Kitu, la tierra en la mitad del mundo, ya existía antes del 6 de diciembre de 1534 y no fue fundada por los españoles sino tomada en acto de conquista, por eso el 1 de diciembre se celebra el día de la resistencia indígena
LA FUNDACIÓN DE QUITO Y LA
RESISTENCIA INDÍGENA[1]
Oswaldo
Albornoz Peralta
Los orígenes de Quito, como sucede en casi todos
los pueblos, se extiende hasta los tiempos nebulosos de la leyenda, en este
caso la de Quitumbe, tan hermosamente contada por Carrera Andrade en su libro El camino del Sol. Tras de las galas de
la leyenda hay sin duda un hecho histórico concreto: el paulatino desarrollo de
un pueblo, hasta llegar a la confederación de tribus, la Confederación de Quito.
La Confederación de Quito, para la época de la
llegada de los Incas, se halla en pleno proceso de expansión y ha logrado una
evolución económica considerable, evidenciada ésta por sus construcciones
materiales, por el progreso alcanzado en la agricultura y el conocimiento de
labores de algunos metales. Naturalmente, como manifestación también de este
avance, la primitiva igualdad de sus habitantes ha ido desapareciendo y se ha
gestado ya una aristocracia que ocupa la cúpula del conglomerado social.
Así, la Confederación de Quito, tiene una
personalidad propia y definida. Esto explica, además, el por qué durante el
medio siglo de su dominación, pese a las innovaciones introducidas, haya podido
mantener sus rasgos específicos y logrado el respeto del conquistador. Que haya
permanecido siempre vivo, el anhelo de recobrar la perdida independencia.
La conquista española, que adviene luego, impone
otro rumbo a la historia del pueblo indio.
La fundación de Quito, sobre las ruinas aún
humeantes dejadas por Rumiñahui, no significa otra cosa sino la legalización ‒digamos
así‒ del sojuzgamiento de un pueblo. Porque la fundación de ciudades, entraña
para los conquistadores españoles, un acto de dominio.
Mas el hecho en sí, analizado un poco más
profundamente, implica la superposición de un modo de producción extraño sobre
el autóctono, cortando toda posibilidad de desarrollo de este último. Implica
la subordinación total de los nacientes valores nacionales del pueblo indio a
la nueva civilización de la cruz y la espada, poniéndolos desde entonces bajo
el signo de la inferioridad, para justificar la conquista y el inicio de la más
inicua explotación.
Las nuevas relaciones feudales, no siendo
resultado del normal desarrollo histórico sino impuestas desde afuera con el
filo de la espada, causan una inmensa e indescriptible destrucción de las
fuerzas productivas, sobre todo de la población, vale decir, de los mismos
productores. Y esta destrucción, junto con la rapaz explotación feudal,
combinada con formas esclavistas inclusive, limita en gran medida el carácter
progresista del régimen social ‒en relación con el menos evolucionado de los
indígenas‒ establecido por España.
Todo esto, en suma, significa la fundación
española de la ciudad de Quito efectuada por Sebastián de Benalcázar.
La resistencia indígena guiada por Rumiñahui, es
la protesta y respuesta al yugo de la conquista.
Hay dos clases de guerras: las justas y las
injustas. La heroica resistencia de Rumiñahui, culminada con el sacrificio de
su vida, es la más cabal demostración de la guerra justa, porque nada puede ser
más de justicia que la defensa de la tierra propia frente a la injustificada
agresión extranjera. Ningún pretexto, menos la imposición de una religión
extraña como se argumentó y se argumenta todavía, puede lavar de culpa a la
conquista.
No obstante lo dicho, ya desde un punto de vista
estrictamente sociológico, ambos acontecimientos tienen una gran trascendencia.
Es que de la matriz blanca del conquistador hispano, como resultado del desenvolvimiento
histórico, ha surgido nuestra nacionalidad mestiza, que si bien nutrida de
manera preponderante por los valores llamados occidentales, tiene también
componentes incorporados desde el medio indígena. A su lado, por desgracia
dominada y discriminada todavía, se halla la nacionalidad quechua diseminada en
el callejón interandino, que dando muestras de gran vitalidad ha podido
conservar su propia idiosincrasia, aunque también influenciada ‒no se puede
negar‒ por la cultura blanca. Nuestro país, por tanto, tiene el carácter de
binacional y pluriétnico. Hay que concluir por lo mismo, que el problema no es
otro que la supresión del discrimen y la opresión que padece el pueblo indio,
para dar paso al libre desarrollo y florecimiento de sus valores étnicos y
nacionales.
Esto se conseguirá.
Se atribuye al general quiteño estas palabras: no habrá cordel tan largo que pueda atarnos,
es decir, que el pueblo indio no desaparecerá ni será sojuzgado eternamente.
Sus descendientes, enrojeciendo con su sangre las breñas de los Andes en mil
levantamientos contra sus dominadores, convirtiendo sus comunidades en guardián
decidido de todos sus valores étnicos y nacionales, ha sabido resistir por
siglos, sin doblegarse nunca, como para hacer realidad los anhelos de su gran
guerrero. El pueblo indio no ha muerto y palpita vigoroso en el corazón de la
patria. Y prosigue, claro está, la larga lucha iniciada en el albor de la
colonia para alcanzar libertad y lograr la devolución de sus tierras usurpadas.
Tanta constancia, tanto tesón, serán coronados ‒no
se puede dudar‒ con el triunfo definitivo de su noble causa. Ahora no está
solo. Junto al pueblo indio, en frente común contra los explotadores nacionales
y extranjeros, marchan todas las fuerzas progresistas de la patria. Y esto es
aval seguro de victoria.
[1] Tomado de Oswaldo
Albornoz Peralta, Páginas de la historia
ecuatoriana, t. I., Editorial de la CCE “Benjamín Carrión”, Quito, 2007.
Una reflexión hartamente cívica. Al respecto se ha escrito y se sigue escribiendo relatos matizados de lírico pensamiento y gran retórica que intenta recuperar la historia, como justo homenaje a la memoria de sus auténticos protagonistas de gestas libertarias, nacidas de las entrañas mismas de sus originarios andinos. Empero la realidad que vivimos en estos momentos de cambios profundos, los líderes indígenas han evidenciado ser vulnerables al utilitarismo de la partidocracia.
ResponderEliminarSe podría decir que no hubo cordel largo, pues la idiosincrasia, la resistencia, las costumbres, las tradiciones, la cultura se ha mantenido, obviamente a través de los siglos ha quedado la religión y el idioma, pero ahora son parte esencial del convivir social, económico y político.
ResponderEliminar'PEQUEñA' DISGRECIÓN...!
ResponderEliminar...Me parece, que TODAS las tierras comarcanas del area ecuatorial, comquistadas por los INGAS y bajo el -casi absoluto- dominio de estos, corresponden AL -dominio del- KITU; esto es (interpreto): al "GRAN GUERRERO", al "SUMO KURAKA", al "SUPREMO AUKY",etc.; por tanto, TODAS las 'ciudades', Asientos, asientos, anejos, Villas, establecidas en ellas fuéron DEL KITU. El nombre de la actual ciudad "de" Quito es SAN FRANCISCO -en el seno de las comarcas- del KITU. Saludos.
Los Ingas eran una cultura blanca no sabias? Que es el blanco en la bandera del Peru? El problema en Tahuantinsuyo son los Españoles, no un color.
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