HISTORIA DE UN BOFETÓN[1]
Su estadía en el Ecuador,
como se ve, es sumamente corta.
Sin embargo, en este breve
lapso, puede ver con preocupación la existencia de una derecha liberal que se
opone a todo cambio radical y que mira con malos ojos al ascenso a la
presidencia del general Eloy Alfaro.
Esta rama del liberalismo,
formada fundamentalmente por grandes hacendados cacaoteros, cuando no conspira
francamente –como en el caso de José María Sáenz y Miguel Seminario que en Lima
planean la formación de un gobierno tripartito con el conservador Rafael María
Arízaga– sabotea sin ningún escrúpulo las medidas que se toman para vencer al
enemigo y radicalizar la revolución. Este es el caso de los ministros Luis
Felipe Carbo y Cornelio Vernaza que hacen lo imposible para que fracase la
expedición que se prepara para la toma de Cuenca. El coronel Alfaro es testigo
de todo esto.
Manuel de Jesús Andrade –Ecuatorianos notables contemporáneos– afirma lo siguiente sobre la actuación de Carbo y Vernaza:
Los señores coronel Ullauri y Dr. José Peralta se
interesaron vivamente en Guayaquil ante el Consejo de Ministros para que se
proporcionase el dinero, armas, vestuarios y pertrechos indispensables para
alistar y equipar convenientemente la División del Sur, pero los Ministros
Vernaza y Carbo –que parecía abrigaban ocultos fines- miraron con recelo las tropas del coronel
Serrano, que en cualquier emergencia habrían sido leales la General Alfaro, y
pusieron mil obstáculos y cortapisas mil, para que el Ejército del Sur no se
aprovisionara de los elementos solicitados.[2]
Para impedir que se prosiga
esta política, junto con otros liberales del puerto, organizan una pequeña
asonada que produce la caída del ministro omnipotente, pues el pueblo
guayaquileño que intuye la equivocación de este camino, la apoya con
entusiasmo. El coronel José Luis Alfaro
está con los contrarios de Carbo.
Empero, el Jefe Supremo, que
confía excesivamente en Carbo, desaprueba el motín. Su sobrada bondad, y su
conocida política de perdón y olvido,
son quizá, una de sus equivocaciones. Muchos de los perdonados, apenas libres,
como Pedro Lizarzaburo por ejemplo, vuelven a la cruzada.
Al respecto, el coronel Alfaro, en carta de 22 de abril de 1896, dice esto a Peralta:
La manifestación que U. me hace en unión de los queridos amigos Malos, Valdivieso y Ullauri en pro de nuestra causa y de nuestro Caudillo, me ha rejuvenecido y hecho palpitar mi corazón de júbilo y agradecimiento; gracias. Rodeados de hombres de la valía de Us. es imposible que la patria vuelva a caer en las manos de sus sacrílegos hijos. Cierto que la lenidad de mi hermano alienta aún las conspiraciones, pero como los hilos de estas llegan inmediatamente a nuestras manos, abortan y ahí queda todo.[3]
Las conspiraciones, en
efecto, están a la orden del día. Y, por desgracia, no siempre abortan.
Y junto a las
conspiraciones, abortadas o no, viene gestándose el bofetón del coronel Alfaro.
El bofetón, propinado al
gobernador Ignacio Robles, se produce en el mes de abril de 1898.
¿Quién es Ignacio Robles?
Es hijo del presidente
Robles. Es gran hacendado, banquero y comerciante: dueño de las haciendas “Puca”
en Balzar y “La Candelaria” en Daule, accionista y presidente del Banco del
Ecuador, miembro de la Cámara de Comercio de Guayaquil. Es pariente de Luis
Felipe Carbo y pertenece a los círculos aristocratizantes del puerto. Una hija
suya está casada con un hijo del general Vernaza, cuyas actuaciones han sido
criticadas, tanto en el gobierno de Veintemilla como en el de Alfaro. Más
tarde, una de sus nietas, contraería matrimonio con el poderoso banquero
Francisco Urbina Jado.
Es, por tanto, todo un
potentado. Por esto, cuando es apresado y recibe el bofetón de Alfaro, la grita
y la protesta de la clase alta son ensordecedoras. El Municipio de Guayaquil,
integrado por latifundistas y banqueros como Lautaro Aspiazu, José Sánchez
Bruno, Enrique Gallardo y Eduardo Game, se pone a la cabeza del alboroto. El presidente Alfaro deplora el hecho y
ordena la libertad de Robles, pero éste orgulloso y engreído – ya que según
afirma el coronel Carlos Andrade en sus Recuerdos
de la guerra civil, él y su pariente Carbo, se atribuyen el mérito de la
revolución- renuncia al cargo de gobernador porque dice no haber recibido el
suficiente apoyo que el principio de autoridad “necesita para mantenerse en la
majestad y brillo que le corresponden para la salvación de las instituciones
sociales”.[4]
El acusado se defiende y
expresa lo siguiente en una proclama dirigida al pueblo guayaquileño: “Acato la
ley y respeto a los jueces que van a juzgarme; pero el Juez Supremo de mi
conciencia nada me dice que pueda hacerme inclinar la frente…” Y afirma que su
vindicación se realizará “el día no lejano en que arrojen la careta los que hoy
todavía urden revolucionarios planes”.[5]
Se sigue un Consejo de
Guerra contra José Luis Alfaro cuyo resultado final se desconoce. El
historiador Robalino Dávila, a pesar de que se le despoja de su cargo y se ve
obligado a salir del país por el bofetón a un conspirador, con manifiesta
parcialidad dice que “todo quedó impune y en la sombra, como siempre bajo el
Régimen Alfarista que corrompió tanto a nuestro pueblo”.[6] Lo que si ha quedado en
profunda sombra, en impenetrable secreto, es la conspiración de Robles y sus
seguidores.
No cesan los ajetreos
conspirativos contra Alfaro. Cada vez la derecha liberal se va acercando más y
más a los conservadores. En 1906 y 1907 la unidad y la colaboración son claras
y evidentes. Y por fin, en 1912, algunos “gran cacao” guayaquileños participan
en los combates, y los más permanecen como espectadores, esperando el
desenlace. Desenlace enrojecido con la sangre de Alfaro y sus tenientes.
Ya sin el obstáculo del
alfarismo la puerta queda abierta para la conciliación, tarea llevada a cabo
con singular destreza por el presidente Leonidas Plaza, que así pone fin a toda
posibilidad de transformaciones revolucionarias.
El bofetón del coronel José
Luis Alfaro, más que contra el señor Ignacio Robles, es un bofetón dirigido
contra la derecha liberal conciliadora.
[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia
ecuatoriana, t. 1, Editorial de la CCE, Quito, 2007, pp. 509-513.
[2] Manuel de Jesús Andrade, Ecuatorianos
notables contemporáneos, Departamento de Publicaciones de
[3] Cartas a José Peralta
(inédito). Archivo del autor.
[4] Luis Robalino Dávila, Alfaro
y su primera época, t. I, Editorial Casa de
[5] Idem.
[6] Idem, p. 147.
No hay comentarios:
Publicar un comentario