martes, 7 de noviembre de 2017

Influencia del marxismo y de la Revolución de Octubre en los intelectuales del Ecuador VI y último capítulo






                                                                                VI                                                                        
TRAYECTORIA Y DESTINO DE LA INTELIGENCIA

Vamos a terminar este estudio.
La tradición de los intelectuales ecuatorianos es muy honrosa, pues desde muy antiguo, gran parte de ellos, y lo más representativo, se ha puesto al lado de las causas justas y han batallado en pro de los ideales progresistas. Toda nuestra historia da testimonio fehaciente de este hecho.
Ya durante la oscuridad colonial, el médico indio Eugenio Espejo, concibe la independencia de las colonias americanas, no como la simple separación de España, sino como un cambio social que beneficie al pueblo. Su discípulo José Mejía Lequerica, vinculado a las fuerzas liberales de la Península, pide en las Cortes de Cádiz la supresión del Santo Tribunal de la Inquisición y aboga por la libertad de imprenta. Y Olmedo, el cantor de Junín, allí mismo, narra los indecibles sufrimientos de los indígenas condenados al yugo de la mita y demuestra la necesidad de la abolición de esa inhumana institución.



Después, instituida la República, los intelectuales progresistas prosiguen la lucha por la democracia y la desaparición de los rezagos coloniales en los campos. En la larga lucha contra el conservadurismo y la tiranía, Pedro Moncayo, el viejo militante de la Sociedad de El Quiteño Libre y Pedro Carbo, patriarca de los liberales guayaquileños, ambos escritores y polemistas de valía que no dejan un solo momento la trinchera y mueren combatiendo por los principios que propugna el liberalismo. Federico Proaño, joven periodista y literato galano, sufre la cárcel y el destierro defendiendo sus ideas. Y sobre todos ellos, se levanta la figura cimera de Montalvo. Desde aquí o desde la lejanía del triste ostracismo, siempre deja oír su voz para estigmatizar a los déspotas o para clamar por la libertad y la justicia. La Dictadura Perpetua es el inri sobre la frente de García Moreno, símbolo y personificación del despotismo. Y la Mercurial Eclesiástica, es la denuncia más honda y más clamorosa, adornada con las galas del estilo, que se haya escrito contra la intolerancia.                           
     
Luego se verifica la revolución liberal comandada por Alfaro, revolución que lleva al poder a la burguesía y que tiene un carácter progresista no obstante sus limitaciones. Al lado del Viejo Luchador, otra vez, está toda una brillante pléyade de intelectuales ecuatorianos, que ahora ya no son solo los teóricos y expositores de la doctrina, sino que, uniendo la teoría con la práctica, se convierten en legisladores y estadistas, que plasman en leyes las ideas. Los más radicales de ellos son los que patrocinan principios avanzados para la época, conforme se puede constatar si se revisan las actas de los Congresos y el legado jurídico del liberalismo. Obra de ellos son, en su mayor parte, las nuevas libertades que desde entonces airean el cielo de la patria, así como también las leyes de beneficio social que se promulgan. Son obra de Abelardo Moncayo, el poeta y dramaturgo que escribe ese patético alegato contra el concertaje. De Luciano Coral, autor de varios libros y periodista de combate. De Roberto Andrade, el historiador y panegirista de Montalvo, de larga trayectoria en el campo de nuestras letras. Y de José Peralta, el mayor ideólogo de entonces, que quiere la redención del indio y se pronuncia contra el imperialismo yanqui.

       
           

Esa es su tradición.
Esas mismas huellas han seguido todos los intelectuales que avizorando el porvenir y comprendiendo la marcha de la historia, han seguido la senda del marxismoleninismo y han plegado a la lucha de la clase obrera, llamada a instaurar el socialismo. Ellos –a los cuales nos hemos referido en este trabajo han jugado importante papel en la marcha revolucionaria de nuestro pueblo, pues no se puede negar su influencia, tal como nos enseña nuestro pasado histórico. Pero esto no significa que ellos estén predestinados a ser guías de la revolución, como algunos pretenden. Gallegos Lara al prevenir el peligro y los alcances de esta tesis, manifiesta con toda razón, al polemizar con Jorge Rengel en 1935 –ver Realidad y Fantasías Revolucionarias del escritor citado que es necesario reconocer explícitamente que no es una situación cualquiera la que corresponde al proletariado en la lucha contra la burguesía, sino una situación hegemónica de dirección, de vanguardia”.[1] Por lo mismo, la tarea de los intelectuales, que no forman ninguna clase, como aclara Gallegos, no es otra que la de aunar esfuerzos con la clase obrera para establecer el socialismo y suprimir la explotación del hombre. Cumplir este deber, es ya en sí blasón suficientemente honroso.
Los intelectuales que vengan a las filas revolucionarias tienen amplias y nobilísimas tareas por delante. Ellos están llamados a contribuir en la dilucidación de los problemas nacionales y mostrar las verdaderas soluciones, celosamente escondidas por los intelectuales al servicio de las clases dominantes. Tienen que rehacer nuestra historia, poniendo de relieve las heroicas luchas de las masas populares, ahora silenciadas por los historiadores académicos, que temen la propagación del ejemplo y el aquilatamiento de las experiencias. Y mediante el arte –el lienzo, el poema o la novela‒ tienen que llegar al sentimiento del pueblo, a la mitad de su corazón generoso, para mostrar su vida y dirigirla a la esperanza.
Todo esto tienen por delante. Y esto es lo verdaderamente grande, porque significa convertirse en combatientes del socialismo, transformarse en soldados de la revolución.
Lenin, analizando el problema de la cultura, habla de la dualidad cultural. Hay una cultura burguesa de las clases dominantes y una cultura democrática de las clases revolucionarias y en ascenso. Desarrollar esta última, que necesariamente tiene que conservar todo lo valioso de las generaciones anteriores, es la alta misión que tienen que cumplir nuestros intelectuales. Y para un intelectual verdadero, esto basta y sobra. Ser soldado de la revolución iniciada por el genio de Lenin, es el título más alto al que se puede aspirar.






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[1] Joaquín Gallegos Lara, “Carta a Jorge Hugo Rengel”, mayo de 1935, reproducido en Los Comunistas en la Historia Nacional, Edit. Claridad, Guayaquil, 1987, pp. 150-151.





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