sábado, 7 de agosto de 2021

En contra de la intromisión imperialista en América Latina

 

El entreguismo en favor de la geopolítica de los Estados Unidos, en perjuicio de los más caros intereses nacionales, es casi denominador común de la política internacional de muchos de los gobiernos ecuatorianos con las pocas meritorias excepciones del caso. El gobierno de Moreno se esforzó en su servilismo, superándose a sí mismo, para llevarse el primer lugar en esa larga tradición de vendepatrias. Después de su visita a Trump, analistas políticos de gran prestigio denunciaron las catastróficas consecuencias que tendrían para el país, si llegaran a cumplirse las intenciones de ese malhadado encuentro: privatizaciones o concesiones de las más rentables empresas públicas e infraestructura del Estado, entrega criminal de nuestros recursos naturales a grandes transnacionales, tratados bilaterales que ponen en riesgo nuestra frágil economía, convenios de seguridad para entrenar a fuerzas armadas y policía para la represión, cesión del territorio nacional, Galápagos especialmente, para operaciones belicistas enmascaradas con la falacia de la lucha contra el narcotráfico, precarización de la salud, de la educación y otros beneficios sociales con el desmantelamiento del Estado. En síntesis, la aplicación del programa neoliberal que tiene el Norte para expoliar y dominar a sus vecinos del patio trasero. Y todo lo enumerado se enarboló como logros de la misión, de su triste diplomacia de cipayos. No les importó contravenir expresas normas constitucionales vigentes, en las que claramente se establece impedimento a cualquier tratado, acuerdo o convenio que perjudique nuestra soberanía, entendida en su más amplia acepción: la economía, la política y demás aspectos esenciales del interés nacional. Y esa nefasta política internacional se ejecutó con la complicidad de una Asamblea Nacional sumisa que nunca llama a juicio político a nadie que haya participado en la cesión de nuestros intereses, con la complicidad también de otras altas instancias del Estado que deberían velar por la defensa de la patria. 

    Como no le alcanzó el tiempo al gobierno de la traición para cumplir el programa de imposiciones imperialistas, su sucesor Guillermo Lasso no disimula ni esconde sus intenciones de continuar en ese empeño.

Por suerte en América Latina existe una larga tradición antiimperialista y sus mejores pensadores, políticos patriotas y pueblos que si aman la tierra donde nacieron, lo han esgrimido siempre contra el nefasto pulpo del Norte cada vez que ha extendido sus tentáculos sobre la pachamama de sus querencias.

Cada vez le resulta más difícil a las hordas galonadas que ensucian el mar Caribe y las costas orientales del Pacífico -haciendo gala de sus cañoneras, portaviones y demás poderío tecnológico- justificar invasiones a países hermanos donde sobra la dignidad de la que carecen gobiernos que la cambiaron por migajas y favores de su amo. Los herederos de esa tradición de lucha harán honor al legado de sus mayores. Más aun ahora que se levantan las voces dignas de los gobiernos mexicano, argentino, boliviano y peruano que, con su valiente actitud de decirle basta a dos siglos de doctrina Monroe con la que han hecho lo que les da la gana en América Latina, dando la esperanza que el bolivarianismo integrador al fin ha encontrado el tiempo propicio de su cumplimiento.

 

* *   *

 

El esclarecedor texto que a continuación transcribimos fue escrito por Oswaldo Albornoz Peralta en 1999 como Introducción a su libro Las Compañías extranjeras en el Ecuador publicado por la Escuela de Sociología y Ciencias Políticas de la Universidad Central del Ecuador en el año 2001. Por su gran vigencia en los actuales momentos, descubriendo la esencia del neoliberalismo en contra de nuestros pueblos, lo publicamos dada la relevancia que tiene la lucha antiimperialista, ante la cada vez más descarada intromisión e irrespeto que ejerce ese malhadado imperialismo en oposición a la soberanía de nuestros países en cualquier rincón de la Patria Grande.

 

 

EN CONTRA DE LA LA INTROMISIÓN IMPERIALISTA EN AMÉRICA LATINA[1]

 

Oswaldo Albornoz Peralta

 

 Desde casi el inicio de la etapa imperialista ─1870─ aparece la encendida protesta por sus desmanes reiterados con que inaugura su ciclo. Y también porque ya antes, como aviso anticipado, el capitalismo había explotado y regado de sangre las tierras americanas.

 Oigamos algunas de estas nobles voces primigenias.

 Una de las primeras, y una de las más puras, es la voz del cubano José Martí. Observando el afán de los norteamericanos de apoderarse de nuestras riquezas ─dice que en sus narices excesivamente aguileñas se ve la rapacidad de la casta─ tempranamente advierte que dependencia económica, es dependencia política. Desde La Nación de Buenos Aires, mirando los proyectos y maniobras de los delegados yanquis en ese primer Congreso Panamericano de 1889, nos alerta contra los peligros del panamericanismo y sus lacayos, a los que califica apropiadamente de Caínes. Y para que sus palabras tengan el peso que da la experiencia, en carta escrita la víspera de su muerte, expresa: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas. Y mi honda es la de David.” [2]

 A Martí le sigue el colombiano José María Vargas Vila, uno de los escritores más leídos de su tiempo. No comprende bien el fenómeno del imperialismo, y por eso soslaya el europeo, enfilando su verbo irreverente contra los abusos y las sucesivas ocupaciones de los países latinoamericanos. Se precia de haber iniciado en combate antiyanqui desde 1893 en su revista Hispano–América publicada en Nueva York, en el propio campamento de los bárbaros, dice. Pero es en su libro Ante los bárbaros donde la denuncia fulgura con fuerza inusitada. Ningún atentado queda sin condena. Y los lacayos ─aquellos que besan el tacón de las botas extranjeras─ llevan el inri de la degradación.

 Rubén Darío, el astro más brillante del modernismo, no es sólo un espigador de estrellas como lo llama Blanco Fombona, sino también un poeta cívico atento a todas las vicisitudes de los pueblos americanos. Y siendo de Nicaragua, país invadido por las hordas del filibustero Walker, no podía dejar de combatir la rapiña imperialista. Oíd lo que dice en su Oda a Roosevelt escrita a raíz del zarpazo de Panamá: 

Eres los Estados Unidos,

eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena,

que aún reza a Jesucristo y aún habla español.

         

Tened cuidado. ¡Vive la América Española!

hay mil cachorros sueltos del León Español.

Se necesita Roosevelt, ser, por Dios mismo,

el riflero terrible y el fuerte Cazador,

para poder ponernos en vuestras férreas garras.

Y, contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios! [3]

 

 

 Otro luchador antiimperialista es el pensador argentino José Ingenieros, que va puliendo sus ideas paulatinamente hasta llegar a Los tiempos nuevos, viril defensa de la revolución rusa. Condena todas las intervenciones norteamericanas en Centro América y el Caribe. Denuncia también sus instrumentos ideológicos de dominación: el monroísmo y el panamericanismo sobre el imperialismo yanqui dice que “con la potencia económica ha creado la voracidad de su casta privilegiada, presionado más y más la política en sentido imperialista, hasta convertir el gobierno en un instrumento de sindicatos sin otros principios que captar fuentes de riqueza y especular sobre el trabajo de la humanidad, esclavizada ya por una férrea bancocracia sin patria y sin moral”.[4] Y, por fin, redacta la declaración de principios de la Unión Latino Americana, creada para combatir al imperialismo yanqui.

 A Ingenieros, muerto en 1925, le sigue otro argentino, el destacado literato Manuel Ugarte. Se pasea por toda América Latina denunciando las sucias intervenciones norteamericanas en nuestros pueblos. También, en su libro La Nación Latinoamericana, nos alerta contra la penetración económica del imperialismo: los empréstitos, las tarifas aduaneras y los ferrocarriles. Igualmente, nos pone en guardia contra la penetración cultural, que en su juicio forman mentalidades coloniales y sumisas.  Y al defender a Sandino ─a quien considera como único representante de Nicaragua en un artículo publicado en la revista Amauta de Mariátegui─ desnuda a los dictadores y gobernantes genuflexos  que ponen la soberanía de sus patrias a los pies de los dominadores extranjeros.

La lucha de Ugarte contra el imperialismo es vieja. Como representante del Partido Socialista Argentino asiste al Congreso de Stuttgart donde vota junto con Lenin y Rosa Luxemburgo las proposiciones anticolonialistas. Más tarde, cuando el socialismo de Juan B. Justo adopta posiciones revisionistas y antirrevolucionarias, es expulsado de las filas del partido por haber protestado por la aprobación del cercenamiento de Panamá a Colombia por el imperialismo yanqui.

 

Empero, se lucha no sólo contra el imperialismo con la pluma y la acción cívica, sino que también se lo enfrenta con las armas. Varios son los combatientes que empuñan la espada o el fusil ─los “cacos” acaudillados por Charlemagne Péralte en la república de Haití y los guerrilleros de Ramón Natera en Santo Domingo, por ejemplo─ pero es sin duda el nicaragüense César Augusto Sandino el más destacado y el que consiguió la mayor solidaridad de los pueblos latinoamericanos, pues hasta existen brigadas internacionales que combaten a su lado. “El pequeño ejército loco”, como lo califica la poetisa Gabriela Mistral, o el  “Ejército de los Hombres Libres” como lo llama el gran escritor comunista Henri Barbusse, después de seis años de heroica lucha logra derrotar a los invasores. Pero la vergonzosa salida de los marines es vengada por uno de sus lacayos: Anastasio Somoza, jefe de la Guardia Nacional, ordena el asesinato del héroe en 1934.

 

Oh las cosas del Destino

y el destino de las cosas:

después de Augusto Sandino

y de Rubén el Divino

los Anastasios Somozas.[5]

 

 


A los seis combatientes enunciados se suman muchos otros. Están en las filas antimperialistas José Enrique Rodó, Rufino Blanco Fombona, Emilio Roig Leuchsenring y Pablo González Casanova, entre los más notables, solamente. A ellos se une una brillante élite comunista: Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui y Aníbal Ponce, por ejemplo, que dan consistencia científica al antiimperialismo con la teoría leninista.

 

 

A la denuncia y a la protesta, casi simultáneamente, se une la lucha de los pueblos latinoamericanos por el rescate de las riquezas en manos extranjeras y por el desarrollo de la industria nacional. A veces se consiguen éxitos, pero también derrotas y fracasos.

 El presidente Balmaceda de Chile, que según González Casanova tiene “el proyecto de construcción nacional más avanzado de la época”,[6] quiere restituir a su patria el salitre conquistado por el imperialismo británico, pero el noble intento termina con su derrocamiento y suicidio. Después viene una larga lucha por la recuperación del cobre, que en su mayor parte está en poder de las compañías yanquis Anaconda y Kennecott. Allende logra la nacionalización total de su industria cuprera, pero no tarda la venganza imperialista: es asesinado por los militares traidores comandados por el sicario Pinochet.

 El gobierno nacionalista de Battle Ordóñez emprende en el Uruguay una amplia tarea liberadora, pues el imperialismo británico es el dueño de una gran cantidad de empresas, sobre todo de servicios públicos. Nacionaliza el Banco de la República y el Banco Hipotecario. Crea el Frigorífico Nacional para impedir el monopolio de las empresas extranjeras. Con este mismo fin inicia la construcción de una red ferroviaria estatal. Monopoliza para el Estado la producción de energía eléctrica y algunos otros servicios. En fin, entre otras obras parecidas, impone fuertes barreras arancelarias para proteger las industrias nacionales. Gracias a todo esto, el desarrollo y el progreso de la patria de Artigas, se pone en marcha.

 La Argentina crea en 1922 la primera compañía estatal de petróleo de América Latina con el nombre de Yacimientos Petrolíferos Fiscales. Esta conquista, que afirma la soberanía nacional sobre ese combustible tan valioso, es conseguida después de dura lucha con la compañía yanqui Standard Oil, empeñada en apoderarse de esa fuente de riqueza. El general Mosconi es el héroe de esta patriótica campaña que tiene el apoyo del presidente Yrigoyen. El precio, empero, es muy caro: los sirvientes de la empresa extranjera logran desplazarle de su cargo en los YPF y desterrarle. En nuestro tiempo, el presidente neoliberal Menem, ha entregado el petróleo argentino a la voracidad de las compañías transnacionales.

 


México sigue el ejemplo. El 23 de marzo de 1938 se publica la “Declaración de la soberanía económica” y se expropian las compañías extranjeras que se habían apoderado del petróleo mexicano. Así se pone término a los abusos y criminales procedimientos: “asesinatos de pequeños propietarios en cuyos terrenos existían pozos petrolíferos, el soborno de autoridades y el sostenimiento de fuerzas rebeldes para eludir el cumplimiento de obligaciones legales y de pagar los impuestos decretados por la legislación del ramo…”[7] Todo esto desaparece según afirma el historiador marxista Rafael Ramos Pedrueza.

 


 

Bolivia tiene una larga y trágica experiencia minera: durante la colonia la plata del Potosí sale empapada con la sangre de millares de indígenas. Después, el petróleo, cubre los cadáveres en los llanos del Chaco: por eso, en 1936 se declaran caducadas las concesiones de la Standard Oil, responsable con la Royal Dutch Shell, de la sangrienta guerra. Más tarde, en 1952, la minería grande pasa a manos del Estado, especialmente la usurpada por los barones del estaño: Patiño, Hochschild y Aramayo, ligados al capital extranjero y con ingresos fabulosos. Y tras de esos ingresos, las masacres de obreros y la miseria del pueblo boliviano, lo cual no ha sido impedimento para que los neoliberales de hoy, mediante sucios negociados, hayan devuelto a las compañías transnacionales la riqueza que fue recuperada.


 Los otros países de Latinoamérica, unos más y otros menos, también siguen la senda nacionalizadora. Varios gobiernos nacionalistas bregan sin cesar, con éxito unas veces y con reveses otras, para reconquistar las riquezas perdidas. Y este proceso llega a la cumbre cuando Cuba ─otrora humillada por la Enmienda Platt y convertida en campo de recreo de los magnates de Wall Street─ realiza la gloriosa revolución comandada por el comandante Fidel Castro. Aquí sí, el rescate es total y justiciero.

 

 

  El Ecuador también sigue un camino similar al transitado por las naciones hermanas del continente.

 Se oye la voz estentórea de Peralta que pasa revista y denuncia los desmanes del imperialismo yanqui en los pueblos latinoamericanos. Revela los métodos arteros de que se vale Estados Unidos para introducirse en nuestros países y apoderarse de sus riquezas. Piensa que es de gran importancia que el Estado mantenga el dominio de sus minas y de sus fuentes energéticas. Habla sobre el dogal que significa los empréstitos yanquis y sobre el papel sojuzgador que desempeñan sus misiones financieras. Se refiere a los vendepatria, a los que llama mesnada que “ha renegado de todo sentimiento nacional y patriótico, de toda noción de honradez y dignidad, de toda práctica democrática, de toda libertad ciudadana”.[8] El mejor ejemplar de esta casta de traidores es el presidente nicaragüense Díaz, al que considera como “el felón más digno de la horca, que ha producido América”.[9] Finalmente hace un llamado a la unidad de las naciones latinoamericanas: “es urgente salvarnos ─dice─ y la salvación está en mancomunar nuestra suerte, en unirnos sinceramente con el fin de prestarnos mutua ayuda, para una defensa eficaz y justa contra el imperialismo que nos amenaza.”[10]

 Otro ecuatoriano patriota, Pío Jaramillo Alvarado, también condena el imperialismo yanqui y enarbola el pendón de la soberanía nacional. Al igual que Peralta denuncia las piráticas intervenciones yanquis en los países indo-españoles: Santo Domingo, Haití, Nicaragua, Cuba y Panamá. Condena a Díaz y ensalza la gesta de Sandino: “se agita en estos días ─dice─ una figura que toma los relieves de prócer continental, Sandino, quien, al combatir con las armas la invasión yanqui, no solo lucha por Nicaragua, su patria, sino por las naciones indo-españolas. Hoy, Augusto Sandino es un guerrillero indomable; mañana, será un símbolo”.[11] Denuncia, en fin, el inveterado deseo de Estados Unidos por apoderarse de nuestro Archipiélago de Galápagos.

  


Benjamín Carrión, el gran escritor, realza sus méritos con un libro publicado póstumamente: América dada al diablo. Lógicamente, el diablo es el imperialismo yanqui. No es un diablo elegante, astuto e inteligente como el Mefistófeles del Fausto. No, es desgarbado y la fuerza bruta ─el big stick, el gran garrote─ es su mayor atributo. A su alrededor están los sucios diablillos, esos asquerosos vendepatrias, unas veces galonados y otras con frac y corbata de lazo. Es un libro apasionado, escrito con ardor como todo lo suyo, donde los crímenes del imperialismo, a los que revista, son descritos con fuego: “el atraco imperialista, su proceso, su consumación ─dice─ es un caso típico de asalto de bandidos de camino público”.[12] Y pone en alto la revolución cubana como símbolo de independencia, como puño cerrado frente al rapaz imperialismo, a ese imperialismo corruptor que ha “jugado con la concupiscencia de nuestros caudillos, y particularmente de nuestros espadones, en los cuales ha hecho nacer ambiciones de mando y de rapiña, para tenerlos a merced de sus planes”.[13]

 


Manuel Medina Castro es otra voz condenatoria. Su primer libro, EE. UU. Y la independencia de América Latina, nos advierte sobre el peligro que se cierne sobre la soberanía y la libertad de nuestros países por la desvergonzada intromisión del imperialismo yanqui. El segundo libro, El Guayas, río navegable, expone la oscura historia de la Grace Line, una empresa naviera norteamericana.

 Otro libro suyo, La responsabilidad del gobierno norteamericano en el proceso de la mutilación territorial del Ecuador, como su título lo indica, denuncia la imposición imperialista del injusto Protocolo de Río de Janeiro al pueblo ecuatoriano. En los trabajos denominados La doctrina y la ley de seguridad nacional y Ecuador país ocupado, analiza ciertos tratados o acuerdos lesivos para la soberanía patria firmados por gobiernos antinacionales, como por ejemplo el Convenio de Asistencia Militar entre Ecuador y los Estados Unidos, el modus vivendi sobre las 200 millas marítimas y el memorándum o Tratado de Entendimiento que permite la ocupación de nuestro Oriente por tropas norteamericanas. Su gran obra Estados Unidos y América Latina, siglo XIX, narra el expansionismo yanqui desde antes de llegar a la etapa imperialista y la posterior política de intervención y abuso que tiene lugar ya en esta fase. El conflicto de las Malvinas y Granada se refieren  a los zarpazos dados por el imperialismo inglés y el norteamericano contra la Argentina y la pequeña isla caribeña, respectivamente. Esto significa, que la mayoría de las obras de Medina, están dedicadas a un noble propósito: el combate contra los abusos y depredaciones imperialistas. Mérito inmenso, sin ninguna duda.

El historiador Jorge Núñez, en los fascículos titulados La guerra interminable ─son cinco los publicados─ relata también las usurpaciones territoriales y las intervenciones de los Estados Unidos desde su nacimiento hasta el presente siglo. Todo esto, al principio, respaldada por la tonta teoría del “destino manifiesto”, y más tarde, por la llamada doctrina de “seguridad continental”. Condena con fuerza a los vendepatrias, a los que llama socios del Imperio, esa sucia fauna de los Ubico, los Carías, los Trujillo, los Somoza y tantos otros que han reptado a los pies del imperialismo. Es un trabajo bien documentado y que debe ser leído por todo patriota latinoamericano.



 

Aunque sin la profundidad de otros países latinoamericanos, también el Ecuador toma algunas medidas contra la explotación y abusos de las compañías extranjeras. El gobierno del general Enríquez Gallo tiene el mérito de haber revisado contratos onerosos y obligado a esas compañías a cumplir las leyes nacionales y pagar cantidades más justas por el usufructo de nuestras riquezas, esto, sin atemorizarse por sus amenazas y haciendo respetar la soberanía ecuatoriana. Pero es sin duda la administración del general Rodríguez Lara, que se inicia en febrero de 1972, la que realiza importantísimas reformas en un campo esencial para el país: el campo energético. La Corporación Estatal Petrolera Ecuatoriana ─CEPE─ empieza a jugar un papel primordial en la producción y comercialización del petróleo. Se pone en vigencia y se da efecto retroactivo por medio del Decreto Especial Nº 430 a la Ley de Hidrocarburos dictada durante el quinto velasquismo, acción que posibilita la revisión de las graciosas concesiones de terrenos petrolíferos otorgadas por los gobiernos anteriores, revisión por la que de los 6.5 millones de hectáreas que están en manos de las compañías extranjeras sólo quedan 1.4 millones en su poder. Se construye el oleoducto, se edifica la refinería de Esmeraldas y se crea Flopec para el transporte del petróleo. Y, por último, el Ecuador ingresa a la OPEP, organización internacional integrada por los países del Tercer Mundo para defender los precios del petróleo y cortar la explotación de las empresas foráneas.

 

T

odo esto, que impulsa el desarrollo de la producción ecuatoriana como en ningún otro período de la vida nacional, es el mayor mérito de este gobierno militar. El contralmirante Jarrín Ampudia, su ministro de Recursos Naturales y Energéticos, puede decir con razón que la soberanía y la independencia de un país, “puede hacerse realidad sólo cuando los pueblos deciden ejercer pleno dominio en la explotación de sus recursos naturales”.[14]

 La consecución del rescate petrolero no es fácil. A la resistencia y presiones de las compañías extranjeras se une la ayuda y el sabotaje de sus aliados nacionales. Un estudioso del problema petrolero afirma que “las clases dominantes locales apoyaron los puntos de vista de las compañías y expresaron su posición favorable a la inversión extranjera en el sector petrolero a través, principalmente, de las Cámaras de la Producción y los partidos políticos de derecha”.[15] Esta traba reaccionaria impide mayores avances. Así, por ejemplo, se obliga a cancelar un convenio con Rumania, porque según denuncia Jarrín Ampudia, eso afectaba al consorcio Texaco‒Gulf. La cantaleta anticomunista, como en otras ocasiones, salió a relucir también esta vez.

 Todo este avance ha terminado ahora. Los gobiernos neoliberales que han regido el país en los últimos tiempos, pretextando una falsa modernización, pretenden deshacerse de todas las empresas nacionales y traspasarlas al mejor postor. Con este nefasto fin se lleva a cabo una política de sabotaje en su contra: se disminuyen sus rentas, se miente sobre su ineficacia y se calumnia a los sindicatos que se oponen a las privatizaciones. Una Asamblea Constituyente, ingenuamente solicitada por algunos partidos,[16] ha suprimido un artículo constitucional que impedía la venta de las empresas consideradas estratégicas.

 El principal motivo aducido para la venta, la ineficacia, es completamente falso. Un solo desmentido referente a la explotación petrolera expuesto por el economista Alberto Acosta:

 

(…) un estudio entregado en febrero de 1993, por un consultor del Banco Mundial, desde 1986 los consorcios internacionales empeñados en la exploración y producción de petróleo, habían invertido 500 millones de dólares y habían incorporado a las reservas nacionales 649 millones de barriles de crudo, o sea que por cada 77 centavos de dólar añadieron un barril de petróleo, mientras que el ente estatal, desde 1988, invirtió 33 millones de dólares para encontrar reservas por 300 millones de barriles, o sea que cada barril descubierto le costó apenas 11 centavos de dólar.[17]

 

Si alguna ineficacia existe, esta se debe al sabotaje ya mencionado y a la labor de zapa ejercida por altos funcionarios del Estado, aliados de las compañías extranjeras empeñadas en la reconquista de las riquezas perdidas. Desde luego, este sucio contubernio, no es gratuito ni desinteresado: persiguen jugosas recompensas o sea parte, aunque sea ínfima, de los bienes adquiridos. La compra de conciencias y la corrupción, son ingredientes necesarios en las negociaciones de compra.

 La prédica de la receta neoliberal ─ideología económica del imperialismo y de las transnacionales─ es fomentada por los grandes medios de comunicación y por periodistas y escritores, más que por convencimiento de sus bondades, por conveniencia económica. Hay unos pocos que se han declarado hasta discípulos de los autores de ese tonto Manual del perfecto idiota latinoamericano, donde han asimilado sin discriminación sus tonterías y burdas mentiras, al extremo de convertirlo en Biblia. Y otros, sin rastro de patriotismo y con humildad lacayuna, se pronuncian por una soberanía limitada.

 

 Ante la amenaza y ante el servilismo es necesario oponer toda la resistencia posible, porque la pasividad y el conformismo nos puede llevar a la pérdida total de nuestras riquezas naturales y a convertirnos en neocolonias del Imperio. Las compañías transnacionales ─esos tentáculos del imperialismo─ están alerta y con las fauces abiertas para apoderarse de las empresas estatales, en especial, de las más rentables. Su meta es adueñarse del petróleo, la electricidad y las telecomunicaciones.

 El paso de nuestras empresas a manos extranjeras, entre otras varias calamidades, significa principalmente lo siguiente: 

Primero

 La pérdida de cuantiosos recursos necesarios para el desarrollo del país, pues conforme han demostrado innumerables estudios, las compañías extranjeras, valiéndose de varias tretas, se llevan nuestras riquezas por precios ínfimos, que constituyen una verdadera explotación. Además, al apropiarse de nuestras empresas estatales, primordialmente las estratégicas, se pone en sus manos la dirección de la economía nacional ─desgracia que en gran medida ya sucede con las cartas de intención impuestas por el Fondo Monetario Internacional─ que lógicamente será dirigida de acuerdo a sus intereses y no según la conveniencia del país. Esto les permite pisotear la soberanía nacional y actuar como si se tratara de un Estado propio. Abusos de esa clase son frecuentes en su brumosa historia.

 El afán privatizador, sin que importe nada los intereses ecuatorianos, es desesperado. Se quiere ceder al capital extranjero los pozos de petróleo más productivos del Oriente y que son la fuente principal del presupuesto del Estado. Los trabajadores petroleros, en un comunicado público dicen esto al respecto:

 

(…) denunciamos al país que el Gobierno de Jamil Mahuad y Jaime Nebot se aprestan a subastar entre varias empresas extranjeras, los más grandes campos petroleros de la región amazónica, de donde se extraen 300.000 barriles diarios de crudo (80% de la producción nacional), poniendo en serio peligro la soberanía del Estado y los recursos económicos que desde hace 26 años vienen sosteniendo la economía nacional. Por un bono de 100 millones de dólares que recibiría el Gobierno se pretende entregar por 20 años, a manos lavadas y sin ningún riesgo campos como Shushufindi que tiene una producción de 80.000 barriles día y un costo de producción de 2 dólares por barril.[18] 

Segundo

 Si no todas, la mayoría de las compañías extranjeras fomentan la corrupción en grado sumo. Los contratos y los privilegios que en ellos se incluyen, conforme se ha comprobado en muchas ocasiones, son conseguidos casi siempre por medio del soborno, creándose así una casta de funcionarios y abogados corrompidos y serviles, listos para cumplir las órdenes de sus mandantes. Son los felipillos de que nos habla el economista Acosta.

 Desde luego que el oficio, aunque bajo, es lucrativo. Tan lucrativo que, por este motivo, se llega a echar al canasto de basura una Carta Política. El abogado Manuel Romero Sánchez en un estudio jurídico que reproduce el doctor Gualberto Arcos en su libro Años de oprobio, expresa lo que se transcribe a continuación: 

En la Constitución de 1938 constan disposiciones que impiden ser elegidos como Diputados y Senadores a los empleados o abogados de compañías extranjeras; existe el inciso 2° del artículo 82 que establece: “Que no podrá ser elegido Presidente de la República el mandatario, agente o abogado defensor de compañías extranjeras.” [19]

 La anulación de esta Constitución resulta urgente y necesaria para que legisladores sobornados o complacientes puedan seguir dictando leyes favorables a las compañías extranjeras como con frecuencia se había hecho antes.

 Los gestores de esa sucia maniobra son, cabalmente, los paniaguados y servidores de estas empresas. Pero el principal interesado es Carlos Arroyo del Río ─abogado bien pagado de la sociedad Comercial Anglo‒Ecuatoriana, de las compañías Anglo Ecuatorian Oilfields Limited y South American Development Company─ que ya desde entonces aspira a la presidencia de la república, cargo al que por desgracia llega para seguir sirviendo y favoreciendo a sus patronos.

 La corrupción de que ahora tanto se habla, tiene entonces un manantial inagotable en las compañías extranjeras. 

Tercero

 La venta de las empresas nacionales, aparte de los otros males y daños que hemos señalado, constituye también una enorme pérdida económica para la nación, pues nunca se las negocia por un precio justo Así, los inmensos esfuerzos hechos por el pueblo para crearlas, resultan vanos y desperdiciados.

 Generalmente, para tasar el precio de las empresas nacionales, se recurre a compañías extranjeras que siempre se vinculan con los interesados en la compra y calculan por tanto un valor muy inferior al real. Esto sucede por ejemplo con la compañía venezolana Gerasin ─asociada con las empresas norteamericanas Ernst & Young y otras─ cuyas maniobras y tretas condena Jaime Galarza en su libro El festín de Emetel. Primero, se fija el precio de la telefonía ecuatoriana en la suma de 3.000 millones de dólares, y luego, por arte de magia, se rebaja 1.824 millones. Entre los magos que presionan para el recorte, no cabe duda que están también “amigos” de presuntos compradores extranjeros, a los cuales quieren ligarse como socios estratégicos. Galarza da algunos nombres de estos aspirantes. Felizmente, por milagro, la venta no se realiza.

 Igual cosa se pretende hacer con la electricidad y los hidrocarburos. Los trabajadores petroleros denuncian esto: 

En el sector eléctrico las centrales de generación, el sistema nacional interconectado y demás activos suman un total de 8 mil millones de dólares, que pretenden ser regalados en 480 millones una sola vez, siendo una empresa que genera 600 millones de dólares al año. En el sector petrolero las reservas, los campos, los oleoductos, las refinerías, las terminales, los poliductos son activos del Ecuador avaluados en 70 mil millones de dólares que pretenden ser entregados al sector privado nacional y extranjero por un bono de 100 millones de dólares.[20] 

Así mismo, para rebajar los precios, se apela a otros medios non sanctos: se destruyen deliberadamente las empresas nacionales y se les carga de deudas. Esto se hace ─para citar solo dos casos─ con Ecuatoriana de Aviación y Aztra, vendidas a costos ínfimos. Estas ventas, constituyen en suma, un gran baratillo de las empresas públicas, como las califica Alberto Acosta en su estudio titulado Una propuesta alternativa.

Otro gran perjuicio que causan las empresas extranjeras, especialmente las petroleras, es la destrucción del medio ambiente, como ha sucedido en nuestra región oriental.

 El camino para la penetración de tales compañías en esos territorios es abierto arteramente por el llamado Instituto Lingüístico de Verano, que pretextando el estudio de los idiomas aborígenes, se dedica a expulsar de las zonas petrolíferas a las etnias orientales, para cuyo propósito destruyen su economía natural y ocasionan un verdadero etnocidio, según el decir del investigador Jorge Trujillo, quien afirma además esto sobre su colusión con las empresas extranjeras: 

En el año de 1964 comenzaron las actividades exploratorias en la región amazónica. Fue cuando se desenmascaró al ILV, pues los geólogos de las compañías petroleras realizaron sus tareas con el apoyo incondicional de los misioneros del ILV.[21]         

 La compañía Texaco-Gulf es la que más aprovecha sus servicios. Y también la que más generosamente paga a sus colaboradores, como denuncia el periódico guayaquileño El Universo en 1970.

 La alianza colusoria entre el Instituto Lingüístico de Verano y las compañías petroleras también es confirmada por varios escritores extranjeros autores del libro titulado Los nuevos conquistadores. El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina.

 Abierto el camino, las compañías petroleras transitan por él como en casa propia. La Texaco sobre todo. Durante los veinte años que permanece en el Oriente, según Iván Narváez ─un técnico de Petroecuador─ se descarga 30 mil millones de galones de desechos tóxicos y 17 millones de galones de petróleo en la tierra y en los ríos. Se deforestan inmensas superficies de bosques. Las aguas contaminadas con hidrocarburos aromáticos causan gran cantidad de muertos entre los pobladores. Se desplaza a las comunidades aborígenes hacia zonas agrestes y lejanas. En fin, “un alto porcentaje de destrucción de la flora, fauna, medio físico, etc. en la actualidad, no son más que el reflejo de una imagen apocalíptica”.[22]

 Los pueblos indígenas orientales demandaron en las cortes norteamericanas el pago de mil quinientos millones de dólares por los daños causados en su territorio. Y aunque no se crea, esa demanda ha sido obstaculizada en toda forma por el gobierno ecuatoriano para favorecer a la empresa yanqui. Se realizan, con ese objeto, una serie de bajas y mezquinas maniobras. Inclusive, se ofrece negociar bilateralmente con Texaco, “dejando al margen la demanda indígena por 1.500 millones de dólares, a cambio de  un millón de dólares”.[23]

 A inicios del siglo los caucheros desolaron y regaron con sangre las tierras orientales. Pero esa hecatombe, comparada con la causada por las compañías petroleras actualmente, resulta insignificante. Algunos pueblos amazónicos han desaparecido y otros están en proceso de desaparición. 

Cuarto

 La venta y privatización de las empresas estatales produce el aumento de las tarifas de los servicios públicos y la subida de los precios de sus productos, ya que el beneficio económico, la máxima ganancia, sin que nada importe el detrimento que se ocasiona a la población, es la finalidad primordial de los compradores.

 Para disimular este objetivo y no subir los precios inmediatamente después de la compra se suele recurrir a una práctica por demás repetida en estos tiempos: producir el alza de precios y tarifas antes de la venta, para que las compañías que adquieren los bienes nacionales puedan esperar unos pocos meses para ordenar la elevación y así evitar la protesta del pueblo. Naturalmente, para esto, se tiene que contar con la venia de los vendedores. Y estos alcahuetes no faltan. Unos son sobornados y otros actúan así con el afán de ponerse al servicio de los nuevos dueños. Este método ya no es novedoso en nuestro país. Hoy mismo, para que el gobierno de Mahuad pueda cumplir sus serviles ofrecimientos al Fondo Monetario Internacional, se están subiendo a precios astronómicos las tarifas de la electricidad. Y hay que decir que para esto los alcahuetes son ágiles como un gato y unos pocos hasta vivaces.

 La subida de los precios de los bienes subastados por los gobiernos neoliberales no es un invento nuestro. Las tarifas de los teléfonos se han elevado en varios países americanos, al extremo de quedar sin su servicio grandes sectores poblacionales, especialmente campesinos, por no poder sufragar el nuevo valor. Hasta los pasajes han subido los precios en la Argentina de Menem. Todas las aerolíneas, con el pretexto de los altos pagos que tienen que hacer por la utilización de los aeropuertos privatizados, han elevado el precio de los viajes.

 Y en el Ecuador, la privatización del ingenio Aztra de lo que ya hablamos, ha ocasionado una gran elevación en el precio del azúcar.  Antes el Estado podía impedir y controlar el precio porque Aztra ─hoy se llama “La Troncal”─ producía aproximadamente el tercio de ese producto. Con la venta, o mejor dicho con el atraco del ingenio, el nuevo dueño, el potentado Antonio Isaías, que hoy vive en un palacete en Miami después de quebrar su banco, forma un oligopolio con los propietarios de los ingenios más grandes del país que fija los precios del azúcar a su sabor y gusto. El pueblo, el único perjudicado.

Estos son, como ya se dijo antes, los principales males provenientes del paso de los bienes nacionales a manos extranjeras y privadas. Males inmensos como se ve, que hacen necesaria una férrea oposición patriótica para impedir que eso suceda. Para que la patria no sea vejada ni explotada.

Empero, es de rigor advertir que ahora, esa oposición y lucha se torna difícil y reñida. Las causas más importantes para que se produzca ese fenómeno son estos:

 a) El imperialismo se ha fortalecido grandemente con el colapso de la Unión Soviética: sin contrapeso ni impedimento, su cabeza, Estados Unidos, convertido en potencia hegemónica, hace y deshace a lo largo y ancho del planeta. Dirige a su conveniencia la economía de los países del Tercer Mundo, unas veces mediante la fuerza y otras valiéndose de sus instrumentos principales, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. El Ecuador sufre esta dura coyuntura. Anualmente, como se ya dijo, tiene que firmar esas Cartas de Intención, donde se le impone las ventas de empresas y las privatizaciones. Y los mandatarios neoliberales, sumisos y doblegando el lomo, suscriben lo que ordena el amo.[24]

 b) Las compañías transnacionales ─las que mayormente pugnan por apoderarse de las riquezas y de las empresas de los países poco desarrollados─ hoy son más poderosas que nunca, pues algunas tienen mayor poder económico que muchas naciones de nuestro continente. José María Vidal Villa dice lo que sigue a ese respecto: 

Para reflejar el peso real de las empresas multinacionales, de las grandes corporaciones, en nuestros días, un buen punto de referencia posible es el PIB (Producto Interno Bruto) de los diferentes países. Es decir, las corporaciones llegan a “mover” tal cantidad de dinero que solo puede ser comparado con el que “mueven” países enteros.[25] 

El autor citado, para probar su aserto, hace constar en una tabla que elabora con este fin, que el Ecuador tiene un Producto Interno Bruto que es superado por el valor de las ventas de la empresa sueca Volvo: 11.520.000 millones de dólares y 14.576.000 millones respectivamente. Y téngase en cuenta que la empresa Volvo, está por debajo de muchísimas otras.

 c) La burguesía pro imperialista ecuatoriana, cobijada con el ala de la rapaz águila norteamericana, así mismo ha crecido y se ha envalentonado, convirtiéndose en servil herramienta del Imperio, dispuesta a vender por un plato de lentejas los bienes y la independencia de nuestra patria.

 Incrustada en los partidos políticos de derecha, en las cámaras de la producción y en los altos cargos del Estado, no desperdicia ocasión para favorecer a sus aliados. Elabora leyes privatizadoras. Sabotea las empresas públicas para desprestigiarlas. Alquila a privatizadores extranjeros para que ponderen las maravillas de la “modernización”. Un Cavallo, un Sánchez de Lozada, son sus asesores preferidos.

 Muchos de los miembros de esta burguesía, que son ya socios o funcionarios de empresas extranjeras, llegan con gran facilidad hasta el cargo de ministros, principalmente de ministros de Energía, pues parece que el petróleo es uno de los platos preferidos por las transnacionales.

 Otra parte de esta burguesía está constituida por dueños y altos funcionarios de bancos y grandes empresas nacionales que se mueven con un subido porcentaje de capital extranjero, que en la actualidad, en nuestro país, son numerosas. Igual que los componentes de la burguesía antes señalada ocupan también ministerios y altos puestos burocráticos que les sirven de palanca para ayudar a sus consocios.

 Las fuerzas enemigas de la patria, consiguientemente, son poderosas. Para vencerlas y abatirlas, entonces, se hace imprescindible reunir en un gran frente patriótico a todos los ecuatorianos que no estén dispuestos a soportar el yugo extranjero. A todos los ciudadanos honestos y dispuestos a defender, con entereza y sacrificio, la soberanía nacional.

 De lo que dejamos expuesto, no se desprenda equivocadamente, que se debe ser contrario a toda inversión foránea. Países pobres como el nuestro necesitan recursos para desarrollar su producción y poder servir mejor a todo el pueblo. Pero la inversión extranjera, por las razones que hemos señalado, tiene que ser seleccionada y estrictamente controlada para que no tenga prerrogativas contrarias al interés nacional, ni se produzcan los abusos de que hemos sido víctimas tantas veces. Sobre todo ahora, dado el poderío alcanzado por las corporaciones transnacionales, este control, aunque difícil, se convierte en imperativo indispensable. Imperativo categórico que no se puede olvidar.

 La inversión extranjera sólo debe ser aceptada cuando sea ineludiblemente necesaria. Porque el verdadero camino para el progreso y el fomento de la economía nacional, es el empleo de recursos propios, ya que resultan más eficaces y nos liberan de toda clase de peligros. El economista Alberto Acosta afirma esto sobre este tópico: 

En el Ecuador, sin rechazar el potencial ingreso de recursos externos seleccionados en función de las necesidades nacionales, se debe fomentar el ahorro doméstico, reducir drásticamente la transferencia neta negativa de recursos al exterior por concepto de servicio de la deuda externa, hacer cada vez menos atractiva la fuga de capitales, incrementar la productividad del capital y usar en forma racional y planificada las divisas provenientes de las exportaciones.[26]

 Y para subrayar o resaltar su pensamiento, Acosta afirma: “sentar las bases para el financiamiento del desarrollo en el aporte del capital externo ─créditos o inversiones─ es una grave equivocación”.[27] La mañosa y repetida equivocación de la cantaleta neoliberal.

 Las breves historias que a continuación conocerá el lector no tienen otro objeto que mostrar, resumidos, los perjuicios que las compañías extranjeras han ocasionado al país.[28] Ganancias excesivas y pagos miserables por los productos obtenidos. Estafas encubiertas y otras practicadas a la luz del día. Burla y quebrantamiento de las leyes nacionales. Privilegios inconcebibles alcanzados a costa de coimas y presiones. Abusos contra poblaciones y trabajadores. Corrupción de funcionarios y creación de una casta de sirvientes aptos para las bajezas. Irrespeto a la dignidad y soberanía patria. Prepotencia y amenazas de injerencia de sus naciones de origen. Todo esto, en casi todos los casos y en proporción diferente, han caracterizado el paso de esas compañías por el suelo ecuatoriano, no obstante que todas las descritas y estudiadas, han laborado en campos diferentes: minería, agricultura y comercio, transportes, electricidad, etc.

 Si se escribiera la actuación y vida de las otras empresas extranjeras que se han asentado en nuestra patria ─y en algunos casos ya se ha hecho in extenso por parte de escritores patriotas─ es seguro que el balance final, en la mayoría de las ocasiones, sería negativo, altamente negativo. Una plaga de langostas sería el símil adecuado para unas tantas.

 Desgraciadamente, un trabajo de esta clase, hoy en día, es poco probable. Nuestra intelectualidad, antes singularizada por su decisión y entereza para la crítica social, ahora, en tratándose sobre todo del combate contra el imperialismo ─las compañías transnacionales son sus infaltables instrumentos de penetración─ ha dado un paso atrás y guarda un silencio difícil de calificar. El economista José Moncada asevera con razón: 

Inclusive hoy, en muchos círculos, se niega la existencia del imperialismo y hasta en los partidos políticos y en las organizaciones de izquierda, es poco común que se mencione la palabra imperialismo ─entendida como la penetración económica, tecnológica, social, política y cultural de las grandes potencias capitalistas en los países atrasados─ como un factor de subdesarrollo de todos nuestros pueblos.[29]

 Efectivamente, la palabra imperialismo se ha convertido en tabú para ciertos estudiosos de las ciencias sociales, para evitar de esta manera mencionar su culpa en el atraso y subdesarrollo de nuestros pueblos. Otros, con el mismo propósito, recurren al ridículo subterfugio de escribir entre comillas la palabra imperialismo. Y lo extraño es que todo esto sucede cuando la presencia del imperialismo es más patente que nunca, cuando su sombra ominosa se extiende por todas partes y sus zarpazos son cada vez más frecuentes y desvergonzados. Sucede, cuando su cabeza, Estados Unidos, desempeña el bajo oficio de gendarme del universo. La ceguera en estas condiciones, resulta por demás turbia y fingida.

 Nuestros libros y textos de historia ecuatoriana ─y esto desde mucho tiempo atrás─ ignoran en su mayoría el tema de la intromisión imperialista o lo pasan como sobre ascuas mencionando algún rasgo o pasaje insignificante. No existe ningún estudio detallado y profundo sobre fenómeno tan importante. Ni siquiera la Nueva Historia, que por ser nueva debía dedicar por lo menos uno de sus quince tomos a este espinoso tema, pese a que abunda la documentación al respecto, ha preferido dejarlo de lado y para mejores tiempos. Una verdadera lástima. Quizás en una próxima edición se enmiende falla tan notable.

 Esperamos que este pequeño trabajo contribuya en algo para que el tema de la penetración imperialista en nuestro país, por ser tan vital para una cabal comprensión de la realidad ecuatoriana, sea introducido en la historia patria. Para que no se evada el problema con hábiles o tontas estratagemas.

 

 


[1] Tomado de: Oswaldo Albornoz Peralta, Introducción de Las Compañías extranjeras en el Ecuador, Escuela de Sociología y Ciencias Políticas de la Universidad Central / Abya Yala, Quito, 2001.

[2] Emilio Roig de Leuchsenring, Martí, antimperialista, Ministerio de Relaciones Exteriores, La Habana, 1961, p. 19.

[3] Rubén Darío, Poesías completas, Aguilar S.A., Madrid, 1967, p. 641.

[4] Héctor P. Agosti, José Ingenieros. Ciudadano de la Juventud, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1945, p. 184.

[5] Benjamín Carrión, América dada al diablo, Monte Avila Editores, Caracas, 1981, p. 111.

[6] Pablo González Casanova, Imperialismo y liberación en América Latina, siglo veintiuno editores, México, 1978, p. 69.

[7] Rafael Ramos Pedrueza, La lucha de clases a través de la historia de México, t. II, Talleres Gráficos de la Nación, México D.F., 1941, p. 383.

[8] José Peralta, La esclavitud de la América Latina, Publicación de la Universidad de Cuenca, Cuenca, 1961, p. 79.

[9] Idem, p. 59.

[10] Idem, p. 67.

[11] Pío Jaramillo Alvarado, “Dollar Diplomacy”, en Algo más acerca de los Tratados con Colombia, Imprenta de la Universidad Central, Quito, 1928, p. 68.

[12] Benjamín Carrión, op. cit., p. 147.

[13] Idem, p. 248.

[14] Jorge Silva L., Nacionalismo y petróleo en el Ecuador actual, Editorial Universitaria, Quito, 1976, p.222.

[15] José Vicente Zevallos, El Estado ecuatoriano y las transnacionales petroleras, Ediciones de la Universidad Católica, Quito, 1981, p. 41.

[16] Se refiere a la de 1998 (N. del Ed.).

[17] Alberto Acosta, El Estado como solución, Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales, Quito, 1998, p. 99.

[18] Diario Hoy, Quito, 5 de marzo de 1999.

[19] Gualberto Arcos, Años de oprobio, Imprenta Fernández, Quito, 1940, p. 56.

[20] Diario Hoy, Quito 8 de marzo de 1999.

[21] Jorge Trujillo, Los oscuros designios de Dios y del “Imperio”, Ediciones CIESE, Quito, 1981, p. 52.

[22] Iván Narváez Q., “Reflexión sobre la Amazonía y el Caso Texaco”, en Petróleo y Sociedad N° 5, ASPEC, Quito, 1996, p. 36.

[23] Idem, p. 44.

[24] Veáse en detalle todas las Cartas de Intención firmadas desde la presidencia de Osvaldo Hurtado hasta la de Lucio Gutiérrez en: http://www.auditoriadeuda.org.ec/index.php?option=com_content&view=article&id=68:deuda-ecuatoriana-con-los-organismos-multilaterales&catid=47:deuda-multilateral&Itemid=57.

[25] José María Vidal Villa, Hacia una economía mundial Norte/Sur: frente a frente, Actualidad y Libros S.A., Barcelona, 1990, p. 200.

[26] Alberto Acosta, “Una propuesta alternativa”, en Privatización, Centro de Educación Popular, Quito, 1993, p. 120.

[27] Idem, p. 120.

[28] Se refiere a la “Ecuador Land Company Limited”, la “South American Development Company”, la “Anglo Ecuadorian Oilfields Limited”, la “Compañía Sueca de Fósforos”, la “Grace Line Company”, la “United Fruit”, y a la “Empresa Eléctrica del Ecuador Inc.” (Emelec), empresas extranjeras cuya depredación en el país detalladamente analiza el autor en su libro.

[29] José Moncada S., Desarrollo económico. Pasado y perspectivas, Ediciones UPS, Quito, 1996, p. 135.