viernes, 7 de agosto de 2015

La actuación de próceres y seudopróceres en la Revolución del 10 de Agosto de 1809











PRÓLOGO


La contribución de Oswaldo Albornoz Peralta para el esclarecimiento de nuestra historia nacional es ampliamente reconocida, especialmente en problemáticas poco o nada tratadas por otros autores, con un enfoque sociológico que va más allá de los simples hechos, descubriendo la compleja trama de relaciones sociales que se entreteje en el accionar de sus actores, como exige la verdadera ciencia social.

De los múltiples temas tratados a lo largo de su prolífica actividad investigativa, el de la Independencia es uno de los que más le apasionó.

Ya desde la Historia de la acción clerical en el Ecuador[1] deja trazadas las ideas centrales que posteriormente desarrollará en varios trabajos: los factores internos y externos del movimiento libertario, las clases y sectores sociales en pugna, los intereses que defienden y reivindicaciones que persiguen, la variopinta ideología y confrontación de ideas que les impulsa a tomar una u otra posición en el proceso, las  traiciones de los falsos próceres. Paralelamente en La oposición del clero a la Independencia americana,[2] hace similar análisis, pero para todas las colonias que, una vez conseguida la libertad, constituirían la América Latina.

En Las luchas indígenas en el Ecuador,[3] dedica todo un capítulo al análisis de la participación de los indios en las batallas por la independencia nacional, siendo posiblemente el primero en la historiografía ecuatoriana que desentraña este complejo proceso: hechos como su actuación el 2 de agosto de 1810, en la campaña militar de 1812, en las jornadas del 9 de octubre de 1820, o de noviembre  del mismo año en Cuenca. La inmolación de los héroes Chambi y Lamiña, salvajemente decapitados y expuestas sus cabezas en el Mesón de San Blas en Quito, la valiosa contribución del jefe shuar Pinchopata, o del héroe de Sidcay Manuel Castillo Paucar, de los caciques cuzqueños Farfán, Escobedo y Álvarez, o del pueblo cañari participando masivamente en juntas electorales para designar sus diputados que luego promulgarán la Constitución de la República de Cuenca, se traslucen en estas páginas. Analiza también la pasividad de grandes sectores de indígenas en el proceso independentista, especialmente en su primera etapa, dado el contrapuesto interés de éstos con el de sus explotadores, los terratenientes criollos.

La recepción, difusión, adaptación y desarrollo de las ideas avanzadas de la época es uno de los aspectos a los que mayor atención prestó.

En un pequeño estudio sobre la destacada actuación de José Mejía Lequerica rescata su ideario democrático,[4] reclamando al mismo tiempo la reivindicación que se merece en nuestra historia. Más tarde en El pensamiento avanzado de la emancipación. Las ideas del prócer Luis Fernando Vivero[5] explica detenidamente las influencias ideológicas que inspiraron las luchas libertarias y que sirvieron de base para la formación de los nacientes estados latinoamericanos. Concretamente, la gran difusión de las ideas liberales de la ilustración ─en lo económico, político y filosófico─ en la Real Audiencia de Quito, desmitificando los antojadizos enfoques de quienes sostienen que estas ideas no tuvieron nada que ver en el magno hecho histórico, con el afán de abogar por la falsa tesis que el tomismo y otras concepciones de la Iglesia católica fueron sus propulsoras espirituales esenciales. Demuestra que desde el inicio de la revolución liberadora, “Frente al tibio autonomismo de los marqueses en la gesta iniciada en Agosto de 1809, se alza el pensamiento auténticamente libertario alentado por los filósofos franceses, el pensamiento de Morales, Rodríguez, Antonio Ante, Quiroga, Mariano Castillo, Francisco Calderón y numerosos otros”.[6]

Además, en esta obra deja establecida una de las mayores limitaciones del proceso de independencia latinoamericana: “con la independencia, el latifundismo en el Ecuador se extiende en forma considerable a costa del despojo de los campesinos, siendo este hecho su aspecto más negativo”,[7] pues “Se pugna  únicamente por suprimir determinados aspectos y lacras del  latifundismo americano ─mitas, mayorazgos, censos y la gran concentración de tierras eclesiásticas─ pero nunca, ni siquiera se propone la erradicación total del feudalismo como modo específico de producción. Y esto tiene una inmensa trascendencia histórica: al quedar en pie el latifundio se retrasa por largos, larguísimos años, el desarrollo económico de la nación. La demolición de sus cimientos, y su agonía, durará hasta nuestros propios días”.[8] Y haciendo el balance de las transformaciones sociales, concluye que “Hay sin ninguna duda, una evidente disparidad entre los insignificantes cambios de la estructura económica de la sociedad y el gran avance ideológico de carácter burgués que se ha efectuado. Tal avance se explica, porque es producto de una amplia politización de sectores populares participantes en la cruenta guerra de liberación nacional ─del ejército sobre todo─ que no puede menos que producir esos resultados”.[9]

En 1990 publica Bolívar: visión crítica,[10] profundo estudio sobre el pensamiento del Libertador ─que por su calidad se hace merecedor del Premio Mejía del Ilustre Municipio de Quito a la mejor obra en historia de ese año─, donde profusamente devela el carácter reaccionario de los terratenientes involucrados irremediablemente en la vorágine libertaria. Nuevamente demuestra la amplia difusión de las ideas modernas y de la ilustración a lo largo de todo el continente americano y la denodada controversia cuando las fuerzas sociales en pugna tienen que concretar en reivindicaciones sociales gran parte de sus postulados: la soberanía y la unidad regional, el acuciante problema de la tierra, la posición de los próceres y patriotas respecto a la lacra humana de la esclavitud en nuestras sociedades, el problema de la democracia y la dictadura como alternativas en el nuevo régimen de gobierno, en definitiva, un enfoque dialéctico del intrincado proceso fundacional de las nuevas naciones latinoamericanas.

Con motivo de los 250 años del nacimiento de Espejo publica en 1997 un estudio[11] en homenaje al ilustre revolucionario, en el que lo califica como el espíritu más avanzado de la ilustración en el siglo XVIII quiteño. Destaca su labor de suscitador, al crear las primeras organizaciones de la libertad: la Escuela de la Concordia y la Sociedad Amigos del País, y de sembrador de los ideales de la ilustración en receptivos discípulos ─José Mejía, Miguel Antonio Rodríguez, Juan de Dios Morales y Antonio Ante─ que superarían  en radicalismo al maestro. Además, reconstruye el ambiente colonial de peligro, censura y represión en que tiene que moverse con suma cautela el Chúzig para poder expresar y divulgar su ideario político que resume en tres postulados fundamentales: independencia conjunta de todas las colonias españolas, independencia plena y no simple autonomía y sistema republicano opuesto a la monarquía como postulados que, en el desenlace de la gesta independentista, se impondrían en Nuestra América.

En la misma década, la última de su producción intelectual, prosigue profundizando sobre importantes aspectos del proceso de la emancipación en una serie de pequeños ensayos, temas, en su criterio, no tratados como ameritan por la historiografía nacional: el papel de la Inquisición española y la persecución a los primeros simpatizantes de las ideas liberales en nuestro país, las Actas secretas y Exclamaciones, de que se valen la aristocracia criolla vacilante y el alto clero para salvar sus cabezas cuando participan en las sublevaciones, el realismo de gran parte de los criollos y el temor al pueblo, la actitud de los cabildos coloniales en la independencia, el homenaje a dos sacerdotes de valía, verdaderos patriotas del 10 de Agosto, y el singular caso del primer legislador indígena. Sin faltar entre ellos un ameno trabajo titulado Subasta de marquesitas y aristócratas, en el que con fina ironía revela el oportunismo del criollismo terrateniente, casando a sus hijas con los oficiales de alta graduación de los ejércitos libertarios para defender sus bienes y convertirles en instrumento armado de sus intereses económicos. Además, los entronques familiares que surgen de estas nuevas alianzas para controlar el poder político del Estado constituido en 1830. Publicados recientemente todos ellos en Páginas de la historia ecuatoriana,[12] completan su aporte investigativo sobre nuestra primera independencia, que permitió a nuestros pueblos dejar atrás, lenta y tortuosamente, la sociedad colonial impuesta por España con toda su carga negativa.

Entre sus últimos estudios, como previendo que con motivo del bicentenario de la independencia de los pueblos latinoamericanos se despertaría un inusitado interés y abundarían las publicaciones sobre los más diversos aspectos de este período clave de nuestra historia, escribe éste que ha permanecido inédito y que hoy presentamos, dirigido a esclarecer la esencia clasista de los sectores dominantes de nuestra sociedad colonial que, con su accionar político, no sólo determinarían el rumbo del proceso emancipador, sino también el de la conformación del joven Estado ecuatoriano con todas sus secuelas estructurales. En apretada síntesis analiza el intrincado tejido de relaciones de poder que convierten a la antigua Real Audiencia de Quito en una sociedad de inequidad extrema, dominada por una seudo aristocracia terrateniente ─conformada por un pequeño círculo de familias─ mediante la instauración del Estado oligárquico que frenó el desarrollo social del país, aspecto clave para comprender las causas de agudos problemas sociales que generarían, a lo largo de nuestra vida republicana, nuevas protestas, sublevaciones y revoluciones. Con la meticulosidad de las pruebas empíricas pacientemente reunidas a lo largo de años, demuestra como la propiedad y el poder, los intereses económicos y políticos, se entrelazan para ir configurando la estructura social sobre la cual se levanta el nuevo Estado ecuatoriano.

Valorando en su justa medida el inmenso acontecimiento histórico acaecido hace dos siglos, Oswaldo Albornoz Peralta nos presenta a lo largo de su obra un complejo y rico panorama del mismo, destacando el heroísmo de los sectores populares y el pensamiento democrático y avanzado de abnegados patriotas, pero también las mezquindades y limitaciones de otros sectores sociales que a la postre determinaron el curso de nuestra historia al controlar el poder político, garantía para la defensa de sus intereses económicos y freno de un desarrollo adecuado al sentir de las grandes mayorías.

La honestidad del investigador social en el esclarecimiento de la verdad, está lejos de todo cálculo, aunque incomode especialmente a aquellos que desde un positivismo unilateral, resaltan sólo lo que parece conveniente. La dialéctica como método científico no comulga con ese tipo de conveniencias.

Jorge Núñez Sánchez en esa misma línea, a través de su profundo conocimiento de nuestra historia, llega en estos días de recordación bicentenaria a similares conclusiones: “hubo también revoluciones anticoloniales de corte conservador, dirigidas por una clase dominante local, que buscaron romper la dependencia externa, pero prefirieron preservar intacta la estructura interna de dominación social. La más notoria de esas “revoluciones de corte conservador” fue la independencia de los EE. UU., donde los colonos blancos se liberaron del dominio inglés, pero manteniendo intocado el sistema esclavista que les favorecía, al que convirtieron en una de sus ventajas productivas y comerciales.” Y, al calificar lo que aconteció al sur, dice nada menos que esto: “Algo similar ocurrió en Hispanoamérica, donde la clase criolla buscó emanciparse de la dominación española, pero en general preservó cuidadosamente el sistema de dominación interna resultante del dominio colonial europeo. Esa clase, heredera de los antiguos conquistadores y colonos españoles, era para entonces la dueña de todos los recursos fundamentales: tierras, minas, obrajes, batanes y mecanismos de comercio. Detentaba también el poder cultural, la preeminencia social y los cargos inferiores del poder político. Pero ansiaba controlar la cabeza del poder, hasta entonces en manos de los funcionarios chapetones, muchos de los cuales venían de España con ansia de enriquecimiento pronto y fácil.” Y si esa fue la tónica en las otras colonias españolas, también “nuestra independencia fue revolucionaria hacia afuera, en cuanto rompió las ataduras coloniales y dio a luz nuevas naciones independientes. Pero fue profundamente conservadora hacia adentro, pues en general no se propuso cambiar el brutal sistema de dominación existente, por el cual millones de indios, negros y mestizos gemían en minas, haciendas u obrajes,  bajo el látigo de implacables capataces.”[13]

De ahí que, continúa Jorge Núñez, “Resulta imperativo aclarar estas verdades a la hora del Bicentenario, no para disminuir la importancia de la lucha de nuestros próceres, sino para entender mejor sus límites políticos e incluso las causas de su fracaso militar, porque resulta evidente que otro hubiera sido el poder de las fuerzas quiteñas si hubiesen contado a su favor con el respaldo de esos millones de trabajadores indígenas y negros, a los que nadie convocó a luchar por la independencia.”[14]

Oswaldo Albornoz Peralta, historiador comprometido con ese quehacer científico, cumple a cabalidad el imperativo planteado, como podrá comprobar el amable lector al recorrer las páginas de este pequeño libro, que lo llevará por los insospechados caminos de la transformación social iniciada ese glorioso 10 de Agosto de 1809.

 César Albornoz

Quito, 2009








LA ACTUACIÓN DE PRÓCERES Y SEUDOPRÓCERES EN LA REVOLUCIÓN DEL 10 DE AGOSTO DE 1809

 
Los aristócratas criollos, algunos con sendos títulos de nobleza, participan activamente en nuestro movimiento de emancipación, siendo algunos de ellos sus más altos dirigentes tanto en el campo político como en el campo militar. Todos son dueños de grandes haciendas de índole feudal diseminadas a lo largo y a lo ancho del suelo ecuatoriano. Es decir, forman o constituyen la clase terrateniente, cuyo poder social se basa principalmente en el dominio de la tierra. La inmensa mayoría de sus miembros, salvo casos excepcionales, están ligados por parentesco. Y conseguida la independencia, esa misma mayoría, ocupa los cargos más importantes del nuevo Estado.

Aquí, elaboraremos un pequeño listado de los personajes más destacados de la gesta emancipadora, señalando, en lo posible, sus propiedades territoriales y otros bienes vinculados con la economía agraria, para al final poder sacar algunas conclusiones. Los enumeraremos por orden alfabético.

Vicente Aguirre Mendoza

Es hijo político de Juan Pío Montúfar, presidente de la Junta Suprema formada a raíz de la revolución del 10 de Agosto de 1809, pues está casado con su hija Rosa Montúfar Larrea.

Es prócer de última hora. Se adhiere al bando patriota después de la revolución del 9 de Octubre de 1820 realizada en Guayaquil. Antes, conforme prueba documentadamente el doctor Manuel María Borrero en su libro Quito, Luz de América, sirve con entusiasmo a la causa española. Tiene “la cobardía de incorporarse a los mulatos de Lima, como edecán del detestable Arredondo, apenas se proclamara la contrarrevolución en Riobamba”.[15]

Es dueño de las siguientes haciendas, según consta en el libro Estructura Agraria de la Sierra Centro-Norte: Chillo, Turubamba y Pinllacoto en la provincia de Pichincha, y Tigua, en la de Cotopaxi. A estas propiedades hay que añadir el gran latifundio de Mindo donde instala un ingenio de azúcar. Y en su obraje que tiene en Chillo, en 1832, establece una fábrica textil moderna.

Sus hijos, Carlos Aguirre y Montúfar y Juan Aguirre y Montúfar, aumentan grandemente el patrimonio familiar. Comparten la propiedad de quince haciendas en Imbabura, Pichincha y Cotopaxi.

El poder político de esta familia es igualmente grande y prolongado. Nuestro “prócer” es ministro del presidente Noboa y su hermano Francisco es vicepresidente en la segunda administración del general Flores. Su hijo Carlos, casado con Virginia Klinger Serrano, es ministro de García Moreno en su primera administración. Su hermana María es abuela de Javier León y Chiriboga, otro ministro del presidente que acabamos de nombrar. Y por fin, su nieta Virginia Klinger Aguirre, es esposa de Rafael Barba Jijón, ministro del presidente Luis Cordero.

Vicente Álvarez y Torres

Es secretario particular del presidente Juan Pío Montúfar y, como tal, de la Junta Suprema. Aunque en el Informe de Núñez del Arco conste como insurgente seductor, la verdad es que colabora con entusiasmo para la rendición y entrega del gobierno revolucionario al conde Ruiz de Castilla. Hombre de su confianza, el traidor conde de Selva Florida, le comisiona para exigir que las tropas patriotas presten juramento de fidelidad a Fernando Séptimo.

Es dueño de cinco haciendas: Amboasí en Pichincha y Huachi, San Javier, Pachanqui y Guayrapata en Tungurahua. Pero si esto no es mucho, las propiedades de la familia en su conjunto ─hermanos y descendientes de estos─ es verdaderamente impresionante según aparece en Estructura Agraria de la Sierra Centro-Norte. Basta citar el caso de su hermano José, poseedor de veintiséis haciendas en cuatro provincias: Imbabura, Pichincha, Cotopaxi y Tungurahua.

Naturalmente, está entroncado con las familias latifundistas más poderosas. Por ejemplo, su sobrina Josefa Álvarez Villacís ─hija de su hermano José─ está casada con Manuel Gómez de la Torre y Gangotena, ministro de Roca y Borrero y hermano de Teodoro Gómez de la Torre y Gangotena, ministro de Urbina. Otros familiares están emparentados con los Valdivieso y Carcelén.

Tampoco, la familia está alejada del poder político. Su sobrino Mariano Álvarez Villacís ocupa el cargo de ministro a raíz de la transformación del 6 de marzo de 1845. Su hermano, Gabriel Álvarez Villacís, es padre de Teresa Álvarez Tinajero, esposa del general José María Sarasti, ministro de Caamaño y Cordero. Su esposa Rosario Arteta y Borja, es sobrina del vicepresidente de Jerónimo Carrión, Pedro José Arteta Calisto. Una hermana de su mujer, Leticia Arteta y Borja, está casada con Manuel Pérez Pareja, hermano de Rafael Pérez Pareja, miembro del Pentavirato de 1883. Y ya hablamos de los ligámenes con los Gómez de la Torre, cuya presencia política se ha extendido hasta el presente siglo por medio de sus descendientes.

Pedro José Arteta y Calisto

Consta como prócer en el diccionario de Próceres de la independencia de Manuel de Jesús Andrade. Empero, su procerato es por demás pequeño, porque su actuación es posterior a la batalla de Pichincha. El doctor Julio Tobar Donoso, en una semblanza biográfica, dice que con el grado de capitán de milicias concedido por Bolívar, “dio muestras de patriotismo y de su valor en la lucha que sostuvo el Jefe realista Agualongo, en persecución del cual fue, a las órdenes del general Salem, hasta Pasto”,[16] de donde regresa a Quito para graduarse de abogado. Esto es todo. Otros miembros de su familia, como sus hermanos Ignacio y José María, son realistas y combaten con ardor contra la independencia patria.

Sus haciendas, todas en Pichincha, son las siguientes: “Cotocollao 8, San Agustín de Pasochoa, San Antonio de Pasochoa, Yama-Compañía, Yura-Compañía”.[17] A esto, seguramente, habría que añadir las propiedades de sus tres esposas, Dolores Villacís, Josefa Jijón y Vivanco y Juana Arteta, ya que todas proceden de ricas familias terratenientes. Los otros familiares, los Arteta Calisto y sus descendientes, son igualmente grandes latifundistas.

Durante toda su vida, Pedro José Arteta, ocupa cargos elevados. Es legislador numerosas veces. Es ministro de Relaciones Exteriores, aunque por pocos días, de Vicente Rocafuerte. Es miembro del Gobierno Provisorio de 1859, del cual tiene que renunciar por ser tachado de floreano. Y, finalmente, es vicepresidente, en el gobierno de Jerónimo Carrión.

El poder político de la familia es largo. Su segunda esposa, Josefa Jijón y Vivanco, es hermana de la mujer del presidente Juan José Flores. Es primo del presidente Diego Noboa, hijo de su tía Ana Arteta y Larrabeytia. Su hermana, Mariana Arteta y Calisto, está casada con Bernardo León y Carcelén, primo de Juan Bernardo León y Cevallos, vicepresidente de Vicente Rocafuerte. Su hermana, María Antonia Arteta  y Calisto, es casada con Francisco López Arboleda, hijo de Manuel López Escobar, ministro de Rocafuerte. Su sobrina, Leticia Arteta y Borja, hija de su hermano José María ya nombrado, es esposa de Manuel Ignacio Pérez Pareja, hermano de Rafael Pérez Pareja, miembro del Pentavirato de 1883. Pasamos por alto otros parentescos menores y más lejanos.

Melchor Benavides y Loma

Es miembro de la Junta Suprema y como tal se confabula con los otros integrantes de esa organización para devolver el poder al gobierno español como efectivamente se hace.

Es propietario de las haciendas Tiopullo, Guaytacama, Pilapuchín, Sigchos y Patoa en la provincia de Cotopaxi, y tierras en el Batán, aledañas a la ciudad de Quito. Además, según consta en el libro Las mitas en la Real Audiencia de Quito del profesor Aquiles Pérez, compra a la Junta de Temporalidades Tontapi Grande y Tontapi Chiquito, propiedades expropiadas a los jesuitas a raíz de su expulsión en 1767.

El poder político de la familia es lateral, pues proviene de su hermana Mariana Benavides y Loma, que se liga mediante matrimonio con un Lizarzaburo, perteneciente a una familia de terratenientes con gran poder en la provincia de Chimborazo. Nieto de ella es Pedro Lizarzaburo y Borja, miembro del Gobierno Provisional de 1883 y ministro del presidente Luis Cordero y de las transitorias administraciones de Lucio Salazar y Carlos Matheus que le suceden. Don Pedro ─a quien algunos dan el grado de general─ es tío de Julio Román Lizarzaburo, ministro de Alfaro en su segunda administración. Tío asimismo de Agustín Guerrero Lizarzaburo, ministro del presidente Borrero y miembro del Gobierno Provisorio de 1883. Y por fin, su sobrina nieta Ana Román Lizarzaburo, está casada con Pacífico Villagómez Borja, ministro del general Alfaro.

Melchor Benavides sólo tiene un hijo que muere niño. Su esposa es María Ignacia Villacís y Freire ─desheredada “expresamente” por mala conducta según el doctor Fernando Jurado Noboa[18]─ pertenece a una familia de ricos terratenientes.

Felipe Carcelén, marqués de Solanda

Este noble es uno de los más notorios traidores, pues está en la Junta Suprema por expresa disposición del conde Ruiz de Castilla. En la acusación fiscal de Tomás de Arechaga se dice que él y Juan José Guerrero siguieron en sus empleos con “anuencia de V. E. que conociendo sus buenas intenciones, les previno que continuasen en aquellas ocupaciones para no hacerse sospechosos a los insurgentes, y poder obrar por consiguiente por la buena causa a su debido tiempo y con subjesion (sic) a las superiores órdenes de V.E.”.[19] No hay para que decir que las superiores órdenes se cumplen con entusiasmo y disciplinadamente.

El general español Toribio Montes, presidente de la Real Audiencia de Quito, le premió en 1814 con el grado de teniente coronel de milicias por sus servicios a la causa realista.

Es dueño, según consta en algunos estudios, de las siguientes propiedades ubicadas en Pichincha e Imbabura: El Deán, Chisinche, San Antonio de Turubamba, San Pedro, La Calera, Ocampo, Sigsicunga y La Banda. También es propietario de obrajes. Y su señora, Teresa Larrea Jijón, es poseedora de algunas haciendas.

El marqués aprecia con desmesura los bienes mencionados, pues según el historiador venezolano Ángel Grisanti, ofrece al mariscal Sucre a su hija Mariana como esposa, para que la espada del héroe ─así dice─ sea salvaguardia de sus valiosas propiedades. Desde luego, otros nobles, aunque más recatadamente, hacen igual cosa con sus hijas casaderas.

El poder político del marqués de Solanda ─que muere en 1823─, se extiende a través de sus descendientes. Luis Felipe Barriga Carcelén, hijo de Mariana Carcelén Larrea ─que como se sabe contrae nupcias con el general Barriga una vez que es asesinado Sucre─ se casa con Josefina Flores Jijón, hija del presidente Juan José Flores. Su otra hija Rosa Carcelén Larrea, es casada con su pariente José Javier Valdivieso y Sánchez de Orellana, que llega a ser Encargado del Poder en 1851. Las hijas de esta pareja, Isabel y Mercedes Valdivieso Carcelén, están casadas con Javier Eguiguren y Emilio Gangotena y Posee respectivamente, el primero ministro de Hacienda de García Moreno y el segundo ministro de Alfaro. Y otra hija del marqués, también de nombre María, es esposa de otro pariente suyo, José Modesto Larrea y Carrión, con vínculos políticos más extensos que los anteriores, que veremos luego, cuando tratemos de su padre Manuel Larrea Jijón.

José Fernández Salvador

Es miembro de la Sala de lo Civil del Senado creado por los patriotas luego de la revolución del 10 de Agosto de 1809. Poco después, cumpliendo una comisión de la Junta Suprema ante el gobernador Cucalón de la ciudad de Guayaquil, se pasa a las filas contrarrevolucionarias e invita a su compañero, marqués de Villa Orellana para que imite su paso traidor. El historiador conservador Pablo Herrera dice que “sirvió al rey con fidelidad, pero después de la batalla de Pichincha abrazó la causa de la independencia con entusiasmo y aceptó los empleos de grande importancia”.[20] El historiador liberal Celiano Monge, en su libro titulado Lauros, le califica de fiel realista.

También  en eso de los empleos de grande importancia está en lo cierto el doctor Herrera.  Obtiene altos cargos en el régimen colonial como en el republicano. En este último asiste a las Convenciones Nacionales de 1830, 1835, 1843, y 1845, siendo presidente de la primera reunida en Riobamba. Es legislador en los Congresos de 1837, 1839, 1848, y 1849. Es ministro de lo Interior y relaciones Exteriores y presidente del Consejo de Estado en la administración de Ramón Roca. Y por fin, entre otros cargos que omitimos, hay que señalar que es Director de Estudios y ministro juez de la Corte Suprema.

Vamos a los parentescos familiares principales.

Está casado con Carmen Gómez de la Torre y Tinajero, tía de Manuel y Teodoro Gómez de la Torre y Gangotena, ministros de varios regímenes. Su hijo, general Daniel Fernández Salvador Gómez de la Torre, es ministro de Guerra en la primera administración de García Moreno. Su hija, Josefa Fernández Salvador Gómez de la torre, es madre del general Julio Sáenz y Fernández Salvador, ministro de Guerra de los presidentes Antonio Borrero y Antonio Flores Jijón. Su hija Ignacia Fernández Salvador Gómez de la Torre, está casada con Pacífico Chiriboga y Borja, vicepresidente en el gobierno del general Urbina y miembro del Gobierno Provisorio de 1859. Su nieta Mercedes Chiriboga Fernández Salvador está desposada con Timoleón Flores Jijón, hijo del presidente Juan José Flores. Su nieto Pedro Cevallos Fernández Salvador, es vicepresidente de la república en la administración del presidente Caamaño. Su nieto, Luis Fernández Salvador Gangotena, es padre de Luis Antonio Fernández Salvador Chiriboga, ministro del presidente Cordero. Su hermano, Antonio Fernández Salvador López, es ministro en la primera administración del general Flores. Su sobrino, Antonio Fernández Salvador Gangotena ─hijo de su hermano Luis─ está casado con Mercedes Flores Jijón, hija del presidente Flores. Y su sobrino, Manuel Fernández Salvador Gómez de la Torre ─hijo de su hermano Francisco─  es padre de Leopoldo Fernández Salvador Valdivieso, ministro del general Veintemilla.

Es una familia que retiene el poder político durante todo el siglo XIX.

Y naturalmente, toda la parentela, sin ninguna excepción, está formada por grandes latifundistas. Aquí sólo señalamos las haciendas del doctor José ─pues no se debe olvidar que es notable jurista─ que son las siguientes: La Arcadia, La Merced de Saguanchi, San Antonio de Saguanchi, San José de Turubamba y San Joaquín. Todas estas en la provincia de Pichincha, a excepción de la última, que se halla en la provincia de Cotopaxi (Estructura Agraria de la Sierra CentroNorte).

Mariano Flores, marqués de Miraflores

Al igual que los otros miembros de la Junta Suprema a la que pertenece, también se pronuncia por la devolución del poder al conde Ruiz de Castilla. En su declaración juramentada dice que permaneció en la Junta por sugerencia del marqués de Selva Alegre, quien “no había admitido la renuncia porque lo necesitaba para que lo auxiliase en el empeño que tenía de restituir al señor Conde el Gobierno”.[21] Anhelo ─dice que había sido siempre suyo.

Sobre sus bienes dice esto Manuel de Jesús Andrade en su diccionario de próceres:

Fue uno de los más acaudalados quiteños en esa época, y fallecida su única hija, su inmensa fortuna pasó a aumentar con creces el rico patrimonio del marqués de San José, por haber prohijado una de sus hijas recién perdida la propia.[22]

El genealogista doctor Fernando Jurado Noboa, rectificando al escritor Andrade, afirma que la prohijada del marqués de Miraflores no es ninguna hija del marqués de San José, sino su esposa Rosa Carrión y Velasco.

Tenemos pocos datos sobre las propiedades del marqués. El doctor Jurado que acabamos de citar dice que las haciendas que deja a su prohijada Rosa Carrión son Tilipulo, Saquisilí, La Calera, Maca, Mulaló, Ilitio, Pansachi, Cunchibamba y Tambillo. Una hermana suya, casada con Pedro Quiñones Cienfuegos, le hereda el fundo de Pucarrumi. También es dueño de La Viña, Callete, Tilitusa, Aguallaca y Sumbalica. Y hay constancia de la compra de Tanlagua, Guatus y Nieblí a la Junta de Temporalidades, que pasan luego, a manos de los frailes mercedarios. Están situadas en Pichincha, Cotopaxi y Tungurahua.

Es, además, dueño de obrajes, pues le pertenece el de Tilipulo y el de La Calera, por ejemplo. Por cuanto su única hija muere sin dejar descendencia, la familia del marqués se prolonga a través de su hermana, esposa de Pedro Quiñones y Cienfuegos, que también figura en los fastos de nuestra independencia como senador de la Sala de lo Civil formada en agosto de 1809.

El doctor Jurado Noboa, en su libro Sancho Hacho, pondera la vida suntuosa y mundana del abogado barbacoano Quiñones y Cienfuegos. Dice que “es fama dio banquetes servidos por esclavas casi desnudas, que ofrecían las viandas en vajilla totalmente de oro”.[23] Mas parece que la fortuna se esfuma pronto, pues Gustavo Arboleda en su Diccionario Biográfico de la República del Ecuador, refiriéndose a Pedro Manuel Quiñones, afirma que su familia es riquísima antes de la independencia, pero que éste quedó en precaria situación y que sólo gracias a sus esfuerzos pudo graduarse de abogado.

Es necesario aclarar en este punto, que Arboleda, al igual que Pérez Merchant en su Diccionario Biográfico del Ecuador, considera a Pedro Manuel como hijo de Quiñónez y Cienfuegos, mientras que Jurado Noboa –seguramente con mayores datos– le considera nieto. Ya que manifiesta en la obra antes citada que es hijo del teniente coronel de milicias Mauricio Quiñones Flores y de Bárbara Carrión y Valdivieso.

Sin duda porque los cargos van siempre aparejados con la fortuna, durante mucho tiempo los descendientes del marqués no llegan a los cargos máximos de la república, aunque no dejan de estar en cargos importantes ─como legisladores o ministros de las cortes de justicia por ejemplo─ ya que ostentan el atractivo de la nobleza que en esos tiempos vale mucho, puesto que Quiñones  y Cienfuegos y su hijo Mauricio adquieren el marquesado de Miraflores, título que permite a sus descendientes vincularse mediante matrimonio con otras familias “nobles” y latifundistas, y elevar su poder político en las últimas décadas del siglo XIX.

Veamos algo al respecto.

La tataranieta de la hermana del marqués, Manuela Quiñones Pérez, se casa con Vicente Lucio Salazar y Cabal, ministro de los presidentes Caamaño y Cordero, y primo del general Francisco Javier Salazar, ministro de García Moreno. Otro descendiente es el doctor Carlos Pérez Quiñónez, ministro de Luis Cordero y de sus sucesores Lucio Salazar y Carlos Matheus. Y este a su vez tiene una parentela de envidia que se prolonga hasta el siglo XX:

Su hermana, Isabel Pérez Quiñónez, está casada con José María Cárdenas Proaño, hermano del ministro de Cordero Alejandro Cárdenas y del ministro de Alfaro Lino Cárdenas.
Es sobrino de Rafael Pérez Pareja, miembro del Pentavirato de 1883, pues éste es hermano de su padre Pedro Pérez Pareja, esposa de Manuela Quiñónez Villagómez.
─ Es primo del doctor Francisco Pérez Borja –hijo de su tío Miguel Pérez Pareja– ministro del encargado del poder en 1932, doctor Alfredo Baquerizo Moreno.
Es tío del doctor José María Pérez Echanique, ministro del presidente Juan de Dios Martínez Mera, pues es hijo de su hermano José María.
Y por fin,  su sobrina Judith Pérez Dávalos, es esposa del presidente Aurelio Mosquera Narváez.

El marqués de Miraflores fallece en el mes de mayo de 1810, siendo muy corta por consiguiente su actuación en el drama revolucionario. Manuel de Jesús Andrade dice que muere agobiado de pesar por la derrota, pues le considera patriota, a pesar de la flaqueza de ánimo que dice le caracteriza. Y a manera de prueba de su aserto, un poema publicado en Bogotá lamentando su fallecimiento. He aquí su primera estrofa:

Venid a contemplar, Americanos,
Este enlutado cúmulo de horrores:
Aquí yace el ilustre Miraflores,
Esta la obra fue de los tiranos.[24]


Juan José Guerrero y Matheu

Varios autores le dan el título de conde de Selvaflorida, afirmación que niega Roberto Andrade en su Historia del Ecuador, porque a su parecer es sólo un aspirante al condado. Otros dicen que no hace uso del título, suposición increíble, porque eso significaría una reducción voluntaria de poder.

Este noble es quizás el más bajo de los traidores. El historiador Alfredo Flores Caamaño, en 1909, publica un estudio titulado Descubrimiento histórico relativo a la independencia de Quito, donde demuestra con nutrida documentación su pérfido comportamiento y pide que su nombre sea borrado de la nómina de los próceres. Nosotros ya vimos lo que se dice sobre él en la acusación del fiscal Arechaga. No sólo que como presidente de la Junta Suprema ─cargo cedido por Juan Pío Montúfar─ maquina para la entrega del poder a los españoles, sino que arteramente toma una serie de medidas para que las tropas patriotas ─tanto las del norte como las del sur─  no tengan ningún auxilio y sean derrotadas. Más tarde, después de conseguidos sus desleales propósitos, según documento que consta en el libro de Flores Caamaño antes citado, se jacta de haber contribuido con su dinero para conseguir ese fin. No tiene vergüenza para pedir que se premie su innoble conducta.

El historiador Camilo Destruge, en su Álbum biográfico ecuatoriano publicado en 1904, por no conocer sin duda la documentación que le condena en forma irrefutable, considera que Guerrero entrega el poder a los españoles con las mejores intenciones.

Pero los realistas de la época, contradiciendo esta opinión, le consideran hombre de su plena confianza y le confieren cargos que no se dan a los adversarios. Así sucede después de la derrota. Es Alcalde Ordinario de primer voto y Regidor Fiel executor de la ciudad. Y en 1815, como miembro del Ayuntamiento de Quito y en junta de sus otros colegas, rinden a la “Real Persona los más reverentes y debidos homenages”, y le felicitan “con expresiones significantes de su acendrado amor y lealtad, con motivo de su restitución a España, y reparación del Trono de sus mayores”.[25]

Es personaje opulento, según se afirma en algunas publicaciones. Es dueño de las haciendas  El Condado, Itulcachi y San Isidro en Pichincha, y de El Galpón, en Cotopaxi, según consta en Estructura agraria de la Sierra Centro–Norte. Pero es de pensar que la lista es incompleta. También es dueño de obraje.

La esposa de Guerrero es Juana Dávalos, y la hija única de este matrimonio, Joaquina Guerrero Dávalos, se casa con Juan Antonio Caamaño y Arteta, tío del presidente José María Plácido Caamaño. La hija de doña Joaquina, Dolores Caamaño y Guerrero, es esposa de Emilio Gangotena y Posse, hermano de Víctor Gangotena y Posse, ministro del general Alfaro.

La hija de Juan José Guerrero antes nombrada, aparte de ser cuñada de las hermanas de éste, por su matrimonio con Juan Caamaño y Arteta, se convierte en tía política de sus hijos, que como es de suponer, están bien emparentados y gozan de gran poder económico, social y político. Veamos sólo dos casos: Hijas de José María Caamaño y Arteta, padre del presidente Caamaño y ministro del general Urbina, son Ángela y Ana Caamaño Gómez Cornejo. La primera es esposa de José María Vivero y Garaicoa de la alta sociedad guayaquileña, que aunque no acepta el cargo, es nombrado ministro por el presidente Borrero. Y la segunda está casada con el general Reynaldo Flores, hijo del presidente Juan José Flores.

Los parientes colaterales ─tíos abuelos, tíos, primos y los descendientes de ellos─ son tan numerosos que es imposible consignarlos en este trabajo de carácter sintético. Basta decir que pertenecen a las familias que han gobernado y desgobernado el Ecuador, acaparando los principales cargos de la nación. Son, entre muchas otras, los Gómez de la Torre, Ascásubi, Aguirre, Fernández Salvador, Lasso de la Vega, Zaldumbide, Alcázar, Pallares, Gangotena, Chiriboga y Borja.

Antes de la independencia ya Juan José Guerrero está vinculado con las familias más ricas y poderosas: los Montúfar, los Larrea y los Matheu. Por consiguiente, los parentescos posteriores que hemos señalado, no son sino prolongación y proliferación de los anteriores. Una suerte de multiplicación de los peces.

Manuel Larrea y Jijón

Pertenece a la Junta Suprema y junto con los otros miembros es partícipe de la contrarrevolución que se verifica. Convertido en confidente del conde Ruiz de Castilla, le pide que se aloje en una de sus haciendas para estar protegido, a la vez que le ofrece reclutar gente para combatir a los patriotas. No obstante esto, por el influjo social que tiene, vuelve a formar parte de la segunda Junta de 1810. ¡Y en 1812 aparece como firmante de nuestra primera Constitución!

Sus servicios prestados a los españoles son bien recompensados. Es alcalde y presidente del Municipio de Quito. Se le otorga el grado de coronel de milicias. Y por fin, en 1815, consigue lo que más ambiciona: los títulos de marqués de San José y vizconde de Casa Larrea.

Empero, poco después, sin duda porque avizora su triunfo, vuelve a conspirar con los patriotas, razón por la que es desterrado en 1818. Conseguida la independencia con la batalla de Pichincha, se olvida su sinuosa trayectoria y vuelve a gozar de los favores de las nuevas autoridades. Inclusive Bolívar le concede su amistad y le califica de patriota.
Su fortuna es inmensa, tanto que el doctor Jurado Noboa en su libro Los Larrea, manifiesta que es el mayor latifundista que ha tenido el país y enumera las siguientes propiedades:

Añaburo, Peguche, Pitura en Cotacachi,  San Francisco de Tumbabiro, San José de Urcuquí, Tambillo Alto, Ayaurco, Abagac, Barrio en el mismo lugar, Capiola, Cotanca en Otavalo, Chiriacu en Chimbacalle, Pasochoa en Amaguaña, la quinta Pomasqui, La Merced en Sangolquí, Pansachi, Pilopata en Uyumbicho, Cualaví en Urcuquí, El Hospital en el mismo lugar, El Molino en Cotacachi, Gualaví en Ibarra, Jatunyacu en Otavalo, Pantavi en Urcuquí, Piñán en Cotacachi, Pisangacho en Urcuquí, Pucará en Otavalo, San Buenaventura de Urcuquí, San Isidro de Urcuquí, San Juan de Urcuquí, San Roque de Ibarra. Hacia el sur poseía: el obraje de Tilipulo, el Tilipulo de Alaques, San Juan de Mulaló, La Ciénega, San Joaquín de Mulaló, Patococha, Pansache de Alaques, Mulinliví en Pujilí, Mulaló, La Provincia en Isinliví, Guyatacama, Churupinto en Mulaló, Cunchibamba Chiquito en Latacunga y La Compañía en Saquisilí.[26]
           
            ¡Nada menos que 44 propiedades!

Manuel Larrea y Jijón, casado con Rosa Carrión, es padre de José Modesto  y de N. Larrea Jijón que muere niña.

José Modesto Larrea y Carrión, desde que nace la república, ocupa sus cargos más importantes. Es vicepresidente en la primera administración de Flores, ministro de lo Interior y Relaciones Exteriores del mismo en su tercer gobierno y en el régimen del presidente Noboa. Además es senador y diputado en varias ocasiones, ejerce cargos diplomáticos y hasta es candidato a la presidencia del Ecuador.

Contrae tres matrimonios: con María Caamaño y Arteta, María Carcelén Larrea y María Donoso Zambrano.

Su primera esposa es hermana del ministro de Urbina José María Caamaño y Arteta y tía del presidente José María Plácido Caamaño, siendo por tanto hermano político del primero y tío político del segundo y de todos los otros hijos de los hermanos de su esposa, que como ya sabemos –ver Juan José Guerrero– son bien emparentados.

Su segunda esposa es hermana de la marquesa de Solanda, mujer de Sucre y madre en su segundo matrimonio de Felipe Barriga, casado con Josefina Flores Jijón, hija del presidente Juan José Flores, siendo por tanto tía de Barriga y tía política de su esposa Josefina Flores.

Su tercera esposa da origen a las familias Larrea Donoso y Larrea Jijón, siendo vástago de la segunda Modesto Larrea Jijón, ministro de la primera Junta Juliana, del general Luis Larrea Alba, del doctor Mariano Suárez Vintimilla, de Carlos Julio Arosemena Tola y candidato a la presidencia de la república.

Además, este personaje ─bisnieto de Manuel Larrea y Jijón y nieto de José Modesto Larrea y Carrión─  está vinculado por parentesco con varias familias que han gravitado en la cima del poder político ecuatoriano. Unos pocos datos al respecto: Su esposa Cecilia Freile Gangotena es hija de Juan Freile Zaldumbide, ministro de Alfaro, al igual que su hermano Carlos Freile Zaldumbide, también encargado del Poder en 1912. Su hija Susana Larrea Freile, es casada con Leonidas Plaza Laso, hijo del presidente Leonidas Plaza Gutiérrez y hermano del presidente Galo Plaza. Y su sobrina Rosa Barba Larrea ─hija de su hermana Beatriz Larrea Jijón─ es esposa de Manuel Freile Larrea, hermano del ministro y Encargado del Poder en 1932 Carlos Freile Larrea, hijo del ya nombrado Carlos Freile Zaldumbide y nieto de Genaro Larrea Vela ministro del presidente Luis Cordero.

Poder constante y privilegiado: desde la colonia hasta nuestro siglo.
 
Manuel Matheu y Herrera

Varios historiadores le dan los títulos de marqués de Maenza y conde de Puñonrosto, aunque ellos pertenecen según el genealogista Cristóbal Gangotena ─Boletín de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos Nº 10─ a su hermano mayor Juan José, realista que se radica en España y contrae matrimonio con una hija del barón de Carondelet, antiguo presidente de la Real Audiencia de Quito.
           
Manuel Matheu, como miembro de la Junta Suprema, junto con su primo Juan José Guerrero y los otros miembros de ese organismo, maquina para la devolución del poder a los españoles, según consta de su declaración juramentada rendida en la causa que se sigue por la revolución del 10 de agosto, aunque vuelve a las filas patriotas cuando viene de comisionado Regio Carlos Montúfar. Roberto Andrade, refiriéndose a su actuación en la Junta, dice que era joven bien intencionado, pero que claudicó como cobarde. Quizás, más que cobardía era vacilación política, pues después, formando guerrillas, combate con acierto a las tropas realistas. Manuel Matheu está presente en la Asamblea Constituyente de Riobamba, donde es candidatizado para la vicepresidencia de la república conjuntamente con el poeta José Joaquín Olmedo, que gana la elección. Asiste también a los congresos de 1831 y 1833, oponiéndose con vigor en este último, a la concesión de las facultades extraordinarias pedidas por el presidente Flores. Empero, en la segunda  administración de este, acepta la cartera de Guerra.

El general Matheu ─tenía este grado─ fallece soltero en 1845 sin dejar descendencia, razón por la que su familia se prolonga principalmente por medio de los hijos de su hermana Mariana Matheu y Herrera, casada con su primo José Xavier Ascásubi y Matheu. Esos hijos son Manuel, Rosa y Rosario, ya que sus hermanos dolores María y Roberto permanecen célibes. Este último es ministro del presidente Roca, Secretario General del Gobierno Provisorio de 1859 y ministro de García moreno en su segunda administración.

Manuel Ascásubi y Matheu ostenta los siguientes cargos: Encargado del Poder en 1849, ministro de García Moreno en su primer gobierno, ministro del presidente Carrión, vicepresidente en 1869 cuando se derroca a Espinosa, ministro en la segunda administración de García Moreno y de Francisco Xavier León. Se casa con Carmen Salinas y de la Vega, hija del capitán Juan Salinas, razón por la que veremos su descendencia cuando tratemos de este personaje.

Rosa de Ascásubi y Matheu es esposa de Gabriel García Moreno, que domina durante quince años el panorama político del Ecuador, siendo dos veces su presidente. Las cuatro hijas de este matrimonio mueren en su tierna edad.

Rosario de Ascásubi y Matheu se casa con Manuel Alcázar. Hija de este enlace es Mariana del Alcázar, segunda esposa de García Moreno. De otros de sus hijos, Alejandro del Alcázar, proviene la familia Borja del Alcázar, a la cual pertenece el presidente Rodrigo Borja.

Las propiedades suyas que se mencionan en Estructura Agraria de la Sierra Centro–Norte, son las siguientes: Atapulo, Cumbijín, El Galpón, La Ciénega, La Esperanza, Nintanga, Noctanda, Ortuno, Pachusala, Salamalag, San José, Tilipulito, y Yanahurco. Neptalí Zúñiga, en su Historia de Latacunga añade La Avelina y Guaytacama. Total 15 haciendas, todas en la actual provincia de Cotopaxi.

Algunas haciendas aquí nombradas aparecen como propiedades de otros dueños, seguramente por la compra y venta que con frecuencia se realiza entre los grandes latifundistas.

Al igual que sus padres ─Manuel Matheu y Aranda y Josefa Herrera y Berrío─ es también un rico obrajero nuestro general Matheu.

 Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre

Desde la Junta Suprema, de la cual es presidente, se pone de acuerdo con sus otros miembros y el conde Ruiz de Castilla, para devolver el gobierno a los españoles, acto que se cumple cuando entrega el cargo a Juan José Guerrero que hace la entrega acordada.  Toda esta maquinación contraria a la independencia consta en cartas escritas de su puño y letra al virrey Abascal. Pero cuando llega su hijo Carlos Montúfar como Comisionado Regio, regresa a las filas patriotas y trabaja con entusiasmo, según el decir de su biógrafo Neptalí Zúñiga, a favor de las ideas monárquicas y los intereses familiares. Vencida la revolución es muy perseguido, y el fiscal Arechaga, pide para él la pena de muerte y la confiscación de sus bienes. Una vez apresado es confinado a Loja y, más tarde, enviado a España donde fallece en 1818.

Sus bienes y los de sus familiares son por demás cuantiosos. Desgraciadamente no constan en el libro Estructura Agraria de la sierra Centro–Norte, seguramente, porque en sus momentos de desgracia, gran parte de ellos son vendidos o traspasados a miembros de su familia. Zúñiga cita unas pocas haciendas, entre ellas Cochicaranqui, Angla y Milán, situadas en la provincia de Imbabura. Pero para darnos cuenta de la magnitud de su riqueza, basta citar las ricas propiedades que compra a la Junta de Temporalidades: Chillo y Pinllocoto en Pichincha, Tigua, Naxiche, Provincia y Guambay en Cotopaxi y Licto en Chimborazo (Las mitas en la Real Audiencia de Quito). Es dueño de los importantes obrajes de Chillo y Licto. Y, por último, es poseedor de tiendas de comercio que realizan un activo tráfico inclusive con el exterior.

Según Cristóbal Gangotena, la descendencia de Juan Pío Montúfar que subsiste en el Ecuador es la que proviene de su hija Rosa Montúfar y Larrea, casada como sabemos con Vicente Aguirre y Mendoza, cuyos vínculos familiares dejamos señalados cuando tratamos de él.

Esta única descendencia indicada por Gangotena se debe a que los hermanos del marqués no dejan sucesión. Tampoco sus otros hijos Carlos y Francisco Javier Montúfar y Larrea. El primero, como es conocido, es fusilado por los españoles en la ciudad colombiana de Buga en 1815. Y el segundo ─tercer marqués de Selva Alegre─ viaja a España con su padre, donde contrae matrimonio que deja un hijo que no tiene prole.

También, al tratar de Manuel Larrea y Jijón, hemos señalado los inmensos vínculos políticos y sociales de la familia Larrea, a la que pertenece la esposa del marqués. Teresa Larrea y Villavicencio.

El historiador Neptalí Zúñiga dice esto sobre la familia que acabamos de citar:

(…) la simiente de los Larrea en combinación diversa con el chapetonismo o criollismo colonial ─sin contar con el elemento mestizo, cholo y aun indio─ se entroncó poderosamente con lo más notable de la Presidencia de Quito y del Virreynato de Nueva Granada, deviniendo hasta ahora en parentesco con nombres y figuras que tienen que ver mucho en las presentes circunstancias con los destinos políticos, económicos y sociales de la República del Ecuador, viviendo así, pues, la proyección del potente binomio Montúfar ─ Larrea.[27]

Y a continuación de lo que dejamos transcrito, Zúñiga señala nada menos que 97 apellidos que han dominado la vida política ecuatoriana, faltando sólo unos pocos ─de la provincia de Guayas sobre todo─ para que la nómina sea completa. ¡Potente binomio, verdaderamente!

 Juan Salinas y Zenitagoya

El capitán Salinas, como es conocido, es el jefe principal del ejército patriota que se forma a raíz de la revolución de 1809. Pero, al igual que los miembros de la Junta Suprema, coopera decididamente para la entrega del gobierno a los españoles. Es más, obrando por su cuenta, según consta de oficio de 18 de octubre del año antes citado, pide al conde Ruiz de Castilla que vuelva al poder y le ofrece la entrega de todas las armas y baterías, eso sí, todo en silencio para que no se entere el populacho, sin que se haga novedad ni averiguaciones, porque se irritará el pueblo y será sacrificado por la entrega de las armas”.[28] Además, confiesa que con mis políticas, ha causado la derrota de las tropas patriotas en las campañas emprendidas. Dice que por esto, el doctor Ante, ha querido matarle! Muere asesinado en la masacre del 2 de Agosto de 1810.

Salinas está casado con María de la Vega y Nates, señora muy principal de Quito, según Cristóbal Gangotena.             Su descendencia y ligamen con el poder económico y político se inicia por medio de su hija María del Carmen, casada con Manuel Ascásubi y Matheu, personaje que ya conocimos anteriormente, razón por la cual aquí sólo trataremos de su progenie y parentescos políticos principales. Veamos:

Un nieto, Neptalí Bonifaz y Ascásubi ─hijo de Josefina Ascásubi y Salinas y de un diplomático peruano de apellido Bonifaz─ electo presidente de la república en 1932, es descalificado por el Congreso.

Una nieta y prima del anterior, Avelina Lasso y Ascásubi ─hija de Avelina Ascásubi y Salinas y José María Lasso de la Vega─ se casa con el general Leonidas Plaza Gutiérrez, presidente de la república.

Es hijo de este matrimonio Galo Plaza Lasso, casado con Rosario Pallares Zaldumbide, dama emparentada con un sinnúmero de personajes políticos, de los cuales anotaremos únicamente los siguientes relacionados con sus hermanos:

─ Es hermana de Luis Pallares Zaldumbide, ministro de Carlos Julio Arosemena Monroy.
─ Hermana de Jaime Pallares Zaldumbide, casado con una hija del general Francisco Gómez de la Torre, miembro de la Junta de Gobierno formada a raíz de la revolución del 9 de Julio de 1925.
─ Hermana de Rodrigo Pallares Zaldumbide, casado con una hija de Manuel Benjamín Carrión, ministro de Guerrero Martínez.

Otro hijo de este matrimonio, el mayor Leonidas Plaza Lasso, está casado con Susana Larrea Freile, cuya familia ha sido estudiada con algún detenimiento cuando se habló de Manuel Larrea Jijón.

Por último, el hermano de doña Avelina, el coronel Juan Manuel Lasso y Ascásubi, es padre de Patricio y Bolívar Lasso Carrión, ambos ministros de Velasco Ibarra en su cuarta administración. Y ambos, como es de suponer, bien entroncados política y económicamente.

No tenemos mayores datos sobre los bienes de la familia Salinas. Consta en la partida de bautizo del capitán Juan Salinas ─ver Monografía del cantón Rumiñahui de Luis Armendáriz y Darío Guevara─ que sus padres son hacendados en la jurisdicción del pueblo de Sangolquí. La dote matrimonial de su esposa  María de la Vega es de tres mil pesos, “señalándolos en la hacienda de Pomasqui, que se halla en los términos de esta ciudad”.[29] El historiador Celiano Monge en su libro Relieves, afirma que el patrimonio de la señora antes nombrada consiste en un obraje situado en Zámbiza.

Se sabe que los bienes muebles e inmuebles son confiscados por los españoles y devueltos por el mariscal Sucre una vez lograda la independencia. No conocemos ninguna documentación sobre la confiscación ni devolución de tales bienes.


*     *     *


Todos los personajes que hemos citado pertenecen a la nobleza criolla de la Antigua Real Audiencia de Quito. Todos ellos presumen de vieja alcurnia hispana y ostentan escudos y títulos nobiliarios. En sus nombres y apellidos usan el y y el de, razón por la que hemos conservado aquí esos aditamentos, como muestra de la tonta vanidad de esos tiempos.

La nómina podría haber sido muchísimo más larga, pero la hemos acortado todo lo posible porque creemos que los nombres dados, entre los que están las principales personalidades criollas que actúan en la guerra de la independencia, son suficientes para sacar algunas conclusiones.

Salta a la vista, primeramente, ese inmenso entretejido de parentescos que vincula a todas las familias de la nobleza, haciendo de esta un conglomerado sólido y solidario, donde los intereses económicos se unen con lazos consanguíneos. Y no puede ser de otra manera, ya que las uniones matrimoniales siempre se realizan entre miembros de la misma clase, regla que solo se rompe cuando el bolsillo de uno de los contrayentes rebosa de dinero, como se dice que sucede por ejemplo con los Sánchez de Orellana, que según algunas versiones son descubridores del tesoro de Quinara, que les sirve para comprar marquesados que cubran la mácula de un oscuro apellido. O cuando el contrayente exhibe espada reluciente que le da poder político, como sucede con los rudos soldados de la guerra emancipadora ─muchos de ellos salidos de los estratos pobres de la sociedad y con galones ganados a costa de valor y hombría que roban los corazones con facilidad en otrora inexplicable, de lindas damitas linajudas.[30]

Es comprensible todo lo expresado arriba porque se trata de una sociedad estamental donde la cumbre está ocupada por la nobleza criolla. Para conservar ese estamento cimero y el estatus social se hace necesario el establecimiento de lazos matrimoniales entre las familias que se dicen nobles, hecho que se manifiesta luego, en la marcada endogamia de esa clase.  Son varios y conocidos los pleitos y juicios por matrimonios desiguales, es decir, los contraídos por gentes consideradas de inferior calidad o sin la pureza de sangre imprescindible, que según los marinos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, es aquilatada hasta causar risa, por los nobles quiteños. A este respecto es de recordar el caso de una heredera de mayorazgo de la familia Freire, a quien se le priva de sus derechos por haberse casado con el Dr. Mariano Miño, que al parecer, no puede demostrar su hidalguía…

Estos nuevos miembros adheridos a la nobleza, o más claramente a la clase terrateniente ─ya hemos visto que su poder económico se basa en sus haciendas─  con su dinero o su espada fortalecen a la clase que les acoge en su seno.

La clase terrateniente ecuatoriana, entonces, es una clase sólidamente unida y poderosa. Esto explica sin duda su larga persistencia en los dominios del poder a través de nuestra vida republicana. Explica que, como se ha dejado anotado, monopolicen los principales cargos de la nación. Nosotros, para abreviar, cuando hablamos de los parentescos y cargos ocupados por las familias de esta clase, nos referimos principalmente a los relacionados con la presidencia, vicepresidencia y ministerios, cuando en realidad el acaparamiento de altos empleos es mucho más amplio, ya que las curules legislativas, las representaciones diplomáticas, las cortes de justicia, la dirección del ejército y hasta las elevadas jerarquías eclesiásticas ─que hasta antes de la revolución liberal y la separación de la Iglesia del Estado es fuerza política de gran importancia─ está en sus manos. Si a lo largo del siglo pasado se encuentran algunos puestos de figuración desempeñados por personas ajenas al sector latifundista, en la Sierra sobre todo, son excepciones que confirman la regla.

Veamos, ahora, cual es la posición y comportamiento de la nobleza criolla en la guerra de la independencia.

A nuestro modo de ver, su posición no es única ni homogénea, pues son tres las que se destacan de manera clara.

1.    Los que se oponen abiertamente a la separación de la metrópoli.
2.   Los que solo quieren gozar de autonomía y ejercer el poder político al que piensan tener derecho por ser dueños del poder económico.
3.    Los que quieren la total independencia de España.

La primera posición, es decir aquella de irrestricto apoyo al régimen español, se hace presente en todas las colonias. Desde luego, no en la misma proporción. Depende de la fuerza y cohesión que haya adquirido la clase terrateniente, así como de circunstancias específicas de cada país. Se sabe, por ejemplo, que una mayoría de la aristocracia peruana es fiel al rey hasta el último momento, al que apoyan fervorosamente con su dinero mediante préstamos cuantiosos. Préstamos que, como indemnización, tienen la desvergüenza  de reclamar a la república independiente ─reclamo que consiguen─  según expone Rogelio Roel en su obra Los libertadores.

En el Ecuador no faltan los realistas fieles ─así calificados en el Informe de Núñez del Arco─ entre los que se encuentran varios nombres de la aristocracia, respecto de la cual el historiador Roberto Andrade se expresa de esta forma:

De la nobleza fueron D. Pedro y D. Nicolás Calisto, D. Francisco y D. Antonio Aguirre, D. Pedro y D. Antonio Cevallos, D. Andrés Salvador y otros que, como perros de presa, andaban a caza de insurgentes.[31]

El Dr. Borrero, en su obra antes citada, da la lista de los personajes que obedeciendo un decreto del conde Ruiz de Castilla se encargan de la captura de los insurgentes, personajes a los que considera de su confianza según consta en la providencia.

Se debe advertir que varios de los nobles que militan en las filas patriotas, no son solo vacilantes, sino que son realistas introducidos allí para servir a los españoles. Neptalí Zúñiga dice que en la Falange los capitanes Andrés y José Salvador servían de espías.

Con el sector realista de los terratenientes colabora una gran parte del clero, sobre todo aquel que corresponde al Alto Clero, pues el arzobispo y todos los obispos del Virreinato de Nueva Granada ─al que pertenece en ese entonces el Ecuador─  son contrarios a la independencia. Y es explicable esta postura, si se tiene en mente que todas las órdenes monásticas, al igual que la nobleza criolla, son propietarios de inmensos latifundios. Si se tiene en cuenta, además, que la Iglesia es la portadora de la ideología de corte feudal de los terratenientes.

Es conocida el Acta de Exclamación[32] firmada por el obispo Cuero y Caicedo y el Cabildo de la diócesis de Quito, donde en forma cobarde y vergonzosa, se jura lealtad al amado rey Fernando y se desconoce el gobierno insurgente. El obispo Quintián de Cuenca reparte excomuniones contra los patriotas, da lecciones militares al general Aymerich y organiza una compañía de clérigos con el nombre de Muerte, según asevera el historiador colombiano Eduardo Posada. Otros sacerdotes, desde púlpitos y confesionarios, soliviantan los ánimos del pueblo contra la revolución. Y otros más, sirven de espías y de portadores de pliegos reservados.

La segunda posición, aquella que persigue la captación del poder político, está muy generalizada en los primeros conatos revolucionarios y se manifiestan en varias de las primeras Juntas que se forman a raíz de la invasión napoleónica a España. Las actas en que se expresa fidelidad a la monarquía y a Fernando VII, no son solamente un ardid para esconder los propósitos revolucionarios como se ha dicho, sino que en verdad reflejan los deseos y sentimientos de una gran parte de sus firmantes. Como ya se dijo, esta posición expresa el firme anhelo de la aristocracia terrateniente de acceder al gobierno y reemplazar a los funcionarios españoles, pero sin romper los lazos con la metrópoli.

Se sienten con derecho para esto ─y no solo con derecho sino también con la suficiente fuerza─ porque ya tienen el poder económico, basado, principalmente, en la propiedad de la tierra. Esta es quizá su reivindicación más sentida y contradicción principal con el régimen español. Roberto Andrade piensa que este es el pensamiento de gran parte de los miembros de la primera Junta Suprema. Dice que estuvieron por el gobierno, pero no por la emancipación absoluta.

Esta aspiración criolla es muy vieja y está basada en el derecho de conquista adquirido por sus padres. Aparece ya en 1592 durante la Revolución de las Alcabalas. Poco después el obispo Gaspar de Villarroel sostiene que a ellos se debe la adquisición de un Mundo Nuevo y que eso les da derecho para la prelación en los oficios.

¿Cuáles son las razones para que no se quiera romper los vínculos con España conforme se revela en las dos posiciones antes mencionadas?

Los escritores norteamericanos Stanley y Barbara Stein afirman lo siguiente:

Para muchos criollos… el sistema imperial significaba algo más que la explotación: les permitía compartir con los españoles de las colonias el control sobre el trabajo, la riqueza, los ingresos, el prestigio y el poder. Así que la mayoría de los criollos prefirieron esperar señales de que la metrópoli estuviera dispuesta a hacer los ajustes necesarios en el sistema colonial, a satisfacer a los grupos de presión criolla y a remendar las partes, preservando a la vez los principales elementos estructurales del privilegio y la explotación compartida.[33]

Esa aspiración es cierta. Gran parte de las élites criollas ─tanto terratenientes como comerciales o mineras─ quieren la explotación compartida. Y no es solo por generosidad o afinidad ideológica. Es, principalmente, porque piensan que España, pese  a los últimos acontecimientos, es todavía una potencia que puede salvaguardar mejor sus intereses que pueden peligrar con la revolución. Las masas populares constituyen para ellos un fantasma temible, y el pánico que les causa, les obliga a cobijarse bajo el ala imperial y a luchar conjuntamente. Eso sucede cuando la sublevación de Túpac Amaru. Y eso sucede ya en plena lucha por la independencia, cuando los indios y mestizos que siguen las banderas de Hidalgo y de Morelos, plantean y exigen sus propias reivindicaciones, que son totalmente antagónicas a sus intereses.

El actual Ecuador no constituye excepción de esta realidad. Un criollo realista, en unas cartas anónimas, refleja ese odio y temor al pueblo de manera por demás patética. Refiriéndose a los acontecimientos del 10 de Agosto de 1809, dice:

(…) no sólo los amenazados chapetones, sino los hombres de bien americanos que no habían entrado en la rebelión, velan por sus vidas con el mayor peligro, y sus bienes expuestos al saqueo de un pueblo ladrón por naturaleza, y en la presente ocasión ladrón y sanguinario, no sólo por los principios que le imbuían los más malvados de entre ellos, que se denominaban Tribunos, sino porque podían saquear, matar y robar con superior permiso.[34]

Esos tribunos a los que llama plebeyos abandonados, son hombres del pueblo que conforman el Consejo de vigilancia, que según el historiador Neptalí Zúñiga, se encarga de controlar a los elementos sospechosos de realismo y capaces de traicionar la causa patriota. Salidos de la entraña popular, no pueden menos que transformarse en voceros de las necesidades de los humildes. Son los revolucionarios más radicales y decididos. Por eso el odio.

Aún más claro, a la par que más rencoroso, es el sacerdote Manuel José Caicedo ─pariente del obispo Cuero y Caicedo y decidido realista─ que en comunicación al traidor Juan José Guerrero y Matheu, dice esto:

Se ha levantado una caterva de hombres que están impresionando al ínfimo vulgo en las ideas de una Soberanía quimérica qe. dicen ha recaído en esa pequeña porción de Ciudadanos sin educación ni principios. De aquí puede resultar no solo qe. sacuda el yugo dela obediencia ese populacho rudo qe. no es capas de alcanzar a persivir las verdaderas ideas del Vasallage, ni distinguir lo cierto delo falso; sino también qe. revestido del poder Supremo qe. quiere concedérsele se abansara a echarse sobre las propiedades y atropellar alas personas más respetables.[35]

También se vanagloria de haber utilizado su ministerio pastoral en la catedral de Quito para instruir a los feligreses en los principios de sumisión y obediencia al soberano español. Dice que sus trabajos apostólicos, no han sido inútiles.

El temor de los terratenientes reflejados en las citas anteriores, como es obvio, también se extiende a las masas indias sujetas de manera directa a la explotación de ellos. Es necesario recordar que a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX la Real Audiencia de Quito es escenario de grandes sublevaciones indígenas, algunas de las cuales, inclusive, tienen lugar en sus propias haciendas. El levantamiento más poderoso, aquel que tiene como centro la población de Guamote,[36] ese de 1803, es reprimido sangrientamente por el corregidor de la Villa de Riobamba Xavier Montúfar, hijo del Presidente de la Junta Suprema y participante de relieve en la revolución del 10 de Agosto. Él y el abogado Fernández Salvador son los que condenan a muerte a sus principales caudillos ─Lorenza Avemañay, Cecilio Taday, Francisco Sigla─ que deben ser arrastrados hasta la horca a la cola de una bestia de albarda. ¡Y otros son condenados a perder sus bienes y sufrir diez años trabajando en sus obrajes!

También intervienen en las represiones de indios otros próceres y seudo próceres de la emancipación. Unos pocos nombres: Juan José Guerrero, Bernardo León Cevallos, Juan Salinas, Solano de la Sala y José Larrea.

Es natural, entonces, el temor a los reprimidos y oprimidos. Es necesario alejarles de la lucha hasta donde sea posible. Es peligroso poner las armas en sus manos.

Hay otro temor de la mayoría terrateniente que no debe ser olvidado: el temor a las ideas democráticas y liberales. Temor así mismo lógico y comprensible, porque la ideología liberal proviene de la burguesía, clase antagónica a la suya. Y como tal constituye amenaza para el statu quo social que ellos anhelan y propugnan. Sus principios, pueden lesionar sus intereses.

Y esta alarma por los principios liberales es bastante temprana. Según demuestra el escritor Ruiz Villoro ─El proceso ideológico de la revolución de la independencia─ personajes importantes de la élite criolla protestan y combaten las innovaciones liberales de las Cortes de Cádiz. Quintana Roo, airado, dice que no tienen derecho para disponer de los bienes eclesiásticos. Otro, Cos, llama anticristiana a la libertad de imprenta decretada. Y Carlos María Bustamante declara que es antirreligiosa la abolición de la Inquisición realizada por impíos, herejes y libertinos!

Más tarde, cuando el liberalismo español se radicaliza con la revolución de Riego, la alarma cunde. Las élites criollas, aún las que hasta ayer luchaban contra la independencia se unifican bajo la dirección de Iturbide y acuerdan la separación definitiva con el Plan de Iguala que, apresuradamente, establece la monarquía y rechaza todo principio progresista. Iturbide dice:

La religión, casi desconocida ya por muchos de los habitantes del antiguo mundo, desaparecería de nuevo si no se hubiese decidido éste a ser independiente de aquél… El altar subsistirá a pesar de los filósofos.[37]

Los maldecidos filósofos, esos que ponen en punta los pelos del criollismo rico, no son otros que los enciclopedistas.

El fenómeno mexicano es general, en distintas proporciones, en toda la América hispana, sin que nuestra patria sea la excepción. Varios terratenientes que habían combatido contra la independencia como Aguirre y muchos otros, varios clérigos ex capellanes de las milicias contrarrevolucionarias, ahora, temerosos y olvidando su oscuro pasado, se cobijan bajo la bandera patriota. El clero, como siempre es el portavoz del combate ideológico.

Después de lo que se deja expuesto, es fácil comprender las actitudes vacilantes, las idas y venidas de un bando a otro, las declaraciones contradictorias o la traición clara y lironda de los sectores a los que hasta aquí nos hemos referido, pues sus límites son muy cercanos y tienen como común denominador su nexo y fidelidad al monarca español. Desde luego esto no significa que en el sector que quiere la independencia, no pueda haber similares comportamientos. Significa solamente, que en los dos primeros sectores, el campo es más abonado.

Se ha dicho que todas las actitudes negativas y cobardes no son sino medios de protección para no ser reprimidos y poder conservar la vida. Esto es admisible en casos personales, pero no como característica general, porque eso sería como afirmar que la cobardía es patrimonio de esos dos sectores, concepto que no se puede aceptar sociológicamente. No se puede decir que es defensa tomar las armas, como sucede en muchos casos, para atentar contra la vida de los compañeros de ayer. Y peor todavía si se tiene a la vista la postura varonil de otros combatientes, cabalmente de aquellos que mayor peligro corrían, por no ser dueños de grandes fortunas ni tener títulos nobiliarios.  Ellos no tienen empacho en poner en alto sus ideas emancipadoras. Como Morales. Como el plebeyo Villalobos.


Próceres de la Independencia del sector democrático y de ideas avanzadas



Tratemos ahora del último sector: de aquel que en verdad desea la independencia.

Este sector, en un principio no muy amplio, va creciendo y fortaleciéndose poco a poco, hasta que al final llega a constituir la mayoría. ¿Cuáles las causas o razones para la verificación de este suceso? Primeramente, el sector que quiere el gobierno con la tutela real, llega a la convicción de que los españoles no están dispuestos a conceder esa reivindicación ni a ninguna clase de transacción, sino al sometimiento completo por medio de las armas. Segundo, como ya se vio, se piensa que para evitar el peligro del liberalismo peninsular, el poder debe pasar a  sus manos para asegurar sus intereses sociales y económicos. Y, tercero, porque se ve inminente el triunfo patriota que hace imposible toda otra solución, pues la irrupción del pueblo en la contienda ha puesto a España al borde de la derrota.

Mas, tanto como la independencia, el criollismo terrateniente, pretende una separación nada traumática, sin cambios de ninguna clase. Su más caro ideal es el statu quo colonial.  El historiador y político ecuatoriano Francisco Xavier Aguirre dice esto:

No siendo posible establecer las monarquías, todos los conatos se dirigieron constantemente a formar gobiernos fuertes para contener los desmanes de la democracia acusada de ser autora de todas las revoluciones que agitaban a las nuevas repúblicas.[38]

Las monarquías propugnadas fundamentalmente por la aristocracia terrateniente no se pueden establecer, porque tal como constató Bolívar con visión certera, las masas populares son contrarias a esa forma de gobierno. Pero la idea monárquica no desaparece muy prontamente, pues al parecer, tiene un fuerte arraigo. Desde la tentativa montufarista se pasa al intento floreano de importar un príncipe español para que nos gobierne. Más tarde, ya en la década del sesenta, García Moreno pretende ponernos bajo la protección de un monarca francés. Ninguno de esos proyectos hubiere sido posible sin la existencia de una base social de consideración constituida por el segmento más reaccionario de esta clase.
           
El ideal de los gobiernos fuertes tiene también la marca de la misma clase social. Su primera bandera es la Constitución Boliviana escrita por el Libertador. Flores fabrica la Carta de la Esclavitud y García Moreno pone en vigencia la Carta Negra. No falta en la literatura política del siglo XIX la defensa  y patrocinio de las tesis o preceptos de esta clase de gobiernos. Se exige presidentes, legisladores y jueces vitalicios. Se elaboran y se sancionan leyes draconianas para coartar las libertades democráticas. Y se llega a erigir al catolicismo, durante el despotismo garciano, como religión única y fuente ideológica de gobierno.

No obstante lo aseverado, no se puede negar ni dejar de lado, el hecho de que dentro del sector que quiere la independencia también existe un contingente avanzado con ideas liberales. Sus componentes alcanzan a comprender que la historia humana, inexorablemente, se encamina hacia el dominio de la burguesía. Y deducen que la independencia americana ─que se incluye y realiza dentro del ciclo de revoluciones burguesas de la época─  debe tener esa misma dirección.
           
Ellos, junto con los miembros de la naciente burguesía ecuatoriana ─esencialmente comercial─ tienen el mérito de iniciar el movimiento revolucionario liberal en nuestra patria. Ya están presentes en la elaboración de la Constitución de 1812 y combaten para que se incluyan en ella los primeros y débiles postulados democráticos. Luego, ya conseguida la independencia, ayudan para que esos postulados se amplíen en nuestras primeras constituciones republicanas, dándolas el contenido liberal que indudablemente tiene a pesar de sus rezagos coloniales. Algunos militan en las logias masónicas y otros son miembros de El Quiteño Libre ─embrión del partido liberal─ desde donde empujan al país hacia adelante.

Digamos que esta posición es su mérito. Pero como sucede en todas partes con los militantes liberales salidos de la matriz de la nobleza terrateniente, algunos retroceden y vuelven a su primitivo redil, sobre todo como en el caso nuestro, donde las fuerzas avanzadas alcanzan débiles cuotas de poder y donde la estructura agraria del país permanece inalterable. Un ejemplo patético de esta regresión es el caso del noble Manuel Ascásubi y Matheu, que desde la sociedad El Quiteño Libre, donde es conmilotón del coronel liberal Hall, al final se refugia compungido en la Congregación de Caballeros de la Inmaculada creada por el jesuita Terenziani, que según la contundente afirmación del doctor Tobar Donoso, se trata de una institución creada para “conservar el influjo de la aristocracia quiteña, como fuerza social  y política, y emplearla para la restauración católica de todo el país”.[39] Otro caso es el de nuestro conocido Manuel Matheu y Herrera, que volviendo a las vacilaciones de que dio pruebas durante la lucha emancipadora, se sale de la misma sociedad liberal que combate sin tregua al gobierno del general Flores y colabora con éste en su tercera administración desde un cómodo sillón ministerial.

Nos falta sólo un punto por examinar: la participación popular en la guerra de la independencia.

Una historiografía amañada y escrita con dedicatoria había venido afirmando ─y todavía se afirma─ que las masas populares casi no participan en la emancipación de nuestra patria y que todo el mérito de esa lucha la tiene la nobleza criolla.

Pero, poco a poco, conforme se ha ido descubriendo documentos silenciados o celosamente escondidos, la verdad se va imponiendo. Ya el historiador Roberto Andrade, basándose en nuevas pruebas documentales, refutando la afirmación de Pedro Fermín Cevallos que sostiene que la nobleza de Quito es la fuerza más importante en la revolución del 10 de Agosto de 1809, da ese mérito a los gremios y a las masas pobres de la ciudad. Y más tarde, Manuel María Borrero, aportando mayores pruebas, afirma:

Hay que anotar que los héroes del 10 de Agosto de 1809 no fueron los grandes, los ricos, los titulados señores marqueses y mayorazgos, los prominentes eclesiásticos, los dueños de obrajes y haciendas, sino principalmente el pueblo medio y bajo de Quito.[40]

Efectivamente, son los hombres del pueblo los que establecen vigilancia sobre los nobles traidores e impiden en un primer momento la entrega del poder al conde Ruiz de Castilla por medio de protestas y amotinamientos que obligan a los nobles a refugiarse en sus haciendas. El combate popular prosigue con diferentes medios cuando la traición se consuma. Y poco más tarde, el 2 de agosto de 1810, heroica y masivamente derrama su sangre tratando de libertar a los patriotas apresados.



No falta en ningún momento el apoyo popular a pesar de las mezquinas dádivas a sus aspiraciones: la rebaja de unos pocos impuestos y un tímido oficio de la Junta Suprema para que se extirpen algunos abusos contra los indios. Son hombres del pueblo los que acuden entusiasmados a los cuarteles donde se les somete a estricta vigilancia por parte de los oficiales salidos de la nobleza, muchos de ellos sin ningún conocimiento militar y no aptos para ningún esfuerzo: la Falange ─dice el sacerdote patriota Riofrío─ está compuesta “de oficiales delicados que no pueden dormir sino en catres, que no pueden salir al aire sin temor de un resfrío, que no pueden comer más que pucheros exquisitos y manjares”.[41] Y cuando venciendo estos obstáculos con el valor de los soldados, se puede llegar hasta las puertas de la victoria, viene el sabotaje de los altos jefes o las órdenes desde arriba para emprender la retirada.

Queda claro, entonces,  que no es la falta de apoyo popular, sino las vacilaciones y traiciones de los terratenientes criollos, las que conducen a la derrota a la revolución del 10 de Agosto de 1809, primera etapa de la guerra emancipadora.

De este baldón sólo se salva la pequeña legión de combatientes nobles, que dejando de lado la posición desleal e indecisa de su clase, se convierten en verdaderos partidarios de la independencia.







BIBLIOGRAFÍA

 
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Zúñiga, Neptalí, Montúfar, primer presidente de América revolucionaria, Talleres Gráficos Nacionales, Quito, 1945.



NOTAS:

 [1] Ver Oswaldo Albornoz Peralta, Historia de la acción clerical en el Ecuador. Desde la conquista hasta nuestros días, Editorial “Espejo” S. A., Quito, 1963, capítulo II, pp. 67-92.
[2] Cfr. Oswaldo Albornoz Peralta, La oposición del clero a la independencia americana, Editorial Universitaria, Quito, 1975. Actualmente circula la segunda edición (enero 2009) en masivo tiraje, publicada en la Campaña de Lectura Eugenio Espejo, Colección Bicentenaria, auspiciada por la Empresa Eléctrica Quito.
[3] Oswaldo Albornoz P., Las luchas indígenas en el Ecuador, Editorial Claridad, Guayaquil, 1971, pp. 93-104.
[4] La primera versión se publica en Prisma, Revista de Opinión Docente de la Federación de Asociaciones de Profesores de la Universidad Central del Ecuador, febrero de 1982, pp. 1001-105; en posteriores ediciones amplía sustancialmente este trabajo que forma parte de su libro Ideario y acción de cinco insurgentes, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Quito, 2012.
[5] Cfr. Oswaldo Albornoz Peralta, El pensamiento avanzado de la emancipación. Las ideas del prócer Luis Fernando Vivero, Biblioteca de Autores Ecuatorianos Nº 67, Departamento de Publicaciones de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Guayaquil, Guayaquil, 1987.
[6] Ibíd., p. 145.
[7] Ibíd., p. 153.
[8] Ibíd., p. 157.
[9] Ibíd., p. 168.
[10] Cfr. Oswaldo Albornoz Peralta, Bolívar: visión crítica, Editorial El Duende, Quito, 1990.
[11] Ver su libro Eugenio Espejo, el espíritu más progresista del siglo XVIII, Abya Yala, Quito, 1997.
[12] Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia ecuatoriana, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2007, voluminoso libro en dos tomos que dilucida importantes hechos de nuestra historia a lo largo de los últimos cinco siglos. Una selección de esos trabajos incluimos en la segunda parte de esta publicación por el valor que tienen para comprender con mayor profundidad el magno hecho histórico de nuestra primera independencia.
[13] Jorge Núñez, “Revoluciones conservadoras”, El Telégrafo, Ecuador, miércoles 6 de mayo de 2009, p. 10.
[14] Ibíd.
[15] Neptalí Zúñiga, Montúfar, primer presidente de América revolucionaria, Talleres Gráficos Nacionales, Quito, 1945, p. 429.
[16] Julio Tobar Donoso, Monografías históricas,  Editorial Ecuatoriana, Quito, 1938, p. 407.
[17] Carlos Romero y Bruno Andrade, Estructura Agraria de la Sierra Centro–Norte, Banco Central del Ecuador, Quito, 1986, p. 53.
[18] Fernando Jurado Noboa, “Vigencia de Dña. María Delgado Jaramillo”, en Boletín de la Academia Nacional de Historia Nº 124, Editorial Ecuatoriana, Quito, 1974, p. 318.
[19] “Acusación fiscal de Tomás de Arechaga”, en Revista Museo Histórico Nº 19, Instituto  Municipal de Cultura, Quito, 1954, p. 61.
[20] Pablo Herrera, Antología de prosistas ecuatorianos, t. II, Imprenta del Gobierno de Quito, 1896, p. 97.
[21] Manuel María Borrero, Quito, Luz de América, Editorial “Rumiñahui”, Quito, 1959, p. 63.
[22] Manuel de Jesús Andrade, Próceres de la Independencia, Tipografía y Encuadernación de la Escuela de Artes y Oficios, Quito, 1909, p. 131.
[23] Fernando Jurado Noboa, Sancho Hacho, Cedeco y Abya Yala, Quito, s.f., p. 292.
[24] Manuel de Jesús Andrade, op. cit., p. 152.
[25] Alfredo Flores Caamaño, Descubrimiento histórico relativo a la independencia de Quito, Imprenta de “El Comercio”, Quito, 1909, p. LXXIV.
[26] Fernando Jurado Noboa, Los Larrea, Amigos de la Genealogía, Quito, 1986, p. 94.
[27] Neptalí Zúñiga, Montúfar, primer presidente de la América revolucionaria, op. cit., p. 91.
[28] José Gabriel Navarro, La revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809, Plan Piloto del Ecuador, Quito, 1962, p. 105.
[29] Archivo Nacional de Colombia, “El prócer Juan de Salinas nació en Sangolquí”, en Revista Museo Histórico Nº 22, Departamento Municipal de Educación y Cultura, Quito, 1956, p. 34.
[30] Sobre este tema veáse el estudio “Subasta de marquesitas y aristócratas” del mismo autor en su libro Páginas de la historia ecuatoriana, t. I, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2007, pp. 213-215.
[31] Roberto Andrade, Historia del Ecuador, t. I, Corporación Editora Nacional, Quito, 1982, p. 213.
[32] Cfr. al respecto “Actas secretas y exclamaciones”, Páginas de la historia ecuatoriana, t. I, op. cit., pp. 171-179, donde el autor analiza con más detalle este tema.
[33] Stanley J. y Barbara H. Stein, La herencia colonial de América Latina, Siglo Veintiuno Editores, México, 1970, pp. 108-109.
[34] Arnahis Nº 19, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1973, p. 70.
[35] Alfredo Flores Caamaño, Descubrimiento histórico relativo a la independencia de Quito, op. cit., p. XXXII.
[36] Veáse Oswaldo Albornoz Peralta, Las luchas indígenas en el Ecuador, Editorial Claridad, Guayaquil, 1971, p. 33.
[37] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, Universidad Autónoma de México, México, 1967, p. 191.
[38] Francisco X. Aguirre, Bosquejo histórico de la República del Ecuador, Corporación de Estudios y Publicaciones, Guayaquil, 1972, p. 427.
[39] Julio Tobar Donoso, Monografías históricas, op. cit., p. 401.
[40] Manuel María Borrero,  Quito Luz de América, op. cit., p. 1.
[41] Idem, p. 82.

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