domingo, 2 de junio de 2024

Historia de un bofetón

 

HISTORIA DE UN BOFETÓN[1]

 

           Este no es un bofetón cualquiera, sino de aquellos que, por su contundencia social, pasan obligatoriamente a la historia.          

 El autor de este bofetón histórico es el coronel José Luis Alfaro, hermano mayor del caudillo liberal, general Eloy Alfaro. Igual que él, desde temprano, se convierte en un aguerrido luchador en pro de las ideas avanzadas. Alejado del país por el conservadorismo dominante se radica en Centro América, y en la república de El Salvador pierde a su hijo primogénito, fusilado por el tirano Ezeta. Regresa a la patria cuando estalla la revolución de 1895, donde pone su espada al servicio del liberalismo, entrando en campaña de inmediato. Nombrado Director de la Guerra en las provincias del sur, organiza las tropas que toman la ciudad de Cuenca, centro principal de la resistencia conservadora. Y finalmente, en 1898, es separado del cargo de Comandante de Armas de Guayaquil cuando propina el bofetón a Ignacio Robles, gobernador del Guayas. Vuelve a El Salvador, donde fallece.

          Su estadía en el Ecuador, como se ve, es sumamente corta.

          Sin embargo, en este breve lapso, puede ver con preocupación la existencia de una derecha liberal que se opone a todo cambio radical y que mira con malos ojos al ascenso a la presidencia del general Eloy Alfaro.

          Esta rama del liberalismo, formada fundamentalmente por grandes hacendados cacaoteros, cuando no conspira francamente –como en el caso de José María Sáenz y Miguel Seminario que en Lima planean la formación de un gobierno tripartito con el conservador Rafael María Arízaga– sabotea sin ningún escrúpulo las medidas que se toman para vencer al enemigo y radicalizar la revolución. Este es el caso de los ministros Luis Felipe Carbo y Cornelio Vernaza que hacen lo imposible para que fracase la expedición que se prepara para la toma de Cuenca. El coronel Alfaro es testigo de todo esto.

          Manuel de Jesús Andrade –Ecuatorianos notables contemporáneos  afirma lo siguiente sobre la actuación de Carbo y Vernaza:  

Los señores coronel Ullauri y Dr. José Peralta se interesaron vivamente en Guayaquil ante el Consejo de Ministros para que se proporcionase el dinero, armas, vestuarios y pertrechos indispensables para alistar y equipar convenientemente la División del Sur, pero los Ministros Vernaza y Carbo –que parecía abrigaban ocultos fines-  miraron con recelo las tropas del coronel Serrano, que en cualquier emergencia habrían sido leales la General Alfaro, y pusieron mil obstáculos y cortapisas mil, para que el Ejército del Sur no se aprovisionara de los elementos solicitados.[2]

           Ullauri y Peralta, nombrados en el párrafo transcrito, comprenden de inmediato la finalidad de la política de Carbo. El primero piensa que se trata de paralizar la revolución y apartar de ella a los elementos más radicales. El segundo manifiesta en sus Memorias que esa política del paso lento que se perseguía, impide una rápida y profunda transformación revolucionaria, alentando así la resistencia conservadora que causa un gran derramamiento de sangre. Dice que Carbo, alardeando sapiencia repite constantemente el viejo adagio italiano: qui va piano, va lontano, e... va sano!

          Para impedir que se prosiga esta política, junto con otros liberales del puerto, organizan una pequeña asonada que produce la caída del ministro omnipotente, pues el pueblo guayaquileño que intuye la equivocación de este camino, la apoya con entusiasmo.  El coronel José Luis Alfaro está con los contrarios de Carbo.



          Empero, el Jefe Supremo, que confía excesivamente en Carbo, desaprueba el motín. Su sobrada bondad, y su conocida política de perdón y olvido, son quizá, una de sus equivocaciones. Muchos de los perdonados, apenas libres, como Pedro Lizarzaburo por ejemplo, vuelven a la cruzada.

          Al respecto, el coronel Alfaro, en carta de 22 de abril de 1896, dice esto a Peralta:  

La manifestación que U. me hace en unión de los queridos amigos Malos, Valdivieso y Ullauri en pro de nuestra causa y de nuestro Caudillo, me ha rejuvenecido y hecho palpitar mi corazón de júbilo y agradecimiento; gracias. Rodeados de hombres de la valía de Us. es imposible que la patria vuelva a caer en las manos de sus sacrílegos hijos. Cierto que la lenidad de mi hermano alienta aún las conspiraciones, pero como los hilos de estas llegan inmediatamente a nuestras manos, abortan y ahí queda todo.[3]  

          Las conspiraciones, en efecto, están a la orden del día. Y, por desgracia, no siempre abortan.

          Y junto a las conspiraciones, abortadas o no, viene gestándose el bofetón del coronel Alfaro.

          El bofetón, propinado al gobernador Ignacio Robles, se produce en el mes de abril de 1898.

          ¿Quién es Ignacio Robles?


          Es hijo del presidente Robles. Es gran hacendado, banquero y comerciante: dueño de las haciendas “Puca” en Balzar y “La Candelaria” en Daule, accionista y presidente del Banco del Ecuador, miembro de la Cámara de Comercio de Guayaquil. Es pariente de Luis Felipe Carbo y pertenece a los círculos aristocratizantes del puerto. Una hija suya está casada con un hijo del general Vernaza, cuyas actuaciones han sido criticadas, tanto en el gobierno de Veintemilla como en el de Alfaro. Más tarde, una de sus nietas, contraería matrimonio con el poderoso banquero Francisco Urbina Jado.

          Es, por tanto, todo un potentado. Por esto, cuando es apresado y recibe el bofetón de Alfaro, la grita y la protesta de la clase alta son ensordecedoras. El Municipio de Guayaquil, integrado por latifundistas y banqueros como Lautaro Aspiazu, José Sánchez Bruno, Enrique Gallardo y Eduardo Game, se pone a la cabeza del alboroto.  El presidente Alfaro deplora el hecho y ordena la libertad de Robles, pero éste orgulloso y engreído – ya que según afirma el coronel Carlos Andrade en sus Recuerdos de la guerra civil, él y su pariente Carbo, se atribuyen el mérito de la revolución- renuncia al cargo de gobernador porque dice no haber recibido el suficiente apoyo que el principio de autoridad “necesita para mantenerse en la majestad y brillo que le corresponden para la salvación de las instituciones sociales”.[4]

          El acusado se defiende y expresa lo siguiente en una proclama dirigida al pueblo guayaquileño: “Acato la ley y respeto a los jueces que van a juzgarme; pero el Juez Supremo de mi conciencia nada me dice que pueda hacerme inclinar la frente…” Y afirma que su vindicación se realizará “el día no lejano en que arrojen la careta los que hoy todavía urden revolucionarios planes”.[5]

          Se sigue un Consejo de Guerra contra José Luis Alfaro cuyo resultado final se desconoce. El historiador Robalino Dávila, a pesar de que se le despoja de su cargo y se ve obligado a salir del país por el bofetón a un conspirador, con manifiesta parcialidad dice que “todo quedó impune y en la sombra, como siempre bajo el Régimen Alfarista que corrompió tanto a nuestro pueblo”.[6] Lo que si ha quedado en profunda sombra, en impenetrable secreto, es la conspiración de Robles y sus seguidores.

          No cesan los ajetreos conspirativos contra Alfaro. Cada vez la derecha liberal se va acercando más y más a los conservadores. En 1906 y 1907 la unidad y la colaboración son claras y evidentes. Y por fin, en 1912, algunos “gran cacao” guayaquileños participan en los combates, y los más permanecen como espectadores, esperando el desenlace. Desenlace enrojecido con la sangre de Alfaro y sus tenientes.

          Ya sin el obstáculo del alfarismo la puerta queda abierta para la conciliación, tarea llevada a cabo con singular destreza por el presidente Leonidas Plaza, que así pone fin a toda posibilidad de transformaciones revolucionarias.

          El bofetón del coronel José Luis Alfaro, más que contra el señor Ignacio Robles, es un bofetón dirigido contra la derecha liberal conciliadora.

 


 



[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia ecuatoriana, t. 1, Editorial de la CCE, Quito, 2007, pp. 509-513.

[2] Manuel de Jesús Andrade, Ecuatorianos notables contemporáneos, Departamento de Publicaciones de la Universidad de Guayaquil, Guayaquil, 1976, p. 462.

[3] Cartas a José Peralta (inédito). Archivo del autor.

[4] Luis Robalino Dávila, Alfaro y su primera época, t. I, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1968, p. 146.

[5] Idem.

[6] Idem, p. 147.

No hay comentarios:

Publicar un comentario