martes, 28 de mayo de 2024

La revolución del 28 de Mayo de 1944

 A 80 años de la "Gloriosa" 



UNA REVOLUCIÓN FRUSTRADA: 28 DE MAYO DE 1944[1]

 

Oswaldo Albornoz Peralta

 



El gobierno de Arroyo del Río es de­sastroso.

El imperialismo yanqui se empeña en la mutilación te­rritorial del Ecuador, porque sus compañías petroleras que operan en el Perú, en confabulación con el militarismo perua­no, necesitan de nuestras tierras orientales para extender y dar mayor unidad a su esfera de acción en esta parte del con­tinente. Y el gobierno de Arroyo, junto con el conservadorismo representado por el ministro de Relaciones Exteriores Tobar Donoso, traidoramente acceden a la pretensión norteamericana y fir­man el infame Protocolo de Río de Janeiro. Se justifica la traición y el imperio de la fuerza –no obstante de que ésta está proscrita del derecho panamericano– con el sofisma de la “unidad continental”.

Una nueva prueba de sumisión a los yanquis: nuestros productos estratégicos –caucho y palo de balsa sobre todo– son vendidos a precios ínfimos a los Estados Unidos, mien­tras que otros países americanos aprovechan la coyuntura de la guerra para aumentar sus reservas. Esto también se justifica y se dice que se trata de una contribución para la derrota del nazi–fascismo.

Los negocios fraudulentos son notorios y los áulicos del régimen se enriquecen de la noche a la mañana. Este es el caso de los que se benefician, sin ningún rubor ni vergüenza, con los bienes expropiados a los nazis alemanes.

El pueblo, como siempre, está olvidado en su miseria. Y cuan­do hace oír su voz airada de protesta, y cuando sale a las calles y muestra su indignación por la traición a la patria o los desa­fueros gubernamentales, es atropellado vilmente por el sober­bio gobernante. Las libertades públicas son violadas constan­temente. Perseguidos por los sabuesos del régimen –pesquisas o carabineros– los que no están acordes con el despotismo.

Y para perpetuar este estado de cosas se prepara en for­ma pública y descarada un nuevo fraude electoral, tanto que se da como descontada la victoria del candidato oficial.

Tal el panorama del gobierno arroyista.

Para remediar esta situación insoportable se realiza una coalición de fuerzas políticas muy amplia, donde están libera­les y conservadores desafectos al régimen, los partidos de izquierda y los sectores independientes. Desde el punto de vista de clase, están por consiguiente allí, terratenientes y capitalis­tas, las masas obreras y de la pequeña burguesía. Esto es lo que se llama Alianza Democrática Ecuatoriana.

El can­didato de la coalición es el doctor Velasco Ibarra. Los trabajadores, antes de plegar al levantamiento, se habían puesto en contacto mediante una delegación con Velasco que se hallaba en Colombia, para pedirle que acepte y se comprometa a cumplir un pliego de aspiraciones. Ese pliego contiene ocho puntos, que sintetizados, son los siguientes:

1º Apoyo del futuro gobierno para la reunión de un Congreso Nacional de Trabajadores para constituir la Confederación de Trabajadores del Ecuador.

2º Reconocimiento del Comité Nacional de los Trabajadores como central nacional hasta que se realice el Congreso.

3º Mantenimiento del Código de Trabajo y am­pliación del mismo en beneficio de los trabajadores cuando la CTE considere conveniente.

4º Reforma de los Estatutos de la Caja del Segu­ro para dar entrada en el Consejo de Administración a una representación igual de obreros y patronos. Auto­nomía absoluta de la Caja del Seguro.

5º Donación de una casa, imprenta y más útiles necesarios para que la CTE pueda desenvolver efi­caz y libremente sus actividades.

6º Apoyo económico y social a las comunas indí­genas, sindicatos y cooperativas campesinas. Reconoci­miento legal por parte del Estado del movimiento orga­nizado de los indígenas.

7º Ampliación de la democracia, libertad sindical de prensa, de asociación, de manifestación y expresión libre del pensamiento por todos los medios modernos de propaganda.

8º Creación de un verdadero Consejo de Econo­mía en el que tomen parte todas las fuerzas vivas del país, en especial los trabajadores, cuyos representantes serán designados por la CTE.

No es mucho lo que se pide como se puede obser­var. Velasco, deseoso de ganar el apoyo de la gran fuer­za que representan los trabajadores organizados del país, da su aceptación a todo lo solicitado aunque, como se sabe, después hará caso omiso de sus ofrecimientos. Si algo se consigue no es por su voluntad ni dádiva gratui­ta de su parte, sino como resultado de la lucha y sacrifi­cio de las masas populares.

La respuesta de Velasco Ibarra es esta:

 "Acepto con toda simpatía las sugerencias anteriores y en prueba de mi sinceridad, extraña a los cálculos políticos, acudo a todos mis escritos sobre el dere­cho de los trabajadores y a mi conducta cuando Presidente".

Pasto, 29 de marzo de 1944.

J. M. Velasco Ibarra.

 

Largo se podría escribir sobre sus escritos y sobre su conducta cuando presidente (1934), y más largo todavía sobre su simpatía y sinceridad al aceptar las su­gerencias. Mas dada la limitación de este trabajo, pasa­mos eso por alto.

En consonancia con la efervescencia popular y la época –derrota del fascismo y ascenso del movimiento democrático– ahora, tiene el “corazón a la izquierda”. Alguien dice: a la cacatúa le han salido plumas rojas.

Ante la imposibilidad de un triunfo en las urnas, debido al fraude electoral que se prepara, el ejército con el apoyo del pueblo derroca al pre­sidente Arroyo del Río el 28 de mayo de 1944 y Velasco llega por segunda vez al poder.

Establecido el compromiso con el candidato presi­dencial de Alianza Democrática Ecuatoriana, los trabaja­dores y sus organizaciones, dirigidos por el Comité Na­cional, redoblan sus esfuerzos para derrocar al régimen y no falta su presencia en ninguno de los actos conducentes a ese objetivo, como por ejemplo los sepelios de la niña María del Carmen Espinosa y del estudiante Héc­tor Pauta, asesinados por los carabineros en Quito y en Guayaquil respectivamente, que se convierten en manifestación gigantesca de repudio. Cuando estalla la su­blevación militar el día 28 de mayo en la ciudad de Gua­yaquil, el Comité Nacional respalda inmediatamente el movimiento y decreta la huelga general, inclusive, un gran número de trabajadores empuñan las armas y derra­man su sangre en aras de sus ideales. En Quito, el Comi­té de Huelga integrado por dirigentes sindicales y estudiantes universitarios, ordena el paro el día 29, pese a que las tropas aquí acantonadas permanecen indecisas y no se pronuncian todavía. Igualmente, en otras provin­cias, con mayor o menor relevancia, los trabajadores par­ticipan activamente en la insurrección.




Es pues, destacada y brillante la actuación de la cla­se obrera y de los trabajadores en general en la insurrec­ción popular de mayo, constituyendo factor de suma importancia para la derrota del gobierno de Arroyo del Río. Una prueba de lo aseverado es el hecho de que el camarada Pedro Saad, secretario general del Comité Nacional de los Trabajadores, haya sido nombrado miembro del Gobierno Provisional Revolucionario de la ciudad de Guayaquil, centro de la insurrección.




No se puede dejar de manifestar, tampoco, que los trabajadores están orientados por los partidos políticos de izquierda, el Partido Comunista y el Partido Socialis­ta, sobre todo, que asimismo han jugado un papel de pri­mer orden en la insurrección, tanto que Velasco se ve obligado a incluir en su gabinete a ministros de esos dos partidos. A las filas de estos partidos, como ya se dijo, pertenecen los dirigentes más firmes y experimentados. Son ellos los que infunden combatividad en sus organi­zaciones y los que señalan con mayor certeza los objeti­vos de la lucha. Son ellos, los principales guías de nues­tro movimiento sindical.

La amplitud de la movilización popular, la tónica democrática dada a la insurrección de mayo por los par­tidos políticos de izquierda, crean un ambiente propicio para la realización de reformas y la conquista de reivin­dicaciones por parte de los trabajadores, como en pocas etapas de nuestra accidentada vida republicana. A esto se agrega el favorable panorama internacional, caracteri­zado ese momento por la inminencia de la derrota defi­nitiva de la fiera fascista, que alienta de esperanzas a los pueblos y pone más cerca de las masas la plasmación de sus anhelos. Anhelos, inscritos en la Carta del Atlánti­co.

Este ambiente facilita la actividad del Comité Na­cional de los Trabajadores, que se dedica por entero a la organización del Congreso, premura que se explica no solo por el vehemente deseo de forjar la unidad tanto tiempo apetecida, sino porque se piensa también, que dada la fuerza de las clases reaccionarias que empiezan a moverse ya en las sombras, que la situación favorable existente puede desaparecer y no ser muy duradera. Y es así como muy pronto –a un mes apenas de la revolución– puede reunirse el Congreso el día 4 de julio de 1944 en la ciudad de Quito.

Mas, como era de esperarse en una conjunción de fuerzas tan distintas, pronto, cada cual se orienta por su propio camino. Las de izquierda luchan por el cumplimiento del Programa de la coalición y la satisfacción de los intereses populares. Las de derecha, por todo lo contrario.




Ya en la misma campaña para la elección de diputados para la Asamblea Constituyente el clero hace una furibunda campaña en favor de les candidatos “católicos”, es decir, de los conservadores y terratenientes. El arzobispo de Quito y los obispos de todas las diócesis del país firman una Exhortación de los prelados de la Provincia Ecuatoriana a los católicos ecuatorianos, con el objeto de señalar “la línea moral que han de seguir los fieles en el ejercicio del derecho de sufragio”. La tal “línea moral” es obvia: impedir que asistan a la Asamblea Constituyente “sectarios enemigos de Dios” y que se nieguen “los sagrados e imprescriptibles derechos de Dios y de su Iglesia”. Impedir pues, en resumen, que sean elegidos ciudadanos progresistas dispuestos a luchar por el adelanto nacional y los intereses populares.

Todo esto se hace rompiendo sin ningún recato el mismo Modus Vivendi que prohíbe la intervención del clero en la política. Porque –así dicen– la intervención electoral en favor de los conservadores no es política, sino deber moral. Con todo cinismo se apunta en la Exhortación: “Nadie, empero, nos tilde de que vamos a terciar en luchas políticas partidaristas”.

Sin embargo de todo esto, la Asamblea Constituyente re­sulta con una mayoría progresista, que dicta la Constitución de 1944-45, que es una de las más democráticas que ha tenido el Ecuador. Pero, por otro lado, comete una serie de desacier­tos. Con ingenuidad que asombra, concede el voto al clero, dándole así una mayor oportunidad para su intervención en la política del país. Crea impuestos para la construcción de tem­plos y catedrales, que quebrantan la norma de la separación de la Iglesia y el Estado. No se dicta ni siquiera una mínima Ley de Reforma Agraria tal como se promete en el Programa de Alianza Democrática –sin duda creyendo que Velasco la podría elaborar– mientras se alarga en discusiones de ca­rácter teórico. Y así, otros errores más.

De todo esto se aprovecha la reacción, con Velasco Ibarra a la cabeza, para dar al traste con los anhelos populares y liquidar la revolución de Mayo.

Los hechos se precipitan. Se rompe la Constitución y se instaura una implacable dictadura el 30 de marzo de 1946. El izquierdista de ayer, ya con el corazón a la derecha, per­sigue con saña a comunistas y socialistas. Igualmente, al mo­vimiento obrero y a su organismo máximo, la Confederación de Trabajadores del Ecuador, una de las conquistas más im­portantes alcanzadas por la revolución. El movimiento estu­diantil, así mismo, es acosado y atropellado sin descanso.

La dictadura resulta efímera. Los desmanes que come­te, sus múltiples desaciertos políticos, la oposición popular to­davía considerable, todo esto, contribuye para que sea derro­cada por un golpe militar. Velasco sale del país, y se convier­te, como acostumbra, en el gran ausente.

Su caída no remedia nada. Las mismas oligarquías pro­siguen apoderadas del poder. El pueblo, sigue su eterno via crucis.

 

 



[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta: Historia de la acción clerical en el Ecuador, Quito, 1963, pp. 215-217, “La lucha de los trabajadores en la formación de la CTE”, en 28 de Mayo y fundación de la CTE, Quito, 1984, pp. 93-98.

 

 


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