LOS PROBLEMAS ÉTNICO Y
NACIONAL EN EL ECUADOR
ACERCA DE LAS DIVERSAS
INTERPRETACIONES Y ORIENTACIONES SOCIOPOLÍTICAS EN TORNO A SU SOLUCIÓN
Oswaldo Albornoz Peralta
I
Las clases dominantes, para la solución de los problemas étnicos y nacionales de
los pueblos indígenas americanos, siempre han partido desde una óptica
discriminatoria: la afirmación falaz, sostenida en diversos grados y
formas, de la inferioridad
racial del indio y de la inutilidad de su cultura.
Esta tesis nacida durante la conquista para justificar
la subyugación y el
despojo de los nativos del Nuevo Mundo se ha prolongado hasta nuestros días –¡por más
de cuatro siglos!– para disculpar y
minimizar la vil explotación a que fueron sometidos desde ese entonces. En su versión más extrema, hasta se llegó a negar su calidad humana.
El fraile Juan Ginés de Sepúlveda, en
su Tratado sobre las
justas causas de la guerra contra los indios, les llamaba hombrecillos y decía que su condición
era casi similar a la de las bestias, siendo
por tanto siervos por naturaleza e innata servidumbre.
Así, tan
cínicamente, se quería justificar lo injustificable.
Claro que ahora, con el adelanto de las ciencias, que ha echado a la canasta de basura la tonta proposición de la existencia de razas superiores e inferiores, los
representantes seudocientíficos de las clases explotadoras ya no pueden sostener con franqueza tal exabrupto, pero sin que por esto haya desaparecido la idea reaccionaria de
la inferioridad racial, aunque sea disfrazada, según los casos, con sutiles o
peregrinos argumentos. Es que una concepción de esta índole es indispensable
para basar y mantener la explotación del indio.
En el Ecuador no faltan estos voceros. Veamos, solamente, algunos ejemplos.
Alfredo Espinosa Tamayo, sociólogo positivista, en su libro Psicología Y Sociología del pueblo ecuatoriano, publicado en 1918, pese a que
empieza manifestando que no es “un axioma científico completamente demostrado la existencia de razas
superiores e inferiores”, luego, siguiendo las enseñanzas racistas de Le
Bon, afirma categóricamente la superioridad de la raza blanca sobre la india y
la negra, llegando a decir inclusive, que las clases de nuestra sociedad
se diferencian por su grado de desarrollo mental, ocupando el nivel más
alto la élite cuasi blanca, y el más bajo, los campesinos indígenas de la Sierra y los campesinos mulatos de la Costa. Asevera, refiriéndose al indio, que la idea de la justicia
apunta confusamente en su mente y
que vive en un estado de aplanamiento cerebral. Repite, el consabido sonsonete, de su indolencia y apatía.
Una visión, en suma, similar a la de otros racistas de la época, como García
Calderón en el Perú o Alcides Arguedas en Bolivia.
Jorge Luna Yepes, escritor
de tendencia fascista e hispanista recalcitrante, en su
texto colegial de 1944 titulado Síntesis
histórica y geográfica del Ecuador,
expone así mismo una concepción impregnada de racismo. Para
él, nuestro lento desarrollo se debe a la nociva
mezcla de los blancos con los indios y negros, vale decir, a la mezcla de la
raza superior con las razas inferiores. Dice que los
pueblos indígenas, al momento del descubrimiento de América se encontraban “en
un grado de cultura definitivamente estancado, que había dado de
sí cuanto podía dar, que había encadenado el
germen de todo progreso”. Agregando que las características
indias, al contrario que las españolas, eran
generalmente deprimentes y de estacionamiento.
Y por fin, el rico latifundista Emilio
Bonifaz Jijón, en su
estudio Sobre la pobreza del campesino del callejón
interandino, después de afirmar parapetándose en Julián
Huxley que las razas no pueden ser iguales en potencial creativo, atribuye al indígena
de nuestra serranía de una total carencia de esa cualidad,
razón por la cual –concluye– ha permanecido en el
retraso, tal como se encontraba en el momento
de la conquista. Inventa además una singular sicología de montaña, responsable
de su resignación y de su preferencia
para una existencia miserable,
que le impide ser independiente y aceptar el
trabajo libre concedido por las leyes, porque “los
factores naturales que le habían impulsado a perder su libertad seguían y siguen
existiendo”. ¡Todo esto, puede la sicología de montaña!
Está
claro, clarísimo, que todas estas teorías racistas, no tienen otra finalidad –como
ya dijimos– que mantener y establecer como derecho la sujeción
y la explotación del indígena ecuatoriano por
parte de las clases dominantes. Se quiere hacer creer que es el indio mismo, dada su inferioridad, el que no desea salir de la miseria y el que rechaza toda clase de progreso y libertad.
El despojo, la falta de tierras, la negación de
toda justicia para los explotados, nada tienen que ver con
su infortunio. Para ellos, esta situación es
natural y está en el orden de las cosas.
Necesariamente, las proposiciones que hacen
las clases dominantes para la
solución del problema indígena parten de esta
posición racista y discriminatoria. Es lógico,
entonces, que ninguna contemple los verdaderos intereses de nuestros pueblos indios, ni en el aspecto social y
económico, menos todavía en el étnico y nacional. Todos tienden, por diferentes medios, a que se
eliminen sus rasgos distintivos.
Una de esas proposiciones es la del
mestizaje, no obstante de que para
algunos –como se vio– hasta
esto resulta perjudicial para la raza blanca superior. Ya Mariátegui,
en su gran libro Siete ensayos de interpretación
de la realidad peruana, decía
que esta solución “Es una ingenuidad antisociológica,
concebible solo en la mente rudimentaria de
un importador de carneros merinos”. Pero mentes
así, no han faltado entre nosotros. Un intelectual
militar, el mayor Leonardo Chiríboga Ordóñez, en
un Ensayo de sociología ecuatoriana, sostiene
que es necesario “traer al país una fuerte
corriente de inmigración que aporte su sangre sana y
robusta para tonificar nuestra raza india”. Bonifaz Jijón –que
ya citamos– también propugna una tesis parecida.
En otro de sus trabajos, Los indígenas de altura del Ecuador, luego
de aseverar que la disminución del nivel de inteligencia innata es
de por lo menos de 15 puntos en la
población agrícola con respecto a la raza
blanca europea y norteamericana, añade
que es evidente que la única esperanza de mejoramiento para
muchos demos de altura, es su desplazamiento a otras zonas, porque allí, aparte de mejorar su dieta, tendría el
aporte de nuevos genes al entrar “en contacto con otras poblaciones que han estado sujetas a las
mismas presiones de selección”.
Y últimamente, un ex Director del IERAC, el
señor Teodoro Crespo Barci, se demuestra también partidario de la colonización –de la Costa especialmente– pero conjuntamente con colonos extranjeros, dizque para que “compartan las abundantes tierras baldías que tenemos”. Esto consta en un artículo suyo aparecido en el diario El Comercio de Quito.
Otra solución es la educacional, pero que más propiamente
debería denominarse de aculturación, pues en realidad lo que se
pretende es la asimilación total de la llamada civilización occidental, borrando, o mejor dicho
pisoteando, todos los rasgos específicos indios. El Congreso Catequístico de
1916 reunido bajo el patrocinio del arzobispo González Suárez –que algunos
califican de avanzado– a más de recomendar la conservación de las doctrinas en las haciendas para
la enseñanza cristiana, se pronunció en esta forra: “conviene absolutamente fomentar el acercamiento
de los indios a los blancos, para que tomen su civilización, su vestido y su idioma, y esto se debe
procurar principalmente con los niños”. No cabe duda de que tal pronunciamiento
implica un total menosprecio para los valores étnicos de los pueblos
aborígenes, cosa de no extrañar desde luego, ya que el jerarca católico citado había sostenido mucho antes en sus Estudios
biblicos que, “solamente la raza
blanca tiene historia, porque ella es la más inteligente, la más culta, la más civilizada”. Y en el primer Congreso
de Agricultores que tuvo lugar unos pocos años después –1922– los
latifundistas allí presentes pidieron al gobierno
que se creen escuelas bilingües de castellano y quechua dirigidos por profesores
nombrados por ellos, pero advirtiendo que el idioma que se debía enseñar era el
primero, que el segundo serviría
únicamente para la mejor comprensión
de los alumnos…
Como se puede comprender, esta clase de “educación”, entraña
un verdadero etnocidio.
Y hay que confesar que la aculturación, promovida con toda constancia y por
largos años, ha hecho progresos que no pueden pasar desapercibidos. Algunos sectores indios paulatinamente
han ido perdiendo lo
que José María Arguedas llama las bases sustentadoras de la cultura
tradicional. Otros inclusive la han aceptado para librarse de la discriminación
y poder encontrar medios más fáciles de subsistencia. “Un escape de los indígenas
riobambeños –dice el escritor Hugo Burgos en su libro Relaciones interétnicas en Riobamba–
es evadir su status de colonizado”.
Pero la solución más radical es la ofrecida por el imperialismo y sus agentes: se trata, simple y llanamente, de la eliminación física de los
pueblos aborígenes. Las compañías yanquis, como en la inmensidad de las selvas brasileñas por ejemplo, han hecho
desaparecer a sangre y fuego a numerosas tribus,
tal como antaño se hizo con las que poblaban las dilatadas praderas
norteamericanas. Mas esto ya no es posible repetir en todas partes.
Ahora, con mayor frecuencia, se recurre al uso de esterilizantes o medicamentos preparados para impedir la procreación. Aquí en el Ecuador también, pues esa práctica ha sido
denunciada en múltiples ocasiones. En la Declaración aprobada por el Primer Encuentro
de Poblaciones Indígenas del Ecuador, realizado en Conocoto en 1977, consta
esa acusación. La
Federación Ecuatoriana de Indios inculpa de este
mismo delito al Instituto Lingüístico de Verano, felizmente expulsado del país, en un documento elaborado para una reunión de la FAO, organismo de las Naciones Unidas. Además, allí se denuncian
los atentados contra la cultura de las etnias
orientales cometidos por los seudo lingüistas, hecho que ha sido reiterado con detalle y con fuerza en el libro del escritor Jorge Trujillo, Los oscuros designios de Dios y del Imperio. Por lo que se ve, para el imperialismo, no hay contraposición entre el etnocidio y el brutal genocidio.
La prédica del control de la natalidad –disfraz del neomalthusianismo moderno–
que así mismo tiene como finalidad impedir el crecimiento de la población indígena, es ampliamente
promocionada por las instituciones imperialistas afincadas en el Ecuador, al igual que por los
racistas nacionales. El señor Bonifaz Jijón es uno de sus adeptos.
Estas son pues, con varias modalidades y combinaciones, las principales soluciones propuestas por las clases dominantes en torno al problema indígena.
II
A estas falsas soluciones, las fuerzas progresistas ecuatorianas deben responder con otras que tengan en cuenta las verdaderas y fundamentales aspiraciones de los pueblos indios, las que a nuestro modo de ver están resumidas en las reivindicaciones de carácter económico y
étnico.
Y hay que considerar que ambos tipos de reivindicaciones están íntimamente ligadas entre sí, ya que la negación y el desprecio
de los valores culturales del indio, son consecuencia directa de su subordinación económica y
social. Así pensaba Mariátegui, al colocar en primer plano el problema
agrario. Nos parece imposible que pueda desaparecer la discriminación
étnica y racial sin antes conseguir la liberación
económica mediante al acceso a la tierra. Porque la
discriminación no es sino un instrumento ideológico de los explotadores para consagrar
el mantenimiento de la explotación. Nos atenemos, pues, al
principio leninista que
establece que los problemas étnicos y nacionales
deben ser tratados sobre una base económica y
clasista.
Por lo dicho, no se puede concebir el
combate separado por estas dos clases de reivindicaciones, y menos todavía el
abandono de la lucha clasista por la tierra y
las otras demandas económicas para dar atención
y primacía solamente a las étnicas, como algunos han propuesto. El sociólogo Roberto Santana, considerando agotada la Reforma
Agraria no obstante la presencia palpable
del latifundio, aboga en este sentido y pide la declaración de una “moratoria”
para la lucha de clases en el campo con el argumento ya indicado. Nada mejor, para los terratenientes.
La artificiosa teoría
expuesta tiende a separar a las masas indígenas
de la lucha conjunta con las otras clases explotadas de la sociedad ecuatoriana, en especial,
con la clase obrera. Tiende, aunque no se diga expresamente, a impedir la consolidación y ampliación de la alianza obrero-campesina,
base esencial –conforme la considera Lenin– para poner fin a toda
explotación. La única base, por consiguiente, que en unión de las otras fuerzas revolucionarias, puede dar una
verdadera solución al problema indígena en
todos sus aspectos.
El obrero indígena,
semiproletario indígena, tienen los mismos intereses que sus hermanos blancos, negros o mestizos, y aislarles de ellos
es favorecer a sus enemigos restando la cohesión y fuerza.
Además, esto rompería con una larga y hermosa tradición de lucha conjunta, pues
fueron las fuerzas revolucionarias de
izquierda –comunistas y socialistas– las que aquí en el Ecuador levantaron en
alto la bandera de las reivindicaciones indias
cuando los otros partidos silenciaban o regateaban sus derechos, exceptuando unos pocos de sus representantes de
ideas democrático-burguesas que dejaron oír su voz reclamando justicia,
actitud noble, merecedora de respeto. A la fundación del Partido Socialista Ecuatoriano
en el año de 1926, asistieron delegados de las organizaciones indígenas de Cayambe formadas por
Ricardo Paredes y el núcleo socialista La
Antorcha, fenómeno primigenio en nuestra vida política. Y desde entonces, hasta el día de hoy, la mayor parte de sus organismos han venido integrando
las grandes centrales de los demás trabajadores ecuatorianos –la C.T.E. y la
CEDOC por ejemplo– en unidad con las cuales
han librado heroicos combates de
clase.
La lucha por las reivindicaciones económicas y por la conservación de la especificidad étnica y nacional de los pueblos indios, tiene que ser una sola. Y, para garantizar su éxito, debe ser efectuada en alianza con la clase obrera, la clase más revolucionaria de la época actual.
Nada más justo que la defensa de la personalidad étnica de los pueblos indios, nada más legítimo
que la salvaguardia de sus valores culturales.
De aquí que sea un deber de todas las fuerzas
progresistas, como manifiesta el gran científico marxista Alejandro Lipschutz en El problema racial en la conquista de América: “trabajar incansablemente en favor de una revalorización de los elementos
culturales autóctonos indianos”. Trabajar
contra toda aculturación, que pugne por su eliminación.
Tan apreciables son esos valores, que muchos han influenciado y enriquecido la cultura ecuatoriana predominante. La arquitectura colonial, la pintura
y escultura de la llamada Escuela Quiteña, la música popular y hasta la
lengua castellana, han recibido su aporte.
Entre los valores culturales indígenas, citando solamente los más
importantes, pensamos que se debe tomar en cuenta sobre todo los siguientes:
a) El idioma
El idioma es uno de los rasgos fundamentales de toda nacionalidad,
forjado en su más remoto origen, pues según Engels las lenguas nacionales surgen en su amanecer: las
confederaciones tribales. Por esto su arraigo y su persistencia que, pese a los esfuerzos hechos
por los dominadores para su desaparición, muchos han resistido por más de cinco
siglos. Desgraciadamente algunos, los de las etnias más pequeñas del Oriente, están en camino de extinción.
Hay que decir que, en contraste con la posición de las clases dominantes frente al problema de los idiomas indígenas, las fuerzas de izquierda siempre han defendido su derecho para subsistir y desarrollarse libremente. Fueron ellas las que consiguieron que en la Constitución
de 1944-45 se reconociera “el quechua y demás lenguas aborígenes como
elementos de la cultura nacional” y que se
las empleara conjuntamente con el
castellano en las zonas de población india, disposiciones que la Carta
Fundamental vigente también ha recogido.
Actualmente, en este camino, aunque con tardanza y deficiencias, se
han dado algunos pasos adelante. Se han elaborado cartillas de alfabetización en quechua y la educación bilingüe ha progresado
bastante en comparación con épocas anteriores y no muy lejanas. Estamos seguros
que de proseguir este avance, pronto
podremos contar con una joven y
pujante literatura india, de la cual han aparecido ya muestras promisorias en quechua, por lo que nosotros conocemos. Es de creer
que una literatura shuar, por la valiente y decidida defensa que los hijos de este pueblo hacen de sus valores
étnicos, tiene todos los auspicios
para florecer.
b) La comuna
De entre las instituciones sociales indias, la que más persistencia ha tenido, la que más ha resistido el embate de sus enemigos, es sin duda
la comuna. Siempre, desde la conquista misma, se ha constituido en una
verdadera fortaleza –digamos mejor pucará– desde la cual se ha luchado heroicamente para conservar siquiera parte de su
propiedad territorial. Y para conservar también, como en preciado relicario,
sus valores culturales más
apreciados.
Efectivamente, las comunidades aborígenes han sido el blanco constante de los
latifundistas que, valiéndose de todos los medios, no han cesado de usurpar sus tierras o de
relegarlas a los parajes más estériles como reserva de mano de obra barata y muchas veces gratuita para
las haciendas. Otras
veces, a título de propender a la formación
de la pequeña propiedad –tesis expuesta desde los años de la independencia hasta la época presente– se ha
querido convertir a los comuneros
en propietarios individuales, para que así sea más fácil la apropiación de su patrimonio. Y ahora, mediante
la introducción del capitalismo y la
desigualdad que engendra, se persigue ese mismo fin en forma más solapada.
No se puede negar que los golpes recibidos han surtido su efecto. Las comunas de hoy, en la Sierra ecuatoriana, no son ya las de ayer. El reparto
periódico de tierras hace mucho tiempo que ha
desaparecido para dar paso a un proceso de formación
de la propiedad privada, conservándose en
común solo las tierras inhábiles para el cultivo,
destinadas para pastos y para la provisión de
leña. Otras, por el aumento de la población y las consiguientes
subdivisiones parcelarias –aparte
de las constantes usurpaciones por parte de
los gamonales–, poseen únicamente el terreno
indispensable para la vivienda o microparcelas que no pueden
producir lo necesario para la subsistencia familiar, fenómeno que ha convertido a los comuneros en semiproletarios o los
ha llevado a una inmigración forzosa a las ciudades,
muchas veces definitiva. Por tanto, la reforma agraria y la lucha clasista que
implica, reivindicación vigente y palpitante para las comunidades, cosa
que a veces se niega o mañosamente se
soslaya.
Pero, no obstante lo que se deja dicho, no obstante el proceso de disolución en que se encuentra, todavía la comuna se halla en pie y conserva muchas de sus cualidades como prueba de
su vitalidad. Queda el espíritu
colectivista manifestado en el
mantenimiento de algunas tierras para
usufructo común y en el trabajo solidario las mingas. Quedan rasgos de democratismo que afloran en ciertos actos de la vida comunal, todo lo cual, se debe resguardar.
Sin
embargo, al mismo tiempo que se debe luchar
para que no desaparezcan las virtualidades anotadas,
al contrario de lo que algunos sostienen, nosotros creernos que las
comunas deben ser modernizadas, esto es,
transformadas en cooperativas. Porque mantenerlas en el estado en que se hallan, sería propiciar el pauperismo actual de la
mayoría, impedir la introducción de elementos de progreso, conservarlas como fuente de mano de obra barata para los terratenientes. En cambio,
la medida propuesta –para cuya realización se aprovecharían cabalmente
los viejos rasgos de colectivismo
subsistentes– evitaría que el capitalismo
las destruya definitivamente y las convierta
en propiedad privada de unos pocos como
está ya sucediendo. Evitaría, a la par, que se pierdan los valores culturales indígenas, secuela inevitable de este proceso.
La
cooperativización de las comunidades debe ser hecha sobre una base que
no puede olvidar la voluntariedad de los
comuneros. Son ellos los que deben
decidir y dirigir los cambios. Las innovaciones, que necesariamente
implican una profunda mutación histórica,
deben ser graduales e ir desde las
formas de cooperación más simples a las más elevadas, porque este es el camino que la experiencia ha demostrado ser el mejor. Las costumbres locales, las características de cada
etnia o parcialidad, tienen que ser
tomadas en cuenta y respetadas.
No es nuevo el cambio que se plantea. Ya en la década del treinta fue sugerido por Pío Jaramillo Alvarado en su libro Del agro ecuatoriano, y
más tarde, en 1955, por Miguel Ángel Zambrano en su trabajo titulado Las
comunidades campesinas en el Ecuador y su posible estructuración cooperativista. Ambos escritores, amigos y defensores del indio. Igual cosa en el exterior. En el Perú, esta idea, forma parte del gran legado de Mariátegui.
Nuestra proposición mira
también hacia el futuro socialista, ya que no se puede dejar
de mirar
hacia allá en esta época de tránsito. Las cooperativas
comunales –llamémoslas así– recogiendo
la tradición colectivista y de ayuda mutua, con características propias
de la idiosincrasia indígena, pueden ser
cimiento invalorable para la construcción del socialismo en el campo.
Lenin decía que la cooperativización es el
camino “más sencillo, fácil y accesible para el campesino”.
c) Las artes
Antes de la conquista española
muchos pueblos que habitaban el Ecuador habían logrado desarrollar un
arte muy elevado que, como ya dijimos, tuvo notoria
influencia y dejó su impronta en el traído por los españoles, siendo conocidos
los nombres de algunos artistas indios
que se destacaron en este
campo, como Pampite, Caspicara y Sangurima. Tal
aptitud artística, no obstante el ningún esfuerzo para fomentarla, sigue
viviendo en varias manifestaciones como se
puede admirar en su alfarería y sus tejidos por ejemplo.
El arte indio debe ser conservado y
promovido. Sus obras deben dejar de
ser artículos de folklor únicamente como, en el
mejor de los casos, sucede hoy día.
d) Conocimientos
prácticos
No se puede
desechar tampoco una serie de conocimientos prácticos cuya validez ha sido
demostrada por la
experiencia. Entre estos, habría que considerar principalmente los que
se refieren a la agricultura, pues no cabe duda, que siendo secularmente agricultores
la mayoría de los pueblos indios, todos ellos poseen algunos elementos que son
de gran utilidad. Otro tanto se podría decir en lo que respecta a ciertas
prácticas medicinales.
Esto, así mismo, no es nuevo. En otros pueblos, en aquellos que han conseguido
su libertad últimamente, se están empleando los conocimientos tradicionales conjuntamente con los
adelantos de la ciencia moderna, que sería ingenuo, no asimilar.
e) Tradiciones
históricas
Los pueblos indígenas conservan valiosos recuerdos de su historia,
mantenidos oralmente de generación en generación, pues, el analfabetismo impuesto por sus explotadores no
ha permitido otra cosa. Ellos conforman la memoria de su vida sufrida y de sus valientes luchas por
sus reivindicaciones más sentidas, memoria que no solamente debe ser guardada cariñosamente, sino
ampliada e investigada más a fondo por historiadores indios, que en la época en que vivimos ya
pueden surgir y posiblemente están surgiendo. Será una contribución muy
grande para la historia ecuatoriana, hoy mutilada y parcializada en lo
referente al indio, ya que casi siempre ha sido escrita por los voceros de las clases dominantes.
Tenemos
que decir, resumiendo esta parte, que el
mexicano Vasconcelos erró al manifestar, con criterio aculturacionista, que el
único camino del indio hacia el progreso era el ya desbrozado de la civilización latina. Estamos convencidos que los pueblos indígenas, haciendo suyos
los adelantos de la edad moderna, irán hacia el progreso llevando también su acervo
cultural propio. El Ecuador es un país multiétnico y plurinacional y, por lo tanto,
pluricultural.
Para terminar, no podemos dejar de advertir sobre
algunos peligros y algunos equívocos originados en la justa causa de la
defensa de los valores étnicos y nacionales de los pueblos aborígenes.
En primer lugar, hay que estar alerta sobre la astuta utilización de las reivindicaciones étnicas por parte de las fuerzas
reaccionarias y del imperialismo.
Yuri Zubritski, distinguido latinoamericanista soviético, dice en su libro Los
Incas Quechuas: “Resolviendo su tarea
principal –detener la lucha– imponiendo a los indígenas quechuas la ideología
religiosa, burgués-reformista a una ideología francamente anticomunista,
las fuerzas reaccionarias utilizan en forma amplia y hábil las particularidades de la
cultura, modo de vida y tradiciones del pueblo quechua”.
Ya vimos como en el Ecuador también se había propuesto, con la misma argucia,
la suspensión de la lucha política y clasista de las masas indígenas. Vimos, aunque sea en líneas
generales, la nefasta obra del Instituto Lingüistico de Verano. A lo que se tiene que
agregar la labor que desarrollan las múltiples congregaciones y misiones
religiosas extranjeras, que se calcula llegan a 90, las cuales valiéndose de la
religión han introducido la división en varias parcialidades, apartándolas así
del combate por sus grandes y verdaderos objetivos. Iguales propósitos tienen o
han tenido las instituciones laicas enviadas por el imperialismo, tales como la Misión Andina, los Clubs 4-F, el Cuerpo de Voluntarios de
la Paz y Visión Mundial, para no citar sino unos pocos. El fomento abierto o solapado del
anticomunismo, dirigido por agentes de la CIA, ha sido una de sus tareas principales.
Estas fuerzas, consiguientemente, no persiguen otra meta que suspender y obstaculizar la lucha contra los
explotadores, impedir que la tierra, mediante
una reforma agraria democrática, pase a manos de sus auténticos dueños, y muchas veces, como está sucediendo en el Oriente, para ponerlas en las fauces de las compañías transnacionales.
Las reivindicaciones étnicas que a
veces utilizan, juntamente con las prácticas de aculturación, en este
caso, no son sino velo encubridor de esos siniestros
fines.
Otro peligro, es el exclusivismo indígena.
Esta corriente, bastante extendida en el área andina y que en el Ecuador comienza a aparecer, superdimensiona los valores culturales indios,
mientras desestiman las conquistas de la civilización occidental. Sobre
todo, rechaza en masa todas las ideologías
calificadas de extranjeras, como
inadecuadas y aún nocivas para la liberación de los pueblos aborígenes, sin hacer ningún distingo entre las reaccionarias de las clases dominantes
y la socialista de la clase obrera. Y como consecuencia, impregnándose de
anticomunismo, repudia a sus partidos políticos y a la alianza con ellos. Esta es la doctrina, por ejemplo, del Movimiento Nacional Túpac Katari de Bolivia.
Se puede explicar esto hasta cierto punto por la natural desconfianza a lo proveniente de los blancos dominadores que, ciertamente, se han servido por
siglos de sus conocimientos y de instrumentos
ideológicos para
sojuzgar y explotar al indio. Pero no por explicable, puede ser aceptada
toda una
corriente de esa naturaleza.
Es una constante histórica que las culturas de los pueblos se influyen mutuamente, que la trasmisión recíproca de valores sea
acontecimiento generalizado, más todavía en esta época de gigantesco avance en las comunicaciones.
Este fenómeno, cuando la asimilación es selectiva y voluntaria –pues todos los países tienen rasgos
idiosincráticos positivos y negativos– es beneficioso y contribuye a su crecimiento
cultural. Aquí, ya no se trata de aculturación.
El aislamiento a que conduce esta posición intransigente, no puede ser sino
perjudicial para el movimiento indígena. Al apartarse de aliados seguros y leales su fuerza y su
influencia decrecen, haciéndose por lo mismo, sino imposible, más difícil
la consecución de sus legítimas reivindicaciones. Entre ellas las étnicas,
naturalmente.
El exclusivismo, es menester decirlo, es puerta abierta para el racismo.
Las concepciones ideológicas de esta tendencia –como aquellas de la llamada negritud– casi siempre han desembocado en eso.
Desgraciadamente, en algunos documentos indios de otras naciones, han surgido manifestaciones
claras de este carácter. No hay para que aseverar que esto es inmensamente
dañino.
Y, por último, hay que señalar otra corriente política indígena equivocada que
también se nutre de raíces exclusivistas: la que propugna la restauración del Tahuantinsuyo
mediante el restablecimiento de las instituciones indias precoloniales. Bolivia y Perú son los centros de esta corriente.
En el documento titulado Tesis
política del gran pueblo indio del Movimiento Túpac Katari que ya citamos, se lee lo siguiente:
“El concepto de un verdadero socialismo elevado se practicó en los tiempos precolombinos, y todavía se lo vive en los diversos sectores
del campesinado
boliviano. Allí están los Aynis, los
Minkhas, el Camayaje, los Yanayacus, etc. Frente a un socialismo tal, los
socialistas calcados caen en el terreno de los absurdos más grandes de la
historia”.
El mismo espíritu tienen algunas
resoluciones del Primer Congreso del Movimiento de Indios de Sur América al que asistieron delegados del Ecuador. En uno de
ellos, a nombre de comunitarismo,
se llana “a
revitalizar el Ayllu, el Calpulli y otras formas de organización india”. Se
deja constancia que ese comunitarismo, es completamente ajeno al socialismo.
Esta tesis, no sin razón, fue impugnada en 1928 por Mariátegui. En los Principios programáticos del Partido
Socialista: la
calificó de tendencia romántica y antihistórica,
ya que consideraba que el socialismo –el socialismo marxista– “no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización moderna”. Y dos años después, 1930, en el prefacio para el libro del escritor Ernesto Reyna, El Amauta Atusparia, afirmó
que la insurrección dirigida por ese caudillo indio fracasó no solo por falta de fusiles sino también de programa, pues que el exhibido, el retorno
al Imperio Incaico, era anacrónico y de imposible
realización.
Suscribimos, íntegramente, los criterios anotados.
Además, se debe observar que la antedicha tesis parte de una interpretación
histórica falsa: la existencia de socialismo en el Imperio de los Incas. El comunismo primitivo –primer
modo de producción surgido de la humanidad– hace tiempo que había desaparecido dando paso a
la división de la sociedad en clases y al establecimiento de un Estado, lo que supone, la desaparición
de la antigua igualdad. Únicamente subsistían elementos de colectivismo y democratismo que,
desvirtuados un tanto han perdurado hasta la actualidad. Elementos valiosos, que como dijimos al
tratar de las comunidades, deben ser mantenidos y aprovechados por la implantación del verdadero
socialismo.
La sustitución del socialismo marxista leninista –único
socialismo científico–, por el denominado comunitarismo o socialismo indio, aparte de ser utópica e inaplicable, no puede sino conducir
a extraviar el camino justo, y lo que es peor, al fraccionamiento de las fuerzas revolucionarias y al abierto anticomunismo en muchos casos. Todo lo cual hace el juego a las clases dominantes y aleja
el advenimiento de la sociedad
socialista, libre de la explotación
del hombre por el hombre.
En la sociedad capitalista solo la lucha constante y decidida puede impedir la aculturación y la consiguiente destrucción de
los valores étnicos y nacionales de los pueblos indígenas, pues nunca dejarán de estar bajo el asedio
de las fuerzas reaccionarias, por así convenir a sus intereses. Solo el socialismo puede
asegurar, ya no únicamente su mera subsistencia, sino su pleno desarrollo en un ámbito de entera libertad.
La experiencia de las diversas nacionalidades de la Unión Soviética, cuyo imponente desarrollo nadie
puede negar, es la demostración más evidente.
Luchar por el socialismo, entonces, es luchar también por la defensa de la cultura india. Ambas acciones conforman un todo y
están íntimamente vinculadas.
Publicado en el suplemento de El Pueblo, Órgano del Partido Comunista
del Ecuador, enero de 1988.
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