora”.
El Centro
Feminista “La Aurora”
Al año siguiente –1919–, el Centro crea su propio órgano de
propaganda: la revista La Mujer
Ecuatoriana dirigida por Clara de Freire.
Poco después, en 1920, el Centro
“La Aurora” asiste al II Congreso Obrero Ecuatoriano, siendo, por consiguiente,
la primera organización femenina que concurre a un congreso obrero, ya que en
el I, reunido en Quito en 1909, no está presente ninguna. Sus delegadas son
Leonor Mesone de Darquea y María Reyes.
Al principio hay alguna resistencia
por parte de la Comisión de Calificaciones para la concurrencia de esta
organización femenina, que manifiesta en su informe que el Congreso debe estar
constituido sólo por personas que pertenezcan a la clase obrera. Después de
alguna discusión es aceptada su delegación, pues se aclara que sus miembros son
trabajadoras que han combatido por los ideales obreros y que su Centro, por
tanto, pertenece a esa clase. Además, se dice, que su representación será de
gran ayuda cuando se trate de los problemas relacionados con la mujer y el
niño.
Su actuación, en efecto, es de gran importancia. Se pide que la ley consagre la igualdad del hombre y la mujer por parte de la señora Mesone de Darquea, intervención que es apoyada por la delegada Reyes en la siguiente forma:
Me adhiero a las palabras de mi distinguida colega, y
creo que ya es tiempo de que el Ecuador se penetre y comprenda que a la mujer
debe concedérsele amplias facultades en todas las esferas sociales, atenta la
igualdad que ha demostrado tener comparativamente con el hombre, en tratándose
de sus facultades físicas, intelectuales y morales.[4]
Al final, el Congreso acuerda dar
apoyo a todas las organizaciones obreras femeninas, formar escuelas y talleres
para ellas, adjuntas a las sociedades obreras, exigir el alza de sueldos y
salarios para las obreras y empleadas, entre algunas otras reivindicaciones a
favor de la mujer trabajadora.
Y por fin, el 13 de noviembre de
1922 –en vísperas de la masacre– el Centro Feminista “La Aurora” envía su
adhesión al movimiento obrero e interviene en sus actuaciones, ya sea
organizando colectas de dinero o ayudando en múltiples tareas.
El Centro
Feminista “Rosa Luxemburgo”
El centro se crea en 1921 y forma parte de la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana que se constituye en octubre de 1922, es decir, en vísperas de la tragedia. Son obreras que trabajan como escogedoras de cacao y café para las firmas que exportan esos productos. Sobre su participación en las jornadas de noviembre el historiador Elías Muñoz Vicuña apunta lo que sigue:
Merece especial mención la
presencia y adhesión a la huelga del Centro Femenino “Rosa Luxemburgo”, que el
15 de noviembre dejó un recuerdo histórico por su heroico papel en esa jornada.
Las delegadas del “Rosa Luxemburgo” –las personas que concurren a la Gran
Asamblea del día 13 para ofrecer su apoyo al paro acordado– fueron: Rosario
González, Mercedes María de Rojas, Otilia Marchán, Clara Rodas, Zoila Posligua,
Virginia Sarco, María Santos, Vicenta Rodríguez, Lucelinda Pacheco, Mariana
Moncayo y Lidia Herrera.[6]
También el gran escritor guayaquileño Joaquín Gallegos Lara, en su hermosa novela Las cruces sobre el agua –novela que como toda verdadera obra artística es reflejo de la realidad–, recuerda a esas trabajadoras y pone de relieve su decidida y valiente actuación. He aquí unas líneas, que son históricas, sacadas de ese libro:
–¿Quiénes son esas gallas?
–Del Rosa
Luxemburgo.
Cada jornada se
formaban comités populares de sostén de las huelgas: Vengadores de Eloy Alfaro,
Luz y Acción, Pueblo Monterista, otros. Entre ellos nació uno, de obreras, al
cual el viejo artesano Mena, que lo asesoraba, le puso el nombre de la jefe de
la revolución alemana de hacía tres años, leído con remota pasión en los
diarios. Las del Rosa Luxemburgo hacían colectas para las familias de los
huelguistas, cosían banderas rojas, acudían a las asambleas y desfilaban en las
manifestaciones, cantando el himno Hijos del Pueblo. El cristal femenino de sus
voces dulcificaba el canto viril y hacía más hombres a los hombres.[7]
Sí, es inmensa la cuota de
sacrificio de las muchachas del Comité Femenino “Rosa Luxemburgo”, pues el
mismo historiador, Elías Muñoz, afirma que el ejército se ceba sobre ellas,
pues su decisión, y las banderas rojas que portan, exasperan a la burguesía y a
sus servidores.
“Un cronista imparcial” de
debilidad mental manifiesta, ya que muestra estupor porque las mujeres
intervengan en la jornada, se alegra al afirmar “que el centro “Rosa
Luxemburgo” no se reunirá más en Guayaquil”, dando a entender que sus miembros
han desaparecido. ¿Y cómo no iban a desaparecer, si según él, “la tropa ha
disparado como con medida: los tiros justos para hacer el efecto necesario”?[8]
Su sacrificio, y el de las otras
mujeres que mueren a su lado, no es estéril. Es ejemplo y semilla. Pronto, con
igual coraje estarán nuevamente presentes en las luchas por nobles ideales.
Nela Martínez, Luisa Gómez de la Torre, Isabel Herrería, Ana Moreno, Alba
Calderón, Nelly Cereceda, Laura Almeida, Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña y
muchas otras, levantaron la misma bandera justiciera.
No, su sacrificio no es estéril, es
ejemplo y semilla, repetimos.
[1] Segundo Ramos, Rasgos salientes de la tragedia histórica
de noviembre de 1922, Litografía e Imprenta de la Universidad de Guayaquil,
Guayaquil, 1983, p. 5.
[2] Isabel Herrería y Ketty
Romoleroux, Noviembre de 1922: El proceso
penal contra el pueblo de Guayaquil, Editorial de la Universidad de
Guayaquil, Guayaquil, 1989, p. 15.
[3] José Buenaventura Navas, Evolución Social del Obrero en Guayaquil,
Imprenta Guayaquil, Guayaquil, 1920, p. 53.
[4] Actas del II Congreso Obrero Ecuatoriano, Tipografía y Litografía de la Sociedad Filantrópica del Guayas,
Guayaquil, 1921, p. 83.
[5] Ídem, p. 64.
[6] Elías Muñoz Vicuña, El 15 de noviembre de 1922. Su importancia
histórica y sus proyecciones, Departamento de Publicaciones de la Facultad
de Ciencias Económicas, Guayaquil, 1978, p. 61.
[7] Joaquín Gallegos Lara, Las cruces sobre el agua, Ediciones de
la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Guayaquil, 1946, pp. 202-203.
[8] Un historiador, Para la historia. El 15 de noviembre de 1922,
Imprenta El Ideal, Guayaquil, 1922, p. 23.
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