A 80 años de la "Gloriosa"
UNA
REVOLUCIÓN FRUSTRADA: 28 DE MAYO DE 1944[1]
El gobierno de
Arroyo del Río es desastroso.
El imperialismo
yanqui
se empeña en la mutilación territorial del Ecuador,
porque sus compañías petroleras que operan en el Perú, en confabulación
con el militarismo peruano, necesitan de nuestras
tierras orientales para extender y dar mayor unidad a su esfera
de acción en esta parte del continente. Y el gobierno de
Arroyo, junto con el conservadorismo representado por el ministro de Relaciones
Exteriores Tobar Donoso, traidoramente acceden a la
pretensión norteamericana y firman el infame
Protocolo de Río de Janeiro. Se justifica la traición y el imperio de la
fuerza –no obstante de que ésta está proscrita del derecho panamericano– con el
sofisma de la “unidad continental”.
Una nueva
prueba de sumisión a los yanquis: nuestros productos estratégicos –caucho y
palo de balsa sobre todo– son vendidos a precios ínfimos a los Estados Unidos,
mientras que otros países americanos aprovechan la coyuntura de la guerra para aumentar
sus reservas. Esto también se justifica y se dice que se trata de una
contribución para la derrota del nazi–fascismo.
Los
negocios fraudulentos son notorios y los áulicos
del régimen se enriquecen de la noche a la
mañana. Este es el caso de los que se benefician, sin ningún rubor ni vergüenza,
con los bienes expropiados a los nazis alemanes.
El
pueblo, como siempre, está olvidado en su miseria. Y cuando
hace oír su voz airada de protesta, y cuando sale
a las calles y muestra su indignación por la traición a la patria o los desafueros
gubernamentales, es atropellado vilmente
por el soberbio gobernante. Las libertades públicas son
violadas constantemente. Perseguidos por los sabuesos
del régimen –pesquisas
o carabineros– los que no están acordes con el despotismo.
Y
para perpetuar este estado de cosas se prepara
en forma pública y descarada un nuevo fraude electoral, tanto que se da como descontada la victoria del candidato
oficial.
Tal
el panorama del gobierno arroyista.
Para
remediar esta situación insoportable se realiza
una coalición de fuerzas políticas muy amplia,
donde están liberales
y conservadores desafectos al régimen, los partidos de izquierda
y los sectores independientes. Desde el punto de vista de clase,
están por consiguiente allí, terratenientes y capitalistas, las masas obreras y de la pequeña burguesía.
Esto es lo que se llama
Alianza Democrática Ecuatoriana.
El candidato de la coalición es el doctor Velasco Ibarra. Los trabajadores, antes de plegar al levantamiento, se habían puesto en contacto mediante una delegación con Velasco que se hallaba en Colombia, para pedirle que acepte y se comprometa a cumplir un pliego de aspiraciones. Ese pliego contiene ocho puntos, que sintetizados, son los siguientes:
1º Apoyo del
futuro gobierno para la reunión de un Congreso Nacional de
Trabajadores para constituir la Confederación de Trabajadores del Ecuador.
2º
Reconocimiento del Comité Nacional de los
Trabajadores como central nacional hasta que se realice el
Congreso.
3º
Mantenimiento del Código de Trabajo y ampliación
del mismo en beneficio de los trabajadores cuando la CTE
considere conveniente.
4º Reforma de
los Estatutos de la Caja del Seguro para dar entrada en el Consejo de
Administración a una representación igual de obreros y patronos.
Autonomía
absoluta de la Caja del Seguro.
5º Donación
de una casa, imprenta y más útiles necesarios para que la CTE pueda
desenvolver eficaz y libremente sus actividades.
6º Apoyo
económico y social a las comunas indígenas,
sindicatos y cooperativas campesinas. Reconocimiento
legal por parte del Estado del movimiento organizado
de los indígenas.
7º Ampliación
de la democracia, libertad sindical de prensa, de asociación, de
manifestación y expresión libre del pensamiento por todos los medios modernos de
propaganda.
8º Creación
de un verdadero Consejo de Economía en el que tomen parte todas las fuerzas
vivas del país, en especial los trabajadores, cuyos representantes serán
designados por la CTE.
No es mucho lo que se pide como se
puede observar. Velasco, deseoso de ganar el apoyo de la gran fuerza que representan los trabajadores organizados del
país, da su aceptación
a todo lo
solicitado aunque, como se sabe, después hará caso omiso de sus ofrecimientos. Si algo se consigue no es por su voluntad ni dádiva gratuita
de su
parte, sino como resultado de la lucha y sacrificio de las masas populares.
La respuesta de Velasco Ibarra es esta:
Pasto, 29 de marzo de 1944.
J.
M. Velasco Ibarra.
Largo
se podría escribir sobre sus escritos y sobre su conducta
cuando presidente (1934), y más largo todavía sobre su simpatía
y
sinceridad al aceptar las sugerencias. Mas dada la limitación de
este trabajo, pasamos eso por alto.
En
consonancia con la efervescencia popular y la época –derrota
del fascismo y ascenso del movimiento democrático– ahora,
tiene el “corazón a la izquierda”. Alguien dice:
a la cacatúa le han salido plumas rojas.
Ante la
imposibilidad de un triunfo en las urnas, debido al fraude electoral que se prepara, el ejército con el apoyo del pueblo derroca al presidente Arroyo del Río el 28 de mayo de 1944 y Velasco
llega por segunda vez al poder.
Establecido
el compromiso con el candidato presidencial de Alianza Democrática
Ecuatoriana,
los trabajadores y sus organizaciones, dirigidos por
el Comité Nacional, redoblan sus
esfuerzos para derrocar al régimen y no falta su presencia en ninguno de
los actos conducentes a ese objetivo, como por ejemplo
los sepelios de la niña María del Carmen Espinosa y
del estudiante Héctor Pauta, asesinados por los
carabineros en Quito y en Guayaquil respectivamente, que se convierten en manifestación
gigantesca de repudio. Cuando estalla la sublevación militar el día 28 de mayo en la
ciudad de Guayaquil, el Comité Nacional respalda inmediatamente el
movimiento y decreta la huelga general, inclusive, un
gran número de trabajadores empuñan las armas y derraman
su sangre en aras de sus ideales. En Quito, el Comité de
Huelga integrado por dirigentes sindicales y estudiantes
universitarios, ordena el paro el día 29, pese a
que las tropas aquí acantonadas permanecen indecisas y
no se pronuncian todavía. Igualmente, en otras provincias,
con mayor o menor relevancia, los trabajadores participan
activamente en la insurrección.
Es pues,
destacada y brillante la actuación de la clase
obrera y de los trabajadores en general en la insurrección
popular de mayo, constituyendo factor de suma
importancia para la derrota del gobierno de Arroyo del
Río. Una prueba de lo aseverado es el hecho de que el
camarada Pedro Saad, secretario general del Comité Nacional de
los Trabajadores, haya sido nombrado miembro del
Gobierno Provisional Revolucionario de la ciudad de
Guayaquil, centro de la insurrección.
No se puede dejar de manifestar, tampoco, que los trabajadores están orientados por los partidos políticos de izquierda, el Partido Comunista y el Partido Socialista, sobre todo, que asimismo han jugado un papel de primer orden en la insurrección, tanto que Velasco se ve obligado a incluir en su gabinete a ministros de esos dos partidos. A las filas de estos partidos, como ya se dijo, pertenecen los dirigentes más firmes y experimentados. Son ellos los que infunden combatividad en sus organizaciones y los que señalan con mayor certeza los objetivos de la lucha. Son ellos, los principales guías de nuestro movimiento sindical.
La amplitud
de
la movilización popular, la tónica democrática dada a la insurrección
de mayo por los partidos políticos de izquierda,
crean un ambiente propicio para la realización de reformas y
la conquista de reivindicaciones por parte de los
trabajadores, como en pocas etapas de nuestra accidentada
vida republicana. A esto se agrega el favorable panorama
internacional, caracterizado ese momento por la
inminencia de la derrota definitiva de la fiera
fascista, que alienta de esperanzas a los pueblos y pone más cerca de las
masas la plasmación de sus anhelos. Anhelos, inscritos en
la Carta del Atlántico.
Este
ambiente facilita la actividad del Comité Nacional de los Trabajadores,
que
se dedica por entero a la organización del Congreso,
premura que se explica no solo por el vehemente deseo de
forjar la unidad tanto tiempo apetecida, sino porque se
piensa también, que dada la fuerza de las clases
reaccionarias que empiezan a moverse ya en las sombras, que
la situación favorable existente puede desaparecer y no ser muy
duradera. Y es así como muy pronto –a un mes
apenas de la revolución– puede reunirse el
Congreso el día 4 de julio de 1944 en la ciudad de Quito.
Mas, como era
de esperarse en
una conjunción de fuerzas tan distintas, pronto, cada
cual se orienta por su propio camino. Las de izquierda luchan por el
cumplimiento del Programa de la coalición y la
satisfacción de los intereses populares. Las de derecha,
por todo lo contrario.
Ya en la
misma campaña para la elección de diputados
para la Asamblea
Constituyente el clero hace una
furibunda campaña en favor de les candidatos “católicos”,
es decir, de los
conservadores y terratenientes. El arzobispo de Quito y los obispos de
todas las diócesis del país firman una Exhortación de los prelados de la Provincia Ecuatoriana a los católicos
ecuatorianos, con el objeto de señalar “la línea moral que han de seguir los
fieles en el ejercicio del derecho de sufragio”. La tal
“línea moral” es obvia: impedir que asistan a la Asamblea Constituyente “sectarios enemigos de Dios” y que se nieguen “los sagrados e imprescriptibles derechos
de Dios y de su Iglesia”. Impedir pues, en
resumen, que sean elegidos ciudadanos progresistas dispuestos
a luchar por el adelanto nacional y los intereses populares.
Todo esto se hace
rompiendo sin ningún recato el mismo Modus
Vivendi que prohíbe la
intervención del clero en la política. Porque
–así dicen– la intervención
electoral en favor de los conservadores no es política, sino deber moral. Con todo cinismo se apunta en la Exhortación: “Nadie, empero,
nos tilde de que vamos a terciar en luchas políticas partidaristas”.
Sin embargo
de todo
esto, la Asamblea Constituyente resulta con una
mayoría progresista, que dicta la Constitución de
1944-45, que es una de las más democráticas
que ha tenido el Ecuador. Pero, por otro lado,
comete una serie de desaciertos. Con ingenuidad que asombra, concede el voto
al clero, dándole así una mayor oportunidad
para su intervención en la política del país. Crea impuestos
para la construcción de templos y catedrales, que
quebrantan la norma de la separación de la Iglesia y el Estado. No se dicta ni siquiera una mínima Ley
de Reforma Agraria tal como se promete en el Programa de
Alianza Democrática –sin duda creyendo que Velasco la podría elaborar– mientras se alarga en discusiones
de carácter teórico. Y así, otros errores más.
De todo esto se aprovecha la reacción, con Velasco Ibarra a la cabeza, para dar al traste con los
anhelos populares y liquidar la revolución
de Mayo.
Los hechos
se precipitan.
Se rompe la Constitución y se instaura una
implacable dictadura el 30 de marzo de 1946. El izquierdista
de ayer, ya con el corazón a la derecha, persigue
con saña a comunistas y socialistas. Igualmente, al movimiento obrero y a su organismo máximo, la
Confederación de Trabajadores del Ecuador,
una de las conquistas más importantes alcanzadas
por la revolución. El movimiento estudiantil, así mismo, es acosado y
atropellado sin descanso.
La dictadura resulta
efímera. Los desmanes que comete, sus múltiples
desaciertos políticos, la oposición popular todavía considerable, todo esto,
contribuye para que sea derrocada por un golpe militar. Velasco sale del país,
y se convierte, como acostumbra, en el gran ausente.
Su caída no remedia nada.
Las mismas oligarquías prosiguen apoderadas del poder. El pueblo, sigue su
eterno via crucis.
[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta: Historia
de la acción clerical en el Ecuador, Quito, 1963, pp.
215-217, “La lucha de los trabajadores en la formación de la CTE”, en 28 de
Mayo y fundación de la CTE, Quito, 1984, pp. 93-98.
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